viernes, 5 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 26

 —¿Estás dispuesto a admitir que podría ser inocente después de todo?


Consiguió lo que quería. Pedro se detuvo de golpe y luego, después de un segundo, se volvió lentamente para mirarla con unos ojos tan oscuros que parecían negros. Parecía infinitamente peligroso y, sin embargo, no tenía miedo. Al contrario, sentía algo ambiguo y ardiente en la pelvis.


—Para ser franco, creo que ya no me importa si lo hiciste o no. El hecho es que conocerte provocó un desastre. Por tu culpa, el incidente apareció en primera página y la gente me creyó culpable porque todos pensaban que tú tomabas drogas y que yo también las tomaba o era tu cómplice. Así que, inocente o no, yo fui castigado por ello. 


A Paula se le hizo un nudo en la garganta. De modo que reconocer que era inocente no tenía ninguna importancia para él.


—Nunca me perdonarás, ¿Verdad?


Cuando Pedro iba a responder, una enorme gota de agua cayó en la cara de Paula, tan grande que la salpicó. Él levantó la mirada y soltó una palabrota.


—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Paula, la tensión reemplazada por el miedo.


—Lluvia. ¡Maldita sea! Había esperado llegar antes al poblado. Tendremos que buscar cobijo. Venga, vamos.


En un segundo, la lluvia se convirtió en un aguacero. Gotas enormes caían desde los árboles, empapándolos. Paula corrió tras él, intentando seguir su paso, pero la cortina de agua hacía imposible ver a un metro de distancia y empezó a asustarse de verdad cuando perdió de vista a Pedro. Por suerte, él apareció de repente y tomó su mano. La lluvia era majestuosa, imponente. Ensordecedora. Pero ella solo notaba la mano de él, que la llevaba entre los árboles hasta una pequeña elevación del terreno. Allí soltó su mano para sacar una lona de la mochila y atarla a una rama, creando un pequeño refugio. Pedro gritó para hacerse oír por encima del estruendo de la lluvia:


—¡Métete debajo!


Paula se quitó la mochila e hizo lo que le pedía. Estaban empapados, con nubes de vapor saliendo de su ropa. Se quedaron sentados unos minutos, respirando agitadamente.


—¿Cuánto durará? —le preguntó por fin.


—Nunca se sabe. En cualquier caso, tendremos que esperar hasta la noche. El poblado está solo a un par de horas de aquí, pero pronto se hará de noche… Es demasiado arriesgado.


Al pensar en otra noche en la tienda de campaña con Pedro, Paula sintió un aleteo en el vientre. Él sacó una barrita de proteínas del bolsillo del pantalón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario