viernes, 29 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 50

–No, yo todavía no he terminado de hacer unas compras.

–Pero no puedo dejarla aquí sola, señora.

–Estaré bien –le aseguró Paula con impaciencia mientras miraba a su alrededor–. Aquí no hay ningún peligro, está lleno de gente.

El guardaespaldas no parecía muy convencido, sacó su teléfono móvil para hablar con alguien en español. Cuando colgó, se volvió hacia Delfina con una sonrisa.

–Sí. Puedo llevarla a casa, señorita –le dijo Sergio a Delfina.

–Gracias –repuso Paula sorprendida de que fuera tan razonable–. ¿Te importaría llevar estas bolsas de vuelta a la casa?

–Por supuesto que no, señora –le contestó García–. Pero quédese en esta zona del mercado, ¿De acuerdo, señora Alfonso?

–Lo haré, no te preocupes.

Le dió un abrazo a su hermana.

–Creo que Fernando y tú están hecho el uno para el otro –le susurró al oído.

–Gracias –le contestó Delfina–. Te quiero mucho, Pau.

Se despidió de los dos y se quedo sola. El aire del mercado estaba lleno de los exóticos aromas de las especias. También olía a cuero, a flores y a fuertes perfumes orientales. No terminaba de creerseque estuviera sin guardaespaldas y sin la niña. Ni siquiera estaba con su marido. Se encontraba sola en medio de ese remoto mercado y en un país desconocido para ella. Después de tantos meses, esa repentina libertad le produjo una sensación embriagadora. Sonrió e ignoró los gritos de los vendedores que trataban de captar su atención. Paseó por el mercado, sintiéndose ligera como una pluma mientras continuaba comprando regalos. Ya tenía juguetes para Olivia y recuerdos para su familia y para Pedro. No quería perder la oportunidad de verlo todo. Se fijó entonces en una estrella tallada en madera. Le recordó a la gran afición de Fernando, la Astronomía. Era algo que a ella siempre le había aburrido. Sintió que se le encogía el corazón al acordarse de él y recordó lo que su hermana le había dicho. Fernando le había escrito varias veces, Delfina había visto las cartas. Sintió de repente que le costaba respirar con normalidad. Elevó la vista al cielo y vio una bandada de pájaros que lo cruzaba en ese instante.

–Paula.

Contuvo el aliento al oír esa voz. Poco a poco, se dio la vuelta. Brandon McLinn estaba frente a ella. El tiempo se detuvo a su alrededor. Destacaba entre la multitud con su sombrero vaquero, una camisa a cuadros de franela y pantalones tejanos.

–¡Por fin! –le dijo Fernando acercándose a ella con los ojos llenos delágrimas–. Te he encontrado.

–¿Fernando? –susurró ella con un nudo en la garganta–. ¿De verdad eres tú?

–Sí –repuso con una sonrisa mientras agarraba sus hombros–. Estoy aquí.

–Pero, ¿Qué estás haciendo en Marruecos? ¿Cómo me has encontrado?

–Bueno, lo he conseguido de milagro –repuso más serio–. Desde luego, ese malnacido de Alfonso no me ha puesto las cosas nada fáciles.

–¡No hables así de él! –protestó ella.

Fernando parecía sorprendido al ver que lo defendía.

–Es que lo odio, ¿No lo odias tú? Me dijiste que era un mujeriego sin corazón, que era cruel y que no confiaba en nadie, que solo le importaba el dinero…

Era doloroso oír lo que ella misma le había dicho sobre Pedro. Se sintió muy mal.

Amor y Traición: Capítulo 49

Estaban las dos de rodillas, mirando unas lámparas. Paula miró con una sonrisa a su hermana.

–Hace mucho tiempo que te perdoné. El día que decidimos cuál iba a ser el nombre de la niña.

Delfina frunció el ceño, como si le costara creerlo.

–Pero si me habías perdonado, ¿Por qué no contestabas mis cartas?

 Paula se enderezó muy confusa.

–¿Me escribiste? ¿Cuándo?

–¡Un montón de veces! ¡Incluso te envié flores! Pero solo supimos de tí el día que nació Olivia, cuando nos llamaste. Y, desde entonces, nada, ni una palabra. Entiendo que estuvieras enfadada con Fernando o conmigo, ¡Pero deberías haber hablado con mamá y papá!

Paula la miró boquiabierta.

–¡Pero si escribí cartas todas las semanas! ¡Y les envié cientos de fotos!

–Nunca nos llegó nada, Pau.

