viernes, 27 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 22

—Quieres mucho a tu hermana, ¿Verdad?

—Es mi hermana —respondió el niño, encogiéndose de hombros, como si no tuviese seis años, sino más—. Tengo que cuidar de ella y de mamá ahora que papá no está.

Pedro deseó abrazarlo y notó que se le hacía un nudo en la garganta. Pensó en su propio sufrimiento con la muerte de sus padres. Por aquel entonces, él había tenido veinticuatro años. Agustín era solo un niño y ya había perdido a su padre, pero parecía estar llevándolo con bastante estoicismo.

—Apuesto a que lo estás haciendo muy bien, lo de protegerlas a las dos.

—A veces. Otras no, como el día del fuego.

—Ya dijimos que eso había sido un accidente, ¿No? Ya ha pasado y no vas a volverlo a hacer. Te voy a dar un consejo: no te preocupes por errores del pasado, sigue adelante y hazlo mejor la próxima vez.

Agustín lo miró como si no lo entendiese del todo y Pedro se dió cuenta de que era demasiado pequeño.

—¿Quieres probar la lijadora? —le preguntó.

A Agustín se le iluminó la mirada.

—¿De verdad? ¿Puedo?

—Por supuesto. Todos los hombres tenemos que saber utilizar una lijadora.

Antes de empezar a enseñarle, Pedro se acercó a Sofía, que se había sentado en el suelo y estaba pasando el dedo por el serrín que todavía no le había dado tiempo a barrer. Como ya estaba manchada, decidió que la dejaría allí y la limpiaría cuando hubiesen terminado. Le levantó un casco de la oreja y le dijo:

—Sofía, vamos a encender la lijadora, ¿De acuerdo?

—Ruido.

—Con esto no te va a molestar. Te lo prometo.

La niña frunció el ceño, pero luego asintió y se puso otra vez a jugar con el serrín. Pedro se sintió abrumado por su confianza. No podía defraudarla. Encendió la lijadora y vió a Sofía levantar la cabeza y mirarlos con sorpresa. Se apartó un casco para ver cómo era el ruido sin él y volvió a ponérselo rápidamente. Esperó un minuto y repitió la operación, maravillada. Pedro se echó a reír y fue hacia Agustín, que lo estaba esperando.

—De acuerdo, aquí lo más importante es no lijarse los dedos. No creo que a tu madre le hiciera ninguna gracia.

—No —le aseguró Agustín muy serio.

Pedro tuvo que contener una sonrisa.

—En ese caso, tendremos que tener cuidado. Siempre se enciende la lijadora antes de ponerla en contacto con la madera, para no hacer agujeros. Aquí está el botón. Ahora pon tus manos encima de las mías y lo haremos juntos. Eso es.

Durante los siguientes minutos, trabajaron el trozo de madera hasta que quedó bien pulido. Siempre prefería terminar de lijar a mano, pero la lijadora mecánica era muy útil y rápida con las superficies grandes. Cuando terminaron, apagó el aparato y lo dejó a un lado. Después, volvió hasta donde estaban la madera y el niño.

—Muy bien, ahora la segunda cosa más importante, después de no lijarte los dedos. Hay que soplar el serrín. Así.

Sopló para hacerle una demostración al niño y luego le dio la tabla para que lo hiciese él. Agustín sopló como el lobo feroz del cuento de los tres cerditos.

—Perfecto —le dijo Pedro sonriendo—. Mira lo suave que ha quedado.

Agustín pasó el dedo por la madera.

—¡Vaya! ¿Eso lo he hecho yo?

—Por supuesto. Buen trabajo. Ahora, siempre que vengas a esta habitación y mires por la ventana te acordarás de que me ayudaste a hacer el marco.

—¡Genial! ¿Por qué hay que lijar la madera?

—Porque queda más bonita cuando está suave y queda mejor pintada o barnizada.

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