miércoles, 24 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 70

No era la única mujer que admiraba su físico espectacular. Un montón de chicas se habían reunido para disfrutar del espectáculo, pero Paula tuvo un presagio cuando Pedro la miró. Había algo indescifrable en su rostro. Cuando llegó a su lado parecía diferente, como si se hubiera encerrado en sí mismo. Aunque hicieron el amor durante toda la noche, seguía notando algo raro en él, aunque no sabría decir qué era. Cuando despertó, Pedro se había ido y no volvió a verlo hasta esa tarde… Y entonces él la besó tan apasionadamente que la preocupación desapareció, remplazada por el deseo. Sabía que no estaba interesado en nada más y cada momento que pasaba con él la rompía por dentro. Especialmente cuando la miraba como si fuese una bomba de relojería. Sin embargo, la besaba como si le fuese la vida en ello. Estaba claro que era un conflicto para él. Había admitido que le resultaba difícil acostumbrarse a la idea de que no era quien él había creído, casi como si hubiera preferido que fuese la degenerada princesa acostumbrada a montar escándalos. Tenía que enfrentarse con la realidad, se dijo. Su confesión, aunque liberadora para ella, no había provocado ningún cambio en Pedro. Por supuesto que no. Para él, aquello solo era una aventura, una forma de saciar un deseo contenido durante años. Que eso hubiera llevado a una revelación para ella era lo único que tendría como consuelo cuando todo terminase. Y tendría que ser suficiente.


Cuando Pedro entró en el departamento era medianoche y se sentía más culpable que nunca. Sabía que Paula habría hecho la cena porque se lo había dicho por la mañana, cuando bajó un momento a su oficina. Una visita que, por cierto, había sorprendido a los empleados ya que no era habitual que pasara por allí. El departamento estaba silencioso, pero algo olía de maravilla en la cocina. Cuando abrió la nevera y vió el estofado se le encogió el corazón. Pensar que tal vez Paula no habría cenado porque él no estaba allí hizo que se sintiera como un canalla. Ni siquiera era consciente de que supiese cocinar hasta que le contó que había tomado unas clases en Atenas. Y tampoco sabía lo profundamente cautivado que estaba por ella hasta que la miró en la favela y entendió la enormidad de lo que estaba pasando. Había tenido que verla en contraste con aquel polvoriento telón de fondo… Paula Chaves, la princesa salvaje, tan cómoda en aquel sitio como si hubiera nacido allí. A pesar de su cabello rubio y su aspecto aristocrático. Al ver cómo la miraban los hombres había experimentado la misma emoción que lo había embargado en la playa. 

Pasión: Capítulo 69

Por fin se apartó para colocarse a su lado, jadeando, y cuando giró la cabeza lo encontró mirándola con una enigmática sonrisa en los labios.


—Me haces perder la cabeza… —admitió con voz ronca.


Paula hizo una mueca. La confesión no era muy consoladora porque daba la sensación de que a Pedro no le gustaba esa revelación. Pero luego volvió a besarla, haciendo que se olvidase de todo. Tenía demasiado miedo de enfrentarse con la sospecha de que se había enamorado de aquel hombre y ya no había forma de volver atrás.




Tres días después


—¿Señorita Chaves? El señor Alfonso me ha dicho que tiene un compromiso importante y que debería comer sin él.


—Ah, gracias —Paula colgó el teléfono y miró el estofado de pollo burbujeando en la olla.


Tenía un compromiso importante. ¿Qué significaba eso? Era absurdo sentirse decepcionada, pensó. Había comprado los ingredientes durante la hora del almuerzo y en cuanto salió de la oficina corrió a la casa para empezar a prepararlo. Pero en aquel momento se sentía ridícula porque… ¿No era un cliché? La mujer en casa haciendo la cena para su hombre y enfadándose porque él tenía un compromiso más importante.  Mortificada al preguntarse cuál habría sido la reacción de Pedro ante tan idílica escena doméstica perdió el apetito por completo. Suspirando, apartó la olla del fuego y dejó enfriar el estofado. Cuando estuvo lo bastante frío, lo guardó en la nevera, aunque le habría gustado tirarlo a la basura. Nerviosa, salió a la terraza. El maravilloso paisaje de Río la calmaba como Atenas nunca había podido hacerlo, aunque era su casa en ese momento.