Sintió un escalofrío por la espalda.

–¡Qué extraño! –susurró–. Bueno, ya no importa, ¿Verdad? – añadió con una débil sonrisa.

–Estábamos preocupados por tí. Fue un alivio que al menos nos llamaras desde el hospital cuando nació la niña. Fernando volvió a casa dos días más tarde y estaba muy disgustado. Lo que nos dijo nos hizo pensar que te habían secuestrado o algo así.

–Por cierto, ¿Qué tal con Fernando? ¿Has pasado mucho tiempo con él?

 Delfina se sonrojó.

–Sí.

–Estás enamorada de él –le dijo entonces.

Delfina la miró fijamente y después, se echó a llorar.

–Lo siento –susurró secándose los ojos–. Hace años que lo quiero, siempre lo he querido. Y él, en cambio, estaba enamorado de tí…

Paula negó con la cabeza al oírlo.

–No, Delfina. Parece que tengo que explicárselo a todo el mundo últimamente. ¡Fernando y yo solo somos amigos!

Delfina se echó a reír.

–¡Eres tan tonta como lo era él, Pau!

–¿Como lo era? ¿Las cosas han cambiado entonces? –le preguntó a su hermana pequeña–. ¿Le has dicho a Fernando lo que sientes por él?

–Todavía no – reconoció Delfina bajando la mirada–. Me da miedo. Hemos pasado mucho tiempo juntos últimamente, patinando sobre hielo, mirando las estrellas, haciendo recados… Una vez, casi me pareció que iba a besarme, pero después se dio la vuelta y empezó a hablarme de tí.

–¿En serio? –le preguntó Paula sintiéndose muy culpable–. Supongo que me odiará.

–Odia a Pedro, no a tí.

–Entonces, ¿Por qué no me ha escrito para ver cómo estoy? – susurró Paula sin entender nada.

Delfina la miró como si se hubiera vuelto loca.

–Te escribió un montón de cartas, las he visto, Pau.

Volvió a sentir una extraña sensación, como una nube negra sobre su cabeza. Cada vez estaba más preocupada. Le parecía increíble que su familia no hubiera recibido ninguna de sus cartas y que a ella tampoco le hubieran llegado las de ellos. Trató de no pensar en eso y se volvió hacia Delfina.

–Deberías decirle lo que sientes.

–Pero ¿Y si no siente lo mismo? –le preguntó Delfina muy preocupada–. ¿Y si se ríe de mí?

–No lo hará –la tranquilizó Paula–. La vida es corta, no pierdas ni un día. Llámalo ahora mismo.

–Tienes razón.

Delfina la miró a los ojos y la abrazó con fuerza.

–Gracias, Pau –le dijo–. Voy a volver a la casa para llamarlo y hablar con él. No me puedo creer que por fin vaya a hacerlo…

Paula llamó a Sergio.

–Por favor, acompaña a mi hermana a la casa –le pidió al guardaespaldas.

–Y a usted, señora Alfonso –repuso el hombre.

Amor y Traición: Capítulo 48

–Pero ahora tú también eres parte de la familia.

Pedro cerró la puerta y se le acercó. Parecía algo tenso.

–Tu familia no es rica.

Cada vez estaba más confusa, no entendía por qué cambiaba de tema.

–No, no lo es. Y ahora están aún peor. La granja de mis padres ha tenido un par de años bastante difíciles, con malas cosechas y…

–Pero, aun así, se quieren –la interrumpió Pedro acercándose un poco más.

–Por supuesto que sí –repuso desconcertada–. Somos familia.

No parecía muy convencido.

–Siempre he creído que el dinero era lo que unía a una familia, que una buena situación económica es lo que hacía que la gente se quisiera lo suficiente como para quedarse.

A Paula se le hizo un nudo en la garganta.

–El dinero no tiene nada que ver con todo eso. ¿Acaso no lo sabías?

Pedro le dedicó una breve sonrisa.

–Me alegra que pudieras pasar tiempo con tu familia hoy, pero ahora tengo que seguir trabajando para preparar la reunión de mañana con Xendzov –le dijo–. Que descanses.

Fue hacia la puerta y ella se quedó mirándolo atónita. Era la primera noche que no se metía con ella en la cama para hacerle el amor y abrazarla después hasta que se quedara dormida. Pedro se detuvo antes de abrir la puerta y se giró hacia ella.

