lunes, 25 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 6

Pero en lugar de admitir la derrota y darse la vuelta, ella dio un paso adelante. Pedro sintió el deseo de empujarla hacia la puerta, pero el recuerdo de su precioso cuerpo apretado contra él, la suave boca rindiéndose a sus caricias aquella noche, provocó una oleada de sangre en su entrepierna. «Maldita bruja». Estaba al otro lado del escritorio, mirándolo con sus enormes ojos azules, su postura tan regia como la de una reina recordándole su impecable linaje.


—Señor Alfonso, he venido con las mejores intenciones para trabajar en la fundación, a pesar de lo que usted crea. Y haré lo que sea para demostrar que estoy comprometida con mi trabajo.


A Pedro le molestó su persistencia. Y que insistiera en llamarlo «Señor Alfonso».


—Tú eres la razón por la que tuve que limpiar mi reputación y ganarme otra vez la confianza de la gente —empezó a decir, apoyando las manos en el escritorio—. Por no hablar de la confianza en el consorcio de minas de mi familia. Estuve meses, años, intentando deshacer el daño que tú habías hecho en una sola noche. El estigma de las drogas es duradero y cuando aparecieron esas fotografías en la discoteca no pude defenderme.


Le dolía en el alma recordar que había intentado proteger instintivamente a Paula de los policías que entraron en tromba en la discoteca porque fue entonces cuando ella tuvo oportunidad de meter las drogas en su bolsillo. Pensó en las fotografías de ella en París mientras él estaba en Italia siendo acusado de un delito que no había cometido y siguió con tono amargo:


—Mientras tanto, tú seguías viviendo la vida loca. ¿Y después de todo eso crees que permitiría que tu nombre fuese asociado con el mío?


Ella palideció aún más, si eso era posible, revelando los genes que había heredado de su madre británica, una clásica rosa inglesa.


—Me asqueas —añadió.


Sus palabras le dolían como no deberían dolerle, pero algo la empujaba a insistir. Y lo hizo.  Sus ojos eran como oscuros y fríos zafiros, pensó. Tenía razón. Él era el único hombre en el mundo que no debería darle una segunda oportunidad y había sido una tonta al pensar que iba a escucharla. El ambiente en el despacho era glacial en comparación con el soleado día. Pedro Alfonso no iba a decir una palabra más. Ya había dicho todo lo que tenía que decir y solo quería torturarla. Hacerle saber cuánto la odiaba, como si ella tuviese alguna duda. Por fin, admitiendo la derrota, se dió la vuelta. No habría segunda oportunidad. Levantando la barbilla en un gesto orgulloso se dirigió a la puerta. No quería ver su expresión helada, como si ella fuese algo desagradable en la suela de su zapato. Cuando salió del despacho fue recibida por la igualmente fría mirada de la ayudante que, sin duda, conocía los planes de su jefe y la escoltó en silencio hasta la calle. La humillación era completa. 

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