—Maledizione —murmuró en italiano. 


Y luego maldijo a Pedro por hacer que se enamorase de él. El fin de semana había sido asombroso. Lo recordaba  besando el tatuaje en su hombro y diciendo en voz baja: «¿Sabes que las golondrinas representan la resurrección?» Ella había asentido con la cabeza, sintiéndose absurdamente emocionada al pensar que lo había entendido. Cuando despertaron el domingo, le había dicho que tenía que visitar una favela y ella insistió en ir con él. Había visto de primera mano su compromiso con la ciudad en el asombroso centro comunitario Alfonso, en el que se impartían clases de literatura, idiomas, negocios. Incluso había una guardería. Pedro intentaba ofrecer oportunidades a los más necesitados. Poco después lo encontró en medio de un grupo de hombres, haciendo capoeira, una forma brasileña de artes marciales. Se había quitado la camisa y su torso brillaba de sudor mientras ejecutaba ágiles y elegantes movimientos siguiendo el ritmo de un tambor. 

Pasión: Capítulo 68

Pedro detuvo el coche y la miró durante largo rato. Estaban como suspendidos en el tiempo, el silencio roto solo por el canto de algún pájaro. El hechizo se rompió cuando Pedro salió del coche, pero Paula dejó escapar un grito de sorpresa cuando la tomó en brazos para llevarla hacia la casa. Subió las escaleras de dos en dos hasta un enorme dormitorio y, por las ventanas abiertas, vió el Cristo Redentor iluminado sobre la ciudad. Todo era como un sueño y ella no quería analizar la importancia de lo que estaba pasando. Pedro la dejó en el suelo y desapareció en el baño para abrir el grifo de la ducha. Cuando salió empezó a quitarse la ropa hasta quedar desnudo, descaradamente masculino y orgulloso.


—Ven aquí.


Ella obedeció sin discutir y, después de quitarle el vestido, Pedro deshizo el lazo del bikini y dejó que cayera al suelo. Luego tiró hacia abajo de las bragas y Paula levantó los pies para librarse de la prenda. Así, desnuda, nunca se había sentido más femenina O más libre de las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. No habían desaparecido del todo, pero por el momento era suficiente. Pedro tomó su mano para llevarla a la ducha, acorralándola en el pequeño cubículo. Cuando se apoderó de su boca Paula abrió los ojos para ver su ardiente mirada. Estaba lista, húmeda para él, ansiosa al verlo tan excitado. Pedro la levantó y le pidió que enredase las piernas en su cintura, pero se detuvo de repente. Ella lo miró, sin aliento.


—¿Qué ocurre?


—No tengo ningún preservativo, cariño. Tenemos que salir de aquí.


Paula se sentía mareada mientras la sacaba de la ducha. Podía ver un gesto de dolor en su rostro por la interrupción, pero se alegraba de que mantuviese la cabeza fría porque ella estaba demasiado perdida como para pensar en preservativos. La dejó sobre la cama y sacó un preservativo de la mesilla. Mirándola a los ojos, rasgó el sobrecito y se lo puso con manos grandes y capaces. Se sentía totalmente lujuriosa mientras observaba esa demostración de virilidad. Y luego se colocó sobre ella mientras le preguntaba con voz ronca:


—¿Todo bien?


Paula asintió con la cabeza porque no podía hablar. Enredó las piernas en su cintura y Pedro empezó a empujar con fuerza, casi con furia, mirándola a los ojos, sin dejar que ella apartase la mirada.  El placer estalló en unos minutos. Estaba tan dispuesta… Era como si fuese lo más fácil del mundo, como si no fuera su primera vez con él. Ella mordió su hombro y un poderoso espasmo sacudió su cuerpo cuando él se liberó en su interior, empujando rítmicamente hasta que se hubo vaciado del todo. Cayó sobre ella, temblando de arriba abajo. Y Paula adoraba el peso de su cuerpo, el íntimo temblor de su miembro. 

