lunes, 2 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 52

–Así que decidiste decirle que estábamos comprometidos la noche que se acercó al piso y te vió allí –le recordó ella.

–Me limité a decirle la verdad. Estábamos comprometidos. ¿Recuerdas lo que acordamos en el instituto? Si ninguno de los dos se casaba antes de los treinta…

–¡Pero eso fue una broma!

–Nunca fue una broma para mí, pero parece que para tí sí –le dijo Fernando mirándola fijamente–. Yo te quería, Pau. Te he querido desde que éramos niños.

Sintió un nudo en la garganta al recordar su infancia. Habían pasado muchas noches de verano persiguiendo luciérnagas o viendo los fuegos artificiales del día de la fiesta nacional. Y, aunque a ella no le interesaban esas cosas, solía pasar horas mirando estrellas con el telescopio de Fernando. Creía que había sido una infancia maravillosa.

–Debería haberlo sabido. Lo siento, pero yo no siento lo mismo por tí –le dijo con un nudo en la garganta.

–Sí, ya me he dado cuenta –repuso Fernando con media sonrisa–. Y he empezado a pensar que debería encontrar a alguien que me amara de verdad, no solo como a un amigo.

Le rompía el corazón verlo así.

–Fernando…

 –Pero lo importante ahora es lograr que vuelvan a casa el bebé y tú. Te conseguiremos un buen abogado. Por mucho dinero que tenga Alfonso, el juez verá que no puedes seguir casada con él, que te engañó…

–No, Fer, no lo entiendes…

–No tengas miedo. Te apoyaremos en todo momento. Tanto tu familia como yo estaremos contigo a cada paso y…

–Pero estoy enamorada de él, Fer –lo interrumpió ella para conseguir que la escuchara–. Lo quiero con todo mi corazón y haría cualquier cosa para que el me amara del mismo modo.

Fernando la miró fijamente. Estaba muy pálido.

–Recuerdo perfectamente cómo es sentirse así, Pau –le dijo él en voz baja.

Sus palabras la emocionaron tanto que se echó a llorar y lo abrazó con ternura.

–Lo siento mucho –le dijo–. Perdóname.

Por un momento, Fernando aceptó el consuelo de sus brazos y siguieron abrazados.

–¿Cómo puedes amar a un hombre como él? –le preguntó Fernando–. Acepto que no me quieras a mí, pero ese hombre te ha mantenido prisionera, Pau. ¿Cómo has podido elegir a esa bestia cruel y egoísta entre todos los hombres de la tierra?

–No lo conoces, Fer. Tuvo una infancia muy dura. No es egoísta ni cruel. Entiendo que te lo parezca, pero Pedro tiene un gran corazón y…

No terminó la frase. Alguien separó a Fernando de sus brazos y se quedó sin habla.

–¡No toques a mi esposa!

Paula se giró y se encontró con el rostro de Pedro, distorsionado por la ira.

–¡No, Pedro, no! –le gritó ella para detenerlo.

Pero él no la oyó. Levantó el puño y le dió un puñetazo tan fuerte en la mandíbula que Fernando cayó al suelo desplomado.

–¡No! –gritó ella de nuevo.

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