viernes, 29 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 20

Paula se mordió los labios. El sol empezaba a esconderse y no había señales de Pedro. Se sentía intensamente vulnerable allí, consciente de su insignificancia frente a la grandiosidad de la naturaleza. Una grandiosidad que la mataría en un segundo si tuviese oportunidad. El crujido de una rama la alertó de su presencia. Él apareció, oscuro y poderoso, entre los árboles y el alivio al saber que no estaba sola la dejó momentáneamente mareada, pero se recordó a sí misma que lo odiaba por haberla asustado a propósito.


—¿Temías que me hubiese comido un jaguar, princesa?


—Una puede soñar —comentó ella, burlona—. Y no me llames princesa.


Pedro miró el hornillo.


—Veo que al menos sabes seguir instrucciones. 


Paula hizo una mueca de fastidio, pero no dijo nada. Pedro empezó a recoger ramas y, decidida a no mostrar lo asustada que estaba, preguntó alegremente:


—¿Puedo ayudar?


—Puedes recoger leña, pero comprueba que no esté viva antes de agarrarla.


Empezó a hacerlo con cuidado, pero una ramita resultó ser un escarabajo camuflado que salió corriendo y casi la hizo gritar del susto. Por suerte, cuando levantó la mirada para ver si Pedro se había dado cuenta él estaba concentrado en mover un montón de troncos. Había atardecido y los enormes árboles eran como sombras gigantes a su alrededor. Paula empezó a notar los sonidos nocturnos de la selva. El ruido crecía y crecía hasta volverse ensordecedor, como si un millón de grillos cantasen a la vez, para convertirse unos minutos después en un sonido más armonioso. Cuando dejó las ramas secas que había encontrado frente a la hoguera Pedro se dispuso a encender el fuego. Empezaba a recuperar la sensibilidad en los pies, pero le dolían muchísimo. 


—¿Qué te pasa? —le preguntó él con sequedad.


—Tengo ampollas en los pies —respondió ella, a regañadientes.


—Déjame ver.


La luz dorada de las llamas bailaba sobre su rostro y, durante un segundo, Paula se quedó tan transfigurada que no podía moverse. Era el hombre más atractivo que había visto nunca y tuvo que hacer un esfuerzo para responder:


—No es nada.


—No me ofrezco porque me importe lo que te pase, pero si tienes ampollas y explotan podrían infectarse con esta humedad.


Entonces no podrías caminar y no tengo intención de llevarte en brazos. 


—Ah, qué elocuente. No me gustaría ser una carga para tí, te lo aseguro.


Pedro señaló un tronco al lado del fuego y se puso en cuchillas.


—Quítate las botas —dijo con voz ronca.


Paula desató los cordones y, aunque lo intentó, no pudo evitar una mueca de dolor al quitárselas. Pedro apoyó un pie en su muslo y el roce de su mano aceleró tontamente su corazón.


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