lunes, 30 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 25

-No... -vaciló Paula-. No estoy tratando de decirte nada acerca de mi madre.


-¿Entonces sobre tí?


-¿Por qué no me dejas en paz? -soltó Paula-. No necesito... que nadie me analice. Y menos aún un hombre como tú.


-Dios mío, ¿Aún estás con esa vieja historia del instituto? -preguntó él levantándose de la silla y caminando hacia ella.


Paula se puso en pie de un salto y se escondió detrás del sofá.


-No te atrevas a ponerme un dedo encima -lo amenazó.


-¿Un dedo? -repitió él riendo, haciéndola estremecerse.


Su madre le había contado ciertas cosas acerca de los hombres, pero todo de una forma muy... teórica. O, al menos, eso le parecía en aquel momento. Sin embargo había una cosa que su madre no había mencionado: aquel hombre era capaz de leerle la mente. Él dio un paso hacia ella y volvió a preguntar:


-¿Tienes miedo, Paula?


-De tí no -contestó ella mordiéndose la lengua-. De David quizá, o de gente como él. ¡Pero de tí, claro que no!


-¿David? -repitió él deteniéndose.


-No lo conoces -murmuró ella-. Ni creo que tengas ganas de conocerlo.


-Quizá sea mejor que me hables de David.


-Quizá sea mejor que no.


-Hmm -musitó él alejándose del sofá y acercándose al mueble de las bebidas-. Voy a tomar un brandy, ¿Quieres tú algo?


-No... será mejor que suba a ver a Martina.


-Podrías tomar algo conmigo primero -insistió él abriendo una pequeña nevera-. ¿Zumo de naranja?


¿Qué podía haber de malo en e! hecho de tomar un zumo de naranja? Pedro era una persona muy agradable.


-Sí, tomaré un zumo de naranja -contestó tratando de que su voz no sonara trémula. 


Él estaba de espaldas, y Paula no pudo ver su gesto: el brillo de sus ojos, la sonrisa de sus labios. Pedro llenó a medias el vaso de ella y volvió al sofá.


-No comprendo cómo he podido perder el control sobre mi sobrina favorita -musitó él-. ¿Tú a qué crees que se debe?


-A que no eres de su sexo, supongo -contestó Paula encogiéndose de hombros.


-Ah, eso no tiene solución -contestó él con cierta ironía, medio riendo- . Brindemos.


-¿Brindar? ¿A santo de qué, si se puede saber?


-¿Estás segura de que tu madre te contó todo lo que necesitabas saber en esta vida?


-Por supuesto que sí -respondió Paula-. ¿Por qué vamos a brindar?


Él sonrió amplia, profundamente.


-¿Que por qué? ¡Por el sexo, cariño!


Paula se quedó atónita, estuvo a punto de atragantarse. Ojala su madre se lo hubiera contado absolutamente todo. Dejó el vaso y dijo:


-Creo que voy a subir a ver a Martina.


Después desapareció.


El piso de arriba estaba a oscuras. Nacho estaba profundamente dormido, con la lámpara de noche encendida. Paula entró silenciosamente, lo arropó y apagó la luz. En aquella oscuridad no parecía tener ocho años. La expresión de su rostro era más dulce, casi parecía el gemelo de su hermana. Le quitó el libro de las manos y se inclinó para besar su frente.


-Buenas noches -susurró al verlo abrir los ojos un instante.


-Buenas noches, mamá -contestó él girándose en la cama.


Qué contestación más bonita, se dijo Paula. Debía ser hermoso ser madre. Le metió los brazos por debajo de las sábanas, se quedó mirándolo admirada un instante y después salió de puntillas de la habitación. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 24

 -Nos metimos para escondernos -la corrigió Nacho.


-¿Pero cuántos años tiene esta niña, vamos a ver? -preguntó Paula recordando aún lo mal que le había salido todo-. ¿Tres para cumplir cuatro?


-No exactamente -contestó Pedro-. Es una nena preciosa, tiene tres añitos y su madre lleva enferma más de seis meses, así que...


Nacho se inclinó hacia Paula y le susurró al oído:


-La verdad es que nadie le ha enseñado a hacer pipí.


-Y entonces arrestaron a Paula por no sé qué de menores y nos llevaron a la comisaría de policía -continuó Martina.


-Deja que lo cuente Paula.


-Trataron de inculparme por abandono de menores -aclaró Paula de mala gana-, ¡Cuando yo ni siquiera tengo hijos!


-Y a mí me dieron un helado -añadió Martina contenta.


-¿Y entonces llamaste a tu padre, Paula?


-¿Yo? ¿Llamar a mi padre? No, no soy tan valiente. Llamé a mi madre.


-Y ella vino y nos rescató -concluyó Martina-. Es buena. Me gusta tu madre, Paula. Y tiene un coche grande con televisión y todo, y nos trajo a casa y no dejaba de reírse. ¿Qué les parece?


-Dios mío, Paula, te asustarías mucho -dijo Nacho-. Lo siento, no me gustaría que tuvieras que marcharte, eres buena.


-Gracias -dijo Paula-. No podía dejar de pensar que alguien me estaba tomando el pelo...


-Quizá fuera una diminuta y astuta persona a la que todos conocemos - dijo el tío Pedro-. Nacho, ¿Por qué no vas arriba a bañarte?


El chico se levantó despacio, se acercó a Paula a darle un beso en la mejilla y, al llegar a la puerta, dijo:


-Yo no me pienso casar jamás.


-Yo tampoco -contestó Paula viéndolo marcharse.


Los tres se quedaron mirándose. Luca se levantó y se acercó a Paula dejando caer la cabeza en su regazo. 


-Bien -continuó el tío Pedro-, Martina, vete a la cama. Yo subiré a decirte adiós dentro de un momento, en cuanto haya hablado con Paula.


-Preferiría que me acostara Paula... y que me lea un cuento, ¿Vale?


-Yo también puedo leerte un cuento -objetó Pedro ofendido-. ¿Es que no te acuerdas? Antes te leía un cuento todas las semanas.


-Eres un tío bueno -respondió la niña sacudiendo la cabeza-, pero los cuentos de Paula me gustan más...


-Bien, vete ya -ordenó Paula-. Iré a verte en cuanto termine de hablar con tu tío.


Martina se bajó del regazo de su tío, le dió un beso y un enorme abrazo a Paula y dijo:


-¿A que lo pasamos de maravilla? -preguntó con el rostro encendido saliendo a todo correr del salón.


-Bueno, parece que me has robado a mi niña -comentó Pedro solemne.


-¿Por qué no me lo habías dicho? -preguntó ella exasperada-. Va sin pañales, pero solo está en período de prueba, aprendiendo. Yo creía que...


-Lo siento, simplemente lo olvidé.


-No te creo. Y ahora cuéntame más cosas sobre ella.


-¿Sobre ella? ¿Sobre quién?


-Sobre la madre de Martina.


-No hay mucho que decir. Su madre ha estado enferma una y otra vez desde que Martina nació.


-Así que es por eso por lo que hace rabiar a su hermano, -comentó Paula. 


-Quiere llamar la atención.


-No, no quiere llamar la atención, busca amor.


-Ah, ¿Sí? ¿Estudiaste psicología?


-¿Quién, yo?


-Sí, tú.


-No, mi especialidad era el inglés. Estudié psicología en la cocina con mi madre, junto con el arte de cocinar y de hacer pan...


-¿Estás tratando de decirme algo acerca de tu madre?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 23

Martina la miró enfadada. Media docena de madres asintieron y comenzaron a darle consejos. El encargado de sección se acercó al oír el barullo. Paula miró a su alrededor. Solo parecía haber una salida ante semejante situación: agarrar a la niña y salir corriendo. Por desgracia el jefe de sección era un hombre amable. Se inclinó sobre Martina y dijo:


-Yo tengo media docena de nietas, y sé muy bien qué...


-No se lo recomiendo... -comenzó a decir Paula.


La preciosa niña, sentada en el suelo, le sonrió al encargado, pero luego le mordió un dedo. El encargado soltó unas cuantas palabrotas y se levantó.


-Y además -añadió con dignidad-, su bebé se ha hecho pis.


-No es un bebé, es una niña -lo corrigió Paula.


-No importa...


-Si no le hubiera gritado usted así... -comenzó a decir Paula- No es más que... 


No podía volver a usar la palabra bebé, reflexionó. Martina dejó de llorar y miró a Paula, que miraba a su alrededor sin saber qué hacer.


-¡Señora...! -dijo el hombre.


-¡Pero si no es mi hija! -se defendió Paula.


-¡Mamá! -la llamó Martina poniéndose en pie-, ¡Pis!


Paula agarró la mano de la niña. Podía ver a un oficial de seguridad uniformado a cierta distancia dirigirse hacia ellas junto a una docena de mujeres. Solo podía hacer una cosa: esconderse detrás del perchero de los vestidos. Y eso hizo. Pero aquello solo funcionó durante unos segundos. Los oyó hablar. Luego, una odiosa voz dijo:


-¡Ahí!


Martina trató de decir algo. Paula la hizo callar con una señal del dedo. No quería mirar en esa dirección, pero lo hizo. Junto a ellas había un par de zapatos negros de hombre. Siguió con los ojos la figura hasta llegar a la cabeza.


-¡Oh, Diossss! -musitó-. ¿Por qué tienes que venir a espiarnos?


El hombre se agachó y le dió golpecitos en la cabeza mientras Paula trataba de ponerse en pie. Martina se sacó el pulgar de la boca.


-¡Qué grande!


-Sí-asintió Paula-. Es David Pleasanton.


-Has conseguido que me echen de mi empleo en la Latimore Incorporated -dijo él de buen humor.


Paula sabía perfectamente a qué se refería.


-No vas a conseguir nada de mí... -comenzó a decir.


De todos modos el oficial de seguridad las había visto al fin.




Pedro Alfonso estaba sentado en su sillón favorito en el salón con Martina, en camisón, en su regazo. Nacho estaba en el suelo a sus pies, apoyado sobre Luca. Paula estaba frente a ellos, deseando poder dar por terminado aquel interrogatorio.


-¿Y qué ocurrió entonces? -insistió el tío Pedro.


-Que me agarró de la mano y trató de levantarme -dijo la niña-, pero resbalé. El policía venía hacia nosotras, así que Paula tiró de mí y nos metió detrás del perchero de los vestidos para escondidas y... 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 22

-Tiene suerte tu tío -contestó Paula abrochándose el impermeable. Luca quería unirse a la expedición, pero Paula se lo impidió-. Quédate aquí en el porche, nena.


-¿Y si no me quedo me gritarás?


-No, pero puede que te atropelle.


Martina se metió el pulgar en la boca y obedeció como si estuviera acostumbrada a hacerlo. Paula se apresuró hacia el coche, estacionado al lado de la casa. El viejo Jeep tardó en ponerse en marcha. Paró delante de la casa, junto a los escalones, y abrió la puerta. Martina entró, y antes de que pudiera cerrar Luca salió ladrando y se subió en el asiento de atrás.


-¿El perro también viene con nosotros? -


-Va a ser un problema. En las tiendas no se permiten perros.


-¿Y niñas sí?


-Por supuesto, tontina. Abróchate el cinturón. Todo el mundo debe llevarlo puesto, sobre todo las niñas pequeñas.


-Yo no soy una niña pequeña -aseguró Martina volviendo a chuparse el dedo.


-Por supuesto que no, tú eres una niña mayor. ¡Luca! ¡Bájate del asiento!


Una vez preparados Paula puso en marcha el motor y tomó la carretera hacia el sur. No había demasiado tráfico. Al llegar a Taunton tomaron la carretera de circunvalación, salieron por el lado opuesto y, cruzando las vías del tren, aparecieron en el parking del centro comercial.


-Es muy grande -comentó Martina.


-El más grande que hay al sur de Massachusetts -aseguró Paula-. Y está lleno. Y eso me recuerda que tenemos que conseguir un cochecito de niños para tí.


-El tío Pedro ya tiene -señaló la niña-, pero no me gusta. No pienso sentarme en ningún cochecito de bebé, así que no lo compres.


-¿Ves a ese policía de ahí?


-Sí.


-Pues si no te consigo una sillita me va a arrestar y me va a mandar a la cárcel. 


-No me importa -contestó la niña encogiéndose de hombros.


-Y luego irán a casa y arrestarán al tío Pedro -se apresuró Paula a añadir.


-¡Oh, Dios! ¡Pero no pueden hacer eso!


-Es cierto -suspiró Paula-. Vamos, cariño, vamos.