–Tenemos que hablar –le dijo de mala gana–. Hablaremos mañana y luego ya veremos –agregó con un suspiro–. Después de eso, ya veremos si aún…

Su voz se apagó, no terminó la frase. Durante un buen rato, la miró fijamente sin decir nada. Después, se dió la vuelta y cerró la puerta de la habitación. Le costó dormir esa noche sin Pedro a su lado.

Por la mañana, bajó deprisa a desayunar para poder verlo, pero no lo encontró. Le dijeron que había salido de madrugada con su equipo de colaboradores y abogados para preparar la reunión con el misterioso Xendzov Kevin. Le pareció extraño. Pedro le había dejado muy claro que quería hablar con ella, aunque no sabía de qué se trataba. Se quedó pensativa un segundo y se le ocurrió entonces de qué podía querer hablar con ella. A lo mejor, iba a decirle por fin que la amaba. Le emocionó la idea. Estaba segura de que había acertado.

Pasó una mañana muy agradable con su bebé y su familia, desayunaron en el jardín, dieron un paseo por la propiedad y nadaron en la piscina. Después de la comida, mientras sus padres y Olivia dormían la siesta, Delfina y ella decidieron explorar los zocos de Marrakech. Mientras paseaban las dos hermanas por las calles estrechas y caóticas de la medina, Paula sintió que su felicidad era completa. Visitaron varios mercados al aire libre, mirando todos los puestos de lámparas de cobre, vasijas de terracota, túnicas bordadas y collares de coral. Miraba cada poco su nuevo teléfono móvil para ver si Pedro la había llamado. Estaba siendo una tarde muy agradable. Se había cubierto la cabeza con un sombrero rosa de ala ancha, llevaba una blusa ligera y una falda larga. Su hermana lo miraba todo con los ojos muy abiertos, fue como regresar a la infancia. Delfina y ella solían imaginar aventuras como aquella y recorrer todos los rincones de la granja juntas. De repente, se quedó inmóvil en medio del mercado. Había tenido una sensación muy extraña en la nuca, como si alguien la observara. Se dio la vuelta, pero solo vió a Sergio García, su guardaespaldas. Las seguía a cierta distancia. Pedro nunca la dejaba ir a ninguna parte sin guardaespaldas. Siguió con la misma sensación toda la tarde, no sabía por qué.

–Entonces, ¿De verdad me perdonas? –le preguntó de repente Delfina.

Amor y Traición: Capítulo 47

Miró entonces a su familia, le parecía imposible que hubiera estado separada de ellos durante siete meses. Eran las personas más buenas que conocía y los quería con locura. A excepción de su marido. Miró con adoración a Pedro, pero seguía sin acercarse a ellos.

–Oli-Olivia… –pronunció su padre con algo de incertidumbre.

Paula se volvió hacia él, sonriendo y con los ojos llenos de lágrimas.

–Olivia Delfina Alfonso –les dijo Paula.

–¿Le has puesto mi nombre? –replicó Delfina al oírlo–. Entonces, ¿Me has perdonado aunque te traicionara como lo hice? Creía que estaba haciendo lo correcto al llamar a tu exjefe, pero la verdad es que no quería que te casaras con Fernando –le confesó–. ¿Cómo puedes perdonarme?

–Porque hiciste lo correcto –repuso Paula–. Pedro y yo estábamos destinados a estar juntos y, gracias a tí, lo estamos. Somos muy felices. Felices de verdad.

Miró de nuevo a su marido, no sabía por qué no se les acercaba. Le pareció muy raro. Su madre, que estaba a su lado, también lo miró.

–Te quiere, cariño –le dijo Alejandra en voz baja.


–¿Cómo lo sabes?

 –Por la forma en que te mira –repuso su madre mientras le apretaba la mano–. Me cuesta creer que estemos en Marruecos. Siempre le he dicho a tu padre que quería viajar y ver el mundo y él me decía que lo haríamos en cuanto fuera gratis. El avión privado de Pedro ha sido la respuesta a mis oraciones.

Las dos mujeres se echaron a reír y se abrazaron de nuevo. Pasaron el resto de la tarde hablando y riendo mientras los criados de Kevin Xendzov les servían comida y bebidas.