Pasión: Capítulo 67

 —Créeme, cuando veas lo que la mayoría de las mujeres llevan en la playa te sentirás vestida —había bromeado él.


Y cuando llegaron a la playa, la reacción de Paula no había tenido precio. Con la boca abierta, los ojos como platos, observaba el desfile de cuerpos medios desnudos como si no lo creyera. Pedro se dió cuenta del interés que despertaba la pálida rubia y había tenido que fulminar con la mirada a varios hombres. El sol empezaba a esconderse y el público aplaudió mientras la bola roja desaparecía en el horizonte, a la izquierda de una de las montañas de Río. Paula se sentó y envolvió sus rodillas con los brazos, sonriendo.


—Me encanta que hagan eso.


Esa alegría por algo tan sencillo parecía burlarse de su cinismo. Y entonces Pedro se dió cuenta de que también él estaba disfrutando. Hacía tanto tiempo desde la última vez que se detuvo para apreciar una puesta de sol… Desde muy joven había estado tan decidido a contrarrestar el legado corrupto de su padre que apenas tenía tiempo para disfrutar de la vida. Elegía mujeres disponibles solo para pasar un buen rato, sin ataduras. Simplemente, sexo para aliviar la frustración. Nunca se había relajado al típico estilo carioca con una hermosa mujer a su lado. El sol se escondió del todo y cuando ella lo miró, lo único que podía ver era el pelo rubio mojado cayendo sobre sus hombros y rozando el nacimiento de sus pechos. Sus labios, como pétalos de rosa aplastados, parecían suplicar que la besase. Y el recelo en sus preciosos ojos azules solo servía para encender más su libido.


—Vámonos —dijo con sequedad.


Paula no podía haber malinterpretado el brillo carnal en sus ojos. Había estado mirándola así durante todo el día, como si no la hubiera visto antes. Y aquel día… Aquel día había sido como un sueño. Sentía un cosquilleo en la piel. No sabía si era el efecto de estar con Pedro o el resultado de ver a las chicas de Río abrazar libremente su sensualidad durante toda la tarde, pero en aquel momento estaba temblando de deseo.


—Sí —murmuró.


Se levantó y Pedro hizo lo propio, ofreciéndole el vestido que se había puesto esa mañana. Caminaron hasta el coche y cuando la tomó de la mano Paula apretó sus dedos. Llevaba una camisa abierta sobre el bañador y su corazón se encogió porque parecía más joven y más relajado que el hombre aterrador al que había conocido cuando llegó a Río. Cuando subieron al coche le preguntó:


—¿Vamos a tu departamento?


—No, a mi casa en Alto Gávea. Está más cerca.


El corazón de Paula se aceleró. A su casa. Hicieron el resto del camino en silencio, como si la conversación fuera superflua y no pudiese penetrar la espesa tensión sexual que había entre ellos. Aquella parte de Río, envuelta en bosque, le recordaba la selva y cuando llegaron a su casa se quedó sin aliento. Era un edificio colonial de dos plantas, con tejas de terracota y situado literalmente en medio del frondoso bosque de Tijuca. Era un sitio maravilloso. 

Pasión: Capítulo 66

 —¿Podemos quedarnos un rato más?


Pedro intentaba darle a todo una semblanza de normalidad cuando el día que habían pasado juntos era tan anormal para él que casi le daba miedo.


—Sí, claro —respondió. 


Aunque la sonrisa de Paula no lograba hacer que recuperase el equilibrio.


Solo había hecho falta un día explorando Río y un par de horas en la playa para que su piel adquiriese un luminoso brillo dorado. Su pelo parecía más rubio, casi blanco, los ojos azules destacando en la piel bronceada. Esa mañana habían tomado un tren por la selva hasta el Cristo Redentor en el Corcovado y Paula se había sentido cautivada. Frente a la barandilla, admirando el fabuloso panorama de Río, lo había mirado con un brillo de emoción casi infantil en los ojos.


