viernes, 29 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 19

Pedro clavó una estaca en el suelo con innecesaria fuerza.


—Sí, minha beleza, a menos que prefieras arriesgarte a dormir al raso. Hay jaguares en esta zona y seguro que disfrutarán devorando tu dulce carne.


Paula sintió pánico al pensar en compartir un espacio tan reducido con él.


—Estás mintiendo.


Pedro la miró, imposiblemente oscuro y peligroso.


—¿De verdad quieres arriesgarte? Haz lo que quieras, pero si no te devoran los jaguares lo harán miles de insectos… Por no hablar de los murciélagos —le advirtió—. Mientras lo estás pensando voy a rellenar las cantimploras. Y tú podrías encender el hornillo. Tenemos que comer algo.


Cuando se alejó, Paula tuvo que contener el cobarde deseo de pedir que la esperase. Estaba segura de que solo lo había dicho para asustarla. Aun así, miró nerviosamente alrededor y se quedó cerca de la tienda, murmurando para sí misma lo arrogante que era aquel hombre. 


Cuando Pedro volvió poco después, ella estaba esperando al lado de la tienda con expresión nerviosa. Se detuvo un momento para observarla, escondido tras un árbol. Tenía mala conciencia por haberla asustado, pero su sangre se calentaba solo con mirarla. La ropa se pegaba a su cuerpo después de un día caminando a buen paso por el ecosistema más húmedo de la tierra, destacando los pechos firmes y generosos, la estrecha cintura, la suave curva de sus caderas…  La había llevado allí con el propósito de que saliera corriendo en dirección contraria, tan lejos de él como fuera posible, pero había ido a su lado todo el camino. Aún recordaba su expresión de terror al ver el escorpión y cómo había intentado disimular. Había caminado a gran velocidad a propósito y, sin embargo, cada vez que miraba hacia atrás Paula estaba allí, a su lado, con la cabeza baja, mirando dónde pisaba como le había pedido. El sudor corría por su cara y cuello, perdiéndose por el escote del chaleco hasta el valle entre sus pechos… Maldita fuera. Odiaba admitir que hasta ese momento la había visto solo como una irritación temporal, como una garrapata de la que por fin se desharía y lo dejaría en paz, pero estaba demostrando ser más fuerte y valiente de lo que había pensado. Desde luego, no había esperado compartir tienda de campaña con Paula Chaves, la degenerada que vivía para ir de fiesta y que solo pensaba en sí misma, la que esperaba se fuera de Río de Janeiro en cuanto él lo ordenase. Pero no se había ido. ¿Quién demonios era aquella mujer si no era la mimada heredera a la que conoció en Italia? ¿Y por qué le importaba tanto? 

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