miércoles, 4 de diciembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 56

–Por supuesto que no. No soy un monstruo –repuso–. Ahora ya no tengo ninguna razón para hacerle daño, nuestro matrimonio ha terminado. Somos libres.

–Libres… –susurró Paula.

No había podido olvidar las duras palabras de McLinn. Ese hombre creía que no iba a ser un buen marido para ella y que nunca iba a poder hacerla feliz. Se dio cuenta de que él también lo habíasabido. McLinn tenía razón. Aun así, había tratado de mantener a Paula a su lado, a pesar de saber que nunca sería capaz de amarla como ella se merecía. De hecho, ni siquiera podía dormir con ella en la misma cama.

–Sí, eres libre –repuso él–. Olivia se quedó dormida en la habitación de tus padres. ¿Quieres verla?

Paula no respondió, se limitó a mirarlo. Pero ella no soportaba contemplar tanto dolor en su hermoso rostro. Tenía que terminar de una vez por todas con aquello y pensó que era mejor que fuera rápido. Tomó la mano inerte de su esposa, la sacó del dormitorio y la llevó hasta el jardín. Se detuvo entonces y la miró. Aún había lágrimas en sus pálidas mejillas.

–Lo siento –susurró ella–. Lo siento muchísimo.

Pedro suspiró y la estrechó entre sus brazos. Paula apoyó la cara contra su corazón.

–No quería que todo terminara así… –le dijo ella con voz temblorosa.

Pensó en todos los errores que había cometido desde el principio y en todas las cosas que habría cambiado si hubiera podido, pero la verdad era que no sabía cómo hacerlo. No podía confiar en nadie. Y menos aún en alguien a quien amaba.

–No ha sido culpa tuya, sino mía. Solo mía –repuso él acariciándole el pelo.

Se le hizo un nudo en la garganta al oír que Paula comenzaba a llorar de nuevo. No lo soportaba y, como había hecho siempre, ignoró sus sentimientos. Levantó su delicada barbilla y sonrió.

–Pero nuestro matrimonio no ha sido un fracaso total, ¿Verdad, Paula?

–No, ha sido maravilloso.

–Le hemos dado un apellido a nuestra hija y tendrá siempre un buen hogar.

–Sí, pero en dos casas separadas –repuso Paula.

Abrió la boca para hablar, pero se calló. No quería que ella notara debilidad en su voz. Durante un buen rato, permanecieron en silencio. Eduardo cerró los ojos, dejando que lo envolviera el aroma de su cabello. Se estremeció al sentir la dulce suavidad de su cuerpo contra el suyo, sabiendo que la sostenía entre sus brazos por última vez. Aunque era lo más difícil que había hecho en su vida, sabía que debía dejar que se fuera y evitar así que los dos siguieran sufriendo.

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