lunes, 4 de marzo de 2024

El Elegido: Capítulo 52

Pedro se preguntaba por qué había comenzado a contarle aquello, pero no podía retirar sus ojos del rostro compasivo de Paula.


-Furioso y sin ni siquiera abrazarla la obligué a que me dijera dónde estaba. Me respondió que en el bar. Allí lo encontré, la sombra del hombre que una vez conocí. Le tiré la escritura de la casa. Había pagado toda la hipoteca. Él miró los papeles, apenas consciente de lo que eran, y mucho menos consciente del enorme gesto simbólico de reconciliación que le estaba ofreciendo. Me fui de allí disgustado, volví a casa, recogí a Luciana y nos fuimos dejando una nota para que supiera que al menos ahora podría regocijarse en su miseria con un techo sobre su cabeza pero sin Luciana.


-¿Y tú cuidaste de ella?


Pedro asintió.


-Pero sólo tenías veinte años.


-Lo sé, pero ¿Qué otra opción tenía? Durante los siguientes años fui para ella todo su apoyo hasta que pudo sostenerse sola. «Y nunca más quiero volver a sentirme igual, no quiero tener a alguien que dependa de mí para todo, fue demasiado duro».


Paula asintió y Pedro sintió que había escuchado sus palabras y lo comprendía.


-¿Qué pasó con tu padre?


-Falleció hace cuatro años.


-¿Antes de que te marcharas a Nueva Orleáns?


-Esa misma semana. Tras el funeral hice las maletas -contestó él consciente de que a Paula no se le escapaba ningún detalle.


-Parece que todo ha salido bien finalmente. No te ha ido nada mal y te llevas muy bien con Luciana.


-Pero es una niña mimada -contestó él-. Nunca le ha interesado lo más mínimo conservar un trabajo y antes quemaría su ropa que lavarla y plancharla. Y eso sí es culpa mía.


Paula había averiguado lo que quería saber. Su adorado Pedro había soportado más emociones en los últimos años de su niñez que la mayoría de la gente en toda su vida. Cuando llegó a la edad adulta decidió que la única manera de que los sentimientos lo volvieran a consumir era no tenerlos. ¿Cómo podría ella recuperar a un hombre que estaba sumido en semejante dolor?


-¿Bromeas? Ayudaste a una niña a convertirse en adulta. Mucha gente nunca tiene esa oportunidad.


-No sabía cómo hacerlo.


-Eras un niño. Nadie habría esperado de tí que supieras todas las respuestas.


Pedro se removió en la silla tratando de ahuyentar una extraña sensación: Buscaba que Paula lo reconfortara, justo lo que se había jurado que nunca soportaría otra vez. Sintió de nuevo la necesidad de correr y esta vez no miraría atrás. Pero entonces ella le tomó la mano entre las suyas.


-Escúchame. Por lo que Macarena me ha contado de Luciana es compasiva y optimista, formal pero alegre. Sin la mezcla de experiencias que ha vivido en su vida no sería así.


-Probablemente tengas razón.


-Probablemente no, tengo razón. Creo firmemente que una persona necesita sufrir altibajos, vivir penas y alegrías para madurar y desarrollar una personalidad valiosa y fuerte. Quiero decir que sin los malos tiempos ¿Cómo puedes disfrutar de los buenos? Fíjate lo bien que se siente uno después de estornudar.


Esto último lo pilló por sorpresa y antes de que pudiera reaccionar estaba sonriendo.

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