miércoles, 27 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 13

Paula maldijo en voz baja. ¿Por qué aquel hombre la afectaba como no lo hacía ningún otro? Pedro, que se había vuelto hacia la avioneta para meter la mochila, dijo por encima de su hombro:


—Vamos, tenemos mucho camino por delante.


—Sí, señor —murmuró ella, burlona. Pero mientras se abrochaba el cinturón de seguridad lo vió sentarse en la cabina y dejó escapar una exclamación.


—¿Tú eres el piloto?


—Evidentemente —respondió él, burlón.


Paula intentó tragar saliva.


—¿Tienes el título acaso?


Pedro, ocupado pulsando interruptores y botones, la miró un momento por encima del hombro. 


—Desde los dieciocho años. Relájate, no te va a pasar nada.


Se puso los cascos para comunicarse con la torre de control y enseguida la avioneta empezó a moverse por la pista. Paula no solía ponerse nerviosa en los aviones, pero se agarró a los brazos del asiento. Estaba en una avioneta, dirigiéndose a la selva más densa del mundo, al ecosistema más peligroso, con un hombre que la odiaba a muerte. De repente, imaginó una serpiente cayéndole sobre la cara y se estremeció cuando la avioneta despegó del suelo. Desgraciadamente, su ánimo no se elevó como el aparato, pero se consoló a sí misma pensando que no tendría que volver a Atenas con el rabo entre las piernas… Al menos de momento. Mientras admiraba, a su pesar, los anchos hombros de Pedro, no era capaz de sentir la antipatía que quería sentir por él. Después de todo, tenía una buena razón para creer que le había tendido una trampa siete años antes. Cualquier otra persona hubiera pensado lo mismo. Cualquiera salvo su hermana, que se había limitado a mirarla con esa expresión suya tan triste que le recordaba lo atrapadas que estaban las dos por las circunstancias y por su lamentable adicción a los fármacos para controlar el dolor. Su padre era un hombre demasiado poderoso y Delfina era demasiado joven como para que Paula intentase algo tan drástico como escapar. Y cuando su hermana cumplió la mayoría de edad, ya no tenía fuerzas para hacer nada drástico. Miguel Chaves se había encargado de ello. Además, eran demasiado conocidas. Cualquier intento de escapar habría terminado en unas horas porque su padre habría enviado a sus matones a buscarlas. Estaban tan indefensas como si las hubiera encerrado en una torre.


—Paula…


Ella levantó la cabeza y vió que Pedro la miraba con gesto impaciente. Debía haberla llamado un par de veces, pero estaba tan perdida en sus pensamientos…


—¿Qué?

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