Pedro se mantuvo en todo momento fuera del grupo hasta desaparecer algún tiempo después para preparar la reunión de negocios con sus ayudantes. Su comportamiento tenía a Paula completamente desconcertada. Suponía que solo trataba de darle un poco de espacio con su familia, pero estaba preocupada. Era como si Eduardo no fuera consciente de que esa era ahora también su familia. Después de una deliciosa cena de cuscús y cordero, Paula les dió las buenas noches a sus padres y a su hermana. Estaban muy cansados por culpa del viaje y el desajuste horario y los acompañó a sus lujosas habitaciones. Después, le dio un biberón a Olivia y la metió en una cuna que habían instalado junto a su dormitorio. Por primera vez en todo el día, se quedó sola. Se acercó a la cama. Era muy grande y estaba cubierta con almohadones azules y bellas telas bordadas. Oyó un ruido tras ella y, sobresaltada, se dió la vuelta. Pedro la miraba desde la puerta. Estaba muy serio y preocupado, como si estuviera preparándose para recibir malas noticias.

–¡Aquí estás! –le dijo ella frunciendo el ceño–. ¿Dónde has estado? ¿Por qué no viniste a hablar con mi familia?

–No quería entrometerme –le explicó Pedro.

Amor y Traición: Capítulo 46

Podía oír el agua de una fuente cercana. Levantó la vista para contemplar mejor la impresionante casa y vió una sombra en movimiento tras unas cortinas.

–¿Está aquí? –susurró ella algo asustada.


Pedro asintió con la cabeza y ella se estremeció. Entró en la casa con la niña apoyada en su cadera. La seguían su marido y los guardaespaldas. El diseño de la casa por dentro era de inspiración árabe, con techos planos y mosaicos en las paredes. Había arcos en vez de puertas y decoraciones florales y geométricas en muebles y techos. Era impresionante. Vió un patio interior con muchas plantas y flores. Respiró profundamente al atravesarlo. Era maravilloso estar allí y escuchar el agua de la fuente mezclada con el canto de los pájaros. Oyó entonces un grito de mujer. Se giró deprisa e instintivamente levantó el brazo para proteger a su hija de un peligro invisible. Pero no había ningún peligro, sino su hermana, que corría hacia ella.

–¡Delfi! –exclamó Paula.

Vió entonces que también estaban sus padres.

–¡Mamá! ¡Papá!

–Paula, mi Pau… –susurró su madre llorando mientras la abrazaba–. ¿Es tu bebé? ¿Mi nieta?

 –Sí, es Olivia – respondió Paula con la voz cargada por la emoción del momento.

Su madre no dejaba de llorar mientras abrazaba a Delfina, a Olivia y a ella. Su padre se les acercó entonces y las abrazó a todas con sus largos brazos. Le sorprendió ver que él también estaba llorando. Era la primera vez que lo veía así.

–¡Los he echado tanto de menos! –les dijo Paula.

Miró a Pedro por el rabillo del ojo. Estaba a cierta distancia, observándolos.

–Ha sido culpa mía –le dijo su padre–. No debería haberte escrito esa carta tan desagradable, pero estaba muy enfadado. Tu madre no dejaba de llorar y ya sabes que no puedo pensar con claridad cuando está llorando. No me extraña que no hayas querido saber de nosotros…

A su padre se le quebró la voz y no pudo seguir hablando. No sabía a qué se refería, pero estaba tan feliz en esos instantes que no quiso preguntárselo. Olivia, al ver a todos esos adultos llorando a su alrededor, gimió con una mueca algo asustada y miró a su madre de reojo.

–Todo está bien, cariño –le dijo Paula sonriendo–. Por fin está todo bien, no te preocupes.

Alejandra Chaves tendió los brazos hacia su nieta con lágrimas rodando por sus mejillas regordetas. Vió entonces cuánto se parecía Olivia a su abuela.

–¿Puedo? –le preguntó a Paula su madre.

Le entregó a Olivia para que la sostuviera. La niña se quedó unos segundos algo asustada, pero Alejandra no tardó en ganarse su confianza. Unos minutos más tarde, fue su tía Delfina la que quiso sostenerla y después, el abuelo Miguel.  Olivia se había acostumbrado enseguida a ellos y no tardó en reír.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 45

–Gracias –le dijo ella por enésima vez.

Pedro le dirigió una mirada de reojo.

–Déjalo ya, Paula.

–No sabes lo que esto significa para mí.

–Lo digo en serio, no me des las gracias –insistió algo irritado.

Salió de la carretera principal y se acercó a una garita. Pedro le dijo algo en francés al guardia de seguridad y se abrió la gran puerta metálica. Entraron entonces por el camino que conducía hasta un enorme riad, el típico palacio marroquí. Tenía dos plantas y estaba rodeado de jardines. Vió estilizadas palmeras rodeando una gran piscina que brillaba bajo el sol. La gran casa tenía una mezcla de la arquitectura tradicional marroquí con un toque de glamour francés. Se asomó a la ventanilla estirando la cabeza para poder verlo todo. Era una casa preciosa.

