viernes, 22 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 1

Paula Chaves estaba sentada en una elegante antesala, mirando el nombre de la empresa con cuyo presidente estaba a punto de entrevistarse escrito en grandes letras negras en la pared. "Industrias y fundación filantrópica Alfolezzi". De nuevo, sintió un escalofrío de horror. Solo cuando estaba ya en el avión con destino a Río de Janeiro, leyendo la información sobre el evento que su jefe le había encargado preparar, había entendido que la empresa para la que trabajaba era parte de una organización más importante. Una organización dirigida por Pedro Alfonso. El nombre, Alfolezzi era, al parecer, una mezcla de los apellidos de su padre y de su madre. Y ella no ocupaba un puesto tan importante como para saber eso. Hasta ese momento. Pero allí estaba, a punto de entrar en el despacho del presidente para ver al único hombre en el planeta que tenía todas las razones para odiarla. ¿Por qué no la había despedido meses antes, en cuanto supo que trabajaba para él? Serena albergaba una insidiosa sospecha: Tal vez lo había orquestado a propósito para darle una falsa sensación de seguridad antes de hundirla. Sería una crueldad intolerable y, sin embargo, aquel hombre tenía derecho a odiarla. Estaba en deuda con él y había muchas posibilidades de que su carrera en el mundo de la filantropía estuviese a punto de terminar antes de haber empezado. Y eso la hizo sentir una mezcla de pánico y determinación. Había pasado mucho tiempo. Aunque aquel fuese un elaborado plan de Pedro Alfonso para vengarse en cuanto supo que trabajaba para él, podía intentar convencerlo de cuánto lamentaba lo que había pasado tantos años atrás, ¿No? Pero antes de que pudiese seguir pensando, la puerta a su derecha se abrió y una elegante morena con traje de chaqueta gris salió del despacho.


—El senhor Alfonso puede recibirla ahora, señorita Chaves.


Paula apretó el bolso con fuerza. Le gustaría poder gritar: «¡Pero es que yo no quiero verlo!». Pero no podía hacerlo y tampoco podía salir huyendo. Entre otras razones, porque su equipaje seguía en el maletero del coche que había ido a buscarla al aeropuerto. Mientras se levantaba de la silla un recuerdo la asaltó con tal fuerza que estuvo a punto de hacerla trastabillar: Pedro Alfonso con la camisa manchada de sangre, un ojo morado y el labio partido. Estaba en una celda, apoyado en la pared, con aspecto hosco y peligroso. Pero cuando levantó la mirada y la vio al otro lado, el odio en sus ojos azul oscuro la dejó paralizada. Se había apartado de la pared para agarrarse a las barras de la celda, como si estuviera imaginando que era su cuello, para decirle:


—Maldita seas, Paula Chaves. Ojalá nunca hubiera puesto mis ojos en tí.


—¿Señorita Chaves? El señor Alfonso está esperando.


La voz de la secretaria interrumpió sus pensamientos y se vió forzada a mover los pies para entrar en el fastuoso despacho. 

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