Dejaron a Luca en el coche y se apresuraron a entrar en el centro comercial. Tres horas después habían comprado seis vestidos, tres pares de zapatos y habían comido. Acababan de entrar en Filene's para comprar ropa interior cuando la dependienta dijo:


-¿Y qué estilo prefiere la pequeñita?


Además del insulto, la vendedora quiso dar palmaditas a Martina en la cabeza. La niña se detuvo en seco, plantó ambos pies en el suelo y gritó:


-¡Yo no soy pequeñita!


Paula tuvo que esconderse. Martina tenía la voz más chillona de toda Nueva Inglaterra. Y para subrayar aún más su enfado se tiró al suelo y comenzó a patalear. La dependienta dio un par de pasos atrás en un intento por defenderse.


-Está cansada -dijo Paula tratando de justificarla-. Necesita una siesta. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 21

Paula llamó a Martina y se lo explicó.


-¿Un vestido? -preguntó la niña sorprendida-. Pero si ya tengo un vestido.


-Sí, pero no te queda bien -explicó Paula-. El color no te va con el pelo, y además has crecido mucho desde que te lo compró tu madre.


-No lo compró mi madre -explicó a su vez Martina-, fue el tío Pedro, me lo compró por mi cumpleaños. ¿A que es un tío muy bueno?


-Sí, pero ahora eres más grande. Al tío Pedro le encantará comprarte otro vestido. O quizá dos. Te mereces al menos dos. Eres una niña preciosa. 


-¿Soy preciosa? -repitió Martina subiéndose a una silla y mirándose alespejo.


-Sí, lo eres -aseguró Paula-. Vamos a peinarte y luego iremos a contarle al tío Pedro cuánta suerte tiene.


El tío Pedro, sin embargo, no pareció compartir esa opinión. Levantó la vista de su mesa y las miró enfadado.


-No me gusta que me interrumpan -dijo de mal humor-. Mi trabajo...


-Seguro que tu trabajo no es tan importante como tu sobrina -objetó Paula-. Está triste, solo tiene un vestido, y tiene casi tantos años como ella. Yo puedo llevarla de tiendas y comprarle ropa para una buena temporada. El año que viene irá a la guardería y necesitará cosas nuevas, ¿Verdad? Tú lo único que tienes que hacer es firmar un cheque. O quizá prefieras prestarme tu tarjeta de crédito, seguro que tienes una.


-¡Dios mío! -musitó él-, ¡Me asaltan en mi propia casa!


Aquello sirvió para darle a Paula otra idea:


-Podríamos comer en un restaurante del centro. A tí te dejaría unos sándwiches, y estaríamos de vuelta para cuando llegue Nacho. Así podrías estar solo y trabajar.


-Está bien -musitó él-. Vayan de compras -dijo tendiéndole una tarjeta de crédito y volviéndose hacia su ordenador.


Paula agarró a Martina de la mano, le guiñó un ojo y la condujo escaleras abajo.


-Yo no sé de tarjetas -dijo la niña al llegar abajo-. ¿Crees que con eso dará para comprar dos vestidos?


-Supongo -respondió Paula cauta-. ¡Quizá incluso para tres!


-¡Estupendo! ¡Qué tío más bueno tengo!


-Desde luego que es un buen tío.


Paula cambió de ropa a Martina, le lavó la cara y las manos y la guió a la puerta.


-Hay que correr -dijo la niña al ver que estaba lloviendo.


-No hace falta, traeré aquí el Jeep.


-¿Tienes un Jeep? El tío Pedro tiene un Buick y una camioneta. 

viernes, 27 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20

 -¿Y?


-Y nos metimos entre la gente, y alguien tenía un par de tijeras y te cortó los tirantes del vestido.


-¿Cortármelos? Querrás decir que me los rompiste. Fuiste tú, señor Alfonso, sé que fuiste tú. ¿De dónde te has sacado eso de las tijeras?


-Sí, había unas tijeras. Y tú me pegaste -continuó Pedro restregándose la mejilla como si aún le doliera-. Y me tiraste al suelo.


-Y a cambio me expulsaron del colegio durante diez días y mi madre me mandó a Attleboro a casa de mi hermana Delfina hasta que me calmara. Te lo merecías -musitó Paula-. Ojala te hubiera dado más fuerte.


-Me diste lo bastante fuerte -contestó él-. ¡Ahí estaba yo, el defensa más antiguo del equipo de fútbol, y resulta que me noquea una niña que no me llega ni a la rodilla!


-¡Ni se te ocurra decir eso! ¡No es cierto que no te llegara ni a la rodilla! -vociferó Paula mientras trataba de ponerse en pie, dispuesta a repetir la hazaña.


-No lo intentes, ni se te ocurra siquiera. Sigues siendo un renacuajo, y yo he crecido más de quince centímetros.


Paula se detuvo en seco y se quedó mirándolo. Era cierto. No medía un metro noventa y ocho, como su hermano, pero era lo suficientemente alto como para acabar con ella.


-¿De dónde te has sacado la idea de lo de las tijeras? -preguntó Paula dubitativa-. ¿Y cómo es que se lo ocultaste todo al vicepresidente?


-Yo no tenía ningunas tijeras -alegó él-. Cuando tu padre vino a hablar conmigo enseguida se dió cuenta de que no tenía fuerza para romperte los tirantes sin unas tijeras.


-¿Mi padre?


-Sí, tu padre. Lo intentó hasta tu hermano, y tampoco pudo. Claro que, entonces, no era tan grande como ahora.


-Entonces tenías unas tijeras... o un cuchillo -aseguró Paula con firmeza-. ¿Pero por qué ibas a querer hacer una cosa así?


-No tenía ninguna razón, no es cierto que tuviera tijeras o cuchillos. Tú me gustabas. Mucho. Pero a raíz de aquello te cambiaron de instituto y ese fue el fin de nuestro romance. 


-Pero... -Paula volvió a enfadarse. Sus mejillas se ruborizaron. Siempre era la izquierda. Era ridículo. Él también le había gustado mucho a ella entonces. Más de lo que se atrevía a confesar. Pero tras dos años sin verse aquella ilusión se había venido abajo- ¿Qué otra persona más hubiera podido querer ponerme en evidencia, aparte de tí?


-Yanina Winters -contestó él-. Estaba celosa.


-¡Pero... pero... Yanina jamás haría una cosa así! ¡No es posible, éramos buenas amigas!, aunque claro, ella abandonó Eastport después de...


-Sí -convino él-. Y aquella noche estaba bailando con Diego Flannigan. Ella le dió las tijeras a él, y los dos estuvieron riéndose. Los oí hablar de ello al día siguiente.


-¿Diego Flannigan? Apenas lo conocía, era un chico enorme. ¿Qué le pasó...?


-Dos días después del baile le dí un buen susto. Podría haberte hecho daño con esas tijeras.


-Pero si era enorme...


-El tamaño no cuenta, lo que importa es la habilidad.


-No sé...


-Yo sí que lo sé, pero tú sigues sin creerme. Me lo dijo tu madre. Tu madre siempre me ha caído bien -añadió él apartando la silla y saliendo de la cocina. 


De camino al ático debió tropezarse con Martina, porque Paula escuchó voces y risas. Aquellas risas le recordaron algo. Había algo que debía hacer.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 19

De pijama, llevaba una camiseta vieja de Gonzalo, y la bata la había heredado de su hermana Delfina. La camiseta le estaba grande, le llegaba casi hasta los pies, pero estaba tan vieja y lavada que era casi transparente, y por eso no quería que nadie la viera. Abrió la puerta. Había tres personas de pie en el umbral, mirándola como si ella fuera la responsable de todo.


-Es lunes -declaró Nacho.


-Estupendo -contestó ella- ¿Qué ocurre los lunes?


-Que Nacho tiene que ir al colegio. ¡Y yo no! -exclamó Martina orgullosa.


-Tenemos que desayunar, y Nacho necesita llevarse algo de almuerzo - añadió el tío Pedro-. ¿Es que no oyes el timbre?


Sí, lo oía, podría oírlo en cuanto los tres se callaran. Paula se explicó, con mal humor, medio gritando.


-¡Oh, Dios! -suspiró el tío Pedro-, ¡Otra de esas mujeres a las que no se les puede ni hablar por la mañana antes de tomar café!


-¿Una de esas con mal humor? -preguntó Nacho.


-Pues a mí me gusta -alegó Martina abrazándose a una de las piernas de Paula-. Es buena, suave y... 


-A ver, déjame probar -dijo Nacho acercándose a la otra pierna.


-Y a mí -dijo el tío Pedro.


-¡Eh, eh... un momento! -los interrumpió Paula seria-. Solo se admiten chicas. Hombres no.


-¡Pero...! -comenzó a protestar Nacho.


-Bueno, niños sí -se apresuró Paula a rectificar-, pero hombres no. De ningún modo. Y menos aún después de lo que me hiciste en el instituto.


-¿El qué? -saltó Martina con los ojos redondos como platos-. ¿Qué te hizo?


-No le hice nada -insistió Pedro-, me declararon inocente, y...


-El jurado estaba amañado -argumentó Paula-. Eran todos hombres. ¿Qué se puede esperar de un jurado compuesto por hombres?


-¡Chicas! -soltó Nacho alejándose de Paula-. Todos hombres, como debe ser.


-Pues si oigo algo por el estilo no habrá desayuno -advirtió Paula-. Ni hoy ni ningún otro día.


-¡Guau! -exclamó Martina.


-Todo el mundo a la cocina -ordenó Pedro cambiando de tema, tratando de salvar la situación.


Y todos, como una tropa, se abalanzaron hacía la cocina seguidos del perro. El malhumor desapareció cuando desayunaron huevos con beicon y tortitas con sirope. Nacho salió a la parada del autobús escolar con la mochila llena de libros y sandwiches de pavo, Martina subió a su cuarto a jugar, y Pedro bebió a sorbos su segunda taza de café con los codos sobre la mesa. Paula, sentada frente a él, jugaba con su taza. Era la cuarta o la quinta, pero aún no había conseguido espabilarse.


-Sabes muy bien que aquella noche yo no hice nada -dijo él.


-Sé muy bien que aquella noche arruinaste mi reputación -lo corrigió ella resuelta-. Jamás lo olvidaré. Después de todo, hace solo diez años. No es algo que una chica pueda olvidar.


-Sé razonable -exigió él-. Estábamos bailando juntos. Creo que era el baile del conejito, si no recuerdo mal. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 18

 -¿Cómo es que no estás casada?


-¿Yo?


Aquella sí que era una pregunta sorprendente, reflexionó Paula escrutando su rostro para descubrir la trampa. Pero no halló nada. Se enjugó las lágrimas con los nudillos.


-Porque nadie me lo ha pedido.


-¿Y no se te ha ocurrido nunca pedirlo tú?


-Por supuesto que no, las cosas no se hacen así. Además...


-¿Además, qué?


-Que jamás, nunca he conocido a nadie con el que quisiera... hacer eso. 


-¿Hacer qué?


-Oh, Dios, ya sabes a qué me refiero. Déjame levantarme -él la estrechó con fuerza de inmediato, y Paula se tambaleó y se puso en pie-. Debo estar hecha un desastre -añadió alisándose la camisa, los vaqueros, y pasándose una mano por el cabello.


-Pues a mí no me lo parece -contestó él en voz baja, inmóvil, aún sentado en el sofá.


Paula sintió otro escalofrío recorrerle la espalda.


-Creo que... será mejor que me vaya a la cama.


Mientras pueda, reflexionó. Sola. Paula se volvió y subió a toda prisa las escaleras. Luca, su fiel guardián, la siguió. Al final del pasillo había una sombra. Encendió la luz.


-¡Oh, Dios mío, debo ser sonámbula! -exclamó Martina agachada, con los pies separados a los lados de una enorme bola de jugar a los bolos que sostenía con las manos extendidas.


-¿Qué haces con eso en las manos? -preguntó Paula.


-Pero bueno, ¿Cómo ha llegado esto hasta aquí? -preguntó la niña sentándose sobre la bola.


-Martina, como esa bola vuelva a rodar por el pasillo mientras esté yo en esta casa te voy a...


-¿A zurrar...?


-No, no creo que sea necesario.


-Bien, mejor -rió nerviosa la niña-. Dile a Nacho que vuelva a ponerla en su sitio, por favor. Yo no puedo levantarla -añadió desapareciendo en su habitación.


-¡Claro que puedes! -contestó Paula-. Pobre Nacho. Y pobre tío Pedro. 