–¿Qué es esto?

–Fue un hotel en los años veinte, pero ahora pertenece a Kevin Xendzov, que nos lo ha dejado para que lo utilicemos durante nuestra estancia en el país.

–¿Él no va a estar aquí?

–No –repuso Pedro.

–Pero… No entiendo por qué no vive en esta mansión –comentó sorprendida.

–No le gusta estar en la ciudad, prefiere vivir como un nómada en el desierto –le explicó Pedro con una sonrisa–. Como esos jeques de las novelas de amor que tanto te gustan.

–Pero él es ruso, ¿No?

–Sí, la gente de aquí lo llama «el zar del desierto».

–¿En serio? Y ¿cómo es?

 –¿Quién? ¿Kevin? Frío y despiadado como su hermano. ¿Recuerdas a Nicolás Xendzov?

 –¿El príncipe Nicolás? ¿El hombre que nos robó el negocio de Yukón?

–Sí. En realidad no es un príncipe, aunque él diga lo contrario. Pero sí, son hermanos y se han pasado los últimos diez años tratando de destruirse el uno al otro.

–¡Eso es horrible! –exclamó horrorizada.

–Sí, pero me ayudará a conseguir lo que quiero.

–Ese Nicolás era un corrupto y hombre muy peligroso. Lo recuerdo perfectamente –le dijo ella algo preocupada–. ¿Crees que es buena idea pactar con su hermano?

–No te preocupes. Aquí estamos a salvo. Kevin es nuestro anfitrión y su honor está en juego.

Estacionó frente a la puerta, se bajó del coche y le entregó las llaves a un criado que los había salido a recibir. Paula lo siguió con su hija de siete meses en sus brazos.

Amor y Traición: Capítulo 44

–¿Pedro? –susurró ella de repente colocando una mano en su espalda.

Se dió la vuelta y vió que Paula lo miraba con los ojos llenos de emoción.

–¿Qué te pasa? –le preguntó preocupada.

La miró de arriba abajo. Estaba desnuda y confiaba plenamente en él. Le pareció tan hermosa…

–Soñé que me dejabas –le contestó en voz baja.

Paula abrió mucho los ojos y se incorporó en la cama.

– Eso no va a pasar nunca –repuso abrazándolo y tirando de él para que volviera a tumbarse.

–Mis padres también se querían al principio –le dijo él mientras le acariciaba la melena–. Quisieron tener un hijo y construyeron una casa. Pero después se fueron distanciando y los secretos y las mentiras acabaron con ese amor. Mi madre conoció a otro hombre y mi padre nunca lo superó.

Paula tomó con cariño sus manos.

–Eso no nos va a pasar a nosotros –le aseguró ella.

Apartó la mirada hacia la ventana, hacia las luces grisáceas del amanecer.

–Fue un sueño… –insistió él.

Paula lo miró algo confusa, frunciendo el ceño.

–Pero tú nunca duermes, no sueñas –murmuró.

Se volvió para mirar a su bella esposa. Era muy buena persona y confiaba en todo el mundo, aunque no lo mereciera. Respiró profundamente y se estremeció.

–Ahora sí –susurró él.




Paula estaba tan nerviosa que no podía dejar de moverse mientras salían del aeropuerto Marrakech. Pedro, que conducía el todoterreno en el que viajaban, acarició su rodilla para tratar de calmarla.

–Lo siento –repuso ella mirándolo de reojo–. Es que estoy tan nerviosa y emocionada…

–Sí, lo sé –repuso Pedro con una sonrisa.

Pero el dulce gesto apenas duró y volvió a concentrarse en la carretera, agarrando con fuerza el volante. Le extrañó que estuviera preocupado por la reunión de trabajo que tenía ese día. Era algo que no solía afectarle tanto. No entendía por qué parecía tan tenso. Se giró para mirar a Olivia, que iba en la parte de atrás del coche. Detrás de ellos iba otro vehículo con su personal y los guardaespaldas. Pasaron por delante de unas murallas del siglo XII, también se veía la medina y un desierto lleno de palmas. Se volvió para mirar de nuevo a su marido, el hombre más guapo del mundo. Llevaba un traje oscuro y era tan moreno que parecía un jeque. Ella se había puesto un caftán largo de color morado. Se sintió como una princesa árabe a su lado. Era el día más feliz de su vida. Creía que ya no tenía motivos para seguir estando triste.

