lunes, 25 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 7

Diez minutos después, Pedro hablaba por teléfono.


—Llámame cuando esté en el avión y haya despegado.


Cortó la comunicación y se dió la vuelta en el sillón para mirar hacia el cristal. Su sangre ardía con una mezcla de rabia y excitación. ¿Por qué había querido satisfacer el deseo de volver a verla? Lo único que había conseguido era demostrarle su debilidad por Paula. Ni siquiera sabía que iba de camino a Río hasta que su ayudante le informó y ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto. Paula Chaves. Su nombre llevaba el sabor del veneno a su boca. Y, sin embargo, la imagen que lo acompañaba, la de Paula en esa discoteca de Florencia, era provocativa, sensual. Había sabido quién era, por supuesto. Todo el mundo en Florencia había oído hablar de las hermanas Chaves, famosas por su belleza, su porte aristocrático y la vasta fortuna familiar que se remontaba a tiempos medievales. Paula había sido la novia de los paparazzi. A pesar de su existencia degenerada, hiciese lo que hiciese los medios siempre pedían más. Sus aventuras eran legendarias: fines de semana en Roma dejando habitaciones de hotel destrozadas y a los empleados furiosos. Viajes a Oriente Medio en aviones privados por capricho de un igualmente degenerado jeque que disfrutaba organizando fiestas con sus amigos europeos. Siempre era fotografiada en varios estados de embriaguez, pero eso solo parecía aumentar su atractivo para los paparazzi. 


La noche que la conoció estaba en la pista de baile de una discoteca con lo que solo podía ser descrito como una pobre excusa de vestido. Un pedazo de lamé dorado sin mangas y escote palabra de honor con unas borlas, que apenas cubría sus muslos dorados. El largo pelo rubio desordenado cayendo por su espalda y rozando sus voluptuosos pechos. Tenía varios hombres alrededor, todos buscando su atención. Levantando los brazos, moviéndose al ritmo de la música que ponía un famoso DJ, era el símbolo de la juventud y la belleza. La clase de belleza que hacía que los hombres cayesen de rodillas. Una belleza de sirena que los llevaba al desastre. Pedro hizo una mueca. Él había demostrado no ser mejor que cualquiera de esos hombres, pero desde que ella se acercó moviendo las caderas todo se había vuelto ligeramente borroso. Y él no era un hombre que viese borroso, por guapa que fuese una mujer. Todo en su vida era ordenado y meticuloso porque tenía muchas cosas que conseguir. Pero sus enormes ojos azules lo habían quemado vivo, encendiendo todas sus terminaciones nerviosas, haciéndole olvidar cualquier otra preocupación. Su piel inmaculada, la nariz aquilina, los labios perfectamente esculpidos, ni demasiado gruesos ni demasiado finos, insinuando una oscura y profunda sensualidad, lo habían fascinado. Ella le había dicho en tono coqueto:


—Es una grosería quedarse mirando a alguien fijamente.

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