El sol salió a duras penas aquella lluviosa mañana de lunes. La casa estaba orientada al oeste de la carretera, al abrigo de una colina que parecía capaz de ocultarle la luz aún incluso en el más luminoso de los días. En otros, tormentosos como aquel, la granja parecía abandonada a la más tenebrosa de las sombras. Paula sintió que aquel día sería diferente, pero no descubrió la razón hasta que alguien no aporreó su puerta tratando de echarla abajo. Luca se despertó y ladró. Fatigada, se incorporó apoyándose sobre los codos y se restregó los ojos antes de salir de la cama. El suelo estaba helado.


-Aquí había una alfombra -musitó dirigiéndose al perro.


Luca la miró. Se había llevado la alfombra debajo de la ventana, solo para él. Ladró. De nuevo golpes en la puerta.


-Ya voy, ya voy -gritó Paula de mal humor mientras buscaba la bata. 


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

Sobresaltado, Pedro se dejó caer sobre la pared y se agarró a ella. La lengua masculina recorrió la boca de Paula. La suavidad de sus firmes, generosos pechos se vio aplastada contra el torso de él. Firmes, generosos, húmedos pechos... aún tenía la blusa calada. La mente de él se afanó buscando un comentario inteligente que hacer, pero no encontró nada, y no supo expresarse. Parecía haber solo dos alternativas: agarrarla con fuerza o dejarla resbalar por sus brazos hasta caer al suelo. Se dejó llevar por la pasión que los impulsaba a ambos e intentó hacer las dos cosas al mismo tiempo.


Aquel beso pareció durar eternamente, pero Paula no se dejó engañar. Ya no estaba colgada de su cuello. Los brazos de él habían asumido el control, la agarraban por debajo de la cintura y la apretaban con fuerza. Paula dió patadas, pero aquello, curiosamente, solo sirvió para enlazarlos aún con más fuerza. Él la aupó un poco más arriba hasta que quedó sentada sobre sus manos. Entonces ella apartó los labios, respiró hondo y se quedó mirándolo de cerca. Trataba de pensar. ¿Qué diablos estaba haciendo?, se preguntó frenética. No hubo respuesta. El parecía a punto de posar los labios de nuevo sobre los de ella. Agachó la cabeza hasta esconderla bajo su barbilla. El calor aumentó. Era un calor cómodo, soñoliento, así que, cuando él comenzó a soltarla gradualmente y sus pies tocaron el suelo, gimió. Él movió las manos por los costados, hacia arriba, apartándolas del trasero hasta que sus dedos rozaron los pechos, y luego siguió subiendo hasta acariciar los pezones erectos. Sintió que se estremecía, pero no por miedo a lo que él fuera a hacer, sino por miedo a lo que pudiera hacer ella. No había vuelto a sentir aquella sensación desde que tenía trece años, y en aquella ocasión había sido solo algo pasajero. Ni siquiera recordaba el nombre de aquel chico. Se aclaró la garganta nerviosa y tosió.


-Déjame en el suelo -ordenó con voz trémula.


-¿Ya no vas a matarme?


-No -contestó ella haciendo una pausa-, no lo creo.


-¿Entonces vas llamar a tu hermano para que me mate él?


-Pues... no, no lo creo.


-¿Vas llamar a tu madre para que me haga algo?


-No. 


-¿Y vas a abandonar la casa y a huir?


-Debería... pero no lo haré.


Él dejó de abrazarla. Paula tenía ambos pies en el suelo, se inclinó hacia adelante y apoyó todo su peso sobre él. Él acunó su cabeza contra el pecho y acarició su cabello con una mano.


-Tengo... tengo un carácter terrible -susurró Paula sobre su pecho-. Terrible.


-No me había dado cuenta -contestó él.


Ella levantó la cabeza y lo miró un momento. No se estaba riendo, no sonreía, no se burlaba de ella. Su expresión era normal, sincera.


-Estás mintiendo -lo acusó Paula.


Él se metió una mano en el bolsillo y sacó un pañuelo. Le hizo volver la cabeza y enjugó sus lágrimas.


-¿Te parece?


-Claro que estás... -su voz se suavizó-. Cualquier chica se daría cuenta.


-Bueno, gracias a Dios tú no eres cualquier chica -contestó él-. Ven, déjame ayudarte.


Pedro movió los brazos. Volvió a poner una mano en sus piernas, a la altura de la rodilla y la otra en medio de la espalda, y entonces la levantó y la llevó al sofá. Luego se sentó y ella se quedó sobre su regazo como si aquello fuera lo más natural del mundo. Los brazos de Paula volvieron a rodearlo por el cuello. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16

 -¿Y tu hermano se llevaba las culpas?


-Se lo merecía -contestó Paula poniéndose en pie-. Todas y cada una de las regañinas.


-¡Ah! ¿Y por qué?


-Tú no comprendes. Él creció...


-¿Demasiado, quizá?


-¡No te atrevas a reírte! ¡No te atrevas!


-¿Celosa?


-¡Aahg! -lo amenazó Paula con un puño-. Jamás comprenderás. Nunca. Todas mis hermanas crecieron, se marcharon y se casaron dejándome sola con Gonzalo.


-¿Y tu padre y tu madre?


-Papá siempre estaba fuera y mamá... siempre estaba ocupada con Gonzalo. Él era el pequeño, siempre estaba metiéndose en problemas.


-Instigado por tí, ¿No?


-Oh, cállate -el teléfono sonó. Paula alargó un brazo y contestó-: ¿Sí?


-¿Paula? -preguntó una voz al otro lado.


-¡Oh, Gonzalo! ¡Cuánto me alegro de oírte! ¡No tienes ni idea de...! 


-Solo tengo un minuto, cariño. Quería decirte que no puedes dejar el trabajo. Esta tarde Alfonso ha resuelto milagrosamente nuestro primer problema, es el mejor trabajo que haya visto nunca. Tres o cuatro semanas más y entraremos en la nueva era de la construcción. Te quiero, gracias.


El ruido de un enorme beso viajó a través de la línea, y segundos después se cortó la comunicación. Paula se quedó inmóvil, con el aparato en la mano. ¿Que siguiera así? ¿Tres o cuatro semanas más? Una lágrima asomó a sus ojos. Se la enjugó con la mano.


-¿Tu hermano mayor? El hombre que...


-¡Oh, cállate! -musitó Paula-. Sí, era mi hermano mayor, y como no te calles voy a llamarlo para que venga y te...


-¿Dé una lección?


Paula miró el auricular. Temblaba en sus manos.


-No necesito a mi hermano mayor para darte una lección, puedo hacerlo yo sola.


-Ah, ¿Sí?


-Sí.


Paula comenzó a avanzar hacia él, y él a dar pasos atrás. Estuvo a punto de tropezar con Luca. El perro ladró y se metió detrás del sofá. Pedro siguió caminando hacia atrás hasta llegar a un rincón y levantó ambas manos en un gesto defensivo. Hope apretó los puños.


-Ahora despacio -dijo él riendo-. Mañana tengo que trabajar, y no creo que a tu hermano le gustara que me hirieras.


-Te voy a... te voy a... -Paula temblaba de rabia. Su enorme sonrisa la ponía enferma-. Te voy a dar una lección.


Paula lanzó el puño derecho, pero él esquivó el golpe y rió más fuerte. Le daría una lección. No podía marcharse, Gonzalo necesitaba que se quedara. Su madre se sentiría decepcionada, y su padre... ¡Oh, Diossss! Pero iba a darle una lección, se prometió Hope en silencio, mirándolo a través del velo de sus largos cabellos rubios. Las puntas de los zapatos de ambos se tocaban, él se estaba riendo. Ella dió un grito de rabia y se arrojó sobre él enrollando las piernas en sus rodillas y acallando sus risas con los labios, apretándolos fuertemente contra los de él. De pronto la risa cesó. 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 15

 -¡Eso no es justo! -gritó Martina-. Ese trozo que queda es pequeño, como para una niña, y yo soy la única niña, así que es mío.


-Tío Pedro -suspiró Nacho-. ¿Es que siempre tiene que salirse con la suya?


A las nueve en punto ambos niños estaban en la cama. Martina exigió que Paula la ayudara a bañarse y salpicó cuanto quiso. Nacho, en cambio, haciéndose el hombrecito, rehusó toda ayuda. A Martina había que leerle un cuento antes de que se durmiera; Nacho se fue a la cama con un libro de Tarzán. Paula supervisó toda la operación, y el tío Pedro fue a dar un beso de buenas noches a los niños.


-Te espero en el salón -musitó él pasando por delante de ella y rozándola.


Cuando Paula terminó por fin con la limpieza del baño y bajó al salón él estaba sentado en un viejo sillón con un ordenador portátil sobre las piernas.


-Así que por fin has terminado tu primer día de trabajo como ama de llaves -dijo él dejando el ordenador a un lado.


Paula se dejó caer sobre el sofá justo enfrente de él. Tenía la camisa empapada, y los vaqueros no estaban mucho mejor. Dobló cuidadosamente el delantal y, al no encontrar dónde colgarlo, lo dejó caer al suelo y subió los pies sobre el asiento.


-No lo has hecho mal -continuó él-. Es decir, para ser el primer día. Pero tienes que controlarlos más. Nacho se pasa la vida haciendo rabiar a su hermana, necesita más disciplina.


-¿Así es como lo ves tú? -preguntó Hope bajando de nuevo los pies al suelo-. Pues por si andas mal de la vista, déjame que te diga una cosa. ¿Te acuerdas de la bola de jugar a los bolos?


-Sí, Nacho hace eso a menudo -asintió él.


-Supongo que es a menudo, pero no fue Nacho. Llevo todo el día vigilándolos, y todas las trastadas las ha empezado Martina. Ese pequeño diablillo inocente se pasa el santo día aterrorizando a su hermano... con tu ayuda, añadiría yo, hasta sacarlo de quicio.


-Tonterías -dijo Pedro levantándose de la silla y comenzando a caminar a un lado y a otro. Paula volvió a levantar los pies sobre el asiento para evitar que la arrollara-. Esa preciosa niña es incapaz de levantar la bola y lanzarla, pesa demasiado para ella.


-Sí, eso dice ella, pero la he pillado haciéndolo justo antes de la cena.


-Justo, justo, justo... hay demasiados «justo» en tu forma de hablar y poca justicia.


-¡Hombres! -soltó Paula-. Estás engañado por su dulce inocencia, necesitas verlo desde otra perspectiva. Esa pequeñaja te engaña, al único al que no engaña es a mi perro. Luca creció junto una niñita dulce como ella, conoce muy bien sus trucos.


-¿Alguna niñita en particular a la que conozcamos?


-Sí, bueno, está bien -se ruborizó Paula-, pero he madurado. Ya no soy así, créeme.


-Me hubiera gustado conocerte mejor entonces.


-¿Y por qué demonios iba a haberte gustado conocerme? Yo era una niña horrible hasta que entré en el instituto. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 14

A las seis en punto todos se abalanzaron hacia la cocina. Paula los miró con ojos cansados. Primero la inspección. Luca trató de esconderse en un rincón junto al lavaplatos, pero sin éxito.


-No permitimos perros en la cocina -declaró el tío Pedro.


-¡Hah! -exclamó Paula- Si no hay perro, no hay comida.


-¿Y qué habría de cena si hubiera perro? -preguntó Nacho vacilante.


-Pizza -contestó Paula-. Pizza casera.


Los dos chicos olieron el aroma que impregnaba el ambiente y miraron a su tío. Este trató de someterlos, pero fue imposible.


-Es un perro muy bueno -dijo Martina en voz baja-. Muy bueno, el rey de los...


-Y tiene pedígrí -la interrumpió Nacho.


-¿Es eso todo? -musitó el tío Pedro sin mirar a nadie en particular.


-Procede de los Mayflower por la rama paterna -juró Paula que, habiendo vendido su alma al diablo, no dudó en abrir la puerta del horno para que el olor se esparciera.


-Con mucho queso -comentó Martina. 


-Y no va a sobrar nada -añadió Paula-. A Luca le encanta la pizza.


-Aceitunas negras, pimiento rojo, champiñones, cebolla...


-No hace falta que pongan tanto énfasis -los interrumpió Pedro-. Está bien, el chucho... -los niños se pusieron a toser bien alto. Luca se puso en pie, se estiró, y se acercó a la mesa-. Es decir, el perro -se corrigió-puede quedarse en la cocina.


Se produjo un suspiro general, y Paula sacó la pizza del horno y la puso sobre la mesa.


-¿Trozos grandes?


-Trozos grandes -convinieron todos.


Paula luchó con el pesado cuchillo de cocina.


-Si fuera de pizzería vendría ya cortada -dijo la niña.


