lunes, 30 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 30

—Están en los establos. He pasado a verlos hace un momento y había un par de ellos despiertos, a lo mejor les apetece jugar.

—¡Sí! —exclamó Agustín.

Luciana le sonrió.

Fueron hasta el establo y Paula se sintió como si estuviese retrocediendo en el tiempo. Olía a paja, a cuero y a animales, y la mezcla le produjo una avalancha de recuerdos. Había ido con frecuencia al rancho a montar a caballo con Pedro, y los paseos siempre habían comenzado allí, en los establos, donde él le contaba cosas sobre los distintos tipos de monturas y cómo se utilizaban, y luego la enseñaba a ensillar a un caballo. Recordó de repente una tarde del mes de enero en la que había hecho mucho viento. Había ayudado a Pedro y a su padre mientras paría una yegua. Todavía recordaba lo mucho que la había sorprendido presenciar semejante milagro de la naturaleza. También se acordó de cómo se habían besado en los establos. Besos largos, intensos, que los dejaban a ambos con ansias de más… Pero eso era algo que prefería no recordar. Hizo un esfuerzo por volver a enterrar aquellos recuerdos y cerrarles la puerta para centrarse en sus hijos, en Luciana y en los cachorros. Esta saludó a la madre de los pequeños.

—Hola, Betsy, he vuelto. ¿Cómo está mi mejor chica? Te he traído a unos amigos para que entretengan a tus cachorros un rato.

El animal miró a Luciana con comprensión y casi con alivio. Y ella pensó que seguro que se le ponía la misma cara cuando sus hijos se dormían por las noches y ella podía sentarse un rato en el sofá.

—¿Seguro que no pasa nada? —preguntó Agustín sin entrar en la cuadra en la que estaban los animales.

—No pasa nada —le aseguró Luciana—. Te prometo que les encanta tener compañía.

Agustín entró y, tal y como Paula se había imaginado, Sofía se movió inquieta en sus brazos para que la dejase bajar también.

—Yo quiero —dijo.

—Por supuesto, cariño —le respondió Paula, dejándola en el suelo para que la niña entrase también con su hermano.

—Sientense  aquí y les traeré un cachorro a cada uno —les dijo Luciana, señalando un banco.

Tomó un cachorro regordete, de color blanco y negro, y lo dejó en el regazo de Agustín. Y luego fue a por otro para Sofía. Y Paula se dijo que ya tenía unos recuerdos nuevos y maravillosos para añadir a su colección de aquellos establos. Los niños estaban fascinados con los perritos.

—Gracias —le dijo ella a Luciana—. No pueden estar más contentos.

—Me temo que los cachorros están un poco sucios y no huelen muy bien. Todavía son pequeños para bañarlos.

—No pasa nada —le dijo Paula—. Siempre he pensado que los niños tienen que ensuciarse de vez en cuando, si no, yo no estaría haciéndolo bien.

—Yo pienso que lo estás haciendo muy bien —le aseguró Luciana—. Parecen unos niños estupendos.

—Gracias.

—No debe de ser fácil, sobre todo, ahora que estás tú sola.

A pesar de que Javier había querido mucho a los niños, ella había pasado gran parte del tiempo sola en Madrid. Él siempre estaba ocupado con el hotel y con sus amigos y, por supuesto, con sus otras mujeres. Paula se arrepentía de haber compartido aquello con Pedro, y no iba a hacerlo con su hermana.

Destino: Capítulo 29

Oyó un ruido y levantó la cabeza.

—Miren. Ahí vienen los perros.

Agustín se giró y vió a Luciana acercándose con tres perros a su lado. Sofía se puso tensa y se agarró con fuerza a su cuello. Agustín, por su parte, intentó salir corriendo hacia los animales, pero Paula lo sujetó del hombro.

—Espera hasta que Luciana te diga que puedes acercarte —le ordenó a su hijo.

—Puede acercarse —le aseguró Luciana.

La hermana de Pedro iba vestida con vaqueros y una camiseta amarilla, botas y un sombrero de cowboy. Les sonrió de manera cariñosa y Paula pensó que estaba muy guapa.

—El único peligro es que los maten a lametazos, o que les den algún golpe con el rabo.

Agustín se echó a reír y Luciana volvió a sonreír.

—Pero su madre tiene razón —añadió—. Nunca deben acercarse a un animal extraño sin que su dueño les dé permiso.

—¿Puedo acariciar a uno?

—Por supuesto. Ven, King.

Uno de los collies dio un paso al frente para que Agustín pudiese acariciarlo.

—Ha sido muy buena idea venir —admitió Laura sonriendo—. Muchas gracias por la invitación, Luciana.

—De nada, bienvenidos. Te aseguro que para mí también va a ser un divertido descanso de mis tareas del rancho. En primavera siempre hay mucho trabajo y llevo esperando esto toda la semana.

Hizo una pausa.

—Te tengo que decir que me alegro de que sigas queriendo tener relación con nuestra familia, después de cómo terminó todo con Pedro.

Paula no quería hablar de Pedro. Aquello era lo que le había preocupado cuando Luciana la había invitado a ir al rancho, que ambas estuviesen incómodas por culpa del pasado.

—De todas maneras, Pedro y yo nos llevamos bien —respondió—. Que las cosas no saliesen como habíamos pensado no significa que tenga que evitar a su familia. Siempre los quise. Lo único que siento es no haber seguido en contacto todos estos años. No hay ningún motivo por el que no podamos ser amigas ahora, salvo que a tí te incomode la situación.

—¡En absoluto! —exclamó Luciana.

Y Paula tuvo la impresión de que quería decirle algo más, pero Agustín la interrumpió:

—Me ha chupado. ¡Me ha hecho cosquillas!

Luciana sonrió al niño, que estaba rodeado por los tres perros e iba acariciándolos por turnos.

—Tenemos cachorros. ¿Quieres verlos? —le preguntó esta.

—¡Cachorros! —gritó Sofía, que seguía en brazos de Paula.

Agustín se agarró las manos, muy serio.

—¡Cachorros! Mamá, ¿Podemos ir a verlos?

—Por supuesto. ¿Por qué no? Lo que diga Luciana.

Destino: Capítulo 28

Pensó que era una idiota y una débil. Siempre lo había sido con él. Aunque hubiese tenido horas y horas de deberes, siempre lo había dejado todo cuando Pedro la había llamado para que lo ayudase con el español. Y lo peor era que, cuando se lo proponía, era peligrosamente encantador. Sería muy sencillo dejarse llevar por sus encantos y olvidarse de todos los motivos por los que debía resistirse a él. Pedro le había preguntado si podían ser amigos y ella no estaba segura. Quería creer que su corazón había cicatrizado las heridas del pasado, pero le preocupaba que no fuese así. Era una mujer dura y fuerte. ¿Acaso no había sobrevivido a un mal matrimonio y a la pérdida de un marido al que había intentado amar? Seguro que podía hablar de manera civilizada con Pedro cuando se encontrasen por Pine Gulch. ¿Qué había de malo en ello? Volver a ser su amiga no significaba que fuese a enamorarse locamente de él otra vez. Aunque su vida allí sería mucho más sencilla si no se pusiese nerviosa cada vez que lo viese.

Se apartó de la pared y se alisó la camisa. Aquello era ridículo. ¿Qué más daba que fuese débil cuando estaba cerca de él? Jamás tendría la oportunidad de poner a prueba su fuerza de voluntad con Pedro. Se rumoreaba que tenía muchas jovencitas esperándole en el Bandito. No se iba a molestar en conquistar a una viuda de treinta y un años con dos hijos, uno de ellos con una discapacidad. Ella ya no era la misma mujer que diez años antes. Había dado a luz a dos hijos y se notaba en su cuerpo. Siempre estaba despeinada y casi nunca tenía tiempo de maquillarse. Además, entre el hostal y los niños estaba constantemente estresada. ¿Por qué iba a interesarse por ella un hombre como Pedro, guapo y masculino? La idea la deprimió e hizo que volviese a sentirse como la niña desgarbada que se había enamorado del chico mayor, guapo y atlético, que había sido simpático con ella. No tendría que resistirse a Pedro Alfonso. Y lo mejor era que él la viese solo como a una madre desaliñada. No obstante, en el fondo una pequeña parte de ella deseaba tener que poner a prueba su fuerza de voluntad.


-Date prisa, mamá —le dijo Agustín, saltando de su silla en cuanto Paula apagó el motor—. ¡Quiero ver los perros!

Era sábado y acababan de llegar al rancho River Bow.

—¡Perros! —gritó Sofía también, intentando desatarse.

—Esperen los dos —les dijo ella sonriendo al verlos tan emocionados—. Cualquiera diría que no habéis visto nunca un perro.

—Yo sí que los he visto —dijo Agustín—, pero es que la señorita Alfonso dijo que tenía muchos perros. Y caballos. ¿De verdad puedo montarme en uno?

—Esa es la idea, pero habrá que ver cómo transcurre el día.

Prefería no prometer cosas que no podía controlar.

—Yo espero que podamos montar a caballo. Ojalá, ojalá —dijo Agustín, casi bailando alrededor del todoterreno que Paula había comprado con sus últimos ahorros al volver a Estados Unidos. Sonrió mientras ayudaba a Sofía a bajar.

—Te quiero —le dijo su hija.

El espontáneo gesto de cariño hizo que Paula se derritiese por dentro.

—Yo también te quiero, cariño. Más que a la luna, a las estrellas y al mar.

—Yo también —dijo Agustín.

Ella lo abrazó con el brazo que le quedaba libre.

—Los quiero a los dos. Soy la mamá más afortunada del mundo por tener dos hijos tan maravillosos.

Luego pensó que no podía ser una mala madre, educando a sus hijos con tanto amor.

Destino: Capítulo 27

A Pedro le entraron ganas de sonreír, pero tenía la sensación de que estaba en posición de cambiar las cosas en ese momento, y no podía desearlo más.

—Es probable. Mi familia también está de acuerdo, harían fila para llamarme de todo por cómo me porté contigo.

Paula estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo, y Pedro se preguntó qué tendría que hacer para sacarle una sonrisa de verdad.

—Sé que no puedo retroceder en el tiempo y cambiar las cosas —le dijo—, pero ¿Podemos al menos comportarnos de manera civilizada? También éramos buenos amigos antes de empezar a ser otra cosa. Y echo de menos eso.

Ella guardó silencio durante unos segundos y Pedro oyó los ruidos del viejo hostal: el crujir de un madero en algún sitio, la rama del árbol que había que podar y que golpeaba una ventana.

—Yo también lo echo de menos —admitió Paula en voz baja, como si estuviese confesando un vergonzoso secreto.

Pedro estudió sus facciones que tan bien había conocido en el pasado: los pómulos marcados, la pequeña nariz, aquellos ojos azules. Deseó besarla. Hundirse en ella y no volver a salir nunca. Pero consiguió controlarse y se alegró cuando Paula volvió a hablar en un susurro.

—No podemos volver atrás, Pedro.

—No, pero podemos avanzar. Es lo mejor, ¿No crees? Lo cierto es que ambos vivimos en la misma ciudad. En estos momentos, en la misma casa. No podemos evitarnos, pero eso no significa que tengamos que continuar con esta situación tan incómoda, ¿No? A mí me encantaría ver si podemos superarla. ¿Qué me dices?

Paula lo miró fijamente unos segundos, con cautela. Y por fin pareció tomar una decisión.

—Por supuesto. Podemos intentar volver a ser amigos —le respondió, esbozando una sonrisa.

En esa ocasión fue una sonrisa de verdad y a Pedro se le volvió a encoger el corazón al verla.

—Tengo que volver al trabajo. Luego te veo.

—Adiós, Paula.

Ella volvió a sonreír antes de salir corriendo de la habitación. Taft la vio marcharse y se sintió desconcertado. Se puso a trabajar consciente de que lo había invadido una extraña sensación de melancolía. Aquello era un avance, ¿No? La amistad era una buena manera de empezar, de hecho, había sido con una amistad como había empezado lo suyo. Tomó otra tabla del montón. Sabía por qué no estaba contento. Quería algo más que una amistad con Paula. Quería lo que habían tenido, las risas y la felicidad. «Poco a poco», se dijo a sí mismo. Podía empezar con una amistad y conseguir que aquello fuese creciendo, a ver cómo iban las cosas. Un poco de paciencia no hacía ningún mal de vez en cuando.

