viernes, 5 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 30

Solo cuando pensó que Paula estaría dormida entró en la tienda, haciendo lo posible para no despertarla. No había esperado tener que compartir la tienda de campaña con nadie y menos con Paula Chaves, pero mientras estaba tumbado a su lado tuvo que reconocer que no parecía la chica salvaje y mimada que siempre había descrito la prensa. Ninguna otra mujer, aparte de las que se dedicaban a estudiar el Amazonas, lo hubiera hecho mejor durante los últimos dos días. E incluso algunas de ellas habrían salido corriendo, de vuelta a la seguridad del laboratorio. La recordó levantando la tienda, mordiéndose la lengua mientras se esforzaba en clavar los palos en el suelo, el sudor rodando por su cuello y desapareciendo en la tentadora uve del escote de la camisa. Apretando los dientes, Pedro suspiró y cerró los ojos. Había pensado que no aguantaría un día en la selva, pero era él quien necesitaba el orden de la civilización en ese momento; cualquier cosa para diluir el fuego en su sangre y terminar con las preguntas que ella ponía en su cabeza. Un par de horas más tarde algo lo despertó. Alerta y tenso de inmediato, aguzó el oído, pensando que el ruido provenía de fuera. Pero era dentro de la tienda. Era Paula, que gemía en sueños.


—Papa… No, per favore, non che…. Delfina, aiutami.


Pedro tradujo sus palabras: «No, papá, por favor. Delfina, ayúdame». Su voz estaba rota de dolor, de emoción. Y a él se le encogió el corazón cuando la oyó llorar.  Por instinto, alargó una mano para tocar su hombro y ella levantó la cabeza.


—¿Ché cosa?


No sabía por qué, pero que siguiera hablando italiano hizo que se le encogiera más el corazón.


—Estabas soñando —respondió, sintiendo como si hubiera invadido su privacidad.


Paula se puso tan tensa como un palo.


—Siento haberte despertado.


Pedro sintió que se apartaba bruscamente, como si estuviera enfadada. Su pelo era como oro bruñido y, de repente, se excitó al imaginarlo cayendo sobre sus pechos desnudos mientras estaba sentada a horcajadas sobre su cuerpo y él se enterraba en ella hasta el fondo. Furioso por la dirección que habían tomado sus pensamientos, por lo fácil que era para ella meterse dentro de su piel y por cómo se había apartado, casi como si hubiera hecho algo malo, replicó con tono áspero:


—¿Se puede saber qué demonios te pasa?


Paula no respondió y eso lo hirió aún más. Un momento antes había sentido compasión por ella, turbado por sus sollozos, pero el recuerdo de su madre y cómo usaba sus emociones para manipular a todo el mundo hizo que se maldijese a sí mismo por ser tan débil.


—¿Qué pasa, Paula?


—He dicho que lamentaba haberte despertado. No pasa nada.


—Yo creo que sí pasa algo.


Ella se volvió con los ojos brillantes, furiosos.


—Ha sido solo un sueño, una pesadilla que ya he olvidado. ¿Podemos dormir, por favor?


Pedro reaccionó visceralmente ante una Paula que estaba prácticamente escupiéndole. Era evidente que no necesitaba su consuelo. Aquella mujer conseguía irritarlo como nadie y en lo único que podía pensar era en cuánto deseaba que se sometiera; cualquier cosa para acallar las contradicciones que ponía en su cabeza.


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