—¿Podemos ir a la playa después?


Pedro intentó disimular su sorpresa. No quería ir de compras, quería conocer Río de verdad. Pero antes de ir a la playa fueron a almorzar a su café favorito.


—Entonces tu familia no te pasa dinero, ¿Verdad? —le preguntó.


De inmediato vió un brillo de indignación en los ojos azules. Pedro no lo hubiese creído antes, pero lo creía en ese momento y sentía algo oscuro y pesado en su interior. 


—Pues claro que no —respondió Paula—. Mi hermana y su marido pagaron el alquiler de mi apartamento en Atenas cuando por fin pude empezar a vivir sin adicciones, pero pienso devolverles el dinero en cuanto pueda. Por eso el trabajo es tan importante para mí.


Era algo normal que la gente recibiese dinero de su familia y, sin embargo, a ella le costaba admitirlo. Paula Chaves lo había tenido todo, o la gente creía que lo había tenido todo, y en ese momento no tenía nada. Había visto que se ruborizaba cuando la vió dejar limpio su plato de feijoada, un famoso estofado brasileño hecho con judías negras y carne de cerdo.


—Mi hermana es igual —le contó—. Cuando éramos pequeñas, nuestro padre solo nos permitía comer pequeñas porciones. Siempre teníamos hambre.


Esa revelación le hizo un nudo en la garganta. El abuso al que las había sometido ese canalla… Pedro sintió el deseo de apretar su mano, de enredar los dedos con los suyos para decirle que no estaba sola.


—Me encanta ver a una mujer que disfruta de la comida.


—Seguro que las mujeres con las que sales saben contenerse — dijo ella, apartando la mirada.


¿Estaba celosa? La sospecha tocó su ego masculino. Y ese ego despertó de nuevo cuando insistió en comprarle un bikini para que pudiese bañarse en la playa. Aunque los tres pequeños triángulos negros no ayudaban a contener su libido. Por suerte, el bañador que había comprado para él era lo bastante ancho como para disimular su reacción. Como si hubiera leído sus pensamientos, Paula intentó cubrir sus pechos con el sujetador del bikini, algo que solo sirvió para que la voluptuosa carne escapase por los lados. Pedro tuvo que contener un gemido. En la tienda le había dicho:


—No pienso ponerme eso, es indecente. 

lunes, 22 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 65

 —Delfina me salvó.


—Yo creo que te salvaste a tí misma en cuanto fuiste capaz de hacerlo.


Paula se encogió de hombros.


—Sí, supongo que sí —murmuró, probando el desayuno—. ¿Tu hermano se parece a tí? ¿También él está decidido a solucionar todos los males de este mundo?


Él suspiró pesadamente. 


—Federico es… Nuestra relación es complicada. Estuvo resentido contra mí durante mucho tiempo porque mi padre me lo dejó todo. Intenté darle la mitad cuando él murió, pero Max es demasiado orgulloso y se negó a aceptarlo.


Paula sacudió la cabeza, emocionada al saber que había sido tan generoso.


—¿Qué tal le ha ido en Italia?


—Él lo pasó mucho peor que yo. Mi madre era una persona muy inestable que iba de un hombre rico a otro cuando no estaba en una clínica de rehabilitación. Federico pasó de un internado suizo a vivir en las calles de Roma…


—¿En serio?


—Pero salió de la pobreza sin ayuda de nadie. No aceptaba nada de mí y, desde luego, no habría aceptado nada de mi padre. Solo años después, cuando ganó su primer millón, pudimos retomar nuestra relación.


Paula dejó el tenedor y el cuchillo sobre el plato. Pedro había demostrado ser intransigente e incapaz de perdonar cuando llegó a Río, pero en ese momento estaba viendo a un hombre diferente. Su pasado era casi tan complicado como el suyo y, sin embargo, no se había dejado contaminar por la corrupción de su padre o por las veleidades de su madre; veleidades que ella entendía muy bien. Considerando lo fácil que hubiera sido seguir viviendo en la niebla de las adicciones, sin tener que lidiar con la realidad, tal vez a ella no le había ido tan mal. Pedro estaba mirándola con una ceja enarcada, esperando respuesta a una pregunta que ella no había escuchado.