A Paula todavía le temblaban las manos cuando salió de la habitación y avanzó por el pasillo. Fue hacia la recepción, donde estaba la vieja escalera de caracol y las lámparas que debían de estar allí desde que había llegado la electricidad a Pine Gulch. Cuando estuvo segura de que Pedro ya no podía verla, se apoyó en la pared y se llevó una mano al estómago.

Destino: Capítulo 26

—Paula… —empezó, sin saber lo que iba a decirle.

Ella negó con la cabeza.

—Siento que mis hijos te hayan molestado. No permitiré que vuelva a ocurrir.

—Ya te he dicho que no me importa.

—Pero a mí, sí. No quiero que te tomen cariño, solo vas a estar en sus vidas unos días.

No hacía ni una semana que Pedro conocía a sus hijos, ¿Por qué se le encogió el corazón al pensar que no volvería a verlos? Incómodo con la reacción, la miró fijamente.

—Para no odiarme, lo finges bastante bien. Ni siquiera quieres que me acerque a tus hijos, como si fuese a contagiarles algo.

—Estás exagerando. Después de tanto tiempo, podría decirse que eres un extraño para mí. No te odio. No siento nada por tí. Menos que nada.

Pedro se acercó e inhaló el aroma de su champú.

—Mentirosa —susurró.

Ella se estremeció igual que habría hecho si le hubiese acariciado la mejilla. Fue a retroceder, pero se contuvo.

—Supéralo —le espetó—. Me rompiste el corazón, sí. Era joven y tonta, y me creí eso de que me querías y de que querías estar toda tu vida conmigo. Íbamos a prometer estar juntos en lo bueno y en lo malo, pero no quisiste compartir lo malo conmigo. Lo que hiciste fue empezar a beber y a pasarte el día en el Bandito, como si no ocurriese nada. Yo me quedé destrozada, es cierto. Pensé que no sobreviviría a tanto dolor.

—Lo siento.

Ella hizo un ademán, como si no tuviese importancia.

—Debería darte las gracias, Pedro. Si no me hubieses roto el corazón habría seguido siendo aquella chica tonta y débil y me habría convertido en una mujer tonta y débil. En vez de eso, me hice fuerte. Fui a vivir una aventura a Europa, donde maduré y aprendí que había más mundo aparte de Pine Gulch, y ahora tengo dos hijos maravillosos que lo demuestran.

—¿Por qué te rendiste tan pronto?

Ella apretó los labios, enfadada.

—Tienes razón. Tenía que haber seguido adelante con la boda y haber esperado a que tú decidieses sacar la cabeza del agujero en el que la habías metido. Aunque hubiese tenido que esperar diez años.

—Siento haberte hecho daño —le dijo Pedro, deseando de nuevo poder volver atrás y cambiarlo todo—. No sabes cómo lo siento.

—Llegas diez años tarde —replicó ella—, pero ya te he dicho que da igual.

—Ya lo veo, si no, no te erizarías como un puercoespín cada vez que estamos cerca.

—Yo no… —empezó ella, pero se calló.

—No te culpo por ello. Me porté fatal contigo. Soy el primero en admitirlo.

—El segundo —lo corrigió Paula.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 25

—La próxima vez átalos con una cadena —le sugirió él.

Mientras hablaba, se dió cuenta de lo mucho que deseaba tomarla entre sus brazos y absorber todas sus preocupaciones acerca de los niños y de cualquier otra cosa.

—Una gran idea, pero, por desgracia, ya lo he intentado. En media hora, Agustín descubrió cómo liberar a su hermana levantándola y le dijo cómo tenía que hacer para desencadenarlo. Lo que tengo que hacer es no quitarles ojo ni un segundo. Intentaré que no se interpongan en tu camino.

—Ya te he dicho que a mí no me molestan. Son unos niños estupendos —le aseguró él con toda sinceridad, aunque no tenía mucha experiencia con niños, solo trataba con su sobrina, Abril, la hija de Federico.

—Sí, son estupendos —respondió Paula.

—Este Agustín es un niño con mucha curiosidad, lleno de preguntas.

Ella suspiró y se metió un mechón de pelo detrás de la delicada oreja. Siempre le había encantado que la besase en el cuello, justo allí, recordó Pedro. Y luego notó calor y deseó no haberlo recordado.

—Sí, conozco la técnica interrogativa de mi hijo —dijo Paula, ajena a su reacción—. Lleva seis años perfeccionándola.

—No me importa que me haga preguntas. David y yo también éramos así de niños. Mi madre solía decir que, entre los dos, no dábamos tiempo ni a respirar de las preguntas que hacíamos.

Paula pasó los dedos por el marco de madera y Pedro recordó cómo solía hacer lo mismo por su vientre…

—Sí, recuerdo alguna historia de las que me contaba tu madre acerca de David y de tí, que siempre se metían en líos. Si te soy sincera, ahora la comprendo. No me puedo imaginar con dos Agus.

Pedro apartó la mente de aquellos incómodos recuerdos e intentó pensar de manera racional.

—Es un buen chico. Es solo que tiene mucha energía. Y Sofía es una rompecorazones.

Paula apartó la mano de la madera y su expresión se tornó repentinamente fría.

—No se te ocurra compadecerte de ella.

—¿Por qué iba a hacer eso? —preguntó él sorprendido.

—Por su síndrome de Down. Mucha gente lo hace.

—Pues no deberías perder el tiempo con esa gente. Con síndrome de Down o no, es la cosa más dulce que he visto jamás. Tendrías que haberla visto trabajando con la pulidora, toda seria y decidida, mordiéndose el labio, concentrada… igual que hacías tú cuando estabas estudiando.

—No.

Pedro parpadeó, sorprendido por su tono de voz.

—¿No qué?

—Que no intentes cautivarme haciéndote el dulce y el preocupado. Tal vez te funcione con las rubias del Bandito, pero yo no soy tan tonta.

Pedro se preguntó de dónde había salido aquello.

—¿Estás de broma? Eres la persona más inteligente que conozco. Jamás pensaría que eres tonta.

—Pues ya somos dos —murmuró ella, y luego se arrepintió de haberlo dicho.

Él deseó volver diez años atrás en el tiempo y hacer las cosas bien. La había hecho daño al no compartir con ella su dolor. Pero también era cierto que Paula le había hecho daño a él. Si le hubiese dado algo más de tiempo y hubiese confiado en que superaría el golpe, todo habría salido bien, pero se había marchado a España y había conocido al idiota de su marido, con el que había tenido dos hijos preciosos.

Desafío: Capítulo 24

La niña se puso los cascos y empezó a cantar en voz alta.

—Vaya, qué divertido —dijo Paula, quitándoselos y dándoselos a Pedro.

Sus manos se rozaron y se dieron calambre. Paula apartó las manos rápidamente y no lo miró a los ojos.

—No deberían estar aquí molestando al jefe de bomberos Alfonso. Les dije que se mantuvieran alejados cuando estuviese trabajando.

Eso lo molestó. ¿Acaso no confiaba en él? Era el jefe de bomberos de Pine Gulch. Su trabajo consistía en velar por la seguridad pública.

—Ha sido divertido —comentó Agustín—. Primero he utilizado la lijadora yo. Toca mi madera, mamá.

Paula tuvo que hacer caso al niño.

—Buen trabajo, pero espero que la próxima vez me obedezcan y no molesten al jefe Alfonso cuando esté trabajando.

—No me han molestado —dijo Pedro—. Son buena compañía.

—Estás ocupado y no quiero que te entorpezcan.

—¿Y si no lo hacen?

Paula no parecía convencida.

—Vengan, niños. Den las gracias al jefe Alfonso por haberlos dejado una herramienta peligrosa y prometanle que jamás la tocarán solos.

—Lo prometemos —aseguró Agustín muy serio.

—Lo prometemos —repitió su hermana.

—Gracias por enseñarme a utilizar la lijadora —le dijo Agustín a Pedro—. Necesito una.

Pedro vió avecinarse otro desastre, pero como el niño no era responsabilidad suya, dejó que su madre se ocupase de él.

—Gracias por su ayuda —les dijo él—. No podría haber terminado el trabajo sin ustedes.

—¿Podré ayudarte otra vez? —preguntó el pequeño entusiasmado.

Paula se puso tensa y Pedro supo que estaba deseando decirle al niño que no. Eso lo molestó. Deseó llevarle la contraria, pero supo que no debía hacerlo. En vez de eso, dijo:

—Ya veremos.

—Ahora que han estado jugando un rato con herramientas eléctricas, quiero que vayan derechos a recepción, con la abuela. Derechos, ¿Eh, Agus?

—Pero si nos estábamos divirtiendo —protestó el niño.

—El jefe Alfonso está intentando trabajar. No está aquí para hacer de niñera.

—Yo no necesito niñera —dijo Agustín.

Pedro vió cómo Paula contenía una sonrisa.

—Ya lo sé, hijo. Es solo una manera de hablar. En cualquier caso, quiero que lleves a tu hermana a recepción, con la abuela.

Muy a su pesar, Agustín tomó a su hermana pequeña de la mano y salió por la puerta, dejando a Paula a solas con él. A pesar de saber que no estaba contenta, Pedro se alegró en parte de volverla a ver. Era ridículo y lo sabía, pero no podía evitarlo. ¿Cómo se le había podido olvidar la felicidad que sentía en el pecho siempre que volvía a verla después de cualquier ausencia, fuese cual fuese su duración? Estaba preciosa incluso con el pelo recogido en una coleta, una camisa ancha y vaqueros desgastados. Y Pedro deseó quedarse simplemente donde estaba y disfrutar de su presencia. Pero, tal y como se había imaginado, Paula no le dió la oportunidad.

—Siento lo de los niños —le dijo muy tensa—. Pensé que estaban viendo Bob Esponja en la habitación número doce mientras yo limpiaba el cuarto de baño. Cuando he salido me he dado cuenta de que no estaban allí, cosa que, por desgracia, es bastante frecuente con mis hijos.

Destino: Capítulo 23

—¿Y cómo funciona el aparato de lijar?

—La correa tiene una lija. ¿Ves? Como es muy áspera, cuando frotas la madera con ella la alisa.

—¿Y se pueden lijar más cosas, además de madera? — preguntó Agustín.

Pedro se echó a reír ante semejante interrogatorio.

—Es probable, pero esta lijadora es para madera. Podría estropear otras cosas. La mayoría de las herramientas sirven para algo en concreto y si las utilizas para otra cosa, puedes causar problemas.

—Yo —dijo Sofía en voz muy alta, todavía con los cascos puestos—. Ahora me toca a mí.

—Está bien, está bien. No hace falta que grites —le dijo su hermano, poniendo los ojos en blanco.

Y así fue como los dos niños le robaron el corazón, en parte porque eran los hijos de Paula, pero, sobre todo, porque eran encantadores.

—¿Puedo? —preguntó la niña, todavía en voz muy alta.

Él le levantó uno de los cascos para que lo oyese.

—Por supuesto, cariño. Tengo que lijar otra plancha. Ven.

A Agustín no le hizo gracia, pero retrocedió para dejarle sitio a su hermana. Pedro tuvo todavía más cuidado con la niña. Cuando terminaron, le quitó los cascos.

—Muy bien, ahora, como le he dicho a tu hermano, vamos a hacer lo más importante. Necesito que soples el serrín.

La niña sopló con todas sus fuerzas y Pedro la ayudó.

—Muy bien. Ahora, toca la madera.

—Oh. Está suave —dijo la niña sonriendo de oreja a oreja.

Él le estaba devolviendo la sonrisa cuando oyó que los llamaban.

—¿Agus? ¿Sofi? ¿Dónde están?

La voz de Paula procedía del pasillo, parecía preocupada y un poco ronca, como si llevase un rato buscándolos. Los dos niños se miraron como si fuesen conscientes de que habían hecho algo mal.

—Es mamá —comentó Agustín.

—Sí, ya la he oído.

—¿Agus? ¿Sofi? Vengan aquí ahora mismo.

—Están aquí —dijo Pedro en voz alta, aunque no tenía ganas de problemas.

Pensó en el encuentro que habían tenido varios días antes, cuando la había visto trabajando en el jardín. La vió entrar en la habitación con cara de preocupación.

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué no me respondían? He estado buscándolos por todo el hostal.

Pedro decidió ayudar a los niños.

—Me temo que ha sido culpa mía. Teníamos la lijadora encendida. Por eso no te hemos oído.

—Mira, mamá. Está suave —le dijo la niña, levantando el trozo de madera que había lijado con Pedro—. ¡Toca!

