miércoles, 27 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 11

 —Antes has dicho que querías otra oportunidad y harías lo que fuera para conseguirla.


Paula se quedó muy quieta, sus enormes ojos azules clavados en él. Pedro suspiró. La habitación le parecía demasiado pequeña y solo podía verla a ella. Cuando bajó los brazos, sus ojos se habían clavado ansiosamente en sus pechos… Y aún recordaba el roce de los duros pezones contra la camiseta. Debajo no llevaba nada y sintió que la sangre se arremolinaba en su entrepierna, excitándolo como nunca. «¡Maldita fuera!».


—¿Quieres una oportunidad o no? —repitió él, molesto por su silencio y porque seguía ahí.


Paula parpadeó.


—Sí, claro que sí.


Su voz se había vuelto ronca y eso afectó directamente a su entrepierna. Aquello era un error y lo sabía, pero no tenía otra opción. Debía limitar los daños.


—Dirijo una empresa minera y debo visitar las minas de Iruwaya y a la tribu que vive cerca para comprobar sus progresos. Puedes demostrar que estás comprometida yendo conmigo como ayudante para tomar notas. El poblado es parte de una red global de comunidades, así que tiene que ver con tu trabajo.


—¿Dónde está?


—Cerca de Manaos.


Paula abrió mucho los ojos.


—¿En medio del Amazonas?


Pedro asintió con la cabeza. Tal vez había dado en el clavo. Tener que trabajar de verdad haría que se fuese de Río. Pero Paula lo miró con esos ojazos azules y preguntó con gesto decidido:


—Muy bien. ¿Cuándo nos vamos?


Su respuesta lo sorprendió tanto como que se alojase en aquel hotel barato. Había esperado encontrarla en uno de cinco estrellas, pero tal vez su familia le había retirado los fondos. Daba igual, pensó, enfadado consigo mismo por hacerse esas preguntas.


—Mañana —respondió—. Mi chófer vendrá a recogerte a las cinco de la mañana.


De nuevo, esperaba que ella diese marcha atrás, pero no lo hizo. Miró la ropa en la maleta y las cosas de aseo tiradas sobre la cama. Notó, a su pesar, que olía muy bien; un olor limpio y dulce, nada que ver con el perfume sexy que recordaba.


—Alguien vendrá dentro de una hora para traerte una mochila con todo lo que necesitas. No podrás llevar tu maleta.


Ella lo miró con gesto receloso.


—¿Por qué?


Pedro la miró a los ojos, no sin cierta punzada de culpabilidad:


—¿No he mencionado que tendremos que abrirnos paso por la selva para llegar al poblado? Se tardan dos días desde Manaos.


—No —respondió ella—. No habías dicho nada de eso. ¿Es seguro? 

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