miércoles, 18 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 7

—¿Por qué estamos hablando de una historia tan antigua? — preguntó.

—Ya no es tan antigua —lo corrigió David—, si Paula ha vuelto a la ciudad.

Y Pedro tuvo que admitir que su hermano tenía razón. Le gustase o no, era cierto. Paula había vuelto a Pine Gulch y todo el mundo volvería a hablar de su historia pasada, no solo su familia. La gente se haría preguntas. Todo el mundo tenía que acordarse de que habían cancelado la boda y que Paula y su madre se habían dedicado a disculparse y a hacer llamadas, mientras que él iba al Bandito a emborracharse y se pasaba así hasta uno o dos meses después del que iba a ser el día de su boda. Paula estaba de vuelta, lo que significaba que, le gustase o no, tendría que lidiar con todo lo que se había tenido que tragar diez años antes, todas las emociones que había fingido que no sentía para poder superar tan dolorosa pérdida. Era normal que su familia sintiese curiosidad. Ni siquiera David, que era su gemelo y su mejor amigo, sabía toda la historia. Su familia la había adorado. ¿Y quién no? Era una mujer que le caía bien a todo el mundo. Con su madre había compartido el gusto por el arte y por las técnicas pictóricas. Su madre había sido pintora, aunque solo conocida a raíz de su asesinato. Y a pesar de que no tenía ninguna formación académica al respecto, siempre había demostrado un gran interés por la amplia colección de arte de sus padres. Su padre también la había adorado y le había dicho en muchas ocasiones que ella era lo mejor que podía haberle pasado en la vida. Levantó la vista y se dió cuenta de que Brenda lo miraba con compasión. Eso le hizo perder el apetito.

—Supongo que, aunque fuese una decisión mutua, debió de ser muy doloroso. ¿Te cuesta volver a verla?

—¿Que si me cuesta? ¿Por qué? Si de eso hace una década. Ambos hemos seguido con nuestras vidas. No pasa nada.

Federico tosió y David lo miró con la misma expresión de escepticismo con la que lo miraba siempre que Pedro intentaba convencerlo de que viviese un poco y fuese más aventurero. ¿Cómo era posible que quisiese tanto a sus hermanos y que al mismo tiempo tuviese ganas de ponerse a repartir puñetazos por toda la mesa? Brenda debió de notar que estaba incómodo y cambió de tema.

—¿Cómo va la casa? —le preguntó.

—Bien. Solo quedan los tabiques de un par de habitaciones. Después de seis meses, por fin empieza a parecer una casa por dentro.

—El otro día pasé por delante y miré por las ventanas —confesó Luciana—. Tiene muy buena pinta.

—La próxima vez llámame y te la enseñaré, aunque esté en el parque de bomberos. Hace por lo menos un mes que no vas. Te sorprenderá lo mucho que han avanzado las obras.

Después de años alquilando un pequeño departamento cerca del trabajo, por fin había decidido que tenía que hacerse una casa de verdad, de dos pisos, en un terreno de dos hectáreas situado cerca de la boca del cañón Cold Creek.

—¿Y el establo y los pastos? —le preguntó Federico.

Pedro llevaba años cruzando a un par de yeguas con un excelente semental y vendiendo potros. En esos momentos tenía seis caballos en el rancho familiar.

—La valla ya está puesta. Me gustaría tener el establo construido antes de llevar a los caballos, si no te importa quedártelos un poco más.

—No te preocupes, ya sabes que tenemos mucho espacio. No hace falta que te los lleves.

—¿Cuándo crees que estará todo terminado? —preguntó Brenda.

—Espero que a mediados de mayo. Depende del tiempo libre que tenga para terminar el interior.

—Si necesitas que te eche una mano, no dudes en decírmelo — se ofreció Federico.

—Lo mismo digo —añadió David.

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