-Pero no sería casera -señaló el tío Pedro-. ¿No puedes cortar más deprisa?


-¿Y trozos más grandes? -añadió Nacho.


-Tenemos que comprar un corta pizzas -suspiró el tío Pedro.


Bien, se dijo Paula, al menos había hecho algo bien ese día. Su madre estaría orgullosa de ella. Segundos más tarde Pedro se inclinó ligeramente en su dirección y dijo:


-Tu madre estaría orgullosa de tí.


-Mi madre siempre está orgullosa de mí -replicó Paula-. ¿Está tu madre orgullosa de tí?


Él dió un enorme mordisco a la pizza y luego, con la boca llena, contestó:


-Tú y yo tenemos que mantener una pequeña conversación, señorita Chaves. En cuando los niños se vayan a la cama.


Aquella parecía una amenaza seria. Quizá fuera mejor abandonar el trabajo. Cinco años de instituto, título de graduada, y todo para trabajar como ama de llaves. Hubiera debido marcharse, no era una fregona.


-Si no puedes con tu pizza yo podría comerme ese... -comenzó a decir Nacho. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 13

Ojos verdes, se dijo Paula. No se había dado cuenta. Ojos verdes, y además necesitaba un afeitado. ¿O se estaría dejando la barba? ¿Que nadie besaba tan bien? ¿Y cómo podía saberlo él? Hacía siglos que no había besado a nadie. Él se acercaba. Peligrosamente.


-¡Luca! -exclamó Paula en un susurro.


El perro guardián estaba dormido sobre la alfombra, junto a la cama. Movió la cola, pero volvió a cerrar los ojos y se quedó donde estaba.


-¡Maldito perro!


-No recuerdo haber conocido a ninguna chica que dijera tantas palabrotas como tú -dijo Pedro acercándose muy despacio.


Sus narices se rozaron. 


-No me toques -susurró Paula.


-Demasiado tarde -dijo él frunciendo los labios y besándole la punta de la nariz.


-Lo detesto -musitó ella.


-Apuesto a que sí.


Él ladeó la cabeza hacia la derecha y sus labios acariciaron los de ella. Hubo un contacto rápido, como un relámpago. Casi eléctrico. Paula se puso tensa, luego se relajó. Un estremecimiento la recorrió. Pero no podía hacer nada al respecto, pensó. Él era más grande que ella, al menos unos treinta centímetros, y sus brazos... Entonces se dió cuenta de que él ni siquiera la tocaba. Ni lo más mínimo. Tenía las manos apoyadas sobre la puerta. Nada la obligaba a permanecer en aquella posición excepto el contacto de sus labios. Y la ensoñación. Aquel beso le producía una sensación cálida, húmeda, hipnótica. Pero él sí pretendía sujetarla contra la puerta, se dijo, así que no tenía sentido luchar. ¿O sí? Una vez hecha prisionera Paula se relajó y enrolló los brazos alrededor del cuello de él. Suspiró, larga y profundamente, como jamás había suspirado. Y frunció los labios imitando los de él. «No lo hagas», se dijo frenética. Pero el hecho de decirlo no ayudaba en nada. Hubo un nuevo roce de labios, y después él se apartó. Y luego volvió para unirse a ella larga, profunda, cálidamente. Sintió que perdía el sentido. Se agarró con fuerza a su cuello, levantó un pie del suelo y se presionó contra él. Como si fuera una escaladora, se agarró a él temerosa de caer. Hubiera podido permanecer agarrada a él para siempre, pero entonces sonó el timbre de la cocina y él se apartó.


-Y no ha sido todo culpa mía -se defendió Paula con vigor.


-No, no todo -admitió él-. Creo que nadie me había besado así desde... bueno, desde hace mucho.


-¡No hace falta que te chulees!


-No me estoy chuleando. Ha sido fantástico. ¿Lo haces siempre así?


-¡Te estás chuleando! ¡Un caballero jamás se chulearía sobre algo así!


-Sexo, así es como se llama, no «algo así». ¿Quieres probar otra vez?


-No, no quiero. Jamás. Algunas personas lo llaman amor, no sexo.


-Ah, entonces, ¿Estás enamorada de mí? -sonrió él. 


-¡No seas tonto! -contestó ella resuelta-. Ya me habían besado antes. Y tú no lo haces particularmente bien, si es que quieres saberlo.


Paula levantó una mano y se restregó los labios como si quisiera borrar el recuerdo del beso. Pero había mucho que borrar.


-Dí la verdad -ordenó él.


-Si te la dijera te sentirías terriblemente cohibido. Terriblemente.


-Bueno, no se puede ganar siempre -sonrió él encogiéndose de hombros. De nuevo sonó un zumbido en la cocina-. Voy con el tiempo muy justo, cariño.


Antes de que Paula pudiera apartarse él la besó una vez más en la punta de la nariz y se marchó por el corredor. Luca levantó un párpado, bufó y se volvió a dormir.


-¡Maldito perro! ¿Dónde estabas cuando te necesitaba? -musitó Paula saliendo al corredor. Pedro había desaparecido-. ¡Y ese horario tuyo es un lío! -gritó-. ¿Dónde dice «hora de besar al ama de llaves»? 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 12

 -Tengo que irme -dijo Nacho levantándose a toda prisa de la silla y lamiéndose los labios.


-Lávate la cara -ordenó el tío.


-Tengo que irme -dijo Martina.


-Lávate la cara.


Los dos chicos se apresuraron a marcharse.


-Yo también me tengo que marchar -dijo el tío Pedro arrastrando la silla hacia atrás.


-Lávate la cara -musitó Paula.


-¿Qué?


-Eh... he dicho que qué sitio tan bonito -se corrigió Paula.


Él la miró vacilante, se limpió con la servilleta y la dejó caer sobre la mesa.


-Muy buena la quiche, hazla algún otro día.


-Sí, algún otro día -musitó Paula-. Mi vida no valdría ni un céntimo si volviera a hacerla. 


¿Por qué ha dicho esa estupidez? Pero Paula no lo iba a descubrir. No en ese momento. Entonces sonó un zumbido activado por el ordenador, y el lavaplatos, en el otro extremo de la cocina, se puso en marcha.


-¡Oh, Diosss! -exclamó Paula corriendo a llenarlo con los platos-. ¡Maldito ordenador!


Luego repasó cuidadosamente el horario. Era un conjunto completo de instrucciones sobre las cosas a realizar cada día. En quince minutos debía estar pasando el aspirador a toda la planta de abajo.


-Lo voy a matar -afirmó para las paredes-, de verdad que lo voy a matar, y como se le ocurra a mi madre... ella no dirá nada. Nada.


Un fuerte ladrido desde fuera le recordó que hacía tiempo que no veía a Luca. Bueno, desde la escena de la bola del pasillo. ¡Y la ducha! Paula le hizo burla al ordenador y salió a abrir al perro, ansioso por comer. A las tres de la tarde estaba pasando el aspirador cuando sonó otro zumbido. Corrió a consultar el horario. Gracias a Dios. Subió las escaleras hasta su habitación y se dejó caer sobre la cama. Y de inmediato se levantó y comprobó que no se había equivocado de habitación.


-No vas a pillarme dos veces con el mismo truco.


-No, apuesto a que no -dijo una voz profunda desde detrás de ella.


Paula gritó y se dió la vuelta. Pedro Alfonso. Pedro N. Alfonso, para ser exactos.


-¿Qué significa la N?


-N de Nada -contestó él.


Paula apoyó la espalda contra la puerta entornada. Él puso ambas manos sobre la puerta, una a cada lado de su cabeza, consiguiendo hacerla su prisionera.


-Eres una mujer muy bella, Paula Chaves.


-Debes estar de broma -replicó ella-. Mi hermana Vanesa sí que es bella.


-Ah, entonces, ¿Estás celosa?


-No seas tonto -respondió Paula ruborizándose-. Está en África, pero no estoy celosa. ¿Cómo iba a estar celosa de mi hermana? Bueno, hermanastra. Además es más alta que yo.


-Cualquiera es más alto -rió él-. Nacho tiene ocho años, y es casi tan alto como tú. Pero apuesto a que nadie besa tan bien como tú.


Él se inclinó hacia adelante y, poniendo la nariz a la altura de la de ella, mirándola a los ojos. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 11

Nacho vaciló por un momento, se encogió de hombros y le dió un mordisco a uno de ellos. Martina actuó como si aquel año celebraran dos veces la Navidad. El tío Pedro les sonrió a todos con una sonrisa que más bien parecía una mueca, y después se cortó una porción de quiche.


-No hace falta que te la comas -le informó Paula resuelta mientras se cortaba una porción grande para ella y la ponía en el plato.


-Tranquila, me gusta la quiche.


Sin embargo le dió un mordisco muy pequeño para ser un hombre de su complexión. Aquello logró que Paula se pusiera una vez más a soñar. Porque, para su estatura, aquel era todo un hombre. Los músculos de los brazos se le marcaban bajo la fina camiseta blanca. No tenía ni un gramo de grasa en todo su cuerpo, desde los hombros hasta las caderas. Su hermano Gonzalo era un gigante, había jugado al fútbol en la Universidad de Notre Dame. Ella le llevaba dos años, y había pasado mucho tiempo cuidándolo. Hasta que él le pasó de estatura. El tío Pedro era una edición en miniatura de Gonzalo. ¿El tío Pedro?


-Ni siquiera sé cómo llamarte -dijo mientras masticaba.


-Se llama tío Pedro -dijo la niña.


-Alfonso -dijo él-. Pedro N. Alfonso.


Recordaba perfectamente el nombre. Bien de vueltas le había dado hacía diez años. ¿Qué chica no habría recordado el nombre del chico que le medio desnudó en una pista de baile, y que había conseguido que la echaran del instituto por pegarle? Pegarle le había hecho sentirse muy bien. Y Gonzalo, que en aquellos días no era tan grande, se había ofrecido para ayudarla. Sin embargo su madre se lo había impedido. Y, de pronto, iba a tener que pasar los siguientes meses con Pedro N. Alfonso, cuando ni siquiera sabía nada de su familia. Había tres familias Alfonso en Eastport: una llevaba una farmacia, otra tenía una granja, y la tercera... vivía al lado de la vía del tren. Paula se preguntó cómo sería la familia de Pedro N.  Alfonso.


-No conocerías a nadie de ellos -dijo él-. ¿Han terminado, chicos? 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 10

 -¡Bah! -se quejó el niño poniéndose en pie- No es ninguna necesidad que..


-No es necesario que -lo corrigió su tío.


-Sí, eso. No es necesario que gane, como es chica siempre se sienta primero. No es justo.


-Cierto, Nacho -convino su tío-, pero la vida no siempre es justa, ya lo sabes.


Martina volvió a la cocina con las manos chorreando.


-Bien -dijo su tío sujetándole la silla-, y ahora disfrutemos de esta primera deliciosa comida de nuestra nueva ama de llaves.


-Está caliente -avisó Paula sacando la quiche del horno y dejándola en medio de la mesa.


Paula esperaba una respuesta entusiasta, pero en lugar de ello solo hubo silencio. De hecho fue un silencio muy incómodo. Por fin Martina se puso en pie sobre su silla y asomó la cabeza por encima del plato.


-¡Vaaaya! -medio susurró-. ¿Qué es eso?


-Quiche -contestó Paula-. Es francés. Les va a encantar.


-¿Y qué es esa cosa verde que sobresale? -preguntó Nacho sin dejarse impresionar por el aspecto del plato.


-Brócoli -afirmó Paula- A los niños les encanta el brócoli.


-¡Buagh! A mí no.


-Ni a mí tampoco -convino Martina.


Paula se volvió y se quedó mirando al tío Pedro, que escondió la cabeza. Y se rió. Ella sabía que se estaba riendo, a pesar de la expresión solemne de su rostro. No era una expresión sincera. Los niños no podían evitarlo, hacían lo que veían hacer a los mayores. Tendría que haberle dado un sartenazo. Sintió que las manos se le iban instintivamente hacia el mango.


-¡Eh, que yo no he dicho nada! -exclamó el tío Pedro levantando las manos en señal de rendición-. Yo como quiche... aunque el brócoli no es mi verdura favorita.


-¿Pero qué es esto, una familia que come comida basura? ¿Qué les gusta comer? 


-Mantequilla de cacahuete y mermelada -dijo Martina-. Bueno, menos cuando cocina mamá.


-Mamá nos hace sandwiches -añadió Nacho-. De jamón, de queso, de salami... esas cosas.


-Y a veces pizza -añadió el tío Pedro-. Mi hermana cocina muy bien.


