viernes, 27 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 23

—¿Y cómo funciona el aparato de lijar?

—La correa tiene una lija. ¿Ves? Como es muy áspera, cuando frotas la madera con ella la alisa.

—¿Y se pueden lijar más cosas, además de madera? — preguntó Agustín.

Pedro se echó a reír ante semejante interrogatorio.

—Es probable, pero esta lijadora es para madera. Podría estropear otras cosas. La mayoría de las herramientas sirven para algo en concreto y si las utilizas para otra cosa, puedes causar problemas.

—Yo —dijo Sofía en voz muy alta, todavía con los cascos puestos—. Ahora me toca a mí.

—Está bien, está bien. No hace falta que grites —le dijo su hermano, poniendo los ojos en blanco.

Y así fue como los dos niños le robaron el corazón, en parte porque eran los hijos de Paula, pero, sobre todo, porque eran encantadores.

—¿Puedo? —preguntó la niña, todavía en voz muy alta.

Él le levantó uno de los cascos para que lo oyese.

—Por supuesto, cariño. Tengo que lijar otra plancha. Ven.

A Agustín no le hizo gracia, pero retrocedió para dejarle sitio a su hermana. Pedro tuvo todavía más cuidado con la niña. Cuando terminaron, le quitó los cascos.

—Muy bien, ahora, como le he dicho a tu hermano, vamos a hacer lo más importante. Necesito que soples el serrín.

La niña sopló con todas sus fuerzas y Pedro la ayudó.

—Muy bien. Ahora, toca la madera.

—Oh. Está suave —dijo la niña sonriendo de oreja a oreja.

Él le estaba devolviendo la sonrisa cuando oyó que los llamaban.

—¿Agus? ¿Sofi? ¿Dónde están?

La voz de Paula procedía del pasillo, parecía preocupada y un poco ronca, como si llevase un rato buscándolos. Los dos niños se miraron como si fuesen conscientes de que habían hecho algo mal.

—Es mamá —comentó Agustín.

—Sí, ya la he oído.

—¿Agus? ¿Sofi? Vengan aquí ahora mismo.

—Están aquí —dijo Pedro en voz alta, aunque no tenía ganas de problemas.

Pensó en el encuentro que habían tenido varios días antes, cuando la había visto trabajando en el jardín. La vió entrar en la habitación con cara de preocupación.

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué no me respondían? He estado buscándolos por todo el hostal.

Pedro decidió ayudar a los niños.

—Me temo que ha sido culpa mía. Teníamos la lijadora encendida. Por eso no te hemos oído.

—Mira, mamá. Está suave —le dijo la niña, levantando el trozo de madera que había lijado con Pedro—. ¡Toca!

Paula se acercó con cautela. Pedro notó que lo invadía su aroma a flores, a primavera. Ella pasó la mano por la madera, igual que había hecho su hija.

—Vaya. Es estupendo.

—Lo he hecho yo —le contó Sofía.

Paula arqueó una ceja y miró a Pedro con desaprobación durante unos segundos antes de volverse hacia su hija y cambiar la expresión por una de interés.

—¿De verdad? ¿Con la lijadora y todo?

—He pensado que lo próximo que les enseñaré a utilizar será la sierra mecánica —dijo él—. En serio, ¿Qué es lo peor que podía haberles pasado?

Ella frunció el ceño y lo miró como si no supiese si hablaba en serio o en broma. Pedro se preguntó qué había pasado con su sentido del humor.

—Es una broma —le dijo—. Los he ayudado yo todo el tiempo. Sofía se ha protegido incluso los oídos, ¿Verdad? Enséñaselo a mamá.

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