Amor y Traición: Capítulo 43

Hasta ese momento, nunca le había preocupado no poder hacerlo. Había pensado que sería distinto con Paula, pero ni siquiera con ella sentía que podía bajar por completo la guardia. Suspiró al ver que tampoco esa noche iba a poder dormir con ella. Tendría que levantarse e irse a la habitación de invitados. Pero quería dormir con su esposa y, más que nada en el mundo, quería merecerla. Desde la boda, había hecho todo lo posible para que su familia estuviera a salvo y feliz. Había apoyado a  Paula  en todos los sentidos. Excepto en uno. Ninguna de sus cartas había llegado a salir de esa casa y tampoco había dejado que llegaran a sus manos las de su familia. Sintió un escalofrío al pensar en lo que había hecho. No sabía si ella lo perdonaría cuando lo descubriera. Esperaba que entendiera sus motivos. Pero cuando vió esa tarde cómo lloraba en la piscina, se derrumbó. Temía lo que iba a pasar cuando hablara con sus padres y descubriera lo que había hecho. Era posible que el servicio de correos extraviara una carta, pero no decenas de ellas.

Se dió cuenta de que tendría que contárselo él antes de que lo descubriera. Creía que era mejor que permitir que fuera Fernando McLinn, por ejemplo, el que se lo dijera. Estaba harto de sentir siempre el fantasma de McLinn acechándolos. Era como si creyera que, el día menos pensado, Paula se hartaría de estar con un hombre como él y decidiera dejarlo. Sentía que Fernando McLinn estaba esperando entre las sombras a que él cometiera un error para arrebatarle a Paula. Y temió que ocultarle la verdad a su esposa fuera el error que pusiera en peligro su relación. Angustiado, la abrazó con más fuerza.

Sus padres y su hermana ya volaban hacia allí, pero su detective estaba teniendo problemas para localizar a Fernando McLinn. Temía que hubiera descubierto dónde vivían y estuviera ya en España, pero recordó que estaban a punto de salir en unas horas hacia Marruecos. Le entristeció ver la cara de Paula, dormida a su lado. Ella confiaba en él y sabía que él debía hacer lo mismo. No podía seguir investigando a su familia ni a Fernando McLinn, sabía que tampoco era buena idea revisar su correo electrónico ni controlar sus llamadas telefónicas. Lo que necesitaba de verdad era relajarse y confiar en ella. Y confiar también en el resto del mundo. Pero no podía. Para él, era como volar a ciegas. Si no lo controlaba todo, sentía que no podría evitar una catástrofe ni mantener a su familia a salvo. Necesitaba estar seguro de que ella nunca lo dejaría, que nunca iba a romper su corazón ni el de Olivia.

Trató de calmarse concentrándose en la tranquila respiración de Paula y cerró los ojos, pero todo su cuerpo estaba tenso y el sueño no llegó. Se sentó en la cama y vió que empezaba a amanecer. Escuchó el suave canto de los pájaros y el rugido del mar. Se pasó las manos por el pelo. Quería merecerla, confiar en ella, amarla.

Amor y Traición: Capítulo 42

–¿Te parece bien?

–No quiero que veas a McLinn, pero sí a tus padres y a tu hermana.

–¿Puedo ir a verlos a Dakota del Norte? –susurró ella sin poder creérselo aún.

–No, no quiero que estéis tan lejos de mí, pero yo tengo que estar en Marrakech mañana…

–Así que debo posponer mi visita, ¿No?

 – No –repuso Pedro mientras le levantaba suavemente la barbilla–. Alquilaré un jet privado que recoja a tu familia. Si quieren venir, nos encontraremos con ellos mañana en Marrakech. ¿Qué te parece?

Lo miró sorprendida, sin saber qué decir.

–Así podrás verlos y ellos tendrán la oportunidad de conocerme –le dijo Pedro apartando la vista–. No solo como el multimillonario que posee los yacimientos de petróleo de su pueblo, sino como tu marido y el padre de Olivia. ¿Te parece bien?

–¡Me parece fenomenal! –exclamó ella.

Lo abrazó con fuerza y lo besó una y otra vez. Besó sus mejillas, la frente, la barbilla…

 –¡Pedro, te quiero tanto! ¡Gracias, mi amor, gracias!