Y yo, pensó Paula enfadada. Mucho mejor. Debía dejar aquel estúpido trabajo, marcharse en ese mismo instante y no volver. Debía... hacer sandwiches. La mantequilla de cacahuete, según había averiguado en una primera inspección, estaba en el tercer estante. La mermelada, en la nevera. El pan, en la panera. abrió la puerta del armario, estiró el brazo y se puso de puntillas.


-¡Maldita sea! -musitó entre dientes.


Le faltaban unos treinta centímetros para llegar.


-La banqueta de la cocina está junto a la nevera -dijo el tío Pedro.


-¡Y el bote de las multas por decir palabrotas junto a la panera! - exclamó Martina.


-Claro, pero si fueras un caballero...


Según parecía, no lo era.


-Un duro por cada palabrota -añadió Nacho.


Paula se quedó mirándolos a los tres. 


-Así que se paga una multa pero sin dinero -soltó Paula.


-¿Quieres decir que no tienes dinero? -preguntó Nacho.


-No, no tengo dinero -contestó Hope.


-Bueno, siempre puedes echar un pagaré -sugirió Martina-, Es lo que hace el tío Pedro. Escribe en un papel la cantidad y lo echa a la lata.


Sí, reflexionó Paula. Eso haría. Y, nada más terminar de comer, abandonaría ese estúpido trabajo y los dejaría a los tres con el pagaré. ¡Nada más comer!


-¿Siempre hablas sola? -inquirió el tío Pedro- Estás moviendo los labios como si...


-No es asunto tuyo -soltó Paula-. Hablo sola, mucho. Soy la única persona que me entiende. 


Fue difícil adivinar la respuesta de Pedro. Paula hubiera jurado que había dicho algo así como: «Ya lo creo», pero, ¿Por qué iba a ser tan impertinente, y por otro lado tan amable como para levantarse y sacar la mantequilla del tercer estante? Confusa, sacó todos los ingredientes y comenzó a preparar sandwiches.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 9

 -Supongo que eso significa que no me encuentras atractivo, ¿No? - inquirió él medio riendo a través de la puerta-. Si piensas marcharte será mejor que esperes hasta después de la comida -añadió en voz alta.


-¡Vete! -gritó ella apretando los puños.


-No mientras no... ah, aquí están -añadió acercándose a la puerta-. No podía marcharme, no encontraba mis pantalones. Nos veremos a la hora de comer.


Paula escuchó la puerta abrirse y cerrarse y se apoyó contra la del baño suspirando aliviada. Tenía que marcharse, se dijo a sí misma. No tenía por qué aguantar aquella situación.  Abrió la puerta del dormitorio despacio y asomó la cabeza.


-Esperaré -musitó sentándose en la cama-, ¡Esperaré a que haga otro comentario y entonces lo golpearé tan fuerte que jamás lo olvidará!


En su interior, Paula no dejaba de oír la voz de su madre, que decía: «Vamos, adelante, abandona. Seis trabajos en menos de dos años, pero no importa. Mejor marcharse que matarlo. No has madurado lo suficiente como para enfrentarte a un hombre adulto, tienes que controlar tu carácter, cariño. Venga, abandona. Defraudarás a tu padre, pero él jamás ha comprendido a las mujeres. Vamos, abandona, Paula».


-¡Maldita sea, maldita sea! -gritó golpeando la almohada-. ¡No abandonaré, no abandonaré! Y no voy a llamar pidiendo ayuda. ¡No abandonaré! ¿Me oyes, Paula Chaves?


Paula se enjugó las lágrimas, vació la maleta y se vistió con una camiseta, vaqueros y zapatillas de deporte. Luego se peinó, pero apenas sirvió de algo. Sus cabellos rizados volvieron a revolverse en cuestión de segundos. Entonces bajó a la cocina. Por el camino tropezó con un espejo y se miró. La camiseta mostraba su figura a la perfección. Demasiado perfectamente.


-¡Oh, Diossss! -musitó volviendo al dormitorio a buscar un jersey grueso, amplio y suelto, para cubrirse. 




La quiche se tostaba en el horno cuando una alarma sonó en la casa. Él se lo había advertido, pero lo había olvidado. La casa entera estaba gobernada por un pequeño ordenador situado en la pared de la cocina, justo detrás de la nevera. Y el timbre que avisaba de que era la hora de la cena parecía una sirena de bomberos. Paula se estremeció. Apenas sabía nada de ordenadores. Al lado, clavado a la pared, había un cartel en el que se explicaba todo lo que debía hacerse en la casa en cada momento. Sin embargo no necesitaba consultar el horario, ya no. De pronto se escucharon pisadas, y se retiró a un rincón. Martina entró como un rayo, tres o cuatro pasos por delante de Nacho.


-¡Te gano, te gano! -cantó la niña bailando alrededor de su hermano.


-¡Tramposa, no me has...!


-Sí, te he ganado, ¡mentiroso! -contestó la niña sacándole la lengua.


Por fin llegó el tío Pedro.


-Inspección -ordenó con voz de sargento. Los niños se alinearon como soldados, erguidos con la cabeza bien alta-. Manos.


Entonces aparecieron dos pares de manos. Las de Nacho con las palmas hacia arriba, las de Martina con las palmas hacia abajo. El tío Pedro observó las de Nacho y dijo:


-Aceptable, pero usas demasiada agua y poco jabón -luego dió un paso e inspeccionó las de Martina-. Da la vuelta.


La niña giró las manos. Tenía las palmas negras.


-Te lo dije -rió Nacho-. No se ha...


-No admito comentarios por parte de los soldados -afirmó el tío Pedro- . Soldado Martina, vuelve a lavarte. Rechazada.


La niña hizo un puchero. Estaba a punto de llorar. Cerró los puños y corrió al baño que había junto a la cocina. Nacho se dejó caer en la silla.


-¡Eh! -objetó su tío-. Nadie se sienta hasta que no se hayan sentado las damas.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 8

 -Por supuesto que no -aseguró Paula.


-Bien, tengo trabajo -dijo el tío Pedro. Acto seguido se dirigió hacia la escalera y comenzó a subir, pero enseguida añadió en voz baja, para que no lo oyeran los niños-: Señorita Chaves, apreciaría mucho que no volvieras a aparecer casi desnuda delante de los niños.


-¿Cómo? -preguntó Paula-. ¡Ah, es cierto! -añadió mirándose y ruborizándose.


Llevaba lo mismo que hubiera llevado en una playa: bragas, sujetador y falda. Y era una suerte, por lo general nunca llevaba sujetador. Prefería la ropa suelta, grande, y con sus pechos firmes y bien desarrollados el sujetador resultaba innecesario. Paula miró a Pedro deseando que desapareciera de su vista.


-Sí, es cierto -repitió él con una media sonrisa-. Por mí ya te lo puedes imaginar, no tengo ninguna objeción, pero Nacho y Martina son...


-¡Cállate! -gritó Paula-. Yo no soy... soy... ¡Ha sido un accidente!


Los dos niños soltaron una risita nerviosa.


-Te lo dije, ¿A que son grandes? -añadió la niña.


El tío Pedro subió las escaleras sin dejar de reír. Paula miró entonces a los niños, y estos dejaron instantáneamente de reír. Se retiró a su habitación y cerró la puerta de un golpe. Se dejó caer sobre la cama y apretó los puños.


-Dejaré este estúpido trabajo -se dijo en voz alta para sí misma-. ¡No tengo por qué aguantar este...! -golpeó los puños contra la pared-. ¡Tendría que haberle pegado! ¡Hace diez años, en aquel baile, tendría que haberle pegado!


Pedro Alfonso, el chico que la había puesto en ridículo hacía diez años. Hubiera debido de... matarlo. ¡Rasgarle el vestido en mitad de la pista de baile! ¡Y en aquella ocasión no llevaba sujetador! ¡Y él, muerto de risa! Bueno, después de ponerle el ojo morado ya no rió más. Poco después él se lo había explicado todo al director del instituto como si fuera un accidente, y a ella la habían echado de clase durante una semana por pegarlo. ¡Era un monstruo! Tomaría una ducha y se cambiaría de ropa. Y luego lo impresionaría con una comida como jamás la había imaginado. Ese era un buen plan. Paula entró en el baño, tiró la ropa al suelo y abrió el grifo del agua caliente. Se lavó, se calmó y, media hora más tarde, salió de la ducha.  Las toallas colgaban de una percha. Tiró de una de ellas y se secó. Salió del baño con la toalla colgada de una mano arrastrándola por el suelo. Sin embargo, tras dar tres pasos en el dormitorio, comprendió que había cometido otro terrible error. Había un hombre en calzoncillos a los pies de la cama, silbando. ¡El tío Pedro!


-¿Qué...?-gritó.


Él se dió la vuelta.


-Bien, preciosa, no cabe duda, pero no hacía falta que te tomaras tantas molestias.


Paula pareció quedarse helada. Jamás en su vida había compartido un baño con un hombre, y menos aún con uno medio desnudo, dispuesto para recibir un puntapié. Bueno, al menos desde que Gonzalo tenía dos años. Respiró hondo.


-¡Sal de mi habitación! -gritó.


Él sonrió. Hope agarró la toalla y trató de taparse.


-Debe ser un error -rió él-. Ocurre que esta es mi habitación, y si de verdad quieres taparte, súbete más la toalla.


Paula miró para abajo. Tenía razón. Airada, subió la toalla.


-¡Sal de mi habitación! -repitió Paula ajustándose la toalla.


-Deja que te lo repita, esta es mi habitación.


-Tu sobrino...


-Sí, ya veo -contestó él mirando a su alrededor como si buscara algo-. Ya discutiremos sobre eso más tarde, en cuanto encuentre mis pantalones.


Paula suspiró frustrada y se retiró al baño cerrando la puerta de golpe. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 7

Paula se miró y estuvo a punto de dar un traspiés. Ella usaba una talla de sujetador más grande que la mayor parte de las mujeres de su estatura. Recordaba perfectamente cómo se le quedaban mirando los chicos en el instituto.


-Algún día tendrás que contármelo -dijo Martina.


-¿El qué? -preguntó Nacho.


-Eso de ser... -comenzó a decir la niña.


-Eso tendrá que explicártelo tu madre -alegó Paula dando por terminada la conversación. Era lo último: darles una clase sobre sexo. Tenía veinticuatro años, pero aún se sentía cohibida al hablar de ese tema-. Mi madre me lo explicó todo cuando cumplí los trece.


-¿Explicar qué? -insistió Nacho.


-Cosas de chicas -contestó su hermana.


-Esta es tu habitación, Paula -dijo Nacho agarrando el picaporte.


-No, esa no -dijo Martina-, la siguiente, la que tiene cuarto de baño.


Nacho se encogió de hombros, cerró la puerta de un golpe y siguió por el pasillo hasta otra puerta más allá. Iba a tener su propio baño, era estupendo. El corredor era largo y recto, casi tan largo y estrecho como la pista de una bolera, y tenía ocho o nueve puertas cerradas que impedían que le llegara la luz y una pequeña y sucia ventana en cada extremo. Aquel lugar necesitaba una buena limpieza. Nacho abrió la puerta siguiente y la hizo entrar en una habitación decorada en marrón. Luego miró a su alrededor como si no pudiera creerlo.


-¿Esta? -le preguntó a su hermana. La niña asintió. Nacho se encogió de hombros y soltó la bolsa de Paula-. Vamos -le ordenó a su hermana.


Ambos bajaron al salón, la niña lo seguía sin pestañear. Luca se puso de pie para seguirlos.


-¡Luca! -lo llamó Paula. El perro se detuvo, miró a su alrededor y volvió a su lado-. ¡Condenado perro! -Luca giró una o dos veces sobre sí mismo y se dejó caer en la alfombra-. Bien, desharé la maleta, tomaré una ducha y miraré a ver qué pongo de comida.


Deshacer la maleta le llevaría poco tiempo: apenas llevaba dos o tres cosas, pero en cuanto a la comida... ¿Sandwiches y leche, quizá? Algo así, pensó. Era fácil contentar a los niños. Paula se quitó el suéter y se desabrochó la blusa. Entonces escuchó un estruendo. Primero un golpe, y después una especie de ruido continuo, como si algo estuviera rodando. Martina gritó. Nacho gritó pidiendo ayuda. Luca se puso en pie y miró hacia la puerta. Hope se tomó unos segundos y por fin salió al pasillo justo cuando la bola que rodaba por él chocó contra la pared del fondo. La casa tembló. La camisa, abierta, cayó al suelo. Los niños estaban de pie frente a ella, agarrados de las manos.


