lunes, 30 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 28

Pensó que era una idiota y una débil. Siempre lo había sido con él. Aunque hubiese tenido horas y horas de deberes, siempre lo había dejado todo cuando Pedro la había llamado para que lo ayudase con el español. Y lo peor era que, cuando se lo proponía, era peligrosamente encantador. Sería muy sencillo dejarse llevar por sus encantos y olvidarse de todos los motivos por los que debía resistirse a él. Pedro le había preguntado si podían ser amigos y ella no estaba segura. Quería creer que su corazón había cicatrizado las heridas del pasado, pero le preocupaba que no fuese así. Era una mujer dura y fuerte. ¿Acaso no había sobrevivido a un mal matrimonio y a la pérdida de un marido al que había intentado amar? Seguro que podía hablar de manera civilizada con Pedro cuando se encontrasen por Pine Gulch. ¿Qué había de malo en ello? Volver a ser su amiga no significaba que fuese a enamorarse locamente de él otra vez. Aunque su vida allí sería mucho más sencilla si no se pusiese nerviosa cada vez que lo viese.

Se apartó de la pared y se alisó la camisa. Aquello era ridículo. ¿Qué más daba que fuese débil cuando estaba cerca de él? Jamás tendría la oportunidad de poner a prueba su fuerza de voluntad con Pedro. Se rumoreaba que tenía muchas jovencitas esperándole en el Bandito. No se iba a molestar en conquistar a una viuda de treinta y un años con dos hijos, uno de ellos con una discapacidad. Ella ya no era la misma mujer que diez años antes. Había dado a luz a dos hijos y se notaba en su cuerpo. Siempre estaba despeinada y casi nunca tenía tiempo de maquillarse. Además, entre el hostal y los niños estaba constantemente estresada. ¿Por qué iba a interesarse por ella un hombre como Pedro, guapo y masculino? La idea la deprimió e hizo que volviese a sentirse como la niña desgarbada que se había enamorado del chico mayor, guapo y atlético, que había sido simpático con ella. No tendría que resistirse a Pedro Alfonso. Y lo mejor era que él la viese solo como a una madre desaliñada. No obstante, en el fondo una pequeña parte de ella deseaba tener que poner a prueba su fuerza de voluntad.


-Date prisa, mamá —le dijo Agustín, saltando de su silla en cuanto Paula apagó el motor—. ¡Quiero ver los perros!

Era sábado y acababan de llegar al rancho River Bow.

—¡Perros! —gritó Sofía también, intentando desatarse.

—Esperen los dos —les dijo ella sonriendo al verlos tan emocionados—. Cualquiera diría que no habéis visto nunca un perro.

—Yo sí que los he visto —dijo Agustín—, pero es que la señorita Alfonso dijo que tenía muchos perros. Y caballos. ¿De verdad puedo montarme en uno?

—Esa es la idea, pero habrá que ver cómo transcurre el día.

Prefería no prometer cosas que no podía controlar.

—Yo espero que podamos montar a caballo. Ojalá, ojalá —dijo Agustín, casi bailando alrededor del todoterreno que Paula había comprado con sus últimos ahorros al volver a Estados Unidos. Sonrió mientras ayudaba a Sofía a bajar.

—Te quiero —le dijo su hija.

El espontáneo gesto de cariño hizo que Paula se derritiese por dentro.

—Yo también te quiero, cariño. Más que a la luna, a las estrellas y al mar.

—Yo también —dijo Agustín.

Ella lo abrazó con el brazo que le quedaba libre.

—Los quiero a los dos. Soy la mamá más afortunada del mundo por tener dos hijos tan maravillosos.

Luego pensó que no podía ser una mala madre, educando a sus hijos con tanto amor.

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