Su esposo parecía la escultura de un dios griego. Nunca se cansaba de contemplar su musculoso cuerpo. Las gotas de agua que cubrían su piel bronceada brillaban al sol. La agarró por la cintura para levantarla y ella lo rodeó con sus piernas.

–Esta vez, sí dejaré que me des las gracias… –le susurró Pedro. La besó entonces apasionadamente bajo las palmeras y el cálido sol de España.

Muchas horas más tarde, Pedro contempló a su esposa mientras dormía desnuda en sus brazos. Pasaba ya de la medianoche y se dió cuenta de que deseaba dormir con ella. No solo quería hacerle el amor, esa parte era fácil. Paula le parecía una mujer bellísima y creía que cualquier hombre la desearía en su cama. Recordó la emoción que había sentido su esposa al poder por fin hablar por teléfono con sus padres esa misma tarde. Había estado tan contenta que ni siquiera le había llamado la atención que a sus padres les sorprendiera saber de ella o el hecho de que estuviera viviendo en España. Había habido muchas lágrimas a ambos lados de la línea telefónica y los Chaves habían accedido a tomar el avión que había fletado y a unirse con ellos en Marruecos. Habían pasado las siguientes horas organizando otros detalles del viaje. Paula estaba loca de alegría y, después de acostar al bebé, lo había llevado a la cama con una sugerente sonrisa. Después de hacer el amor, la había sujetado entre sus brazos hasta que se durmió, era algo que hacía siempre. Miró con tristeza a su alrededor. Él también había tratado sin suerte de conciliar el sueño, pero siempre le pasaba lo mismo. Después de hacer el amor, se sentía completamente relajado y en paz, pero el sueño desaparecía en el preciso instante en que cerraba los ojos. Nunca había podido dormir con ninguna de las mujeres con las que se había acostado.

Amor y Traición: Capítulo 41

–De acuerdo –repuso sonriendo.

Pedro tiró de ella para que se levantara y se metieron en el agua. Era agradable refrescarse después de haber estado tomando el sol. Nadaron unos minutos. Después, él la tomó en sus brazos y la besó. Se aferró a él con todas sus fuerzas, saboreando la increíble sensación de tener su musculoso cuerpo contra el suyo. Lo amaba con todo su corazón. Y, aunque él no se lo había dicho aún, estaba convencida de que era solo una cuestión de tiempo.

–Querida, te voy a echar mucho de menos –le susurró Pedro entonces.

–¿Por qué? –repuso ella–. ¿A dónde te vas?

 –A Marrakech, tengo pendiente un negocio importante.

–¿A Marruecos? ¿Cuánto tiempo estarás allí?

 –Eso es lo malo, tengo que tratar con un empresario que es bastante impredecible. Las negociaciones podrían durar un día o una semana.

–¿Una semana? ¿Una semana en la casa sin tí? No voy a soportarlo…

–Yo también te echaré de menos.

Respiró profundamente y decidió contarle su plan.

–Pero sería el momento perfecto para visitar a mis padres. Podría ir en el otro avión y…

–¿Cómo? –repuso Pedro frunciendo el ceño.

–He estado escribiendo a mi familia cada semana durante cuatro meses, pero no ha servido de nada, tengo que ir a verlos.

Pedro la miró fijamente y le dió la impresión de que estaba más pálido.

–No, no puedes ir –le dijo con firmeza.

–¿Por qué? –repuso indignada.

Ya había supuesto que iba a tener que pelearse con él y estaba preparada para ello.

–¿Qué más te da que nos vayamos? Tú estarás en Marruecos.

–Iba a proponerte que vengan Olivia y tú conmigo. Marrakech es precioso en abril.

–Ese no era el plan que me explicaste hace unos minutos –le dijo ella con suspicacia.

–Los planes cambian.

Se miraron a los ojos. El agua de la piscina los mecía ligeramente. La brisa era algo más fuerte y agitaba las palmeras. Les llegaba hasta allí el rugido del mar y los sonidos de las aves marinas. Estaba rodeada de belleza, pero no podía seguir ignorando el vacío que tenía en su corazón.

–Los echo mucho de menos, Pedro –le dijo con lágrimas en los ojos–. No sé qué más puedo hacer para conseguir que me perdonen.

–Pensé que eras feliz aquí –repuso él con un tono de reproche.

–Y lo soy, pero los echo de menos a cada hora, todos los días. Es como un agujero en mi corazón –reconoció con las lágrimas rodando por sus mejillas–. No puedo soportar su silencio. Me siento perdida sin ellos.

Pedro la miró durante un buen rato. Después, cerró los ojos y exhaló.