-Ha sido un accidente -afirmó Martina.


-Ha sido ella -dijo Nacho señalando hacia el rincón.


Junto a la pared, una enorme bola de jugar a los bolos.


-¡Dios mío! -suspiró Paula.


-¡Dios mío, es cierto! -exclamó el tío Pedro bajando las escaleras desde la tercera planta-. Te he dicho que vigiles a Nacho.


-¡No me digas! ¿Y por qué iba a querer un niño de su edad hacer una cosa así?


-¡Pero si yo no he sido! -insistió Nacho.


El tío Pedro esbozó una expresión de confusión. Martina, sintiendo que necesitaba protección, se agarró a la pierna de Paula con ambos brazos.


-¡Yo no he sido! -exclamó. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 6

 -Entonces... -contestó el tío Pedro-, Nacho, lleva las bolsas de la señorita Paula a su dormitorio. Y tú, Martina, llévala a.... Pero en el nombre de Dios, ¿Qué es eso?


Era Luca, por supuesto. El perro se estiró, se puso en pie y se acercó a Paula. Era enorme.


-Es Luca -dijo ella-, mi guardián. Mi madre ha dicho que no puedo quedarme aquí a pasar la noche sin perro.


-¿Tu madre? ¿Te refieres a esa diminuta... eh... mujer bajita que vino ayer?


-La misma -replicó Paula-. Es juez del Tribunal Superior de Justicia, ¿Sabes?


-No, no lo sabía. ¡Vaya aguafiestas! Así que mima mucho a su hijita, ¿No? ¿Te tiene súper protegida? ¿Tienes que volver a casa a las once? - inquirió haciendo una pausa para reflexionar sobre el resto de cosas que había dicho Paula-. ¿Has dicho el Tribunal Superior de Justicia?


-Y mi hermano es muy fuerte y tiene ideas anticuadas -añadió Paula dándose aires de superioridad.


-¡Dios mío! ¿Hay más en la familia?


-Sí, y todos son mucho más grandes que yo --confesó Hope-. Pero, quitando a Gonzalo, todas están casadas.


-Creo que será mejor que vuelva a trabajar -contestó él mirándola con expresión grave.


Parecía estar reflexionando. Luego sonrió a los niños y subió escaleras arriba. Paula lo observó. Era un hombre delgado y esbelto, como de un metro setenta y nueve. En su entorno, de gente enorme, resultaba bajito, pero para Hope tenía una medida muy adecuada. Podía mirarlo levantando la cabeza, pero sin necesidad de acabar con dolor de cuello. Era musculoso, la camiseta que llevaba lo demostraba. Cintura y caderas estrechas embutidas en los vaqueros, hombros anchos, cara cuadrada y cabello rubio rojizo. Bien, se dijo Paula, sabía que tenía que haber algún hombre de su talla en este mundo. Pedro se paró al pie de la escalera y se dió la vuelta.


-La comida es a las doce, hay un horario en la pared de la cocina. Y ten cuidado con Nacho.


Antes de que Paula pudiera formular ni una sola pregunta Pedro se había ido. ¿Que tuviera cuidado con Nacho? Martina era una muñequita, pero Nacho... era otra historia. Observó el reloj colgado de la blusa de la niña. Faltaban tres horas para la comida, tenía que resolver qué preparar.


-Bueno, vamos -dijo Nacho recogiendo la maleta y comenzando a subir las escaleras.


El niño era alto y fuerte para su edad, pero Martina era diferente. La niña se acercó a ella y la tomó de la mano. E inmediatamente rompió el hechizo diciendo:


-Creo que hasta mi madre es más grande que tú -luego, al llegar al descansillo de las escaleras, añadió-: Bueno, tú eres más grande de arriba. ¡Mucho más!

viernes, 20 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 5

 Su padre siempre iba directo al grano, y jamás olvidaba nada. ¿Cómo era posible que hubiera cometido aquellos dos errores? El tío Pedro vivía y trabajaba en casa, y se suponía que ella iba a tener que quedarse a pasar la noche allí... su madre no había dicho nada al respecto, excepto que se llevara a Luca.


¿Luca? Paula miró por encima del hombro. El perro la había seguido hasta dentro de la casa, pero luego había vuelto al felpudo de la puerta y se había dormido sobre él. ¡Vaya protección! Dos niños. La niña era respondona y descarada, y tenía una espesa cabellera pelirroja recogida en lo alto de la cabeza. ¿Tres años? Alguien le había puesto un peto rojo que le quedaba pequeño, y la blusa ya no era lo blanca que debía haber sido. Iba descalza y parecía frágil. El niño parecía fuerte, alto para su edad, y llevaba un mono con parches en las rodillas que en otros tiempos debió de ser azul. También iba descalzo, y tenía el pelo más oscuro que su hermana. Los dos tenían ojos negros y observaban a Paula sin pudor.


-Entonces a quien tengo que ver es a su tío -repitió Paula con voz trémula. 


No estaba muy segura de querer ver al tío Pedro. Quizá debiera volver a Eastport, se dijo en silencio. Pero entonces defraudaría a su padre y a Gonzalo, que se pondría a gritarle...


—¿Y a quién tenemos aquí? -dijo una voz profunda, saliendo de la oscuridad.


Paula sacó la cabeza, pero apenas vio nada.


-Me llamo Paula, creo que significa esperanza.


-Sí, bien, la esperanza todo el mundo debe mantenerla -dijo la voz dando un paso hacia la luz, sin salir aún de la oscuridad.


-¿Cómo?


-Paula -repitió la voz-. Todo el mundo debe mantener la esperanza.


Nacho soltó una risita nerviosa. Paula se ruborizó. Era un terrible juego de palabras, pero no tenía agallas para decirlo. Entonces aquella figura dió otro paso más hacia la luz.


-¡Tú! -exclamó Paula.


-Sí, yo -admitió él-. Pensaste que no ibas a volver a verme, ¿Verdad, Paula Chaves? Ha pasado mucho tiempo desde el instituto. Recuerdas...


-No tengo ganas de recordar nada -declaró Paula resuelta-, Y, en especial, no tengo ganas de recordarte a tí, Pedro Alfonso. No después de...


-Sí -suspiró él-, no tuve precisamente mucho éxito en el baile de Graduación, ¿Verdad? Bueno, gracias a Dios que hemos... que he crecido. Tú, en cambio... sigues siendo una mujer diminuta y...


Eso era lo que más odiaba en el mundo.


-Yo no soy una mujer diminuta -lo interrumpió Paula-. Soy bajita, pero no diminuta. Y no me gusta que me llamen...


-Pequeña o diminuta -la interrumpió él-. Es suficiente. ¿Lo han oído, niños?


Dos cabecitas asintieron.


-Ser bajita -continuó Paula con cabezonería- no tiene nada que ver con ser inteligente, con tener virtudes o con la moral.


-Podrías haber omitido eso de la moral. Eres una preciosa y dimi... mujer bajita, señorita Paula. ¿Crees que podrías manejar a estos dos indios salvajes? 


-Sin duda -contestó ella tensa, sintiendo un escalofrío al recordar su experiencia como profesora del curso de noveno en el colegio público de Taunton.


«Es una profesora hábil y trabajadora», había dicho el director del centro al consejo escolar, «pero completamente incapaz de mantener la disciplina en una clase de veinticinco estudiantes».


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 4

Llegó el domingo. Aunque hacía sol, soplaba un viento frío procedente del Canadá, y se esperaba otra borrasca. Una fila de árboles, desnudos de sus hojas desde hacía tiempo, se alineaban en la carretera hacia el sur. Paula Chaves silbó tratando de reunir coraje mientras conducía su viejo Jeep Wagoneer hacia Taunton. Luca, el enorme y viejo pastor alemán, iba sentado en el asiento del copiloto sacando el hocico por La ventana. Su madre había estado con el ceño fruncido, pero había dado su aprobación «siempre y cuando Luca la acompañara». Aquello no tenía sentido. Luca tenía catorce años, y era muy manso, pero siempre era dé agradecer el poder contar con un amigo. Quince minutos más tarde Paula vió la casa. Estaba muy alejada de la carretera, apenas se la veía. Era una cómoda granja de buen aspecto, con miles de añadidos posteriores. Ella maniobró y se detuvo delante del porche. El lugar estaba en silencio, parecía abandonado. Luca se negó a salir del vehículo.


-Cobarde -musitó Paula respirando hondo y subiendo las escaleras del porche.


El perro gimoteó, pero no se movió. En la puerta había un timbre y llamó varias veces. Al otro lado de la puerta hubo un gran jaleo. Y, al abrir, un murmullo de voces. Dos niños pequeños aparecieron. Un niño bien fuerte y una pequeña y delicada niña. El niño era casi una cabeza más bajo que Paula, y la niña más bajita que el niño.


-¿Sí? -preguntó el niño.


-Soy... -Paula tragó. Tenía la boca seca. Jamás se le habían dado bien las presentaciones-. Soy la nueva... ama de llaves.


-¡Ah!


Eso mismo pensaba Paula. Dió un paso atrás y estuvo a punto de caer por las escaleras del porche. Ambos niños la miraron con ojos negros muy abiertos.


-Mi padre me ha mentido -musitó Paula-. ¡Me dijo que eran casi bebés!


-¡Ah! -volvió a exclamar el niño saliendo al porche y mirándola de arriba abajo-. ¿Bebés? Yo tengo ocho años, y Martina tiene tres. ¿Bebés?


-No, ya lo veo... -comenzó Paula a explicarse mientras Luca salía del coche y se colocaba junto a ella.


O hacía algo de inmediato o aquellos dos niños le plantaban cara y la mandaban a casa. Sería una pena. Tendría que apuntarse un nuevo fracaso. Paula chasqueó los dedos al oído de Luca. El enorme perro se puso en guardia. Gruñó, sacó la lengua y jadeó, y la bravuconería del niño desapareció. Entró en casa y su hermana se escondió detrás.


-¿Ese perro es tuyo? -preguntó tembloroso.


-Sí, es mío -contestó Paula- ¿No me invitas a pasar?


-Sí, claro -repitió el niño dando otro paso atrás.


-Así que tu hermana se llama Martina, ¿No? Es un nombre bonito. ¿Y tú?


-Él se llama Nacho -dijo la niña-. En realidad se llama Ignacio, pero no le gusta, así que el tío Pedro dijo que...


-A ese es a quien quiero ver -se apresuró a decir Paula-, al tío Pedro. ¿Se ha marchado a Boston a trabajar?


-No -contestó Martina-. Se ha marchado arriba, al ático. Trabaja allí.


-¿Marchado? ¿Trabaja en el ático? ¿Siempre?


-Sí -confirmó Nacho-. Siempre trabaja en el ático, es verdad. Mi hermana no habla un buen inglés.


-Esa es otra... -comenzó a decir Paula, que enseguida calló. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 3

 -Sí, bueno... -vaciló Miguel sacando una pipa del bolsillo y dándole golpes contra la palma de la mano. No tenía tabaco. Su mujer lo había convencido de que fumar era malo-. Hay un chico que...


-¿Es un empleado alto y grande?


-Pues... no, ninguna de las dos cosas -respondió Miguel sobresaltado ante la pregunta-. Es de una empresa a la que hemos contratado, no es empleado nuestro. Y, la verdad, no es muy alto. Debe medir metro setenta y nueve o metro ochenta, diría yo.


-Entonces, ¿No es un empleado? -volvió a preguntar Paula aliviada.


-¿Qué tienen de malo los empleados? -sonrió su padre.


-Pues que tienen esa tendencia a.... repetir todo lo que oyen en las oficinas de Chaves.


-Ah, ¿Hacía eso David?


-Bueno, esa era una de las pegas.


-¿Y otra era ser demasiado alto?


-Sí, esa era otra -admitió Paula retirándose el pelo de la cara.


-Entonces este chico es justo lo que necesitas -rió su padre-. Es exactamente lo que necesita nuestra empresa de construcción, pero no tenemos dinero para pagarlo: un- genio de la informática. Y no te creas que hay muchos. Por eso lo hemos contratado, para que solucione nuestro problema, y te aseguro que no sale barato.


-Seguro que podrías encontrar a una mujer que resolviera el problema igual de bien -soltó Paula-. ¿Es que siempre tiene que hacerlo todo un hombre?


-No, pero a este chico lo conocemos, y tu hermano Gonzalo confía en él.


-Bien... ¿Y qué?


