viernes, 22 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 2

Su corazón latía como si estuviera a punto de salirse de su pecho cuando oyó que la puerta se cerraba tras ella. En los primeros segundos no vio a nadie porque la pared que había frente a ella era un enorme cristal, enmarcando una extraordinaria vista de la ciudad, con el azul oscuro del océano Atlántico a lo lejos y los dos iconos de Río de Janeiro: El Pan de Azúcar y el Cristo Redentor sobre el Corcovado. Entre ellos, incontables rascacielos hasta la costa. Decir que la vista era fabulosa era quedarse corto. Pero, de repente, la vista fue eclipsada por el hombre que se colocó frente al cristal. Pedro Alfonso. Durante un segundo el pasado y el presente se mezclaron y Paula volvió a esa discoteca, a la noche que lo conoció. Era tan alto, tan atractivo, con una presencia formidable. La gente lo rodeaba, los hombres suspicaces, envidiosos. Las mujeres ansiosas, lujuriosas. Con un traje oscuro y una camisa abierta, iba vestido como la mayoría de los hombres, pero él llamaba la atención por un carismático magnetismo que la había atraído sin que pudiese evitarlo. Ella parpadeó un par de veces y la oscura y decadente discoteca desapareció. Tenía un aspecto diferente; su pelo era más largo, algo despeinado, y la incipiente barba le daba un aspecto intensamente masculino. Parecía un civilizado empresario y, sin embargo, la energía que desprendía no era precisamente civilizada. Pedro cruzó los brazos sobre el ancho torso antes de decir:


—¿Qué demonios crees que haces aquí?


Aunque le gustaría salir corriendo en dirección contraria, Paula dió un paso adelante. No podría apartar los ojos de él aunque quisiera y tuvo que hacer un esfuerzo para hablar.


—Estoy aquí para trabajar en el departamento de recaudación de fondos de la fundación.


—No, ya no —anunció Fonseca con tono seco.


Paula titubeó.


—No sabía que… Que usted tuviese nada que ver con esto hasta que tomé el avión.


—Me cuesta creerlo.


—Es cierto. No sabía que tuviese algo que ver con la fundación Alfolezzi. Créame, no tenía ni idea. Si lo hubiera sabido no estaría aquí.


Pedro Alfonso dió un paso adelante y Paula tragó saliva. Para ser un hombre tan grande se movía con una gracia innata… Y esa increíble serenidad, esa quietud. Era intensamente cautivador.


—No sabía que trabajases en la oficina de Atenas. No suelo controlar las oficinas de fuera del país porque contrato a los mejores para que hagan su trabajo, aunque después de esto creo que mis métodos tendrán que cambiar. De haber sabido que te habían contratado, a tí precisamente, habrías sido despedida hace mucho tiempo —añadió con expresión airada—. Pero debo admitir que me sentí lo bastante intrigado como para dejar que vinieras, en lugar de dejarte en el aeropuerto hasta que encontrásemos un vuelo de vuelta. 

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