lunes, 11 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 65

Ese mismo sábado por la noche Pedro llamó al timbre. Se frotó las manos para calentárselas un poco mientras daba saltitos para intentar entrar en calor. Tuvo que esperar unos minutos a que Macarena y Pablo abrieran, juntos, la puerta.


-¡Pedro! -dijo Pablo-. Es casi medianoche. ¿Qué estás haciendo aquí?


-Tienes muy mal aspecto. ¿Estás bien? -añadió Macarena avanzando un paso para mirarlo más de cerca.


-Me lo ha contado.


-¿Quién te ha contado qué? -preguntó Pablo. 


Tenía el pelo aplastado y Pedro sintió mucho haberlos despertado, pero vió el gesto de comprensión en el rostro de Macarena. Ésta tomó a su marido por el brazo y lo mandó a la cocina a preparar un té, para a continuación invitar a Pedro a entrar en el salón.


-Paula me contó lo de su padre en el canódromo. Y la cicatriz. Y el coronel. Y... Eso es todo.


-¿Has estado bebiendo? -preguntó Macarena al ver su apariencia descuidada.


-No, pero quería hacerlo. He estado sentado en un bar cerca de aquí las últimas horas. Pensando y comiendo nueces rancias.


-¿Y qué pensabas?


-Pensaba que quería encontrar al tipo que le hizo aquella cicatriz y romperle la nariz -contestó él apretando los puños-. O encontrar a su padre y decirle lo que pienso de él.


-Me temo que eso no será posible. Murió hace unos años.


-Bien -murmuró sorprendido ante la vehemencia de su propio tono.


Le resultaba extraño mostrarse tan apasionado por algo que no fuera un negocio o Luciana. Pensaba que hacía tiempo que había aprendido a no preocuparse de los demás pero en ese momento se sentía tan exaltado que no podía pensar con claridad. Macarena le tomó la mano e hizo que la mirara a la cara.


-Ya te dije que su padre no había pegado a Paula, pero su apatía le hizo mucho más daño.


Pedro la escuchaba con avidez como si sus palabras pudieran sacarlo de su estado de desconcierto.


-Su padre fue siempre dando tumbos por la vida -continuó Macarena-. Intentó ganar algo como boxeador semiprofesional pero no era lo suficientemente bueno como para vivir de eso, aunque desafortunadamente utilizaba las técnicas aprendidas para solucionar los malentendidos fuera del ring. Nunca consiguió mantener un trabajo mucho tiempo. Normalmente lo perdía tras aparecer con un ojo morado por una bronca en un bar la noche anterior o porque simplemente no volvía a aparecer. Estoy segura de que Paula vió a su padre en una de sus últimas peleas. Siempre perdía. Es comprensible que se muestre tan contraria a ese tipo de deportes.


-¿Lo conociste? -preguntó Pedro.


-¿Al padre de Paula? Sí. Pasé con ellos unas vacaciones durante el, primer año de universidad. Vivían en una caravana por entonces. Llevaban más de un año allí, el lugar en el que más tiempo habían estado, creo. Me gustaba. Nos llevaba al ballet y a galerías de arte. Tenía más energía que nadie que hubiera conocido antes. Pensé que ella era afortunada de tener un padre tan genial.


-Pero, la dejó medio muerta en un bar -dijo Pedro a punto de explotar de ira-. Y por lo que sé la dejaba sola para dedicarse a sus asuntos durante días enteros. No me parece que eso sea tener mucha suerte.


-Lo sé ahora pero en aquel tiempo, aquellas ansias por conocer mundo y la falta de responsabilidades era muy tentador. Para una universitaria que todavía vivía en casa le parecía como estar en el cielo. Poco imaginaba yo que Paula habría dado su libertad por poder llevar la vida normal que yo llevaba.


Pedro se mordió el labio. Le chocaba mucho que Macarena acabara de describir la vida que él mismo había llevado durante los últimos diez años: Ansias por conocer mundo, falta de responsabilidades, libertad. Y ahora que lo miraba desde fuera le parecía un objetivo muy pobre en la vida.


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