-Pues que el chico tiene un problema muy particular. Su hermana tiene dos hijos, un niño y una niña, y resulta que ella y su marido tuvieron un accidente de tráfico. Ya están mejor, pero necesitan tiempo para recuperarse. Y no tienen quien les cuide a los niños.


-¿Y? 


-Y nosotros necesitamos a ese experto en informática, pero él dice que no puede trabajar porque tiene que ocuparse de los niños. Dice que el único modo de cumplir su contrato con nosotros es consiguiendo a una mujer buena y fiable, a una...


-¿Niñera? -lo interrumpió Paula.


-Ama de llaves -la corrigió su padre-. Para un par de meses, quizá tres. Dos niños, los dos muy pequeños. Casi bebés, supongo. Viven cerca de la carretera, como a kilómetro y medio de Taunton.


-¿Y crees que podría traerme aquí a los niños?


-No, él dice que no. Los niños están viviendo en su casa desde el accidente, y no quiere trasladarlos. La madre está hospitalizada, y creo que la cosa va para largo. Incluso está preocupado de que la niña se olvide de su madre. Bueno, ¿Que te parece?


Paula dió vueltas a la idea. Una familia. Con dos niños. Y un adulto que probablemente trabajara en Boston. Podía llevarse a su perro por si acaso, y conducir hasta... 


-Por supuesto, él espera que vivas en su casa -añadió su padre interrumpiendo sus pensamientos.


-Hija, no hace falta que trabajes -intervino entonces Alejandra-. Tu parte de los dividendos de la Chaves Incorporated es suficiente para...


-Para mantener a una flota, ya lo sé, pero si no hago algo me voy a volver loca -aseguró Paula desesperada.


-Empiezas mañana -dijo su padre volviendo al periódico.


-¡Espera un momento! Querrás decir pasado mañana -aseguró Alejandra resuelta-. Estamos hablando de mi hijita pequeña. Mañana mismo iré a ver quién es ese joven.


-¡Gonzalo es tu hijito pequeño, es dos años más pequeño que yo! - exclamó Paula de inmediato, sintiendo la necesidad de luchar.


Alejandra dejó la labor y se quedó mirando a su hija.


-Gonzalo es más alto que tu padre, y lleva dos años dirigiendo la Chaves Incorporated. Tú eres mi hijita pequeña.


-Sí, mami. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 2

 -¡Dios, qué día! -se quejó-. Y no lo digo solo por la maldita artritis.


-Pues por aquí tampoco hemos tenido mucha paz -contestó su mujer levantando la cabeza con una sonrisa-. ¡Si te hubieras tomado tus pastillas a la hora de comer,..!


-¿Te lo dije? -preguntó Miguel levantando ambas manos y encogiéndose de hombros.


-Exacto, te lo dije -repitió Alejandra-. Tu hija tiene un problema.


-¿Mi hija?


Miguel Chaves estaba seguro de una cosa: Alejandra, juez del Tribunal Superior de Justicia, era la encargada de dar órdenes en lo referente a las mujeres de la familia, y solo acudía a él cuando necesitaba que repitiera lo que ella ya había decidido de antemano. Así pues, lo único que tenía que hacer era averiguar qué quería Alejandra que repitiera.


-Paula, ¿Tienes un problema? -inquirió Miguel.


-No exactamente -contestó la niña enderezándose en el asiento-. He... he roto mi compromiso con David -confesó por fin a toda velocidad. 


-Ah -contestó Miguel tratando de pensar también a toda velocidad-. ¿David?, ¿Te refieres a ese tipo repugnante que ha estado merodeando por aquí durante los dos últimos meses?


-El mismo -contestó Alejandra.


-Papá...


-¡Qué buena idea! -la interrumpió su padre-. Y ahora que lo pienso, tampoco aguanto a su padre. Pero entonces, ahora tienes más tiempo libre, ¿No?


Paula vaciló. ¿Más tiempo libre? Su padre se había hecho muy mayor, pero no había perdido agilidad mental. Y, en aquella familia, una chica que hablara sin pensar podía verse envuelta en muchos problemas. Sin embargo, si se trataba solo de tiempo libre... ¿Cómo podía eso causarle problemas?, se preguntó dándole vueltas al asunto.


-Pues... sí-contestó ansiosa, mirando al suelo.


-Bien, porque necesito ayuda.


Paula levantó la vista de inmediato. Su padre se había dejado caer en su sillón favorito y leía el Boston Globe. Su madre, siempre ocupada, había dejado la labor y lo miraba.


-¿Que necesitas ayuda?


Aquello parecía imposible. Paula había visto a su padre gobernar el mundo durante toda su vida. Solo de vez en cuando lo había visto volverse hacia su mujer para pedir consejo. Su hermana Delfina se había echado a reír y le había dicho que se equivocaba, que era su madre la que lo dirigía todo, pero ella no la había creído. Y de pronto...


-Sí, necesito ayuda, cariño -insistió su padre dejando el periódico a un lado-. A tí te gustan los niños, ¿Verdad? Me refiero a los pequeños.


—Sí -contestó Paula vacilante, cruzando los dedos-. Me gustan los niños pequeños.


-Entonces todo arreglado -afirmó Miguel volviendo a su periódico.


-¿El qué? ¿Qué es lo que está arreglado? -preguntó Paula.


-¿Es que no te lo he dicho? -preguntó a su vez Miguel volviendo a apartar el periódico.


-No, me temo que no, cariño -contestó Alejandra en un tono de voz muy expresivo, que Hope había aprendido a interpretar a base de experiencia. Aquello significaba que su madre... o su padre... se estaba burlando de ella. O los dos-. Deberías explicarte, Miguel. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 1

 -Entonces, ¿Has terminado con David? -preguntó Alejandra Chaves levantando la vista del petit point mientras su hija menor caminaba arriba y abajo, haciendo aspavientos y moviendo las manos de vez en cuando.


 -Definitivamente -contestó Paula enfadada-. Es el fin, pero no se lo dirás a papá, ¿Verdad?

 

-Tu padre es amigo del padre de David -comentó Alejandra dejando a un lado la labor y cruzándose de brazos-, pero eso no tiene nada que ver ni contigo ni con cuándo, cómo o con quién te cases.

 

-Pero él dijo que...

 

-¿Él?, ¿Te refieres a David?

 

-Sí, dijo que a papá no le iba a gustar que lo abandonara, que... bueno, que cuando se lo dijera me iba a enterar. Luego me hizo una burla y se marchó, y...


 -¡Dios mío, hija!, ¿y llevas toda la tarde preocupada por eso? ¿Tan poco conoces a tu padre?


 -A veces no estoy segura, mamá. En la familia todos son tan altos, tan enormes, tan firmes... -Paula tragó, se aclaró la garganta y se enjugó una lágrima-... y los hombres con los que mis hermanas se han casado también lo son. En cambio yo... yo no soy más un renacuajo, apenas mido más de metro y medio...


 -Casi como yo -la interrumpió su madre-. Y tienes un precioso cabello dorado, igual que lo tenía yo antes de que se me pusiera gris. Y una bonita figura que lucir. ¿Qué quieres decir con eso de firmes?


-Bueno, pues que todos tienen... opiniones fuertes, por decirlo de algún modo. Tú me conoces, mamá, yo nunca he tenido agallas para... no soy como Delfina. Ella es médico, yo me desmayo solo de ver sangre. O Vanesa; ella se fue a África, yo soy incapaz de ir a Boston sola. O como Macarena; ella es abogado y está casada con un constructor texano. Yo jamás podría dirigirme a un jurado, y las vacas me espantan. No... no soy nada, ni siquiera pude mantener aquel empleo de profesora, a pesar de lo que me gustan los niños. No podría ser ni bibliotecaria. ¿Qué va a ser de mí, mamá?, ¿Tendré que conformarme con David? 


-Aún eres joven, niña, encontrarás tu lugar en el mundo -aseguró Alejandra- Ya lo verás. Y no tiene por qué ser con David Pleasanton.


-Sí, claro. Entonces en un convento, ¿No?


-Calla, pequeña -sonrió su madre-. No creo que haya ningún convento para personas con un carácter como el tuyo. Siéntate, ya llega tu padre.


-Me voy, me esconderé -dijo Paula poniéndose en pie de un salto.


-Siéntate -ordenó su madre.


Toda la familia sabía reconocer aquella voz de mando. Paula sacó un pañuelo y se sentó tratando de hacerse la valiente, pero sin conseguirlo. El enorme hombre que entró por la puerta, sin embargo, ya no era el que había sido un día. Tenía el pelo gris, sus hombros parecían encorvarse, y solo iba a Boston una vez por semana o cuando su hijo Gonzalo lo llamaba para pedirle ayuda en su labor como director de la Chaves Incorporated, la mayor empresa de construcción de la costa este. Miguel Chaves se acercó a su diminuta mujer, se inclinó sobre ella y la besó en lo alto de la cabeza. 

Mi Destino Eres Tú: Sinopsis

Después del último desastre de una larga lista, Paula Chaves decidió que solo le quedaba una salida: entrar en un convento. Eso o aceptar el trabajo de niñera que su padre le proponía. El único problema era que, casualmente, su padre se había olvidado de mencionar quién sería su jefe: Pedro Alfonso, el hombre que durante los años de instituto había convertido la vida de Paula en un infierno. Comenzaba a pensar que habría sido mejor elegir el convento, pero de ningún modo podía dejar a los niños en manos de aquel papá soltero. Puede que Pedro fuera sexy, pero sabía de niños aún menos que ella. 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 71

 Abrió la boca y volvió a cerrarla sin decir nada. No tenía palabras.

 

–Empezaremos de nuevo, Paula, no quiero divorciarme, nunca lo he querido. Pero estaba demasiado herido para darme cuenta. Solo te quiero a tí.

 

El corazón le latía a mil por hora en el pecho.

 

–El amor es... –comenzó ella.

 

–Lo único que importa –la interrumpió Pedro mientras tomaba su mano izquierda–. No he sido un buen marido. Después de lo de Ignacio, tenía miedo de perder el control y terminar como él. Me abrumaste cuando nos conocimos y fue genial al principio. Todo era nuevo, pero me asusté y traté de volver a tomar las riendas de mi vida. Por eso no me abría a tí y trataba de mantener las distancias. No me extraña que quisieras separarte, te merecías algo mejor. Pero ahora estoy dispuesto a darme completamente a tí si me ofreces esa oportunidad. Te quiero.


Ella luchó contra el impulso de aceptar sin más el amor que Pedro le ofrecía.

 

–No sabes cuánto te lo agradezco, pero he visto lo que les pasó a mis padres. Por mucho que lo intentemos, el matrimonio no va a durar.

 

–Has tenido ejemplos nefastos a tu alrededor, pero muchos matrimonios duran, Paula. Y el nuestro lo hará si estamos dispuestos a trabajar por él. Sé que eres una luchadora y yo también.


Quería creerlo, pero el miedo la detenía.

 

–Aunque luchemos por nuestro matrimonio, no sé cómo ser una buena esposa. No soy como Nadia, Leticia o Gabriela. Necesitas a alguien digno de tí. Perfecto para tí. Y esa no soy yo.

 

–A lo mejor no eres la mujer perfecta, pero eres la mujer perfecta para mí.

 

Pedro apretó la mano contra su boca y la besó.

 

–Eres lo mejor que me ha pasado, Paula. Me llenas y me liberas, me haces más fuerte.

 

–Pero...


 –¿No te das cuenta de que eres increíble? Me encanta que estés dispuesta a correr hacia un volcán en erupción para obtener los datos que necesitas cuando todo el mundo sale huyendo. Esa es la mujer que amo, la mujer con la que me casé y la mujer con la que quiero envejecer. 


Se le llenaron de lágrimas los ojos.

 

–Pero te mereces algo mejor.


 –Tú también. No soy el hombre ni el marido perfecto. Soy demasiado serio y me cuesta expresar mis sentimientos.

 

–Bueno, ahora mismo lo estás haciendo muy bien.

 

–No es fácil –admitió Pedro–. Pero tú haces que merezca la pena. Los dos tenemos mucho que aprender. No siempre acertaremos, pero podemos hacer que esto funcione. No tengo ninguna duda. Pero no lo sabremos si no estamos dispuestos a darnos una oportunidad. Yo lo estoy.


Sentía que la esperanza empezaba a inundarla.

 

–Me encantaría creer que pudiéramos tener una vida y un futuro juntos...


Él la besó en los labios.

 

–¡Créelo! ¡Sigue casada conmigo!


Creía que Pedro era su única oportunidad de tener un amor para toda la vida. Le había demostrado que la conocía y la entendía mejor de lo que se conocía ella misma. El miedo seguía recordándole todas las cosas que podían salir mal, pero se dio cuenta de que no era una razón suficiente para alejarse de algo que tenía el potencial de ser maravilloso.


