lunes, 16 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 5

Era la verdad, a pesar de tener que enfrentarse al sexy jefe de bomberos.

—Ah, debería ir a hablar con el pobre señor Baktiri. Es probable que no comprenda lo que está pasando.

El señor Baktiri era uno de sus huéspedes de larga duración, al que Paula recordaba de su niñez porque había regentado un bar de carretera. En esos momentos estaba en el centro del jardín, confundido. Su esposa había fallecido y él había ido a vivir con su hijo a Idaho Falls, pero al parecer no le gustaba la vida allí y todos los meses iba a visitar la tumba de su esposa. Su madre le hacía un buen precio y se quedaba una o dos semanas en la habitación más pequeña del hostal hasta que su hijo iba a recogerlo. Económicamente no era muy rentable, pero Paula no podía criticar la bondad de su madre. Tenía la sensación de que el señor Baktiri sufría una ligera demencia y que se sentía seguro estando en un lugar que conocía tan bien.

—Mamá, luces —dijo Sofía, abrazándose a sus piernas mientras las luces del camión de bomberos se reflejaban en sus gruesas gafas.

—Lo sé, cariño. Brillan mucho, ¿Verdad?

—Son bonitas.

—Supongo que en cierto modo, sí.

Sofía siempre encontraba algo bueno en cualquier situación y Paula se alegraba de ello. Tenía miles de cosas que hacer, pero por un momento tomó a su hija en brazos. Por el rabillo del ojo, vió a Agustín un tanto asustado.

—Ven aquí, niño —murmuró.

Él se acercó y Paula lo abrazó también. Aquello era lo importante. Tal y como le había dicho a su madre, lo superarían. Era una superviviente. Había sobrevivido a pesar de que le habían roto el corazón y de que su matrimonio había fracasado. Así que superaría un pequeño incendio sin ningún problema.




-A que no sabes a quién ví en la ciudad el otro día?

Pedro tomó uno de los deliciosos bollitos de pan de su hermana y le guiñó un ojo a Luciana.

—Probablemente a mí, haciendo algo increíblemente heroico como apagar un incendio, salvarle la vida a alguien. No sé. Podría ser cualquier cosa.

Su sobrina, Abril, y Gabriela Parsons, cuya madre se iba a casar con el hermano gemelo de Pedro, David, en un par de meses, se echaron a reír, pero Luciana puso los ojos en blanco.

—Las noticias vuelan. Y no todo gira en torno a tí, Pedro. Aunque en este caso, sí.

—¿A quién viste? —preguntó él, anticipando la respuesta.

—No tuve la oportunidad de hablar con ella. La ví cuando iba en el coche —añadió Luciana.

—¿A quién? —insistió él.

—A Paula Chaves—anunció Luciana.

—Ya no se apellida Chaves —la corrigió Federico, su hermano mayor y padre de Abril.

—Es cierto —dijo David desde el otro lado de la mesa, donde le estaba dando la mano a Brenda.

Pedro se preguntó cómo podían comer sin dejar de tocarse todo el tiempo.

—Se casó con un tipo en España y tuvieron dos hijos —continuó David—. He oído que uno de ellos fue el que causó todo el lío del otro día en el hostal.

Pedro volvió a ver al niño prometiéndole muy serio que no volvería a jugar con fuego.

—Sí. Al parecer fue el mayor, Agustín, que encontró un mechero en una habitación vacía, sintió curiosidad y, sin querer, prendió las cortinas.

—¿Y tuviste que acudir tú al rescate? —preguntó Luciana—. Vaya, me imagino que tuvo que ser muy incómodo para ambos.

Pedro se sirvió más puré de patatas con la esperanza de que atribuyesen el rubor de su rostro al calor del puré.

—No sé por qué. Todo fue bien —murmuró.

No era cierto, pero su familia no tenía por qué saber que nunca había dejado de pensar en Paula. Siempre que había tenido un momento de tranquilidad había recordado sus ojos azules y sus delicadas facciones, así como algún recuerdo del tiempo que habían pasado juntos. No poder evitarlo lo molestaba. Se había esforzado mucho en hacerlo. ¿Cómo se las iba a arreglar con ella en la ciudad?

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