Paula se acercó con cautela. Pedro notó que lo invadía su aroma a flores, a primavera. Ella pasó la mano por la madera, igual que había hecho su hija.

—Vaya. Es estupendo.

—Lo he hecho yo —le contó Sofía.

Paula arqueó una ceja y miró a Pedro con desaprobación durante unos segundos antes de volverse hacia su hija y cambiar la expresión por una de interés.

—¿De verdad? ¿Con la lijadora y todo?

—He pensado que lo próximo que les enseñaré a utilizar será la sierra mecánica —dijo él—. En serio, ¿Qué es lo peor que podía haberles pasado?

Ella frunció el ceño y lo miró como si no supiese si hablaba en serio o en broma. Pedro se preguntó qué había pasado con su sentido del humor.

—Es una broma —le dijo—. Los he ayudado yo todo el tiempo. Sofía se ha protegido incluso los oídos, ¿Verdad? Enséñaselo a mamá.

Destino: Capítulo 22

—Quieres mucho a tu hermana, ¿Verdad?

—Es mi hermana —respondió el niño, encogiéndose de hombros, como si no tuviese seis años, sino más—. Tengo que cuidar de ella y de mamá ahora que papá no está.

Pedro deseó abrazarlo y notó que se le hacía un nudo en la garganta. Pensó en su propio sufrimiento con la muerte de sus padres. Por aquel entonces, él había tenido veinticuatro años. Agustín era solo un niño y ya había perdido a su padre, pero parecía estar llevándolo con bastante estoicismo.

—Apuesto a que lo estás haciendo muy bien, lo de protegerlas a las dos.

—A veces. Otras no, como el día del fuego.

—Ya dijimos que eso había sido un accidente, ¿No? Ya ha pasado y no vas a volverlo a hacer. Te voy a dar un consejo: no te preocupes por errores del pasado, sigue adelante y hazlo mejor la próxima vez.

Agustín lo miró como si no lo entendiese del todo y Pedro se dió cuenta de que era demasiado pequeño.

—¿Quieres probar la lijadora? —le preguntó.

A Agustín se le iluminó la mirada.

—¿De verdad? ¿Puedo?

—Por supuesto. Todos los hombres tenemos que saber utilizar una lijadora.

Antes de empezar a enseñarle, Pedro se acercó a Sofía, que se había sentado en el suelo y estaba pasando el dedo por el serrín que todavía no le había dado tiempo a barrer. Como ya estaba manchada, decidió que la dejaría allí y la limpiaría cuando hubiesen terminado. Le levantó un casco de la oreja y le dijo:

—Sofía, vamos a encender la lijadora, ¿De acuerdo?

—Ruido.

—Con esto no te va a molestar. Te lo prometo.

La niña frunció el ceño, pero luego asintió y se puso otra vez a jugar con el serrín. Pedro se sintió abrumado por su confianza. No podía defraudarla. Encendió la lijadora y vió a Sofía levantar la cabeza y mirarlos con sorpresa. Se apartó un casco para ver cómo era el ruido sin él y volvió a ponérselo rápidamente. Esperó un minuto y repitió la operación, maravillada. Pedro se echó a reír y fue hacia Agustín, que lo estaba esperando.

—De acuerdo, aquí lo más importante es no lijarse los dedos. No creo que a tu madre le hiciera ninguna gracia.

—No —le aseguró Agustín muy serio.

Pedro tuvo que contener una sonrisa.

—En ese caso, tendremos que tener cuidado. Siempre se enciende la lijadora antes de ponerla en contacto con la madera, para no hacer agujeros. Aquí está el botón. Ahora pon tus manos encima de las mías y lo haremos juntos. Eso es.

Durante los siguientes minutos, trabajaron el trozo de madera hasta que quedó bien pulido. Siempre prefería terminar de lijar a mano, pero la lijadora mecánica era muy útil y rápida con las superficies grandes. Cuando terminaron, apagó el aparato y lo dejó a un lado. Después, volvió hasta donde estaban la madera y el niño.

—Muy bien, ahora la segunda cosa más importante, después de no lijarte los dedos. Hay que soplar el serrín. Así.

Sopló para hacerle una demostración al niño y luego le dio la tabla para que lo hiciese él. Agustín sopló como el lobo feroz del cuento de los tres cerditos.

—Perfecto —le dijo Pedro sonriendo—. Mira lo suave que ha quedado.

Agustín pasó el dedo por la madera.

—¡Vaya! ¿Eso lo he hecho yo?

—Por supuesto. Buen trabajo. Ahora, siempre que vengas a esta habitación y mires por la ventana te acordarás de que me ayudaste a hacer el marco.

—¡Genial! ¿Por qué hay que lijar la madera?

—Porque queda más bonita cuando está suave y queda mejor pintada o barnizada.

Destino: Capítulo 21

—Te agradezco la invitación, pero estoy segura de que lo último que necesitan es que les demos más trabajo.

—De eso nada —respondió Luciana—. Tienes unos hijos adorables y yo estoy encantada de que hayas vuelto a la ciudad. Si te digo la verdad, estoy desesperada por hablar con una mujer. Y de temas que no tengan nada que ver con el ganado.

Paula supo que debía rechazar la invitación, pero ella también necesitaba una amiga y sabía que a Agustín y a Sofía les encantaría ir a montar a caballo y a jugar con los perros, así que accedió.

—De acuerdo. Iremos el fin de semana. Gracias.

—Te llamaré el miércoles o el jueves para concretar. ¡Qué bien! —dijo Luciana sonriendo de oreja a oreja.

Luego se subió a su camioneta y se marchó. Y Paula se quedó mucho más contenta que cuando había visto marcharse a su hermano mayor.




 Pedro tenía compañía. El runruneo de la lijadora no tapó las risas y los ruidos de la puerta. Intentó concentrarse en el marco en el que estaba trabajando mientras miraba de reojo hacia la puerta, donde varias cabezas se asomaban y se volvían a esconder. No quería bajar la guardia, con tantas máquinas por allí. Podía imaginarse la charla que le echaría Paula si alguno de sus hijos se hacía daño. Seguro que lo acusaba de haber permitido que su hijo mayor se cortase un dedo. El juego del escondite duró un par de minutos más, hasta que apagó la lijadora. Pasó un dedo por la madera para asegurarse de que estaba pulida y levantó el marco para comprobar que encajaba en el hueco de la ventana, todo con un ojo puesto en la puerta.

—Venga —susurró una voz.

Luego oyó risas y poco después vió a la hija de Paula. Sofía. Era una niña adorable, con la piel morena, el pelo negro y rizado y los grandes ojos azules de Paula.

—Hola —murmuró la niña, sonriendo con timidez.

—Hola, señorita —respondió él.

—¿Qué haces?

—Voy a poner madera nueva alrededor de esta ventana. ¿Ves? —le contó, levantando el marco que iba a colocar antes de volver a la mesa de trabajo.

—¿Por qué?

Pedro miró hacia la puerta, donde se había asomado el niño y se había vuelto a esconder.

—La madera vieja estaba estropeada. Esta va a quedar mucho más bonita. Como el resto de la habitación.

Agustín volvió a asomarse y, en esa ocasión, Pedro le sonrió. El niño entró también en la habitación.

—Hace ruido —dijo Sofía, señalando la lijadora.

—Sí, pero tengo una cosa para taparte los oídos si quieres.

La niña asintió vigorosamente, así que Pedro fue a por sus cascos, que estaban encima de la caja de herramientas. A la niña le quedaban enormes. Se los intentó adaptar, pero siguieron quedándole muy grandes. Sofía sonrió encantada y él se echó a reír.

—Estás muy guapa.

—Ya —respondió ella, acercándose al espejo que había detrás de la puerta del cuarto de baño y mirándose como si llevase puesta una diadema de diamantes.

Pedro pensó que era una rompecorazones.

—¿Me dejas otros a mí? —preguntó Agustín sin atreverse a entrar del todo en la habitación.

—Me temo que solo tengo esos. No esperaba compañía. Lo siento. La próxima vez traeré otros. Aunque es probable que tenga unos tapones normales en la caja de herramientas.

Agustín se encogió de hombros.

—Da igual. No me molesta el ruido. A Sofía le asusta el ruido, pero a mí, no.

—¿Por qué le asusta el ruido a Sofía?

La niña estaba andando por la habitación, canturreando en voz alta, al parecer, intentando oírse a sí misma a pesar de los cascos. Agustín no le quitaba ojo. Su actitud era protectora.

—No sé, le asusta. Mamá dice que porque tiene tantas cosas en la cabeza que a veces se le olvida que está con nosotros y los ruidos altos la sobresaltan. O algo así.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 20

—Ahora no podemos tener un perro, Agus.

Paula intentó quitarle la idea de la cabeza antes de que se hiciese ilusiones.

—Ya hemos hablado de esto antes. Todavía estamos instalándonos en Pine Gulch y mientras estemos viviendo con la abuela en el hostal no podremos tener perro.

El niño hizo un puchero y a Paula le recordó a su padre cuando no se salía con la suya.

—Siempre dices lo mismo. Y yo quiero un perro.

—Lo sé, Agustín, pero no vamos a tener un perro ahora. Tal vez dentro de un año, cuando las cosas estén un poco más tranquilas.

—¡Pero yo quiero un perro ahora!

—Lo siento —dijo Luciana—, pero me temo que Sue no sería feliz aquí. Es una perra a la que le gusta ocuparse del ganado. Y tú no eres un buey, ¿Verdad? No tienes cuernos.

El niño puso los ojos en blanco.

—Claro que no soy un buey —respondió—. ¿Qué es un buey?

Luciana se echó a reír.

—Es el macho de la vaca.

—Pensé que eso era el toro.

—Y tienes razón —le dijo su madre—. Hay dos clases de machos bovinos, el toro y el buey.

—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó el niño.

—Que los bueyes son sopranos —respondió Luciana—. Ahora, tengo que marcharme con mis toros y mis bueyes de River Bow. Gracias por el delicioso desayuno. La próxima vez me toca invitar a mí.

—Agus, ayuden a la abuela a recoger la mesa mientras acompaño a Luciana. Yo fregaré en cuanto vuelva.

Alejandra les preguntó a los niños si querían ir un rato al parque más tarde, y ambos se quedaron entretenidos con su abuela.

—Siento el interrogatorio —le dijo Paula a Luciana mientras iban al coche.

—Los niños son así. Mi sobrina tiene casi diez años y todavía piensa que deberían nombrarla reina del universo. No pretendía empezar una discusión al hablar de perros.

—No te preocupes, llevamos tres años hablando del mismo tema. Su mejor amigo de Madrid tenía perro y Agus también quería uno, pero mi marido no estaba de acuerdo. Así que cuando este murió el niño empezó a decir que ya no había motivo para no comprar un perro.

—Puedes traer a los niños al rancho para que jueguen con mis perros. Y a lo mejor también les apetece dar un paseo a caballo. Tenemos unos ponis que serían perfectos para ellos.

—Suena divertido. Seguro que querrán ir.

Paula pensó que Luciana hacía el ofrecimiento por educación, pero esta continuó:

—¿Por qué no venís el próximo fin de semana? Estoy segura de que a Federico le encantará verlos.

Federico era el hermano de Pedro con el que menos relación había tenido Paula. Por la época en la que ella se había comprometido con Pedro, Federico no se había llevado bien con sus padres, por lo que había ido poco por River Bow. Las pocas veces que lo había visto le había parecido muy serio. No obstante, siempre había sido agradable con ella, todo lo contrario que su ex mujer, que había sido antipática con casi todo el mundo en el rancho.

Destino: Capítulo 19

Por suerte, los niños se portaron estupendamente y fueron encantadores con Luciana durante el desayuno. En cuanto se enteró de que vivía en un rancho, Agustín se puso a hacerle preguntas acerca de vaqueros y caballos. Paula pensó que tendría que hablar con él y contarle que la vida real no tenía nada que ver con las películas que había visto del Oeste. Al parecer, Sofía había decidido que podía confiar en Luciana, algo insólito en ella. Se había sentado a su lado, se había pasado todo el desayuno sonriéndole y había compartido con ella la mitad de la naranja que Paula le había pelado.

—Gracias, cariño —le había dicho Luciana.

