lunes, 9 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 65

Había decidido que no era demasiado tarde para cambiar e iba a luchar para conseguir lo que quería. Cuando llegó al aeropuerto, su avión estaba esperándolo. Unos minutos después, iba camino a Dakota del Norte. A su azafata le sorprendió que rechazara el Martini. Siempre se tomaba uno cuando volaba. Estaba tan nervioso que pasó horas dando vueltas por el reducido espacio del avión, pensando en lo que le iba a decir a Paula. Trató de escribir sus sentimientos en un papel, pero no le gustó el resultado. Esperaba que, cuando la viera, se le ocurriera lo que tenía que decirle. Estaba muy inquieto y el viaje se le estaba haciendo eterno. Le hubiera gustado que el avión pudiera ir más rápido. Se distrajo viendo entre las nubes cómo las verdes colinas de la Costa Este poco a poco iban desapareciendo y asomaba el paisaje plano y marrón de las praderas del norte.

Cuando por fin aterrizaron en el pequeño aeropuerto a las afueras de Fern, notó que le temblaban las piernas al bajar la escalerilla. Había estado allí en una ocasión, el día que conoció a Paula. Entonces había estado rodeado de empleados y asistentes y ese día, en cambio, estaba solo. Se sentía algo torpe sin nadie que lo ayudara, era como si hubiera olvidado cómo manejarse por símismo en el mundo real. Antes de salir del aeropuerto, se detuvo en una tienda para comprarle unas flores y una caja de bombones. No había nadie más en el establecimiento, pero el dependiente tardó más de cinco minutos en salir de la trastienda para atenderlo. Pero Pedro no le dijo lo que pensaba de su actitud ni le contó quién era. No quería llegar a ese pueblo como si le perteneciera. Lo que más le importaba era encajar, formar parte del mundo de Paula si ella se lo permitía. No pudo pasar completamente desapercibido. La joven que lo recibió en la empresa de alquiler de vehículos lo reconoció al ver su nombre en la tarjeta de crédito.

–¿Pedro Alfonso? –le preguntó boquiabierta–. ¿El Pedro Alfonso de Petróleos Alfonso?

–Sí, pero no lo uses en mi contra, por favor – repuso él con una sonrisa–. He-he perdido mi teléfono. ¿No sabrás por casualidad cómo ir a la granja de los Chaves? ¿La casa de Miguel y Alejandra Chaves?

–Claro que lo sé –le aseguró la joven–. Viven en el cruce entre la carretera rural 12 y el camino del antiguo condado. Yo fui a la escuela con su hija –añadió–. Ayer mismo la ví dando una vuelta con el Rolls- Royce…

–Gracias. A ella es a la que vengo a ver –le dijo Pedro.

–Pero ella no está en casa. Lamento ser la que se lo diga, si es su amigo, pero ayer sufrió un accidente de coche.

Pedro sintió que se quedaba sin respiración.

–¿Qué?

 –El coche quedó destrozado –le dijo la joven con tristeza.

Un accidente de coche, no podía creerlo. Recordó en ese instante cómo se había sentido al enterarse de que su madre había muerto en una traicionera carretera de la Costa del Sol. Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.

–No puede ser –repuso con un hilo de voz–. Ese coche es muy seguro…

–Había unos niños en bicicleta en medio de la carretera. Su prometido se desvió para no golpearlos y el coche se estrelló contra un poste de teléfono. He oído que está en estado crítico en el Hospital General.

Pedro se agarró al mostrador, le fallaban las piernas.

–¿Quién es su prometido? ¿Quién es?

–Fernando McLinn.

No esperó a oír nada más. Agarró un mapa del mostrador y salió de allí.

–Señor Alfonso, de verdad que lo siento…

Se metió corriendo en el coche de alquiler y fue directo al hospital, conduciendo por la autopista a ciento sesenta kilómetros por hora. Sabía que iría a la cárcel si lo paraba la policía yendo a esa velocidad, pero no le importaba. Solo sabía que no podía perderla, no cuando se sentía tan cerca…

La angustia se apoderó de él. Se dió cuenta de que podría haber estado con ella todo ese tiempo, persiguiéndola y tratando deconvencerla para que lo perdonara, intentando convertirse en el hombre que ella se merecía. Lamentó haber perdido tanto tiempo tratando de controlar sus vidas. Se dió cuenta entonces de que era ese control lo que no existía, no el amor. No podía mantenerla completamente a salvo, no podía controlarlo todo. También había aprendido que no podía obligar a nadie a quererlo ni podía conseguir, por mucho que lo quisiera, que alguien siguiera amándolo toda la vida.Unas personas se iban, otras morían. Pero creía que el amor podía seguir vivo. Podía elegir amar a Paula con todo su corazón y con todas sus fuerzas, a pesar de los defectos de los dos y hasta que la muerte los separara. Eso era lo que había elegido. En una ocasión, le había dicho a que el amor no cambiaba nada. Pero se había dado cuenta de su error. El amor lo cambiaba todo. Agarrando el volante, rezó para llegar a tiempo a su lado. No podía siquiera imaginar que ella no estuviera bien. Su hija no podía crecer sin una madre y él no podía vivir sin su esposa. Pisó más aún el acelerador para ir tan rápido como se lo permitía el coche de alquiler por esa desierta carretera. «No me dejes», rezó Pedro en silencio. «No me dejes».

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