miércoles, 6 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 56

 -¿De qué tienes miedo, Paula?


Ésta no respondió, tan sólo se encogió de hombros y tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la, garganta sin poder dejar de mirar el saco con sus grandes ojos azules. Pedro le tomó las manos con una mano suya mientras con la otra le acariciaba el pelo tratando de tranquilizarla.


-Sólo lo utilizo para estar en forma y porque me divierte -dijo con voz deliberadamente suave-. Cuando era niño tuve un gran maestro que me dió clases elementales de boxeo en un gimnasio del barrio. Me enseñó a dominar mis emociones y a centrar el interés y la fuerza en lo que tenía delante. Organizo veladas de boxeo para mis empleados precisamente para inculcarles esos mismos valores.


-¿Y los guantes? -preguntó Paula dubitativa.


-Los guantes pertenecieron a Mohamed Ali y los tengo guardados en una caja de cristal porque valen una pequeña fortuna.


A Paula no pareció servirle de mucho aquella revelación. Los ojos se le habían suavizado y habían perdido la mirada asustada, pero seguía temblando. Pedro continuó acariciándole el pelo, la cara y el cuello para tranquilizarla aunque lo cierto era que él también disfrutaba con el contacto.


-No pasa nada, de verdad, Paula. Mira, Luciana también tiene un saco en casa y me atrevería a decir que ella lo usa más de lo que yo lo he hecho últimamente. Le encanta. ¿Nunca has hecho kick boxing o defensa personal?


-Hago yoga con Macarena todas las semanas -respondió ella en voz baja con una sonrisa dubitativa iluminándole el rostro-, pero la versión más suave.


Pedro se removió en su asiento al notar que se le aceleraba el pulso ante aquella incipiente sonrisa. No era sensato. Con cuidado dejó de acariciarla y posó una mano sobre el muslo y extendió el otro brazo a lo largo del respaldo del sofá. Le interesaba seguir con aquella conversación y para ello debía dejar de acariciarla.


-Paula, no he peleado desde que tenía dieciséis años y nunca he utilizado mis conocimientos fuera del ring. Te lo prometo. Nunca he golpeado a una mujer y nunca lo haría por muy irritantes que algunas puedan llegar a ser.


Pero en vez de reírse como él esperaba, Paula volvió a recluirse en sí misma. No le gustaba mostrarse tan sensible. Pedro se inclinó hacia ella y le puso un dedo en la barbilla para obligarla a mirarlo.


-Vamos, Paula, esto es ridículo. Necesito saber que me crees. No podría soportar la idea de que realmente tengas miedo de mí. Dime que me crees.


-Te creo -contestó Paula tragando con dificultad al ver la mirada suplicante en los ojos de Pedro.

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