miércoles, 17 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 54

Se sentía lujuriosa mientras la acariciaba por encima de las bragas y bajó la cabeza para apoyarla en su hombro cuando introdujo sus perversos dedos. Las piernas no podían sostenerla y sus ojos se llenaron de lágrimas. Quería apretar los muslos porque la sensación era demasiado fuerte, pero él se lo impidió. Por fin, sus piernas se rindieron y cayó sobre la cama, con el corazón latiendo violentamente. Pedro empezó a desabrochar su camisa, revelando ese exquisito y ancho torso cubierto de vello oscuro. Cuando tiró hacia abajo del pantalón, llevándose el calzoncillo a la vez, su erección era casi aterradora. Larga, gruesa y dura, con una gota de humedad en la punta.


—Siete años, Paula —dijo con voz ronca mientras abría el cajón de la mesilla—. Durante siete años te he deseado más que a ninguna otra mujer. No sabes cuántas veces he imaginado este momento.


Paula lo miró mientras se enfundaba el preservativo. Había algo tan increíblemente masculino en ese gesto…


—Relájate —dijo con voz ronca.


Paula intentó hacerlo. Se alegraba de que él llevase el control porque ella no era capaz de formular un pensamiento coherente. Pedro le quitó las bragas, dejándola completamente desnuda. Había estado desnuda frente a otros hombres, pero nunca había sido así. Como si estuviera renaciendo. Estaba sobre ella, besándola mientras apoyaba el peso de su cuerpo sobre las manos. Apenas se tocaban, pero esos anchos hombros bloqueaban todo lo demás. Paula alargó las manos, desesperada por acariciar los tensos y lustrosos músculos de su espalda. Pero Pedro se apartó.


—Me estás matando. Te necesito… Ahora. Abre las piernas.


Paula obedeció sin pensar y Pedro se colocó sobre ella. Podía sentir la punta de su miembro empujando, abriéndola, buscando la entrada. Todas las células de su cuerpo deseaban esa unión. La deseaba como no había deseado nada en toda su vida, pero se sentía al borde de un desconocido precipicio. Pedro empujó, duro y fuerte, y ella gritó ante la exquisita invasión. Le dolía. Era tan grande… Pero poco a poco el leve dolor se disipaba, dando paso a una excitante sensación de estar completa.


—¿Paula?


Cuando abrió los ojos Pedro tenía el ceño fruncido. No se había dado cuenta de que estaba mordiéndose los labios.


—Te he hecho daño.


Paula lo sujetó con las piernas cuando iba a apartarse.


—No —dijo con voz entrecortada—. No me has hecho daño. Es que… Ha pasado algún tiempo. 

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