lunes, 8 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 34

Paula estaba arreglándose la ropa y cuando vió que le temblaban las manos tuvo que contener un rugido. ¿Dónde estaba la joven inconsciente y segura de sí misma que recordaba? No se parecía nada a aquella mujer increíblemente tímida. Pedro se tumbó, intentando controlar el ardor de su sangre, maldiciendo el momento en el que puso sus ojos en Paula Chaves. Ella estaba inmóvil a su lado e incluso eso lo ponía nervioso. Por fin, Paula empezó a decir:


—No has…


No terminó la frase, pero él sabía lo que había querido decir y su vacilación lo desconcertó. Había odiado a aquella mujer durante tanto tiempo por poner su vida patas arriba y, de repente, le mostraba una faceta diferente de su camaleónica personalidad. Solo sentía que llevaba el control cuando ella se rendía, aunque evidentemente odiaba hacerlo. La tendría, del todo. En su cama. En sus términos. Destaparía esa timidez por el engaño que era. Y después, cuando la hubiera hecho suya, cuando se hubiera librado de aquel deseo abrumador, podría alejarse para siempre. Una cosa era segura: La había deseado desde el momento que la conoció y su antipatía por ella después de lo que pasó no había logrado calmar ese deseo. Si no la hacía suya, su recuerdo lo perseguiría para siempre y ninguna mujer, por bella que fuera, había conseguido eso. Se apoyó en un codo para mirarla y, al ver el brillo de sus ojos y sus labios hinchados, tuvo que contener el deseo de tomarla allí mismo. Él era un hombre civilizado. Había pasado años convenciendo a la gente de que no era un borracho como su madre o un corrupto como su padre.


—No, no lo he hecho.


—¿Por qué no? —preguntó ella frunciendo el ceño.


—¿Por qué no te he hecho el amor? Porque no llevo preservativos. Y cuando hagamos el amor será en un sitio más cómodo.


Notó que ella se ponía tensa.


—No estés tan seguro de que quiero hacer el amor contigo.


Pedro esbozó una sonrisa.


—Minha beleza, no intentes hacerme creer que te habrías apartado. He sentido la respuesta de tu cuerpo y sé que no miente. Aunque no te guste —murmuró, rozando sus labios con un dedo—. No malgastes saliva. A pesar de esa actuación eres mía y lo sabes.


Ella apartó su mano con un golpe seco.


—Vete al infierno.


Pedro sabía que estaba diciendo la verdad, pero no llevaba preservativos y si volvía a tocarla no sería capaz de parar. De modo que se tumbó y cerró los ojos, murmurando:


—Pero te llevaré conmigo, princesa.


Sentir que Paula echaba humo a su lado lo hizo sonreír. Estaba más decidido que nunca a hacer que perdiese el control. Sería suya. 

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