lunes, 9 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 63

–Sí, ¿por qué no vamos por la carretera hasta el otro lado del pueblo? –repuso su novia–. Quiero ver la cara de Lorena Doncaster cuando me vea en este coche.

–Y no te preocupes por tu padre. No se enfadará cuando vea que has pasado toda la noche fuera de casa. Le explicaré que fue culpa de las estrellas y…

Dejó de oír sus voces cuando se alejaron con el coche por el camino. A solas en la cocina, Paula volvió a sentarse a la mesa y miró los papeles del divorcio. Se fijó en la firma de Eduardo y se dio cuenta de que tenía que hacerlo. Tomó el bolígrafo con mano temblorosa y miró la línea vacía bajo la firma del que aún era su esposo. Le costaba creer que su matrimonio solo hubiera sido un error que había durado ya nueve meses. Suspiró y cerró los ojos. Después, una hora más tarde, recibió una llamada que lo cambió todo.

–Buen, hoy hemos hecho muchos progresos. ¿A la misma hora la semana que viene?






Pedro asintió con la cabeza mientras se ponía la chaqueta. Salió de la clínica del psicólogo y respiró profundamente. Era un maravilloso y soleado día de junio en Manhattan.

–¿Señor? –lo saludó Sánchez mientras le abría la puerta de su Mercedes negro.

–No, creo que voy a dar un paseo.

–Muy bien, señor.

Pedro caminó lentamente por la calle, sintiendo el sol en la cara y escuchando el canto de los pájaros. Un grupo de colegialas con uniformes idénticos pasó corriendo y riendo a su lado. Le hizo recordar un libro que le había leído a Olivia cuando solo tenía dos semanas de edad, el cuento de Madeline, una niña que vestía un uniforme similar. Pensó en cómo se había reído su esposa al verlo leyendo un libro a una niña recién nacida. Se detuvo de pronto en la acera con un fuerte dolor en el pecho. Trató de respirar y calmarse. Iba a ver a Olivia muy pronto. Ya tenía su avión listo en un aeropuerto privado a las afueras de la ciudad. Echó un vistazo a su reloj. Supuso que la señora McAuliffe ya iría camino a ese aeropuerto, preparada para hacer el largo viaje hasta Dakota del Norte y regresar enseguida con la niña. Su ama de llaves iba a ver a la que pronto iba a convertirse en su ex mujer, la persona con la que soñaba cada noche.  Se quedó mirando los árboles verdes y frondosos de la acera. Recordó que habían estado igual en septiembre, cuando fue hasta el West Village para hablar con Paula y ver si era verdad lo que le había contado su hermana. El mismo día que se convirtió en marido y padre. Se le hizo un nudo en el estómago al recordarlo y se le quitaron las ganas de volver al trabajo. Había dedicado toda su vida y su energía a la empresa y no sabía muy bien para qué. Era multimillonario, pero envidiaba a su chófer, que volvía cada noche a su acogedora casa de Brooklyn, donde lo esperaban una mujer que lo amaba y sus tres niños.

Pedro tenía un enorme ático en el Upper West Side, el barrio más exclusivo de Nueva York. Estaba lleno de obras de arte y muebles caros, pero cuando se quedaba solo, lo atormentaban las ausencias de su esposa y de su niña. Apretó con frustración los puños. No sabía si seguía siendo su esposa o no. No entendía por qué Paula estaba tardando tanto en firmar los papeles. Ya habían pasado dos semanas desde que los firmara él y la espera lo estaba volviendo loco. Quería terminar de una vez por todas con aquello. Cada día que seguía casado con ella era un día más de dolor e incertidumbre. No podía evitar preguntarse si aún habría alguna posibilidad de que lo pudiera haber perdonado. Pero luego se daba cuenta de que no era posible.

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