Paula no podía evitar que se le hiciese un nudo en el estómago siempre que alguien interactuaba con Sofía. Le preocupaba que su hija fuese aceptada. Suponía que eso se debía a la reacción que Javier había tenido nada más nacer la niña, cuando los médicos les habían dicho que Sofía parecía tener ciertos rasgos de síndrome de Down y que iban a hacerle unas pruebas genéticas para comprobarlo. Su marido no había querido admitirlo durante mucho tiempo y había fingido que todo era normal. No había podido creer que no tuviese una hija perfecta. Cuando los resultados de las pruebas habían revelado lo que Paula ya sabía, Javier se había negado a hablar de ello. Lo cierto era que, aun así, la había querido mucho. Paula no podía decir lo contrario. En ocasiones, había sido el único que había podido tranquilizarla de bebé y siempre había sido muy bueno con ella. Sofía no terminaba de comprender que su padre hubiese muerto. Algunos días, todavía preguntaba por él una y otra vez. Durante esos momentos, tenía que contener la ira que sentía contra su difunto marido. Sus hijos lo necesitaban y él no estaba allí. Además de la ira y del dolor, también sentía cierta culpabilidad. Pensaba que tenía que haber intentado abrirle más su corazón, amarlo de verdad, para que Javier no hubiese necesitado estar con otras mujeres. Estaba haciendo todo lo que podía por sus hijos, por eso había vuelto a casa, para intentar darles un hogar y una estabilidad.

—Ha sido divertido —comentó Luciana, haciendo que saliese de sus pensamientos—. Muchas gracias por haberme invitado, pero ahora tengo que volver al rancho. Hoy viene un posible comprador a ver uno de los collies que he estado adiestrando.

—¿Vas a vender a tu perro? —preguntó Agustín horrorizado.

—En realidad, Sue no es mi perro —le explicó Luciana sonriendo—. La recogí cuando era un cachorro y he estado adiestrándola para que ayude en otro rancho. Tengo muchos perros en el River Bow.

Agustín, al parecer, no entendía el concepto de criar y adiestrar perros.

—¿Y no te pone triste dar a tu perro?

Luciana tardó un par de segundos en sonreír.

—Sí, un poco. Es una buena perra y la voy a echar de menos, pero te prometo que me aseguraré de vendérsela a alguien que vaya a darle un buen hogar.

—Nosotros tenemos un buen hogar, ¿Verdad, abuela? —le dijo Agustín a Alejandra.

Esta sonrió.

—Sí, claro que sí, hijo.

Destino: Capítulo 18

Cada uno de los hijos había reaccionado de una manera diferente. Federico se había volcado en el rancho y en cuidar de sus hermanos pequeños. Trace se había vuelto todavía más serio. Luciana se había encerrado en sí misma. Y Pedro había intentado ocultar sus emociones y fingir que todo iba bien a pesar de estar destrozado por dentro.

—Estoy buscando a Pedro —le dijo Luciana—. Tenía que ir a comprar pienso y he pensado que a lo mejor quería desayunar conmigo en The Gulch.

A Paula le encantaba The Gulch, era su cafetería favorita de la ciudad y todavía no había ido desde su vuelta. Pensó que tenía que llevar a los niños a desayunar allí un día.

—Pedro no está, lo siento. Se ha marchado hace una media hora. Creo que iba al parque de bomberos. Ha dicho que terminaba de trabajar a las seis.

—Ah. De acuerdo. Gracias —respondió Luciana, quedándose pensativa un instante—. ¿Supongo que no te apetecerá a tí venir a desayunar conmigo?

Paula miró a la otra mujer, conmovida por la invitación y sorprendida al mismo tiempo. Se preguntó si Pedro no le habría contado a su familia que había sido ella la que había cancelado la boda. Estaba casi segura de que no lo había hecho, si no, Luciana no habría sido tan simpática con ella. Los Alfonso eran como una piña. Esa había sido una de las cosas más difíciles de la ruptura. Romper con Pedro no solo había significado perder todos los sueños que había tenido, sino también a la gran familia que siempre había deseado tener, ya que había sido la hija única de unos padres mayores y demasiado centrados en ellos mismos y en su trabajo. Por un momento, se sintió tentada a ir a desayunar con Luciana. Se le hizo la boca agua solamente de pensar en los bollitos recién hechos de Lou Archuleta. Además, tenía ganas de ponerse al día con la hermana de Pedro, pero antes de que le diese tiempo a responder, sus hijos salieron corriendo de casa.

—¡Mamá! La abuela ha hecho pasteles. Riquísimos —gritó Sofía.

—Tortitas, no pasteles —la corrigió Agustín—. No se desayunan pasteles, Sofi. Mamá, ha dicho la abuela que entres a lavarte. ¡Date prisa! La abuela va a dejarme dar la vuelta a una tortita.

—Ah.

Luciana sonrió a los niños.

—Lu, estos son mis hijos, Sofía y Agustín. Niños, esta es mi amiga Luciana. Es la hermana del jefe de bomberos Alfonso.

—Me gusta el jefe Alfonso —declaró Agustín—. Me ha dicho que me detendrá si provoco otro incendio. ¿Tú crees que lo hará?

Luciana asintió muy seria.

—Todo lo que dice mi hermano, lo dice de verdad. Debes tener mucho cuidado para no provocar ningún incendio.

—Lo sé. Lo sé. Ya me lo han dicho un millón de veces. Mamá, ¿Puedo volver a ayudar a la abuela con las tortitas?

Paula asintió y Agustín volvió corriendo a la casa con su hermana a la zaga.

—Son preciosos, Pau. De verdad.

—Gracias —respondió ella sonriendo.

Le pareció ver envidia en los ojos de la otra mujer, y se preguntó por qué Luciana no habría formado una familia. ¿Seguiría teniendo miedo? Sin pensarlo, señaló hacia la casa.

—¿Por qué no te quedas a desayunar aquí? Estoy segura de que a mi madre no le importará poner un plato más.

Luciana la miró sorprendida.

—No, no puedo.

—¿Por qué no? Las tortitas de mi madre son deliciosas. De hecho, dentro de una semana empezaremos a ofrecer desayunos a nuestros huéspedes. La idea es empezar con algunas de las especialidades de mamá, como tortitas y tostadas francesas, pero también vamos a ofrecer otros productos locales. Ya he hablado con el Java Hut para que nos traigan su café y con los Archuleta para dar a probar sus pasteles.

—Qué buena idea.

—Tú puedes ser nuestro conejillo de Indias. Entra y desayuna con nosotros. Estoy segura de que mi madre se alegrará de tener compañía.

Ella se alegraba. Echaba de menos tener una amiga. Su mejor amiga del instituto se había mudado a Texas con su marido y Paula no había tenido la oportunidad de hacer amistad con nadie más. A pesar de que se escribía con sus amigos de Madrid, no era lo mismo que tomarse un café y unas tortitas con alguien a quien conocía desde hacía tanto tiempo.

—Encantada —exclamó Luciana—. Gracias, seguro que Pedro encuentra con quién desayunar.

A juzgar por los rumores que Paula había oído, estaba segura de que Pedro tendría compañía.

Destino: Capítulo 17

El día de su veintiún cumpleaños, le había pedido que se casase con él. A pesar de que ambos eran demasiado jóvenes, Paula no podía imaginarse un futuro sin Pedro y le había dicho que sí. Echaba de menos aquella época y el cosquilleo que había sentido en el estómago cada vez que la había besado.

Suspiró y se dió cuenta sorprendida de que mientras recordaba todo aquello había plantado toda la parte delantera del hostal de flores. Seguro que su madre estaba deseando que entrase a ocuparse de los niños. Así que se puso en pie, se estiró y se estaba frotando la dolorida espalda cuando oyó el motor de una camioneta a su lado. Deseó que no se tratase de Pedro, ya que todavía no estaba preparada para volver a verlo. Cuando se giró, vió a una mujer bajando de la camioneta y reconoció a su hermana pequeña, Luciana Alfonso.

—¡Hola, Paula! ¿Te acuerdas de mí? Soy Luciana.

—Por supuesto que me acuerdo de tí —exclamó ella.

Luciana se acercó con los brazos abiertos y Paula se quitó los guantes antes de abrazarla.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

A pesar de llevarse seis años, habían sido buenas amigas y a Paula siempre le había gustado la idea de tener a Luciana de hermana cuando se casase con Pedro. Antes de la muerte de sus padres, Luciana había sido una adolescente divertida y simpática, segura de sí misma y mimada por sus tres hermanos mayores, pero todo había cambiado después de que presenciase el asesinato de sus padres.

—Estoy bien —respondió Luciana.

Paula esperaba que fuese cierto. Los meses siguientes a la muerte de sus padres habían sido muy duros para ella, que, durante semanas, se había negado a salir del rancho familiar y había insistido en estar siempre acompañada por uno de sus hermanos. Luciana y su dolor habían sido otro de los motivos por los que Paula había intentado convencer a Pedro de posponer su boda, que estaba organizada para seis meses después de los asesinatos, pero él había insistido en que sus padres no habrían querido que cambiasen de planes. Pero ya nada de eso tenía importancia. Luciana se había convertido en una mujer muy guapa, morena como sus hermanos y con los mismos ojos verdes que ellos.

—Estás estupenda —le dijo Paula.

Luciana hizo una mueca y volvió a abrazarla.

—Lo mismo digo. No me puedo creer que haya pasado tanto tiempo.

—¿A qué te dedicas? ¿Conseguiste entrar en la Facultad de Veterinaria?

Paula vió algo en los ojos de Luciana, pero esta se limitó a encogerse de hombros.

—No, fui una temporada, pero después decidí que la universidad no estaba hecha para mí. Así que estoy en el rancho, ayudando a Federico con su hija. Y adiestrando caballos y perros.

—Eso es genial —le dijo Paula, aunque en parte le entristeciese que Luciana no hubiese conseguido su sueño de ser veterinaria.

El violento asesinato de los Alfonso en un intento de robo de su colección de arte les había cambiado la vida a todos y había sacudido a la ciudad entera, en la que no había habido ningún incidente tan grave desde los años treinta.

Destino: Capítulo 16

Al año siguiente, él se había marchado al instituto y ella se había quedado en el colegio. Durante los dos años siguientes, había ido a verlo jugar al fútbol al instituto y había cruzado los dedos para que lamirase y le sonriese. Sí. Se había comportado como una tonta en todo lo relativo a Pedro Alfonso. Y por fin habían coincidido en el instituto. Y, para su eterna felicidad, se lo había vuelto a encontrar en clase de Español. Jamás olvidaría que había entrado en clase y lo había visto sonreírle de oreja a oreja. Pedro había quitado su mochila de la silla que había a su lado y le había dejado el sitio, como si hubiese estado esperándola.

Ese año no habían salido juntos. Ella había sido todavía demasiado joven, y él siempre había tenido a chicas mayores revoloteando a su alrededor, pero habían retomado su amistad donde la habían dejado dos años antes. Él le había contado sus problemas con las chicas y sus dudas acerca de si alistarse en el ejército o ir a la universidad. Ella había ansiado decirle lo que sentía, pero no se había atrevido. En vez de eso, lo había escuchado y había intentado aconsejarlo. Al final, Pedro había hecho las dos cosas, se había matriculado en la universidad y se había alistado, por lo que en verano se había marchado de Pine Gulch para trabajar como voluntario apagando incendios. Habían continuado en contacto por correo electrónico y se habían visto siempre que él había pasado por la ciudad, y todo había sido como si nunca hubiesen estado separados. Hasta que su relación había cambiado. Ella por fin había madurado físicamente con dieciséis años y había hecho un esfuerzo por ser menos tímida. El verano anterior a su último año de instituto, cuando por fin había decidido estudiar Administración de Empresas, se había enterado de que Pedro había estado a punto de morir mientras luchaba contra un incendio en Oregón.

En la ciudad no se hablaba de otra cosa, de cómo Pedro había conseguido escapar de milagro y había salvado su vida y la de otros dos bomberos. Y ella no había podido preocuparse más. Él había vuelto a casa un par de semanas después y habían quedado para dar un paseo a caballo por su rancho. Allí, le había contado todo lo ocurrido en el incendio. Y de pasar a hablarle del incendio, había pasado, de repente y sin que Paula se diese cuenta, a besarla apasionadamente. Habían estado besándose unos diez minutos, los mejores minutos de la vida de ella. Y cuando Pedro había retrocedido, la había mirado horrorizado, como si acabase de pisar sin querer a un par de gatitos.

—Lo siento, Paula —le había dicho—. Ha sido… Vaya. Lo siento mucho.

