lunes, 25 de marzo de 2024

Pasión: Capítulo 8

Y en lugar de darse la vuelta, disgustado por su arrogancia y su mala reputación, Pedro había sentido la sangre fluyendo por todo su cuerpo, excitándolo como nunca.


—Tendría que ser ciego para no mirarte. ¿Quieres una copa?


Ella había echado la melena hacia atrás y, durante un segundo, Pedro había creído ver un brillo curiosamente vulnerable en esos asombrosos ojos azules. Pero tenía que ser un truco de las luces porque luego susurró:


—Me encantaría.


Odiaba recordarlo, admitir que ella lo afectaba de ese modo. Habían pasado siete años y se sentía tan inflamado de rabia y deseo como esa noche. Era humillante. Le había dejado claro lo que pensaba de ella. La había despedido. Entonces, ¿Por qué no se sentía satisfecho? ¿Por qué experimentaba una incómoda sensación de… Haber dejado algo a medias? ¿Y por qué sentía cierta admiración al ver que no daba un paso atrás, al ver que levantaba orgullosamente la barbilla antes de irse? 



El hotel estaba a unas manzanas de la playa de Copacabana. Decir que era humilde era decir quedarse corto, pero estaba limpio, que era lo importante. Y era barato, lo cual también era importante, considerando que Paula vivía de sus pocos ahorros del año anterior. Se quitó la arrugada ropa de viaje y entró en la diminuta ducha, disfrutando del agua fresca. Se le encogió el estómago al imaginar la reacción de Pedro cuando supiera que no se había ido de Río, pero se armó de valor. Estaba en la cola para facturar el equipaje cuando su hermana la llamó por teléfono. Demasiado dolida como para admitir que volvía a casa tan pronto, y sintiendo de repente que Atenas no era su casa, había tomado la impulsiva decisión de contar una mentira y fingir que todo estaba bien. Aunque odiaba mentir, y mucho más a su hermana, no lamentaba haberlo hecho. Seguía furiosa con Pedro Afonso por cómo había jugado con ella antes de echarla de su despacho. Y, por eso, había salido del aeropuerto y había vuelto a la ciudad. Se lavó el pelo con más fuerza de la necesaria. No le gustaban las turbulentas emociones que experimentaba después de volver a verlo y no quería admitir que la había enfurecido como nadie. Lo suficiente como para cometer una imprudencia… cuando creía haber dejado todo eso atrás. Mientras salía del baño, envuelta en una toalla y con otra en la cabeza, dió un respingo al escuchar unos persistentes golpes en la puerta. Buscando algo que ponerse, Paula gritó a quien fuera que esperase un momento mientras se ponía unos vaqueros gastados y una camiseta. Se quitó la toalla y dejó que el pelo mojado cayera por su espalda y sus hombros. Cuando abrió la puerta fue como si hubiera recibido un golpe en el estómago. No podía respirar porque Pedro Alfonso estaba al otro lado, echando chispas, más enfadado que antes si eso era posible.


—¿Qué demonios hace aquí, Chaves? —le espetó.


Paula tragó saliva. 

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