viernes, 27 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 25

—La próxima vez átalos con una cadena —le sugirió él.

Mientras hablaba, se dió cuenta de lo mucho que deseaba tomarla entre sus brazos y absorber todas sus preocupaciones acerca de los niños y de cualquier otra cosa.

—Una gran idea, pero, por desgracia, ya lo he intentado. En media hora, Agustín descubrió cómo liberar a su hermana levantándola y le dijo cómo tenía que hacer para desencadenarlo. Lo que tengo que hacer es no quitarles ojo ni un segundo. Intentaré que no se interpongan en tu camino.

—Ya te he dicho que a mí no me molestan. Son unos niños estupendos —le aseguró él con toda sinceridad, aunque no tenía mucha experiencia con niños, solo trataba con su sobrina, Abril, la hija de Federico.

—Sí, son estupendos —respondió Paula.

—Este Agustín es un niño con mucha curiosidad, lleno de preguntas.

Ella suspiró y se metió un mechón de pelo detrás de la delicada oreja. Siempre le había encantado que la besase en el cuello, justo allí, recordó Pedro. Y luego notó calor y deseó no haberlo recordado.

—Sí, conozco la técnica interrogativa de mi hijo —dijo Paula, ajena a su reacción—. Lleva seis años perfeccionándola.

—No me importa que me haga preguntas. David y yo también éramos así de niños. Mi madre solía decir que, entre los dos, no dábamos tiempo ni a respirar de las preguntas que hacíamos.

Paula pasó los dedos por el marco de madera y Pedro recordó cómo solía hacer lo mismo por su vientre…

—Sí, recuerdo alguna historia de las que me contaba tu madre acerca de David y de tí, que siempre se metían en líos. Si te soy sincera, ahora la comprendo. No me puedo imaginar con dos Agus.

Pedro apartó la mente de aquellos incómodos recuerdos e intentó pensar de manera racional.

—Es un buen chico. Es solo que tiene mucha energía. Y Sofía es una rompecorazones.

Paula apartó la mano de la madera y su expresión se tornó repentinamente fría.

—No se te ocurra compadecerte de ella.

—¿Por qué iba a hacer eso? —preguntó él sorprendido.

—Por su síndrome de Down. Mucha gente lo hace.

—Pues no deberías perder el tiempo con esa gente. Con síndrome de Down o no, es la cosa más dulce que he visto jamás. Tendrías que haberla visto trabajando con la pulidora, toda seria y decidida, mordiéndose el labio, concentrada… igual que hacías tú cuando estabas estudiando.

—No.

Pedro parpadeó, sorprendido por su tono de voz.

—¿No qué?

—Que no intentes cautivarme haciéndote el dulce y el preocupado. Tal vez te funcione con las rubias del Bandito, pero yo no soy tan tonta.

Pedro se preguntó de dónde había salido aquello.

—¿Estás de broma? Eres la persona más inteligente que conozco. Jamás pensaría que eres tonta.

—Pues ya somos dos —murmuró ella, y luego se arrepintió de haberlo dicho.

Él deseó volver diez años atrás en el tiempo y hacer las cosas bien. La había hecho daño al no compartir con ella su dolor. Pero también era cierto que Paula le había hecho daño a él. Si le hubiese dado algo más de tiempo y hubiese confiado en que superaría el golpe, todo habría salido bien, pero se había marchado a España y había conocido al idiota de su marido, con el que había tenido dos hijos preciosos.

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