Y ella había sacudido la cabeza y le había sonreído, con el corazón a punto de estallarle de amor, y le había preguntado:

—¿Por qué has tardado tanto?

Y entonces había sido ella la que lo había besado. Desde aquel momento, se habían vuelto inseparables. Pedro había conseguido el título de Técnico en Emergencias Médicas y lo había celebrado con él. Después, había ido a visitarla a Bozeman y, en verano, habían pasado el máximo tiempo posible juntos.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 15

Estaba esperándolo y leyendo el periódico cuando había llegado Rodrigo Lowery, que era un chico de su clase que llevaba varios años metiéndose con ella e intentando intimidarla. Ella no lo entendía, pero tal vez su animadversión se debiese a que la madre de Rodrigo, que estaba soltera, trabajaba limpiando en el hostal. Paula no tenía ni idea de por qué eso lo molestaba. Al parecer, su madre no trabajaba demasiado bien y, en ocasiones, faltaba al trabajo porque bebía, pero ella había oído hablar a sus padres en el despacho y, a pesar de que su madre había querido despedirla, su padre no se lo había permitido.

—Tiene un hijo y necesita el trabajo —había dicho este.

Su padre siempre había tenido debilidad por las personas desfavorecidas y muchas veces había alojado a quien sabía de antemano que nunca le iba a pagar. Paula sospechaba que la madre de Rodrigo se habría quejado de su trabajo en casa y por eso al chico no le caía bien. Por eso le había puesto la zancadilla varias veces por las escaleras y, en una ocasión, la había acorralado en el cuarto de baño y había intentado besarla y tocarle los pechos, pero ella le había dado un golpe en la cabeza con el libro de álgebra y le había dicho que la dejase en paz. Siempre intentaba evitarlo, pero esa mañana estaba sola en la biblioteca. Rodrigo se había sentado a su lado.

—Hola, Paula la zorra.

—Cállate —le había respondido ella.

—¿Quién me lo ordena? —había preguntado él, mirando a su alrededor—. Aquí no hay nadie.

—Déjame en paz, Rodrigo. Estoy intentando estudiar.

—Ya lo veo. ¿Es esa tu redacción de Historia? Estás con el señor Olsen, ¿Verdad? Yo también. Y no he empezado con ella. Qué bien, ya no voy a tener que hacerla.

Le había quitado un trabajo que había tardado dos semanas en hacer.

—Devuélvemelo —le había pedido ella, haciendo un esfuerzo por no llorar.

—De eso nada. Me lo debes. El mes pasado me hiciste un moratón con el libro que me duró dos semanas y tuve que decirle a mi madre que me había caído.

—¿Quieres que te haga otro? —le había preguntado ella.

—Tú inténtalo y verás lo que te hago, además de quitarte la redacción de Historia.

—¿Esta redacción de Historia?

Al oír la profunda voz de Pedro, Paula se había relajado al instante. Rodrigo era un chico grande para su edad, pero no se podía comparar con Pedro.

—Sí, es mía —había dicho ella—. Y me gustaría recuperarla.

Pedro le había sonreído mientras le quitaba el papel a Rodrigo de las manos y se lo devolvía.

—Gracias.

—Eres Lowery, ¿Verdad? —le había preguntado después a Rodrigo—. Tengo entendido que estás en Educación Física con mi hermano David.

—Sí —había murmurado el chico.

—Pues lo siento, Lowery, pero vas a tener que marcharte. Estamos estudiando para un examen de Español. Paula me está ayudando y no sé qué haría si le ocurriese algo. Solo te digo que no me haría ninguna gracia. Y supongo que a mi hermano tampoco.

Ante la posibilidad de tener que sufrir la ira de los hermanos Alfonso, Rodrigo se había escabullido como el cobarde que era y, desde ese momento, Paula había sabido que amaría a Pedro durante el resto de su vida.

Destino: Capítulo 14

Mucho después de que Pedro se hubiese marchado, Paula continuó trabajando en el jardín con manos temblorosas, castigándose por haberle dicho nada. Cuando se había girado y lo había visto acercándose, tenía que haber tirado la pala al suelo y haberse metido en casa. Reprodujo una y otra vez su conversación en la cabeza. Si no hubiese tenido los guantes tan sucios, se habría tapado la cara con las manos.

En primer lugar, ¿Por qué le había hablado de Javier y de sus infidelidades? Pedro era la última persona de Pine Gulch con la que debía haber compartido aquello. Ni siquiera su madre sabía lo difíciles que habían sido esos últimos años de matrimonio y que ella se habría marchado de casa si no hubiese sido por los niños y por la adoración que estos sentían por Javier. No obstante, se lo había contado. Y eso que había querido que pensase que había sido feliz después de marcharse de allí. Lo único que había conseguido era que se compadeciese de ella. Por si fuese poco, también había sacado el tema de su pasado, algo que había jurado no hacer. Seguro que, al volver a hablar de ello, él se había preguntado si le estaba dando vueltas al tema, lo que saboteaba todo su plan de parecer fría e indiferente ante él. Siempre había conseguido que le contase cosas que no le debía contar y ella había pensado a menudo que el policía tenía que haber sido él y no su hermano gemelo, David.

De joven, siempre se lo había contado todo. Habían hablado de la presión de sus padres para que Paula destacase en el colegio, de las chicas de su clase, que no querían que saliese con ellas debido a esas notas, de su primer enamoramiento de otro chico que no era él,por supuesto. Eso no se lo había contado hasta mucho tiempo después. Era probable que se hubiesen conocido en la escuela elemental, pero lo único que recordaba de aquel entonces era verlo en la cantina. Un chico grande y de aspecto duro, con un gemelo idéntico y que siempre sonreía a todo el mundo. Pedro siempre había ido dos cursos por delante de ella y se había movido en otros círculos.

El primer recuerdo real que tenía de él era en secundaria. Lo recordaba atlético y guapo, haciendo reír siempre a todo el mundo. Ella, por su parte, había sido callada y tímida, y había dedicado los recreos a leer en vez de estar por los pasillos con sus amigas, riendo y hablando de chicos. Había coincidido con Pedro en una clase de Español y la señora Baker los había sentado juntos. Lo normal era que, a esa edad, los chicos no quisieran tener nada que ver con chicas más jóvenes, desgarbadas e inseguras, pero mientras intentaban aprenderse los verbos, se habían hecho amigos. A ella le había encantado su sentido del humor y, al parecer, Pedro había apreciado su facilidad para aprender español. Así que habían empezado a quedar para estudiar, a menudo antes de las clases porque después él siempre había tenido entrenamiento de algún deporte. Paula todavía recordaba el momento en que se había dado cuenta de que estaba enamorada de él. Había sido una mañana en la biblioteca, mientras lo esperaba. Solía llegar la primera porque vivía en la ciudad y podía ir andando. Pedro y su gemelo acostumbraban a ir en la camioneta de su hermano mayor, Federico.

Destino: Capítulo 13

—Vaya, Paula, ¿Por qué no dices lo que quieres decir en realidad? —le preguntó.

Ella se puso en pie. Tenía el rostro sonrojado.

—No finjas que no sabes de qué te estoy hablando. En realidad rompiste nuestra relación cuando tus padres murieron. Siempre que intentaba hablar contigo, me apartabas de tu lado, me decías que estabas bien y luego ibas a Bandito a beber y a ligar. Supongo que a nadie le habría sorprendido que me hubiese casado con un hombre que no era capaz de serme fiel. Ya sabes lo que dicen, que los viejos patrones son difíciles de romper.

—Yo nunca te fui infiel.

Ella lo miró con incredulidad.

—Tal vez no llegases tan lejos con ninguna mujer, pero disfrutaste mucho tonteando con ellas mientras no estabas conmigo.

Aquella conversación no estaba yendo como él había planeado cuando se había parado a charlar con ella. Alojarse en el hostal y trabajar allí había sido una locura. Solo había querido ver si podían recuperar su amistad, pero era evidente que Paula no estaba dispuesta.

—Tú querías romper, Pedro. Todo el mundo sabía que no te querías casar. No me dejaste porque no querías hacerme daño. Y te lo agradezco.

—Las cosas no fueron así.

—Yo también estaba allí. Y lo recuerdo bien. Estabas dolido y enfadado por el asesinato de tus padres. Cualquiera lo habría estado. Es comprensible. Por eso quise posponer la boda, no sé si te acuerdas, hasta que estuvieses mejor. Pero no quisiste escucharme. Cada vez que sacaba el tema, te marchabas. ¿Cómo iba a casarme contigo así? Habríamos terminado odiándonos.

—Tienes razón. Así estamos mucho mejor, solo me odias tú.

Sorprendentemente, Paula se mostró dolida al oír aquello.

—¿Quién ha dicho que te odio?

—Bueno, tal vez no sea odio, sino desprecio.

Ella respiró hondo.

—No siento nada de eso. Lo cierto, Pedro, es que ha pasado mucho tiempo y lo único que siento es tal vez un poco de nostalgia por lo que una vez compartimos.

Otro duro golpe. Pedro empezó a darse cuenta de que no iba a tardar en descubrir que seguía tan loco por ella como siempre, y Paula lo único que sentía era «un poco de nostalgia». O, por lo menos, eso decía. No pudo evitar intentar descifrar algo más en su expresión, pero solo encontró una frustrante sonrisa educada. Odiaba aquella sonrisa.  De repente, sintió ganas de inclinarse hacia delante, tomarla entre sus brazos y besarla hasta que se le borrase esa sonrisa de los labios y no volviese a aparecer. Pero en vez de eso se obligó a sonreír también y dio un paso hacia su camioneta. Tenía una reunión y no quería llegar más tarde de lo que ya llegaba.

—Me alegra saberlo —murmuró—. Te dejo con tus flores. Hoy termino mi turno a las seis y durante los próximos días estoy de guardia localizada, así que tendré más tiempo para trabajar aquí. Hazme una lista de las cosas que quieres que haga y déjala en recepción. Intentaré mantenerme apartado de tu camino.

Había conseguido parecer frío e indiferente. Cerró la puerta de la camioneta con más fuerza de la necesaria, pero ¿Y qué? ¿Cuándo aprendería a mantener la boca cerrada?

Destino: Capítulo 12

Ella lo miró de soslayo, como si no estuviese segura de su sinceridad.

—¿Cuando no provocan incendios, quieres decir?

Él se echó a reír.

—Doy por hecho que aquello fue un accidente.

Entonces la vió casi sonreír, pero Paula giró la cara y se loperdió. Algo se removió en su interior al verla tomar una alegre flor amarilla y ponerla en el pequeño hoyo que acababa de hacer. Había atracción, de eso no le cabía duda. Se le había olvidado lo guapa que era, su elegancia y su dulzura. Estaba tan bonita como siempre. No, todavía más que diez años antes. No estaba seguro de cómo la había tratado la vida, pero los años le habían sentado muy bien y en esos momentos tenía una belleza madura, que lo atraía todavía más que cuando habían estado juntos. Había atracción, sí, pero se había sentido atraído por muchas otras mujeres en los diez últimos años y sabía que lo que sentía enesos momentos, estando allí con Paula, iba mucho más allá. Decidió que había llegado el momento de marcharse y optó por sacar un tema del que sabía que ella no querría hablar.

—¿Qué le pasó al padre de los niños?

—Que yo sepa, eso no es asunto tuyo —replicó ella.

—No lo es, pero tengo curiosidad. Te casaste con él un par de años después de dejarme a mí. Es normal que quiera saber más.

Paula arqueó una ceja y puso expresión de no estar de acuerdo con él.

—Estoy segura de que ya has oído los detalles más escabrosos —le respondió con voz tensa—. Javier murió hace seis meses. Tuvo un accidente de barco en Barcelona. Murieron él y su amante del momento. Fue una tragedia para todos los afectados.

Pedro solo había oído que su marido había muerto, nada más. Y suponía que nadie en Pine Gulch conocía toda la historia, si no, ya le habrían llegado los rumores. Paula evitó mirarlo y él supo que se arrepentía de haberle dado tanta información. Lo que no sabía era por qué lo había hecho. Tampoco supo qué contestarle.

—Lo siento —dijo por fin, aunque sonase trillado.

—¿El qué? ¿Su muerte o la de su amante?

—Ambas.

Todavía sin mirarlo, Paula tomó otra flor del suelo.

—Era un buen padre, quería a sus hijos. Y ambos lo echan mucho de menos.

—¿Tú no?

—Te repito que no es asunto tuyo.

Pedro suspiró.

