miércoles, 11 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 68

Sus ojos oscuros se llenaron de alegría y felicidad.

–Paula…

–Te amo –le susurró ella.

Pedro la besó de nuevo. Durante tanto tiempo que algunas enfermeras carraspearon cuando pasaron a su lado y les sugirieron que se buscaran un lugar más apropiado para ese tipo de menesteres. Fue entonces cuando decidió apartarse.

–Ojalá hubiera hecho las cosas de otra manera desde el principio – susurró él contra su pelo–. Me habría encantado ofrecerte una boda de verdad, pedirle la mano a tu padre… ¿Sabes que incluso intenté escribirte un poema en el avión que me trajo a Dakota del Norte?

 – ¿En serio?

–Sí, un poema de amor –le confesó él.

–Un poema de amor del gran Pedro Alfonso–repitió ella riendo–. Eso me encantaría leerlo.

–No te dejaré hacerlo, no quiero que te rías de mí.

–La verdad es que necesito reírme –le dijo ella algo más seria mientras acariciaba su áspera mejilla–. Y los dos sabemos que, tarde o temprano, me lo vas a dar.

–Sí, lo haré –repuso Pedro mientras tomaba su cara entre las manos–. Te lo voy a dar todo. Todo lo que tengo. Todo lo que soy. Para lo bueno y para lo malo –le prometió él.

–En la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida… – susurró ella.

Se puso de puntillas y lo besó otra vez. Era maravilloso volver a estar así con él, saber que podía besarlo cuando quisiera. Era su marido… Paula abrió mucho los ojos de repente y dió un paso atrás.

–¿Qué ocurre, querida? –le preguntó él preocupado.

–¡Firmé ayer los papeles del divorcio! –exclamó disgustada–. No, Pedro. ¿Qué he hecho? ¡Estamos divorciados!

Pero él noreaccionó como esperaba, sino que se echó a reír. Le levantó con ternura la barbilla y secó con un pulgar sus lágrimas.

–Mi amor, es la mejor noticia que podías darme.

–¿Qué? ¿Por qué? –preguntó sorprendida.

–Así tenemos la oportunidad de hacerlo bien esta vez –le susurró Pedro al oído.




Era una cálida noche de finales de julio cuando Paula salió al porche trasero de la granja. Su padre la estaba esperando en la penumbra. Miguel Chaves se volvió entonces hacia ella y se quedó sin aliento al ver a su hija mayor vestida de novia.

–Estás preciosa, cariño –le dijo emocionado.

Paula miró tímidamente su vestido de encaje color marfil. Era corto y con vuelo, estilo años cincuenta.

–Todo gracias a mamá. Ella adaptó el vestido de la abuela para que pudiera llevarlo yo.

–Tu madre siempre consigue que todo parezca más bello. Y tú también lo haces –le dijo él con lágrimas en los ojos–. Estoy tan orgulloso de ser tu padre. ¿Estás lista?

Caminó agarrada a su brazo la corta distancia que los separaba del lugar donde iba a celebrarse la ceremonia. La luna creciente brillaba sobre los campos de cebada de su padre. Era una noche tranquila y mágica. Las luciérnagas también contribuían con su luz a que el ambiente fuera aún más mágico. Mientras caminaban hacia el granero, pudo oír las chicharras en la distancia.

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