 –De acuerdo –le dijo ella.


Tenía miedo, pero estaba dispuesta a intentarlo. Le dió a su esposo un beso lleno de esperanza y sueños para los dos.


 –Te quiero y deseo que esto funcione más que cualquier otra cosa – añadió con emoción.

 

–Lo conseguiremos –repuso Pedro abrazándola.

 

–Entonces, ¿Qué pasa ahora?


Pedro sacó dos alianzas de oro de su bolsillo. Le puso la de ella en el dedo anular.

 

–Ahora te toca a tí –le dijo él.


Paula le puso emocionada la alianza a su marido.


 –Tendremos que decidir dónde vamos a vivir para que busque trabajo en otro hospital –le explicó Pedro–. Me encanta vivir en Hood Hamlet, pero lo que quiero es vivir donde estés tú. Ya sea aquí junto al monte Baker o en el fin del mundo. En casi todos los sitios necesitan médicos. Podemos ir a Hood Hamlet de vez en cuando o no hacer ningún plan en absoluto e ir decidiendo sobre la marcha. Los planes están sobrevalorados.


Su corazón se llenó de amor y respeto por su esposo.

 

–Eres increíble, doctor Alfonso.

 

–Tú tampoco estás mal, Chica Volcán.


Cuando Pedro la besó, la tierra tembló. Otro terremoto en el monte Baker. Paula no había sido tan feliz en su vida. No necesitaba un castillo de cuento. Ese volcán era el escenario perfecto para Pedro y ella, el escenario donde se representaba su historia de amor con un nuevo comienzo. 





FIN

Otra Oportunidad: Capítulo 70

Sentada frente a su escritorio en el instituto vulcanológico, Paula estudió las señales sismográficas. A su alrededor, el ambiente era frenético, los teléfonos no dejaban de sonar y había gente por todas partes. Estaban tratando de establecer e instalar más aparatos para monitorizar en todo momento el volcán.  La actividad sísmica en el interior del cráter se había cuadruplicado desde la explosión de vapor del día anterior. Tenía mucho trabajo por delante. Pero, aun así, no podía dejar de pensar en Pedro. Se había dejado el corazón en Hood Hamlet y echaba mucho de menos ese pueblo, a la gente y, sobre todo, a él. Suponía que ya habría regresado a casa y que estaría a salvo. A lo mejor ya había leído la nota que le había dejado. Esperaba que no la odiara.  Andrés dejó una taza de café y una barra de chocolate frente a ella en el escritorio.


 –Estás trabajando muy duro –le dijo su jefe.

 

El chocolate le hizo pensar de nuevo en Pedro y en los besos que habían compartido en la chocolatería de Hood Hamlet. No podía creer que nunca fuera a volver a besarlo.


 –Para eso me contrataste –respondió ella.

 

–Te contraté porque estás muy cualificada y eres lista. Pero aún te estás recuperando del accidente, tienes que tomarte las cosas con calma. Hay mucho trabajo, pero no tienes por qué analizarlo ahora mismo, ve más despacio –le dijo su jefe–. Aunque no sabes cuánto me alegra que hayas vuelto. 


Esperaba recibir una llamada del observatorio vulcanológico de Cascades en cualquier momento para que les enviara una carta de recomendación.


 –¿Por qué pensabas eso?

 

–Por Pedro. Lo ví muy preocupado por tí en el hospital.

 

–Es médico y siempre se preocupa, es normal –respondió ella–. Pero ya se ha terminado todo entre los dos. La solicitud de divorcio está presentada.

 

–Lo siento por los dos, pero me alegra poder contar contigo. Quédate una hora más y vete después a casa. Tenemos que entender lo que está pasando y necesito que estés en plena forma.

 

–De acuerdo –le dijo de mala gana.


Regresó al estudio de los datos cuando se alejó su jefe. Media hora más tarde, apagó su ordenador. Le dolía la cabeza. Se despidió de sus compañeros y se fue.  Ya en la calle, levantó la mirada hacia el monte Baker. La columna de vapor contrastaba contra el cielo azul.

 

–¡Paula!


El sonido de esa voz hizo que se estremeciera. Se dió la vuelta y se apoyó en el edificio al ver que era Pedro. Se preguntó si se lo estaría imaginando. Parpadeó, pero seguía allí.

 

–¿Qué haces aquí? –le preguntó cuando llegó a su lado.

 

–Se te olvidó algo.

 

–¿El qué?

 

Pedro la miró fijamente a los ojos antes de contestar.


 –Tu marido.

 

Abrió estupefacta la boca. No podía respirar. Pedro caminó hacia ella lentamente, con pasos calculados y mucha seguridad.


 –Sé que estás ocupada con un trabajo muy importante, por eso te lo he traído yo.


Trató de hablar, pero no pudo. Pedro le acarició la mejilla e intentó controlarse para no dejarse llevar por sus sentimientos. Sabía que tenía que ser fuerte por el bien de ambos.

 

–Has estado trabajando demasiado. Te duele la cabeza.

 

No entendía cómo podía saberlo.

 

–Pero... ¿Por qué estás aquí?

 

Pedro sacó entonces un sobre. Vió que eran los papeles de divorcio.

 

–Me dejaste esto en la mesa –le recordó Pedro.

 

–Sí, pronto estaremos divorciados.

 

Vió que agarraba el sobre como si quisiera romperlo y lo detuvo con la mano.


 –¿Qué estás haciendo?

 

–Lo que debería haber hecho hace un año –le dijo Pedro–. Ha sido una pérdida de tiempo y dinero. Le he dicho a mi abogado que detenga el procedimiento. 

Otra Oportunidad: Capítulo 69

 Por fin estaba en casa. Pedro dejó su mochila en el garaje, ya se encargaría de eso después. Estaba deseando ver a Paula. Entró y la llamó, pero no obtuvo respuesta. La buscó por todas partes con un mal presentimiento. No estaba allí. Volvió al salón. Sabía que a ella la necesitaban en Bellingham, pero no podía creer que se hubiera ido sin despedirlo. Vió un sobre blanco en la mesa y se quedó helado.  Fue hacia él como si llevara dos toneladas de peso sobre sus hombros. Vió una nota y una alianza de oro encima del sobre y tomó el papel con manos temblorosas.


 "Querido Pedro, te agradezco todo lo que has hecho por mí durante estas semanas. Hood Hamlet ha sido el lugar perfecto para recuperarme. Gracias por abrir tu casa y presentarme a tus amigos. Sé que querías llevarme a Bellingham, pero después de pasar la noche atrapado en una cueva en la nieve lo última que necesitabas era tener que conducir durante tantas horas. Llegaron ayer los papeles de los abogados. Sigo queriendo el divorcio. He leído la solicitud y todo parece estar en regla. Dentro de poco, no habrá nada ya que nos impida seguir con nuestras vidas. Te deseo lo mejor. Dios sabe que te mereces a alguien mejor que yo. Estoy segura de que encontrarás a una mujer que sea exactamente lo que buscas en una esposa. Paula".


Furioso, arrugó la nota entre sus manos. Quería llorar, gritar y golpear algo.  Tomó la alianza y la acarició con un dedo. Creía que Paula no era una mujer sentimental, por eso le extrañó que la hubiera guardado durante todo ese tiempo. El silencio y el vacío que había en la cabaña era un reflejo de lo que sentía en su interior. Se preguntó si ella habría sentido lo mismo cuando regresó a casa después de unos días de trabajo en el monte Baker y descubrió que él se había ido de casa durante su ausencia.  La verdad era que no quería saberlo. En esos momentos, no sentía ninguna compasión por ella, solo ira. No entendía por qué parecía incapaz de ver que ellos dos compartían algo especial. Tomó de nuevo la nota y la alisó con las manos. Volvió a leerla y lo hizo varias veces. De repente, entendió algo que no había visto la primera vez. Paula no lo dejaba porque quisiera encontrar a alguien mejor sino para que él tuviera vía libre y pudiera encontrar a alguien mejor que ella. Parecía creer que el problema no lo tenía él ni ellos dos como pareja, sino ella. Por alguna razón que no llegaba a entender, pensaba que no era lo suficientemente buena para él. Se dió cuenta de que había pasado lo mismo la última vez, pero él había estado demasiado herido para verlo.


Tenía que ir tras ella y demostrarle lo especial que era, lo mucho que la necesitaba. Algo que sus padres nunca habían hecho ni tampoco el novio que la dejó plantada en el altar. Lamentó haberla defraudado un año antes, cuando se fue sin despedirse del piso que habían estado compartiendo. Aunque en realidad, había llegado a la conclusión de que la había decepcionado desde el momento que viajaron de Las Vegas a Seattle, cuando había tratado de mantener el control y volver a su rutina después de que esa mujer hubiera dado una vuelta de ciento ochenta grados a su vida. Desde ese momento, había mantenido las distancias e incluso había llegado a construir paredes entre los dos. Nunca quería hablar con ella y se escapaba cada vez que podía. Y, cuando ella le mencionó el divorcio, aprovechó la oportunidad de cortar por lo sano y empezar una vida nueva mientras trataba de recomponer su corazón.  Pero no estaba dispuesto a volver a cometer el mismo error. Pensaba ir a Bellingham y convencerla de que debían estar juntos. Haría lo que fuera necesario porque sentía que no tenía nada que perder. Sin ella, no tenía nada. 

Otra Oportunidad: Capítulo 68

 –Solo era una sugerencia –se defendió Paulson–. No pensé que nadie me iba a tomar en serio.

 

–Habría sido distinto si lo hubiera dicho Pedro, él siempre habla en serio –dijo Porter.

 

–Seguro que no es tan serio cuando está con Paula –comentó Moreno– . Son muy distintos, pero a veces eso funciona. Lo mismo me pasa con Rita, pero ya llevamos ocho años juntos.


 –No te quejes. Con lo bien que cocina tu mujer, no sé cómo no estás gordo –le dijo Hughes.

 

–Es que se me da bien quemar calorías –repuso Moreno con picardía.

 

–Sí, persiguiendo a los niños –bromeó Hughes.


 –Eso es verdad –intervino Porter–. Cuando llegaron los niños se acabó lo de levantarse tarde o quedarse todo el día en la cama...


 –Estoy deseando ver a mis niñas. Me encantaría comerme una de las galletas de Leticia ahora mismo –comentó Porter.


 –Seguro que nos esperan sus galletas cuando bajemos. Y Gabriela también estará allí con tazas de café caliente –dijo Hughes–. Es una lástima que no nos lo puedan servir aquí, a domicilio.

 

–El matrimonio os ha convertido a todos en unos blandos. Bueno, menos a Pedro, que es el mismo de siempre –comentó Julián.

 

–No –intervino Hughes–. Sonríe más ahora.

 

–Bueno, ya basta, chicos –les dijo Pedro.

 

En realidad, no le molestaban sus comentarios, sabía que Paula hacía que fuera mejor persona, más espontáneo y vital. Ya no temía perder el control como le había pasado a Ignacio, sabía que ella era su ancla. Paula era buena para él, no era peligrosa. Gracias a ella, se había abierto y le había contado cosas muy íntimas. Y sentía que eso no lo había hecho más vulnerable, todo lo contrario. Solo esperaba poder convencerla para empezar de nuevo y para que se quedara en Hood Hamlet con él. Lo único que tenía claro era que la amaba y que por ese amor merecía la pena arriesgarse.



Con mano temblorosa, Paula sacó los papeles del sobre. Miró todas las páginas de la petición de matrimonio. No había disputa alguna ni reparto de bienes, todo estaba muy claro. Si estaba de acuerdo con todo, no tenía que responder. Un juez se encargaría de dar por terminado su matrimonio. Tomó un bolígrafo para escribirle a Pedro una nota. Tenía lágrimas en los ojos. Su corazón le decía que no lo hiciera, pero sabía que no podía confiar en su corazón. Con mano temblorosa, escribió la nota y la firmó. «Ya está, ya está hecho», se dijo soltando el bolígrafo. Había pensado que se sentiría mejor después de hacerlo, pero se sintió peor. Se levantó de la silla, tenía que prepararse. El taxi estaba a punto de llegar para llevarla al aeropuerto. Metió los papeles del divorcio en el sobre y los dejó en la mesa. Colocó encima su nota. La noche anterior, había sacado su alianza del neceser y se la había puesto, había querido llevarla por última vez. Por los viejos tiempos... Se la quitó entonces lentamente y dejó el aro de oro con la nota y el sobre.