miércoles, 18 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 9

Pedro levantó la vista y, sorprendido, vió que solo quedaban en la mesa Federico y él. El resto se habían levantado mientras él estaba perdido en sus pensamientos.

—Lo siento. Han sido un par de días muy largos.

Federico lo miró fijamente y Pedro suspiró. Estaba seguro de que su hermano se disponía a darle un consejo. Era el hermano mayor y cuando sus padres habían fallecido se había quedado con la custodia de Luciana, que por entonces todavía había sido adolescente. Y aunque Pedro y David ya habían cumplido los veinte años, siempre había intentado ser una figura paterna para ellos, les gustase o no. En vez de echarle la charla, Federico le dió un sorbo a su vaso.

—He pensado que podía ir con las niñas a dar un paseo a caballo y ver cómo está la valla. ¿Quieres venir? Tal vez el aire de la montaña te despeje un poco la cabeza.

Le encantaba montar a caballo, pero ese día no tenía ganas de que le hicieran más preguntas ni de que lo tratasen con compasión por lo ocurrido con Paula.

—A decir verdad, estoy deseando ponerme a trabajar. Iré a casa a colocar el marco de alguna ventana o algo así.

Federico asintió.

—Sé que tienes mucho que hacer, pero el otro día oí en la tienda que Alejandra Chaves está buscando a alguien para que la ayude a hacer unas obras en el hostal.

Pedro resopló. Paula jamás permitiría a su madre que lo contratase a él.

—He pensado que a lo mejor querías ayudar un poco a Paula y a su madre.

Él se levantó de la mesa sin contestar y tomó su plato para llevarlo a la cocina. Siempre intentaba no hacer mal a nadie, pero con el daño ya hecho, lo único que podía hacer era tratar de remediarlo. Por difícil que fuese.






Paula miró fijamente a su madre, sorprendida.

—Perdona, ¿Me lo puedes repetir? ¿Qué es lo que has hecho?

—Pensé que no te importaría, cariño —respondió Alejandra sonriendo.

«¿Estás loca?», deseó gritarle ella. «¿Cómo has podido pensar que no me iba a importar?». Respiró hondo e intentó controlarse. Por una vez, los niños estaban tranquilos, jugando con unos coches en el suelo del salón. Su madre tenía mucha presión en esos momentos, económica y de otros tipos. No podía olvidar eso. Si había tomado aquella decisión, tenía que haber sido por culpa del estrés.

—En realidad, fue idea tuya —le dijo Alejandra.

—¿Idea mía? —inquirió ella.

Eso era imposible.

—Sí. El otro día dijiste que nos haría falta un carpintero.

—El otro día dije muchas cosas, mamá.

«Y eso no significa que quisiera que fueses corriendo a contratar al maldito Pedro Alfonso».

—Pensé que agradecerías la ayuda, eso es todo. Sé lo mucho que el incendio ha complicado las cosas.

—No tanto. En realidad, solo ha habido daños en una habitación.

—Bueno, el caso es que el jefe de bomberos Alfonso ha pasado esta mañana para ver cómo estábamos después de lo ocurrido, lo que, por cierto, me parece todo un detalle por su parte, y me ha dicho que podía echarnos una mano en su tiempo libre. Sinceramente, cariño, a mí me ha parecido la mejor solución.

—En teoría, es buena idea. ¡Pero es Pedro, mamá!

Alejandra frunció el ceño.

—¿El problema es que estuvieron juntos?

—Para empezar, verlo otra vez después de tantos años me resulta un poco incómodo —admitió ella.

—Lo siento, pero no lo entiendo —le dijo su madre, todavía con el ceño fruncido—. Siempre dijiste que habían roto por mutuo acuerdo, porque solo podían ser amigos.

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