—Tienes razón, no lo es, pero una vez fuimos amigos, antes de que ocurriese… bueno, todo, y me gustaría saber cómo fue tu vida después de marcharte de aquí. Nunca has dejado de importarme, aunque me abandonases.

—No vayas por ahí, Pedro. Ambos sabemos que fui yo la que rompió el compromiso porque tú no tuviste el valor de hacerlo.

Aquel sí que fue un buen golpe. Pedro estuvo a punto de retroceder.

Destino: Capítulo 11

Si hubiese tenido la esperanza de que Paula le diese las gracias por haberse ofrecido a ayudar con las obras del hostal, Pedro se habría sentido decepcionado. Durante los siguientes días, se instaló en la habitación, que resultó ser sorprendentemente cómoda y que además tenía vistas a un pequeño arroyo, y ayudó a la señora Chaves con el trabajo de carpintería. Reparó el armario de un baño, un mostrador… Mientras tanto, casi no vió a Paula, que nunca estaba en su puesto cuando él pasaba por recepción. Las pocas ocasiones en las que hablaron, ella fue breve y puso alguna excusa para marcharse a la menor oportunidad, como si tuviese miedo de que le contagiase algo. Y eso que había sido ella la que lo había dejado, y no al contrario, pero estaba actuando como si fuese el peor canalla del lugar.  No obstante, su actitud le parecía más un reto que un fastidio. Lo cierto era que no estaba acostumbrado a que las mujeres no le hiciesen caso y, mucho menos, a que Paula no le hiciese caso. Siempre habían sido amigos, mucho antes de aquel verano en el que él se había dado cuenta de que la quería como algo más que a una amiga. Y después de que se marchara, la había echado mucho de menos, como mujer y como amiga. Después de tres noches en el hostal y varios encuentros fugaces y frustrantes, por fin tuvo la oportunidad de hablar con ella una mañana temprano. Tenía una reunión en el parque de bomberos y al salir de la casa vió a alguien trabajando en las escasas flores que rodeaban el hostal. Pensó que había un jardinero debajo del sombrero de paja, hasta que vió un mechón de pelo rubio. Entonces, se acercó.

—Buenos días —la saludó.

Paula se sobresaltó y se giró. Al verlo, el gesto de sorpresa se convirtió en uno de consternación, pero solo un instante, no tardó en sonreírle de manera educada.

—Ah, hola.

Si a Pedro no le hubiese dolido la reacción, tal vez hasta le hubiese hecho cierta gracia que le hablase en un tono tan frío.

—No sé si te acuerdas de que estás en el este de Idaho, no en Madrid. Y es abril. Es posible que todavía nieve.

—Lo sé —respondió ella con voz tensa—, solo son plantas de floración temprana, así que no creo que pase nada.

Pedro no sabía nada de jardinería.

—Si tú lo dices... Lo digo por que no trabajes en balde.

—Agradezco tu preocupación, pero en mis treinta y un años de vida he aprendido que, en ocasiones, si quieres embellecer un poco el mundo que te rodea, tienes que arriesgarte. Por ahora solo estoy trabajando en las plantas que dan al este y al sur, que es menos probable que se hielen. Tal vez haya estado fuera unos años, pero no se me ha olvidado lo caprichoso que es el tiempo en estas tierras.

Pedro pensó que de lo que no parecía acordarse era de los buenos momentos que habían pasado juntos, porque seguía tratándolo con aquella educada indiferencia. Supo que debía marcharse a la reunión, pero no pudo evitar quedarse un momento más, a intentar producir en Paula alguna reacción. Miró a su alrededor e hizo una pregunta tonta:

—¿No tienes a los niños contigo esta mañana?

—Están dentro, preparando el desayuno con mi madre. He querido aprovechar para hacer esto antes de que salgan y Agus decida intentar hacer un túnel que comunique el jardín con China, y Sofi, arrancar todas las flores bonitas.

Pedro no pudo evitar sonreír.

—Son adorables.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 10

¿Eso le había contado a su madre? Paula ya no se acordaba.

—Actuaste con tal frialdad después de cancelar la boda, como si no te afectase, que pensé que no te importaría que Pedro estuviese aquí, si no, no habría aceptado su ayuda.

Paula sabía que diez años antes se había esforzado por que nadie se diese cuenta de que Pedro le había roto el corazón. Había fingido estar contenta con la decisión y emocionada con la idea de tener todo un futuro por delante, cuando en realidad se había quedado destrozada después de la ruptura.

—De acuerdo, necesitamos la ayuda y Pedro trabaja muy bien — admitió por fin—, pero ¿Por qué le has ofrecido una habitación?

Alejandra se encogió de hombros y le echó limón al pollo que estaba preparando.

—Fue idea suya —añadió.

Paula se preguntó para qué querría Pedro estar alojado en el hostal. A juzgar por la cara que había puesto al verla, lo que quería era mantener las distancias. Seguro que estaba incómodo con la situación, lo mismo que ella. Tal vez quisiese vengarse. Al fin y al cabo, había sido ella la que lo había dejado. Suspiró. Sabía que él no era así.

—Al parecer, se le terminaba el contrato de alquiler de su departamento —le contó Alejandra—. Se está construyendo una casa en el cañón, que, por cierto, me han dicho que está quedando preciosa, pero no estará terminada hasta dentro de unas semanas. Nos ahorraremos el dinero de pagar a un carpintero a cambio de una habitación que, probablemente, iba a estar vacía de todos modos. Así que pensé que te alegraría la idea. A mí me pareció una solución perfecta.

Una solución perfecta para todo el mundo menos para ella. ¿Cómo iba a sobrevivir con Pedro sonriéndole y mirándola con sus bonitos ojos verdes, hablándole con su deliciosa boca que tantas veces había probado? Suspiró.

—Todavía puedo decirle que no —dijo su madre—. Iba a traer sus cosas durante la mañana, pero puedo llamarlo y decirle que no venga. Ya encontraremos a otro carpintero, cariño, si vas a estar incómoda con Pedro aquí.

Paula supo que su madre estaba siendo sincera y, por un instante, se sintió tentada a decirle que lo llamase, pero sabía que Pedro se daría cuenta de que era ella la que no quería tenerlo allí. No quería que pensase que la incomodaba tenerlo cerca. Era mejor que continuase pensando que le era completamente indiferente. Así que no tenía opción. Estaba atrapada. No era la primera vez que tenía esa sensación. La había tenido durante los últimos siete años, desde que se había casado con Javier Santiago. Había sabido desde el principio que era un error casarse con él y había intentado no hacerlo, pero para entonces ya estaba embarazada de Agustín. Y Javier, que para eso había sido muy conservador, había insistido en que la única opción era el matrimonio. Ella había intentado convencerse a sí misma de que estaba enamorada. Javier había sido un hombre guapo y encantador, y la había hecho reír mucho con su manera de intentar conquistarla. Se había esforzado en ser una buena esposa y había intentado quererlo, pero no había sido suficiente. Para ninguno de los dos. No obstante, se había visto atada a él por Agustín y Sofía. Con Pedro era diferente. No podía controlar lo que había hecho sumadre, pero sí su propia respuesta ante aquello.

—¿Quieres que lo llame? —volvió a preguntarle Alejandra.

Ella se obligó a sonreír.

—No, mamá. Lo siento. Es solo que… me ha sorprendido. Todo irá bien. Tienes razón, es una buena idea.

Sofía entró en la cocina, al parecer, cansada de jugar, y le dió a su madre uno de esos generosos abrazos que Paula ya necesitaba casi tanto como respirar.

—Tengo hambre, mamá.

—La abuela nos está preparando una comida deliciosa. Tenemos mucha suerte de tenerla, ¿Verdad?

Sofía asintió mientras sonreía de oreja a oreja.

—Te quiero, abuela.

—Y yo a tí, cariño —respondió Alejandra, sonriendo también.

Aquello, sus hijos, era mucho más importante que sentirse incómoda con Pedro. Estaba intentando convertir el hostal en un lugar rentable para todos. Tenía la oportunidad de hacer realidad su sueño de que fuese un lugar acogedor y refinado y había llegado el momento de tomar el control de su vida y de labrarse un futuro para ella y para sus hijos. Y no podía permitir que él estropease eso. Solo tenía que recordarse a sí misma que hacía diez años que no lo quería y todo iría bien.

Destino: Capítulo 9

Pedro levantó la vista y, sorprendido, vió que solo quedaban en la mesa Federico y él. El resto se habían levantado mientras él estaba perdido en sus pensamientos.

—Lo siento. Han sido un par de días muy largos.

Federico lo miró fijamente y Pedro suspiró. Estaba seguro de que su hermano se disponía a darle un consejo. Era el hermano mayor y cuando sus padres habían fallecido se había quedado con la custodia de Luciana, que por entonces todavía había sido adolescente. Y aunque Pedro y David ya habían cumplido los veinte años, siempre había intentado ser una figura paterna para ellos, les gustase o no. En vez de echarle la charla, Federico le dió un sorbo a su vaso.

—He pensado que podía ir con las niñas a dar un paseo a caballo y ver cómo está la valla. ¿Quieres venir? Tal vez el aire de la montaña te despeje un poco la cabeza.

Le encantaba montar a caballo, pero ese día no tenía ganas de que le hicieran más preguntas ni de que lo tratasen con compasión por lo ocurrido con Paula.

—A decir verdad, estoy deseando ponerme a trabajar. Iré a casa a colocar el marco de alguna ventana o algo así.

Federico asintió.

—Sé que tienes mucho que hacer, pero el otro día oí en la tienda que Alejandra Chaves está buscando a alguien para que la ayude a hacer unas obras en el hostal.

Pedro resopló. Paula jamás permitiría a su madre que lo contratase a él.

—He pensado que a lo mejor querías ayudar un poco a Paula y a su madre.

Él se levantó de la mesa sin contestar y tomó su plato para llevarlo a la cocina. Siempre intentaba no hacer mal a nadie, pero con el daño ya hecho, lo único que podía hacer era tratar de remediarlo. Por difícil que fuese.






Paula miró fijamente a su madre, sorprendida.

—Perdona, ¿Me lo puedes repetir? ¿Qué es lo que has hecho?

—Pensé que no te importaría, cariño —respondió Alejandra sonriendo.

«¿Estás loca?», deseó gritarle ella. «¿Cómo has podido pensar que no me iba a importar?». Respiró hondo e intentó controlarse. Por una vez, los niños estaban tranquilos, jugando con unos coches en el suelo del salón. Su madre tenía mucha presión en esos momentos, económica y de otros tipos. No podía olvidar eso. Si había tomado aquella decisión, tenía que haber sido por culpa del estrés.

—En realidad, fue idea tuya —le dijo Alejandra.

—¿Idea mía? —inquirió ella.

Eso era imposible.

—Sí. El otro día dijiste que nos haría falta un carpintero.

—El otro día dije muchas cosas, mamá.

«Y eso no significa que quisiera que fueses corriendo a contratar al maldito Pedro Alfonso».

—Pensé que agradecerías la ayuda, eso es todo. Sé lo mucho que el incendio ha complicado las cosas.

—No tanto. En realidad, solo ha habido daños en una habitación.

—Bueno, el caso es que el jefe de bomberos Alfonso ha pasado esta mañana para ver cómo estábamos después de lo ocurrido, lo que, por cierto, me parece todo un detalle por su parte, y me ha dicho que podía echarnos una mano en su tiempo libre. Sinceramente, cariño, a mí me ha parecido la mejor solución.

—En teoría, es buena idea. ¡Pero es Pedro, mamá!

Alejandra frunció el ceño.

—¿El problema es que estuvieron juntos?

—Para empezar, verlo otra vez después de tantos años me resulta un poco incómodo —admitió ella.

—Lo siento, pero no lo entiendo —le dijo su madre, todavía con el ceño fruncido—. Siempre dijiste que habían roto por mutuo acuerdo, porque solo podían ser amigos.

Destino: Capítulo 8

Los dos estaban muy ocupados: Federico con el rancho y criando a Abril él solo, y David como jefe de policía con pocos medios y planificando su futuro con Brenda y Gabi. Así que les agradeció de todo corazón que se ofreciesen a ayudarlo.

—No creo que haga falta —les respondió—. El trabajo duro ya está hecho y queda solo la parte divertida.

—Siempre he pensado que estás un poco loco —comentó Luciana sacudiendo la cabeza—. No puedo creer que terminar la obra y pintar te parezca divertido.