—Perdona, estaba perdida en mis pensamientos.


—Dijiste que querías conocer Río.


Paula asintió con la cabeza.


—Sí, claro.


Pedro no parecía tan arrogante como de costumbre y eso hizo que su corazón redoblase sus latidos. 


—Es sábado y me gustaría enseñarte mi ciudad.


A Paula se le encogió el estómago. Se sentía ridículamente tímida de nuevo. Algo burbujeaba dentro de ella… ¿Felicidad? Era una sensación tan extraña que la tomó por sorpresa.


—Eso me gustaría mucho. 





-¿Ya has tenido suficiente?


Paula murmuró algo ininteligible. Estaba tumbada en la playa de Ipanema, los últimos rayos del sol bañando su piel con su delicioso calor. Había muchas conversaciones a su alrededor, con la preciosa cadencia del portugués, gente riendo, charlando, las olas rozando la arena. Aquello era el paraíso. Cuando sintió el roce de los labios de Pedro, todo su cuerpo se orientó hacia él. Luego abrió los ojos, haciendo un esfuerzo, y su corazón dió un vuelco al ver cómo la miraba.

Pasión: Capítulo 64

Las dos habían sido manipuladas por su padre, la dos hacían el papel que les habían enseñado a interpretar. La buena chica y la mala. Todo tenía sentido a partir de ese momento y Pedro sabía que no había imaginado el brillo de vulnerabilidad en sus ojos la noche que la conoció… Un ruido a su espalda hizo que girase la cabeza. Paula estaba en la puerta de la cocina, despeinada y envuelta en un albornoz. Parecía vacilante, tímida y él tragó saliva. Todo lo que había creído sobre ella era mentira. Nervioso, apretó el cuenco que tenía en la mano y siguió batiendo los huevos.


—¿Tienes hambre?


—Me muero de hambre.


La voz ronca de Paula encendió su sangre una vez más, recordándole cómo había gritado su nombre en los momentos de pasión. Cómo había suplicado… Y lo que sentía con ella. Deus.


Paula entró en la cocina sintiéndose ridículamente tímida.


—¿Sabes cocinar?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Tengo un repertorio muy limitado. Hacer unos huevos revueltos es alta cocina para mí.


Paula se sentó en un taburete, intentando no derretirse ante una escena tan doméstica. Pedro, con unos vaqueros gastados, una camiseta, el cabello despeinado y sombra de barba, haciéndole el desayuno.


—¿Dónde aprendiste?


Pedro echó el beicon en la sartén, sin mirarla.


—Cuando mi madre se marchó, mi padre despidió al ama de llaves. Siempre le había parecido un gasto innecesario.


—¿Desde entonces cocinaba él?


Pedro negó con la cabeza. 


—Yo estaba en un internado fuera de Río, así que solo tenía que arreglármelas durante las vacaciones —respondió, haciendo una mueca—. Una de las amantes de mi padre se apiadó de mí cuando me encontró tomando cereales a la hora de la cena. Ella me enseñó lo más básico. Me caía bien, era una de las más simpáticas, pero se marchó.


—¿Fue ella la que te sedujo?


Pedro no pudo disimular una sonrisa.


—No.


Avergonzada por ese tonto ataque de celos, Paula le preguntó:


—¿Tu padre no volvió a casarse?


—No, nunca.


Pedro sirvió el café en dos tazas y le ofreció una.


—Aprendió la lección cuando mi madre se marchó llevándose una pequeña fortuna. Ella provenía de una familia rica, pero para entonces el dinero había desaparecido.


Paula hizo una mueca de dolor.


—No sé cómo habría sobrevivido si me hubieran separado de Delfina.


Pedro puso un plato de huevos revueltos y beicon frente a ella y la miró mientras se sentaba en el taburete.


—Se llevan bien, ¿No?


Ella asintió con la cabeza, pensando en su hermana y su familia.