miércoles, 3 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 21

 —¿Qué haces?


—Tengo entrenamiento médico, relájate —respondió él, sacando un botiquín.


Paula cerró la boca. ¿No había fin para sus talentos?


—¿Por qué tienes entrenamiento médico?


Él la miró un momento antes de seguir con lo que hacía.


—Estaba visitando un poblado con mi padre cuando era más joven y un niño se atragantó. Nadie sabía qué hacer y murió delante de nosotros.


—Qué horror.


El recuerdo más doloroso apareció en su cerebro antes de que pudiese bloquearlo. También ella había visto morir a alguien y era algo que estaba grabado en su memoria como un tatuaje. Sus defensas no parecían ser tan robustas estando tan cerca de aquel hombre. Podía empatizar con la impotencia de Pedro y esa afinidad la sorprendía.


—No tan horrible como para que mi padre no echase a la tribu de aquí. Apenas dió tiempo a los padres para enterrar al niño… Para él no eran nada más que un problema del que tenía que librarse.


Pedro tiró de sus calcetines y notó que contenía el aliento al ver las ampollas.


—Esto es culpa mía.


Paula parpadeó. ¿Había dicho eso de verdad? ¿Y con tono de disculpa? Eso la sorprendió. Él la miró con una expresión indescifrable.


—No se debe caminar tantas horas con unas botas nuevas. Es normal que tengas ampollas. Debes llevar horas sufriendo.


Paula se encogió ligeramente de hombros y apartó la mirada.


—No soy ninguna mártir, es que no quería quedarme atrás.


—La verdad es que yo no había esperado que llegases tan lejos. De hecho, estaba seguro de que te echarías atrás antes de salir de Río.


Sus ojos se encontraron un momento y el corazón de Paula se encogió. Lo único que podía ver eran los poderosos músculos de Pedro bajo sus pies. Él apartó la mirada entonces para sacar algo del botiquín y el momento se esfumó, pero la dejó temblando. Tenía unas manos tan grandes y capaces. Masculinas, pero sorprendentemente suaves mientras limpiaba las ampollas y luego las cubría con una venda. Estaba volviendo a ponerle los calcetines y levantó la mirada.


—Has dicho un par de veces que tú no metiste las drogas en el bolsillo. Pero olvidas que yo estaba allí, te ví.


Esa afirmación la pilló por sorpresa. A pesar de que la había hecho marchar por la selva como una especie de recalcitrante prisionera casi había empezado a sentir simpatía por él. «Qué tonta»

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