lunes, 30 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 27

A Pedro le entraron ganas de sonreír, pero tenía la sensación de que estaba en posición de cambiar las cosas en ese momento, y no podía desearlo más.

—Es probable. Mi familia también está de acuerdo, harían fila para llamarme de todo por cómo me porté contigo.

Paula estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo, y Pedro se preguntó qué tendría que hacer para sacarle una sonrisa de verdad.

—Sé que no puedo retroceder en el tiempo y cambiar las cosas —le dijo—, pero ¿Podemos al menos comportarnos de manera civilizada? También éramos buenos amigos antes de empezar a ser otra cosa. Y echo de menos eso.

Ella guardó silencio durante unos segundos y Pedro oyó los ruidos del viejo hostal: el crujir de un madero en algún sitio, la rama del árbol que había que podar y que golpeaba una ventana.

—Yo también lo echo de menos —admitió Paula en voz baja, como si estuviese confesando un vergonzoso secreto.

Pedro estudió sus facciones que tan bien había conocido en el pasado: los pómulos marcados, la pequeña nariz, aquellos ojos azules. Deseó besarla. Hundirse en ella y no volver a salir nunca. Pero consiguió controlarse y se alegró cuando Paula volvió a hablar en un susurro.

—No podemos volver atrás, Pedro.

—No, pero podemos avanzar. Es lo mejor, ¿No crees? Lo cierto es que ambos vivimos en la misma ciudad. En estos momentos, en la misma casa. No podemos evitarnos, pero eso no significa que tengamos que continuar con esta situación tan incómoda, ¿No? A mí me encantaría ver si podemos superarla. ¿Qué me dices?

Paula lo miró fijamente unos segundos, con cautela. Y por fin pareció tomar una decisión.

—Por supuesto. Podemos intentar volver a ser amigos —le respondió, esbozando una sonrisa.

En esa ocasión fue una sonrisa de verdad y a Pedro se le volvió a encoger el corazón al verla.

—Tengo que volver al trabajo. Luego te veo.

—Adiós, Paula.

Ella volvió a sonreír antes de salir corriendo de la habitación. Taft la vio marcharse y se sintió desconcertado. Se puso a trabajar consciente de que lo había invadido una extraña sensación de melancolía. Aquello era un avance, ¿No? La amistad era una buena manera de empezar, de hecho, había sido con una amistad como había empezado lo suyo. Tomó otra tabla del montón. Sabía por qué no estaba contento. Quería algo más que una amistad con Paula. Quería lo que habían tenido, las risas y la felicidad. «Poco a poco», se dijo a sí mismo. Podía empezar con una amistad y conseguir que aquello fuese creciendo, a ver cómo iban las cosas. Un poco de paciencia no hacía ningún mal de vez en cuando.

A Paula todavía le temblaban las manos cuando salió de la habitación y avanzó por el pasillo. Fue hacia la recepción, donde estaba la vieja escalera de caracol y las lámparas que debían de estar allí desde que había llegado la electricidad a Pine Gulch. Cuando estuvo segura de que Pedro ya no podía verla, se apoyó en la pared y se llevó una mano al estómago.

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