—A mí me gusta pintar —dijo Abril—. Puedo ayudarte, tío Pedro.

—¡A mí también me gusta! —exclamó Gabriela—. ¿Podemos ayudarte?

—Gracias, chicas, seguro que Federico les encuentra alguna tarea aquí. Creo que la valla necesita una mano de pintura en la parte que está más cerca del río.

—Aquí siempre hay algo que necesita una mano de pintura — admitió Federico—. En cuanto empiece a hacer mejor temperatura por las noches, los pondré a trabajar.

—¿Y nos pagarás? —preguntó Gabriela.

Federico se echó a reír.

—Podemos negociar las condiciones con tu abogada.

Luciana le hizo a Brenda, la abogada, una pregunta acerca de su boda, que tendría lugar en junio, y Pedro se alegró de que se cambiase de conversación. Desde que David y Brenda se habían conocido y enamorado, él se había sentido ligeramente incómodo, como si su mundo hubiese cambiado. Quería mucho a su hermano. Más que eso, lo respetaba. David era su mejor amigo y se alegraba de que fuese feliz con Brenda y Gabi, pero desde que habían anunciado su compromiso él se nota barbaro. Y después de ver a Paula con sus hijos la sensación no había hecho más que aumentar. Disfrutaba con su trabajo de bombero y ayudando a su comunidad e intentaba llevar una vida decente. No obstante, había dos cosas de las que se arrepentía en la vida, y una de ellas tenía mucho que ver con Paula Chaves. Sabía que le había hecho daño. Lo había sabido en el momento en que se lo había hecho, pero el hombre siniestro y furioso en el que se había convertido después del asesinato de sus padres se había empeñado en destruir todas las cosas buenas que había tenido en la vida. Así que no le extrañaba que Paula hubiese dicho que no se casaba con él. Por mucho que eso le hubiese dolido. Le había advertido que no se casaría si no cambiaba de verdad, pero él se había negado a hacerlo. Así que ella había hecho su vida, había aceptado un trabajo en España y unos años más tarde se habíacasado con otro hombre. Después, debía de haber sufrido todavía más, porque, al parecer, su marido y padre de sus hijos había muerto ahogado seis meses antes.

—¿Vas a comer algo?

Destino: Capítulo 7

—¿Por qué estamos hablando de una historia tan antigua? — preguntó.

—Ya no es tan antigua —lo corrigió David—, si Paula ha vuelto a la ciudad.

Y Pedro tuvo que admitir que su hermano tenía razón. Le gustase o no, era cierto. Paula había vuelto a Pine Gulch y todo el mundo volvería a hablar de su historia pasada, no solo su familia. La gente se haría preguntas. Todo el mundo tenía que acordarse de que habían cancelado la boda y que Paula y su madre se habían dedicado a disculparse y a hacer llamadas, mientras que él iba al Bandito a emborracharse y se pasaba así hasta uno o dos meses después del que iba a ser el día de su boda. Paula estaba de vuelta, lo que significaba que, le gustase o no, tendría que lidiar con todo lo que se había tenido que tragar diez años antes, todas las emociones que había fingido que no sentía para poder superar tan dolorosa pérdida. Era normal que su familia sintiese curiosidad. Ni siquiera David, que era su gemelo y su mejor amigo, sabía toda la historia. Su familia la había adorado. ¿Y quién no? Era una mujer que le caía bien a todo el mundo. Con su madre había compartido el gusto por el arte y por las técnicas pictóricas. Su madre había sido pintora, aunque solo conocida a raíz de su asesinato. Y a pesar de que no tenía ninguna formación académica al respecto, siempre había demostrado un gran interés por la amplia colección de arte de sus padres. Su padre también la había adorado y le había dicho en muchas ocasiones que ella era lo mejor que podía haberle pasado en la vida. Levantó la vista y se dió cuenta de que Brenda lo miraba con compasión. Eso le hizo perder el apetito.

—Supongo que, aunque fuese una decisión mutua, debió de ser muy doloroso. ¿Te cuesta volver a verla?

—¿Que si me cuesta? ¿Por qué? Si de eso hace una década. Ambos hemos seguido con nuestras vidas. No pasa nada.

Federico tosió y David lo miró con la misma expresión de escepticismo con la que lo miraba siempre que Pedro intentaba convencerlo de que viviese un poco y fuese más aventurero. ¿Cómo era posible que quisiese tanto a sus hermanos y que al mismo tiempo tuviese ganas de ponerse a repartir puñetazos por toda la mesa? Brenda debió de notar que estaba incómodo y cambió de tema.

—¿Cómo va la casa? —le preguntó.

—Bien. Solo quedan los tabiques de un par de habitaciones. Después de seis meses, por fin empieza a parecer una casa por dentro.

—El otro día pasé por delante y miré por las ventanas —confesó Luciana—. Tiene muy buena pinta.

—La próxima vez llámame y te la enseñaré, aunque esté en el parque de bomberos. Hace por lo menos un mes que no vas. Te sorprenderá lo mucho que han avanzado las obras.

Después de años alquilando un pequeño departamento cerca del trabajo, por fin había decidido que tenía que hacerse una casa de verdad, de dos pisos, en un terreno de dos hectáreas situado cerca de la boca del cañón Cold Creek.

—¿Y el establo y los pastos? —le preguntó Federico.

Pedro llevaba años cruzando a un par de yeguas con un excelente semental y vendiendo potros. En esos momentos tenía seis caballos en el rancho familiar.

—La valla ya está puesta. Me gustaría tener el establo construido antes de llevar a los caballos, si no te importa quedártelos un poco más.

—No te preocupes, ya sabes que tenemos mucho espacio. No hace falta que te los lleves.

—¿Cuándo crees que estará todo terminado? —preguntó Brenda.

—Espero que a mediados de mayo. Depende del tiempo libre que tenga para terminar el interior.

—Si necesitas que te eche una mano, no dudes en decírmelo — se ofreció Federico.

—Lo mismo digo —añadió David.

Destino: Capítulo 6

—Van a tener que ponerme al día —comentó Brenda, la prometida de David—. ¿Quién es Paula Chaves? ¿Y por qué debía sentirse Pedro incómodo?

—En realidad, no hay ningún motivo —comentó Luciana mirándolo—. Es solo que Pedro y Paula estuvieron prometidos hace mucho tiempo.

Él jugó con el puré de patatas y se preguntó cómo había podido disfrutar en el pasado de aquellas cenas de los domingos.

—¿Prometido? ¿Pedro? —preguntó su futura cuñada sorprendida.

—Lo sé —comentó su gemelo—. Es difícil de creer, ¿Verdad?

El comentario lo molestó. Sabía que en la ciudad tenía fama de mujeriego, pero no todo lo que se decía era verdad.

—¿Y cuándo fue eso? —preguntó Brenda con interés.

—Hace años —le contó Federico—. Paula y él empezaron a salir en el instituto.

—Ella estaba en la universidad —lo corrigió Pedro en un murmullo.

En primer año, eso era cierto, pero no habían salido juntos en el instituto.

—Eran inseparables —intervino David.

—Y Pedro le pidió que se casase con él en cuanto Paula terminó sus estudios —continuó Federico.

—¿Qué ocurrió? —quiso saber Brenda.

Pedro no quería hablar de aquello. Deseó que lo llamasen de urgencia en ese mismo momento. Que no hubiese pasado nada grave, pero que lo llamasen.

—Se terminó —dijo.

—Una semana antes de la boda —añadió Luciana.

—Fue una decisión de ambos —mintió él.

Paula le había rogado que contase aquello. Que habían tomadola decisión los dos. Pero, en realidad, lo había dejado ella. Esa era la fría y dura verdad. Una semana antes de la boda, después de haberlo planeado todo. Le había devuelto el anillo y le había dicho que no podía casarse con él.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 5

Era la verdad, a pesar de tener que enfrentarse al sexy jefe de bomberos.

—Ah, debería ir a hablar con el pobre señor Baktiri. Es probable que no comprenda lo que está pasando.

El señor Baktiri era uno de sus huéspedes de larga duración, al que Paula recordaba de su niñez porque había regentado un bar de carretera. En esos momentos estaba en el centro del jardín, confundido. Su esposa había fallecido y él había ido a vivir con su hijo a Idaho Falls, pero al parecer no le gustaba la vida allí y todos los meses iba a visitar la tumba de su esposa. Su madre le hacía un buen precio y se quedaba una o dos semanas en la habitación más pequeña del hostal hasta que su hijo iba a recogerlo. Económicamente no era muy rentable, pero Paula no podía criticar la bondad de su madre. Tenía la sensación de que el señor Baktiri sufría una ligera demencia y que se sentía seguro estando en un lugar que conocía tan bien.

—Mamá, luces —dijo Sofía, abrazándose a sus piernas mientras las luces del camión de bomberos se reflejaban en sus gruesas gafas.

—Lo sé, cariño. Brillan mucho, ¿Verdad?

—Son bonitas.

—Supongo que en cierto modo, sí.

Sofía siempre encontraba algo bueno en cualquier situación y Paula se alegraba de ello. Tenía miles de cosas que hacer, pero por un momento tomó a su hija en brazos. Por el rabillo del ojo, vió a Agustín un tanto asustado.

—Ven aquí, niño —murmuró.

Él se acercó y Paula lo abrazó también. Aquello era lo importante. Tal y como le había dicho a su madre, lo superarían. Era una superviviente. Había sobrevivido a pesar de que le habían roto el corazón y de que su matrimonio había fracasado. Así que superaría un pequeño incendio sin ningún problema.




-A que no sabes a quién ví en la ciudad el otro día?

Pedro tomó uno de los deliciosos bollitos de pan de su hermana y le guiñó un ojo a Luciana.

—Probablemente a mí, haciendo algo increíblemente heroico como apagar un incendio, salvarle la vida a alguien. No sé. Podría ser cualquier cosa.

Su sobrina, Abril, y Gabriela Parsons, cuya madre se iba a casar con el hermano gemelo de Pedro, David, en un par de meses, se echaron a reír, pero Luciana puso los ojos en blanco.

—Las noticias vuelan. Y no todo gira en torno a tí, Pedro. Aunque en este caso, sí.

—¿A quién viste? —preguntó él, anticipando la respuesta.

—No tuve la oportunidad de hablar con ella. La ví cuando iba en el coche —añadió Luciana.

—¿A quién? —insistió él.

—A Paula Chaves—anunció Luciana.

—Ya no se apellida Chaves —la corrigió Federico, su hermano mayor y padre de Abril.

—Es cierto —dijo David desde el otro lado de la mesa, donde le estaba dando la mano a Brenda.

Pedro se preguntó cómo podían comer sin dejar de tocarse todo el tiempo.

—Se casó con un tipo en España y tuvieron dos hijos —continuó David—. He oído que uno de ellos fue el que causó todo el lío del otro día en el hostal.

Pedro volvió a ver al niño prometiéndole muy serio que no volvería a jugar con fuego.

—Sí. Al parecer fue el mayor, Agustín, que encontró un mechero en una habitación vacía, sintió curiosidad y, sin querer, prendió las cortinas.

—¿Y tuviste que acudir tú al rescate? —preguntó Luciana—. Vaya, me imagino que tuvo que ser muy incómodo para ambos.

Pedro se sirvió más puré de patatas con la esperanza de que atribuyesen el rubor de su rostro al calor del puré.

—No sé por qué. Todo fue bien —murmuró.

No era cierto, pero su familia no tenía por qué saber que nunca había dejado de pensar en Paula. Siempre que había tenido un momento de tranquilidad había recordado sus ojos azules y sus delicadas facciones, así como algún recuerdo del tiempo que habían pasado juntos. No poder evitarlo lo molestaba. Se había esforzado mucho en hacerlo. ¿Cómo se las iba a arreglar con ella en la ciudad?

Destino: Capítulo 4

Pedro Alfonso. Paula lo vió volver a la acción, a pesar de que no había mucha acción, dado que el fuego ya había estado apagado cuando los bomberos habían llegado. No era la primera vez que lo veía trabajar. Cuando salían juntos lo había acompañado en ocasiones para no separarse de él. Siempre lo había visto cómodo y seguro en cualquier situación, ya fuese al responder a una emergencia médica o a un incendio. Y eso no había cambiado en los diez años que habían estado sin verse. Seguía teniendo aquella manera de andar tan sexy. Se quedó observándolo un momento y después se obligó a apartar la vista. Volvía a sentir deseo por él, pero sabía que no debía dejarse llevar por él.

