viernes, 27 de diciembre de 2019

Desafío: Capítulo 24

La niña se puso los cascos y empezó a cantar en voz alta.

—Vaya, qué divertido —dijo Paula, quitándoselos y dándoselos a Pedro.

Sus manos se rozaron y se dieron calambre. Paula apartó las manos rápidamente y no lo miró a los ojos.

—No deberían estar aquí molestando al jefe de bomberos Alfonso. Les dije que se mantuvieran alejados cuando estuviese trabajando.

Eso lo molestó. ¿Acaso no confiaba en él? Era el jefe de bomberos de Pine Gulch. Su trabajo consistía en velar por la seguridad pública.

—Ha sido divertido —comentó Agustín—. Primero he utilizado la lijadora yo. Toca mi madera, mamá.

Paula tuvo que hacer caso al niño.

—Buen trabajo, pero espero que la próxima vez me obedezcan y no molesten al jefe Alfonso cuando esté trabajando.

—No me han molestado —dijo Pedro—. Son buena compañía.

—Estás ocupado y no quiero que te entorpezcan.

—¿Y si no lo hacen?

Paula no parecía convencida.

—Vengan, niños. Den las gracias al jefe Alfonso por haberlos dejado una herramienta peligrosa y prometanle que jamás la tocarán solos.

—Lo prometemos —aseguró Agustín muy serio.

—Lo prometemos —repitió su hermana.

—Gracias por enseñarme a utilizar la lijadora —le dijo Agustín a Pedro—. Necesito una.

Pedro vió avecinarse otro desastre, pero como el niño no era responsabilidad suya, dejó que su madre se ocupase de él.

—Gracias por su ayuda —les dijo él—. No podría haber terminado el trabajo sin ustedes.

—¿Podré ayudarte otra vez? —preguntó el pequeño entusiasmado.

Paula se puso tensa y Pedro supo que estaba deseando decirle al niño que no. Eso lo molestó. Deseó llevarle la contraria, pero supo que no debía hacerlo. En vez de eso, dijo:

—Ya veremos.

—Ahora que han estado jugando un rato con herramientas eléctricas, quiero que vayan derechos a recepción, con la abuela. Derechos, ¿Eh, Agus?

—Pero si nos estábamos divirtiendo —protestó el niño.

—El jefe Alfonso está intentando trabajar. No está aquí para hacer de niñera.

—Yo no necesito niñera —dijo Agustín.

Pedro vió cómo Paula contenía una sonrisa.

—Ya lo sé, hijo. Es solo una manera de hablar. En cualquier caso, quiero que lleves a tu hermana a recepción, con la abuela.

Muy a su pesar, Agustín tomó a su hermana pequeña de la mano y salió por la puerta, dejando a Paula a solas con él. A pesar de saber que no estaba contenta, Pedro se alegró en parte de volverla a ver. Era ridículo y lo sabía, pero no podía evitarlo. ¿Cómo se le había podido olvidar la felicidad que sentía en el pecho siempre que volvía a verla después de cualquier ausencia, fuese cual fuese su duración? Estaba preciosa incluso con el pelo recogido en una coleta, una camisa ancha y vaqueros desgastados. Y Pedro deseó quedarse simplemente donde estaba y disfrutar de su presencia. Pero, tal y como se había imaginado, Paula no le dió la oportunidad.

—Siento lo de los niños —le dijo muy tensa—. Pensé que estaban viendo Bob Esponja en la habitación número doce mientras yo limpiaba el cuarto de baño. Cuando he salido me he dado cuenta de que no estaban allí, cosa que, por desgracia, es bastante frecuente con mis hijos.

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