miércoles, 4 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 57

–Bueno, vas a volver a casa y ser feliz allí, como lo fuiste siempre – le dijo él mientras le secaba las lágrimas con ternura.

–Sí, es verdad –repuso Paula sin dejar de llorar.

Sabía que le costaba pronunciar esas palabras y le emocionó ver que ella también trataba de ser fuerte. Antes de reflexionar sobre lo que iba a hacer, tomó su cara entre las manos.

–Pero antes de irte, tienes que saber algo importante que nunca te he dicho –le susurró Pedro mirándola a los ojos–. Te quiero.

Vió que Paula contenía el aliento.

–Te quiero como nunca he querido a nadie –confesó él bajando la mirada–. Pero no sé cómo amarte sin hacerte daño, sin que los dos suframos. Por eso tengo que dejar que te vayas.

Siguieron mirándose a los ojos. Y, aunque era una despedida, sentía que nunca habían estado tan unidos ni tan conectadas sus almas como en ese instante.

–Siento no haber podido amarte como te mereces –le dijo Pedro– . Siempre supe, desde el principio, que no te merecía y que, tarde o temprano, te darías cuenta y…

Paula lo interrumpió poniéndose de puntillas y besándolo. Sus labios eran suaves y dulces, pero no dejaban de temblar contra su boca. Sintió el calor de su cuerpo contra el suyo y despertó su deseo con más fuerza que nunca, como un río desbordado que lo recorría por dentro. No pudo ahogar un gemido mientras la abrazaba para sentirla más cerca aún de su cuerpo. La besó apasionadamente, sus labios tenían un sabor dulce y salado al mismo tiempo, quizás por las lágrimas que había derramado. No lo tenía claro. Lo único que sabía era que la estaba besando por última vez y que tenía que lograr que ese instante durara para siempre. Tenía que besarla como nunca lo había hecho, para que el recuerdo se quedara imborrable en su corazón. Pedro enredó los dedos en su larga melena sin dejar de abrazarla. Sus cuerpos estaban fundidos en uno solo y siguieron besándose junto a la fuente del patio como si no hubiera nadie más en el mundo. Sintió la suavidad de su pelo entre los dedos y lo embriagó su aroma a flores y a vainilla. Fue bajando después las manos por su espalda, nunca se cansaba de tocarla. Era una mujer pequeña, delicada y femenina que había conseguido conquistarlo por completo. Siguió besándola con tanta pasión como angustia. El deseo borró de su mente la realidad de ese duro momento y solo pudo pensar en cuánto la necesitaba.

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