miércoles, 24 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 66

 —¿Podemos quedarnos un rato más?


Pedro intentaba darle a todo una semblanza de normalidad cuando el día que habían pasado juntos era tan anormal para él que casi le daba miedo.


—Sí, claro —respondió. 


Aunque la sonrisa de Paula no lograba hacer que recuperase el equilibrio.


Solo había hecho falta un día explorando Río y un par de horas en la playa para que su piel adquiriese un luminoso brillo dorado. Su pelo parecía más rubio, casi blanco, los ojos azules destacando en la piel bronceada. Esa mañana habían tomado un tren por la selva hasta el Cristo Redentor en el Corcovado y Paula se había sentido cautivada. Frente a la barandilla, admirando el fabuloso panorama de Río, lo había mirado con un brillo de emoción casi infantil en los ojos.


—¿Podemos ir a la playa después?


Pedro intentó disimular su sorpresa. No quería ir de compras, quería conocer Río de verdad. Pero antes de ir a la playa fueron a almorzar a su café favorito.


—Entonces tu familia no te pasa dinero, ¿Verdad? —le preguntó.


De inmediato vió un brillo de indignación en los ojos azules. Pedro no lo hubiese creído antes, pero lo creía en ese momento y sentía algo oscuro y pesado en su interior. 


—Pues claro que no —respondió Paula—. Mi hermana y su marido pagaron el alquiler de mi apartamento en Atenas cuando por fin pude empezar a vivir sin adicciones, pero pienso devolverles el dinero en cuanto pueda. Por eso el trabajo es tan importante para mí.


Era algo normal que la gente recibiese dinero de su familia y, sin embargo, a ella le costaba admitirlo. Paula Chaves lo había tenido todo, o la gente creía que lo había tenido todo, y en ese momento no tenía nada. Había visto que se ruborizaba cuando la vió dejar limpio su plato de feijoada, un famoso estofado brasileño hecho con judías negras y carne de cerdo.


—Mi hermana es igual —le contó—. Cuando éramos pequeñas, nuestro padre solo nos permitía comer pequeñas porciones. Siempre teníamos hambre.


Esa revelación le hizo un nudo en la garganta. El abuso al que las había sometido ese canalla… Pedro sintió el deseo de apretar su mano, de enredar los dedos con los suyos para decirle que no estaba sola.


—Me encanta ver a una mujer que disfruta de la comida.


—Seguro que las mujeres con las que sales saben contenerse — dijo ella, apartando la mirada.


¿Estaba celosa? La sospecha tocó su ego masculino. Y ese ego despertó de nuevo cuando insistió en comprarle un bikini para que pudiese bañarse en la playa. Aunque los tres pequeños triángulos negros no ayudaban a contener su libido. Por suerte, el bañador que había comprado para él era lo bastante ancho como para disimular su reacción. Como si hubiera leído sus pensamientos, Paula intentó cubrir sus pechos con el sujetador del bikini, algo que solo sirvió para que la voluptuosa carne escapase por los lados. Pedro tuvo que contener un gemido. En la tienda le había dicho:


—No pienso ponerme eso, es indecente. 

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