lunes, 23 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 19

Por suerte, los niños se portaron estupendamente y fueron encantadores con Luciana durante el desayuno. En cuanto se enteró de que vivía en un rancho, Agustín se puso a hacerle preguntas acerca de vaqueros y caballos. Paula pensó que tendría que hablar con él y contarle que la vida real no tenía nada que ver con las películas que había visto del Oeste. Al parecer, Sofía había decidido que podía confiar en Luciana, algo insólito en ella. Se había sentado a su lado, se había pasado todo el desayuno sonriéndole y había compartido con ella la mitad de la naranja que Paula le había pelado.

—Gracias, cariño —le había dicho Luciana.

Paula no podía evitar que se le hiciese un nudo en el estómago siempre que alguien interactuaba con Sofía. Le preocupaba que su hija fuese aceptada. Suponía que eso se debía a la reacción que Javier había tenido nada más nacer la niña, cuando los médicos les habían dicho que Sofía parecía tener ciertos rasgos de síndrome de Down y que iban a hacerle unas pruebas genéticas para comprobarlo. Su marido no había querido admitirlo durante mucho tiempo y había fingido que todo era normal. No había podido creer que no tuviese una hija perfecta. Cuando los resultados de las pruebas habían revelado lo que Paula ya sabía, Javier se había negado a hablar de ello. Lo cierto era que, aun así, la había querido mucho. Paula no podía decir lo contrario. En ocasiones, había sido el único que había podido tranquilizarla de bebé y siempre había sido muy bueno con ella. Sofía no terminaba de comprender que su padre hubiese muerto. Algunos días, todavía preguntaba por él una y otra vez. Durante esos momentos, tenía que contener la ira que sentía contra su difunto marido. Sus hijos lo necesitaban y él no estaba allí. Además de la ira y del dolor, también sentía cierta culpabilidad. Pensaba que tenía que haber intentado abrirle más su corazón, amarlo de verdad, para que Javier no hubiese necesitado estar con otras mujeres. Estaba haciendo todo lo que podía por sus hijos, por eso había vuelto a casa, para intentar darles un hogar y una estabilidad.

—Ha sido divertido —comentó Luciana, haciendo que saliese de sus pensamientos—. Muchas gracias por haberme invitado, pero ahora tengo que volver al rancho. Hoy viene un posible comprador a ver uno de los collies que he estado adiestrando.

—¿Vas a vender a tu perro? —preguntó Agustín horrorizado.

—En realidad, Sue no es mi perro —le explicó Luciana sonriendo—. La recogí cuando era un cachorro y he estado adiestrándola para que ayude en otro rancho. Tengo muchos perros en el River Bow.

Agustín, al parecer, no entendía el concepto de criar y adiestrar perros.

—¿Y no te pone triste dar a tu perro?

Luciana tardó un par de segundos en sonreír.

—Sí, un poco. Es una buena perra y la voy a echar de menos, pero te prometo que me aseguraré de vendérsela a alguien que vaya a darle un buen hogar.

—Nosotros tenemos un buen hogar, ¿Verdad, abuela? —le dijo Agustín a Alejandra.

Esta sonrió.

—Sí, claro que sí, hijo.

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