lunes, 16 de diciembre de 2019

Destino: Capítulo 4

Pedro Alfonso. Paula lo vió volver a la acción, a pesar de que no había mucha acción, dado que el fuego ya había estado apagado cuando los bomberos habían llegado. No era la primera vez que lo veía trabajar. Cuando salían juntos lo había acompañado en ocasiones para no separarse de él. Siempre lo había visto cómodo y seguro en cualquier situación, ya fuese al responder a una emergencia médica o a un incendio. Y eso no había cambiado en los diez años que habían estado sin verse. Seguía teniendo aquella manera de andar tan sexy. Se quedó observándolo un momento y después se obligó a apartar la vista. Volvía a sentir deseo por él, pero sabía que no debía dejarse llevar por él.

Después de tantos años, tanto dolor y tantos sueños destrozados, ¿cómo era posible que siguiera afectándole? Se mantendría fría e inmune a él. Cuando había decidido volver a casa después de la muerte de Javier, había sabido que se encontraría con Pedro. Pine Gulch era una ciudad pequeña, en la que no se podía evitar a nadie eternamente. Lo había pensado, porque no podía negar que lo había pensado, y se había imaginado saludándolo solo con una sonrisa amable y un «me alegro de verte», imperturbable. Había pasado mucho tiempo de lo suyo. Casi una vida. Por aquel entonces, ella había tomado la única decisión posible y había continuado con su vida, se había casado con otro hombre, había tenido dos hijos y había dejado atrás Pine Gulch. Por mucho que lo hubiese amado, Pedro era solo un capítulo de su vida. O eso se decía a sí misma. Había pensado que era una herida cicatrizada desde hacía tiempo.Tal vez hubiese debido asegurarse de ello antes de volver a la ciudad con sus hijos, pero los seis meses anteriores habían pasado como en una nube. Al principio, intentando aceptar el estado de Javier y las deudas que este había dejado, después, teniendo que hacer malabarismos para mantener a sus dos hijos en Madrid, una ciudad muy cara, y por último, aceptando que su única opción era volver con su madre. Solo había pensado en sobrevivir, en hacer lo mejor para sus hijos. Suponía que no había querido enfrentarse a la realidad de que volver también significaría tener que tratar con Pedro otra vez, hasta que se había dado de bruces con él gracias a su hijo y su facilidad para meterse en líos.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo su madre a su lado.

Dejó a Sofía en el suelo y la niña fue a darle la mano a su hermano para observar cómo trabajaban los bomberos.

—¡Esto nos va a arruinar! —añadió Alejandra.

Paula la abrazó por los hombros. Se sentía culpable por no haber vigilado a su hijo más de cerca. Sabía que no lo podía dejar solo, pero se había distraído con unos huéspedes y  Agustín había aprovechado para salir del despacho e ir a la zona del hostal que estaban renovando. Todavía no se podía creer que hubiese encontrado un mechero. Era un milagro que a su hijo no le hubiese pasado nada y que no se hubiese quemado el hotel entero.

—Ya has oído al jefe de bomberos, el fuego y los daños se han quedado en una sola habitación. Es una buena noticia.

—¿Cómo va a ser una buena noticia?

De repente, Paula vió  a su madre mayor y se dio cuenta de que le temblaban las manos. A pesar de Pedro y de los recuerdos que este le había despertado, no se arrepentía de haber vuelto a Pine Gulch. La ironía era que había vuelto a casa porque necesitaba la ayuda de su madre y se había dado cuenta de lo mucho que esta la necesitaba también a ella. La gestión y el mantenimiento del hostal la tenían agotada y había agradecido poder pasarle algunas de sus responsabilidades.

—Podría haber sido mucho peor, mamá. Tenemos que pensar eso. Nadie ha resultado herido. Es lo importante. Y el sistema anti incendios ha funcionado a pesar de ser antiguo. Además, ahora el seguro cubrirá parte de la reforma planeada.

—Supongo que sí, pero ¿Qué vamos a hacer con los huéspedes? —preguntó su madre con gesto de derrota, abrumada.

Paula la volvió a abrazar.

—No te preocupes por nada. De hecho, ¿Por qué no llevas a los niños a casa? Yo creo que ya han tenido bastantes emociones por hoy.

—¿Crees que al jefe de bomberos Alfonso le parecerá seguro?

Paula miró hacia la casa de tres dormitorios que había justo detrás del hostal, en la que ella misma había crecido.

—Está lo suficientemente lejos del lugar del incendio. No creo que haya ningún problema. Mientras tanto, yo empezaré a hacer llamadas. Realojaremos a todo el mundo hasta que pase el peligro. Superaremos esto como hemos superado todo lo demás.

—Me alegro mucho de que estés aquí, cariño. No sé qué haría sin tí.

Si ella no hubiese estado allí, con sus hijos, nada de aquello habría ocurrido.

—Yo también, mamá —respondió.

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