Después de tantos años, tanto dolor y tantos sueños destrozados, ¿cómo era posible que siguiera afectándole? Se mantendría fría e inmune a él. Cuando había decidido volver a casa después de la muerte de Javier, había sabido que se encontraría con Pedro. Pine Gulch era una ciudad pequeña, en la que no se podía evitar a nadie eternamente. Lo había pensado, porque no podía negar que lo había pensado, y se había imaginado saludándolo solo con una sonrisa amable y un «me alegro de verte», imperturbable. Había pasado mucho tiempo de lo suyo. Casi una vida. Por aquel entonces, ella había tomado la única decisión posible y había continuado con su vida, se había casado con otro hombre, había tenido dos hijos y había dejado atrás Pine Gulch. Por mucho que lo hubiese amado, Pedro era solo un capítulo de su vida. O eso se decía a sí misma. Había pensado que era una herida cicatrizada desde hacía tiempo.Tal vez hubiese debido asegurarse de ello antes de volver a la ciudad con sus hijos, pero los seis meses anteriores habían pasado como en una nube. Al principio, intentando aceptar el estado de Javier y las deudas que este había dejado, después, teniendo que hacer malabarismos para mantener a sus dos hijos en Madrid, una ciudad muy cara, y por último, aceptando que su única opción era volver con su madre. Solo había pensado en sobrevivir, en hacer lo mejor para sus hijos. Suponía que no había querido enfrentarse a la realidad de que volver también significaría tener que tratar con Pedro otra vez, hasta que se había dado de bruces con él gracias a su hijo y su facilidad para meterse en líos.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo su madre a su lado.

Dejó a Sofía en el suelo y la niña fue a darle la mano a su hermano para observar cómo trabajaban los bomberos.

—¡Esto nos va a arruinar! —añadió Alejandra.

Paula la abrazó por los hombros. Se sentía culpable por no haber vigilado a su hijo más de cerca. Sabía que no lo podía dejar solo, pero se había distraído con unos huéspedes y  Agustín había aprovechado para salir del despacho e ir a la zona del hostal que estaban renovando. Todavía no se podía creer que hubiese encontrado un mechero. Era un milagro que a su hijo no le hubiese pasado nada y que no se hubiese quemado el hotel entero.

—Ya has oído al jefe de bomberos, el fuego y los daños se han quedado en una sola habitación. Es una buena noticia.

—¿Cómo va a ser una buena noticia?

De repente, Paula vió  a su madre mayor y se dio cuenta de que le temblaban las manos. A pesar de Pedro y de los recuerdos que este le había despertado, no se arrepentía de haber vuelto a Pine Gulch. La ironía era que había vuelto a casa porque necesitaba la ayuda de su madre y se había dado cuenta de lo mucho que esta la necesitaba también a ella. La gestión y el mantenimiento del hostal la tenían agotada y había agradecido poder pasarle algunas de sus responsabilidades.

—Podría haber sido mucho peor, mamá. Tenemos que pensar eso. Nadie ha resultado herido. Es lo importante. Y el sistema anti incendios ha funcionado a pesar de ser antiguo. Además, ahora el seguro cubrirá parte de la reforma planeada.

—Supongo que sí, pero ¿Qué vamos a hacer con los huéspedes? —preguntó su madre con gesto de derrota, abrumada.

Paula la volvió a abrazar.

—No te preocupes por nada. De hecho, ¿Por qué no llevas a los niños a casa? Yo creo que ya han tenido bastantes emociones por hoy.

—¿Crees que al jefe de bomberos Alfonso le parecerá seguro?

Paula miró hacia la casa de tres dormitorios que había justo detrás del hostal, en la que ella misma había crecido.

—Está lo suficientemente lejos del lugar del incendio. No creo que haya ningún problema. Mientras tanto, yo empezaré a hacer llamadas. Realojaremos a todo el mundo hasta que pase el peligro. Superaremos esto como hemos superado todo lo demás.

—Me alegro mucho de que estés aquí, cariño. No sé qué haría sin tí.

Si ella no hubiese estado allí, con sus hijos, nada de aquello habría ocurrido.

—Yo también, mamá —respondió.

Destino: Capítulo 3

—La decisión de si quiere que sus huéspedes pasen la noche aquí tendrá que tomarla usted, pero tengo que admitir que no sé si es seguro. Por mucho cuidado que tengamos, a veces las llamas se reavivan varias horas después de un incendio.

—Tenemos una docena de personas alojadas —le dijo Paula en tono hostil—. ¿Qué se supone que vamos a hacer con ellas?

Él se dijo que su pasado no importaba en esos momentos, que solo debía pensar en las personas que necesitaban su ayuda.

—Podemos hablar con la Cruz Roja, a ver si pueden habilitar un albergue, o podemos buscar otros alojamientos en la ciudad, tal vez las cabañas de los Cavazo estén libres.

—Qué desastre —gimió la señora Chaves, cerrando los ojos.

—Se puede arreglar, mamá. Algo se nos ocurrirá —la animó Paula.

—¿Alguna idea de lo que ha podido provocar el incendio? —les preguntó él.

Paula frunció el ceño.

—No sé qué exactamente, pero creo saber quién.

—¿Sí?

—Agustín Santiago. Ven aquí, jovencito.

Pedro siguió su mirada y vió a un chico moreno de seis o siete años que estaba sentado en el suelo, mirando fascinado cómo trabajaban los bomberos. El niño tenía los ojos marrones, pero también se parecía a Paula. Se levantó despacio y se acercó a ellos.

—Agus, dile al señor bombero quién ha provocado el incendio.

El chico evitó mirarlos a los ojos y suspiró.

—Está bien. Encontré un mechero en una de las habitaciones vacías, las que están en obras —empezó—. Era la primera vez que tenía un mechero y solo quería ver cómo funcionaba, pero las cortinas se prendieron y entonces llegó mi madre con el extintor.

Pedro odió tener que ponerse duro con el niño, pero debía hacerle entender la gravedad de sus actos.

—Eso es muy peligroso. Alguien podría haber resultado gravemente herido. Si tu madre no hubiese llegado con el extintor, las llamas podrían haberse extendido por todo el hostal y podrían haberlo quemado todo.

El niño lo miró por fin, parecía avergonzado.

—Lo sé. Y lo siento mucho.

—Lo peor es que siempre te he advertido que no se juega con mecheros ni con cerillas —lo reprendió Paula.

—Solo quería ver cómo funcionaba —respondió el niño con un hilo de voz.

—No volverás a hacerlo, ¿Verdad? —le preguntó Pedro.

—Nunca. Nunca jamás.

—Bien, porque aquí somos muy estrictos con estas cosas. La próxima vez irás a la cárcel.

El niño abrió mucho los ojos, pero luego suspiró aliviado al ver que Pedro sonreía de medio lado.

—No volveré a hacerlo, lo prometo.

—Estupendo.

—Eh, jefe —lo llamó Leandro Randall desde el camión—. Se ha vuelto a atascar la manguera otra vez, ¿Nos puedes echar una mano?

—Sí, ahora mismo voy —respondió él, agradecido por tener una excusa para marcharse de allí—. Disculpenme.

—Por supuesto —le dijo Alejandra—. Diles a tus hombres que se lo agradecemos mucho, ¿Verdad, Paula?

—Sí, mucho —dijo esta sin mirarlo a los ojos.

—Adiós, jefe —añadió la niña que Alejandra tenía en brazos sonriéndole.

—Hasta luego.

Y Pedro se alejó pensando que era real. Paula estaba allí, con sus bonitos ojos y con dos hijos. La había querido con todo su corazón y ella lo había dejado sin mirar atrás. Pero había vuelto y no tendría manera de evitarla en una ciudad tan pequeña como Pine Gulch. De repente, los recuerdos lo invadieron y no supo qué hacer con ellos. Había vuelto. Y allí estaba él, que hasta hacía poco se había sentido afortunado por ser el jefe de bomberos de una pequeña ciudad de tan solo seis mil habitantes en la que casi nunca ocurría nada malo.

Destino: Capítulo 2

Al parecer, estaban renovando la habitación, porque no había cama y habían arrancado la moqueta. Todo estaba mojado y Pedro pensó que el sistema antiincendios debía de haberse puesto en marcha, terminando el trabajo que había empezado el extintor.

—¿Esto es todo? —preguntó Shep decepcionado.

—Lo siento, tenía que haberte permitido hacer los honores —le dijo, pasándole el extintor que tenía en la mano—. ¿Quieres probarlo?

Shep lo aceptó y echó otra innecesaria capa de espuma sobrelas cortinas.

—No ha sido nada emocionante, pero al menos no ha habido heridos. Me sorprende que este lugar no se haya quemado antes. Tendremos que quitar las cortinas y hacer que suba el equipo especializado en buscar puntos calientes.

Cuando volvió a salir, Marcos se acercó a él.

—No era mucho, ¿No? Yo creo que nos podíamos haberquedado unos cuantos en el río.

—Ya terminaremos la formación la semana que viene — respondió él—. vuelvan a la estación todos menos el equipo de puntos calientes.

Mientras hablaba con Marcos vió a Alejandra Chaves a lo lejos, parecía muy disgustada. Tenía en brazos a una niña morena quedebía de estar muy asustada. A su lado había una mujer joven de la que Pedro tuvo una rara impresión, era como si estuviese muy tranquila a pesar del caos que larodeaba. Entonces la mujer se giró y él estuvo a punto de tropezarse con una manguera que alguien tenía que haber recogido. Paula. Se quedó inmóvil y, por primera vez en quince años, se olvidó de cuál era su misión y de lo que estaba haciendo allí. Paula. Habían pasado diez años desde la última vez que la había visto, desde que, una semana antes de su boda, le había devuelto el anillo de pedida y se había marchado de la ciudad. Y del país, como si desease alejarse de él lo máximo posible. Una parte de él quiso creer que se había confundido y que no era ella. Solo era otra mujer esbelta, con un largo pelo rubio y unos grandes ojos azules, inolvidables. Pero no, no se había equivocado. Era Paula la que estaba al lado de su madre. La dulce y encantadora Paula. Que ya no era suya.

—Jefe, no hemos encontrado ningún punto caliente —le dijo Marcos, acercándose a él.

—¿Estás seguro?

—Por el momento, Mariano y Nicolás están terminando de comprobar todos los muros internos.

—Bien. Excelente trabajo.

Su ayudante lo miró fijamente.

—¿Estás bien, jefe? Pareces disgustado.

—Es un incendio, Marcos. Podría haber terminado muy mal. Teniendo en cuenta lo viejo que es el edificio, me extraña que no haya ardido entero.

—Lo mismo pienso yo —admitió Marcos.

Iba a tener que ir a hablar con la señora Chaves y, por extensión, con Paula. No quería. Quería quedarse allí y fingir que no la había visto, pero era el jefe de bomberos y no podía esconderse porque hubiese tenido una dolorosa historia con la hija de la dueña. Había veces que odiaba su trabajo.  Se acercó a las mujeres con el corazón acelerado. Paula se puso tensa, pero no lo miró. Su madre sí, estaba asustada y abrazaba con fuerza a la niña que tenía en brazos. A pesar de todo, su principal trabajo era tranquilizarla.

—Señora Chaves, le alegrará saber que el fuego está controlado.

—Por supuesto que está controlado —dijo Paula, mirándolo con frialdad—. Estaba controlado antes de que lleguen, diez minutos después de que llamásemos a emergencias, por cierto.

—Según mis cálculos hemos tardado siete minutos en llegar, y habría sido la mitad si no hubiésemos estado metidos en el río, en medio de un rescate.

—En ese caso, habrían estado preparados si alguno de los huéspedes del hostal hubiese decidido saltar al río para huir del fuego.

Pedro pensó que no la recordaba tan ácida cuando habían estado prometidos. La recordaba dulce y alegre. Hasta que él lo había estropeado todo.

—Jefe Alfonso, ¿Cuándo podrán volver nuestros huéspedes a sus habitaciones? —preguntó Alejandra Chaves con voz temblorosa.

La niña que llevaba en brazos, que tenía los mismos ojos que Paula, le acarició la mejilla.

—No llores, abuela.

Alejandra hizo un visible esfuerzo por controlarse y sonrió a la niña.

—Pueden volver a por sus pertenencias siempre y cuando no estén en las habitaciones contiguas a la del incendio. Mis hombres todavía tardarán alrededor de una hora en comprobar que no quedan puntos calientes.

Hizo una pausa antes de darle la mala noticia.