–De acuerdo –le dijo en voz baja.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 40

Su esposo viajaba con frecuencia por todo el mundo, pero a menudo lo acompañaban ellas dos. Estaba siendo una experiencia increíble conocer tantos sitios distintos. Habían pasado el día de San Valentín en París, en una lujosa suite con vistas a la torre Eiffel. Pedro la había sorprendido allí con una cena romántica. Se estremeció al recordar el champán, las fresas bañadas en chocolate y los ardientes besos que habían compartido. Uno de sus últimos viajes había sido a Italia. Alquilaron en Venecia un palacio con vistas al Gran Canal y compartieron un romántico paseo en góndola. Sonrió al recordar que Olivia había probado su primer gelatto en Roma. Había sido increíble compartir esas aventuras en familia. Ella había crecido en una granja y nunca había viajado con sus padres. Nunca podría haberse imaginado que iba a tener una vida como aquella, tan internacional y glamorosa. Empezaba a atardecer y la suave brisa del Mediterráneo mecía las palmeras del jardín. Echó la cabeza hacia atrás para contemplar el cielo azul. Cerró los ojos y dejó que el cálido sol de España la llenara de energía. Se dió cuenta de que llevaban siete meses casados y aún no se había quedado embarazada, aunque Pedro no se cansaba de intentarlo. Cada noche, después de hacer el amor, la abrazaba hasta que se quedaba dormida. Después se iba al cuarto de invitados para dormir solo. No le gustaba despertarse y ver que él no estaba a su lado, pero era la única queja que tenía. Su vida era perfecta con su nueva familia. Aun así, echaba de menos a la otra familia, la que tenía en Dakota del Norte. Las cartas no habían servido de nada y pensó que había llegado la hora de hacer algo drástico.

–¡Paula!

Abrió los ojos y sonrió al ver que se le acercaba Pedro. Llevaba puesto un bañador y se le fueron los ojos a su musculoso torso y a sus fuertes brazos. Tenía una forma tan sensual de andar y moverse que conseguía seducirla aún sin intentarlo.

–Me gusta verte aquí, junto a la piscina –le dijo Pedro mientras contemplaba su diminuto bikini–. Pero ¿No tienes calor con toda esa ropa?

Ella se echó a reír.

–Siempre me dices lo mismo. Lo hiciste en enero, cuando la lluvia nos sorprendió y no podía dejar de temblar. ¡Estaba helada y empezaste a quitarme la ropa diciendo que debía de tener calor! –se quejó ella entre risas.

–Solo quiero que sepas que siempre estoy disponible para ayudarte con la ropa –le dijo con fingida inocencia–. ¿Quieres darte un baño conmigo?

Su mirada le hizo sospechar que el baño terminaría con ellos dos desnudos y en la cama. El calor de sus ojos siempre conseguía dejarla sin aliento. Le encantaba ver que seguía pareciéndole atractiva después del embarazo y no dejaba de decírselo ni de demostrárselo.

Amor y Traición: Capítulo 39

Sentada junto a la piscina y con vistas al Mediterráneo, Paula trató de convencer a su pálido cuerpo para que se bronceara bajo el cálido sol de España. Olivia estaba echándose la siesta dentro de la lujosa casa. Le encantaba ese lugar. Seguía muy blanca, pero nunca había sido tan feliz. Tan feliz y tan triste al mismo tiempo.  Llevaban cuatro meses lejos de Nueva York. Su apuesto marido los había llevado por todo el mundo en su jet privado. Había visitado lugares con los que había soñado desde su infancia. Habían pasado la Navidad en España. El día de Nochebuena habían celebrado con una cena romántica una especie de aniversario de la primera vez que habían estado juntos. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Pedro ya no estaba. Fue a buscar a la niña y bajaron al salón para descubrir una obscena cantidad de regalos bajo el árbol. De pie a su lado estaba él, disfrazado con un traje de Santa Claus y una barba blanca. Olivia se había echado a reír al verlo y ella también. Su padre le había comprado los juguetes más caros y más ropa de la que iba a poder usar, pero la niña se había limitado a jugar con el papel que lo envolvía.

–¿Ves lo que pasa cuando te gastas demasiado dinero en un bebé, Santa Claus? –le dijo ella.

–Sí –repuso él–. Y también tengo algo para tí, señora Claus. Perdón, quería decir «señora Alfonso».

Metió la mano en su saco y le dió un llavero con sus iniciales. Parecía de oro y diamantes.

–Es precioso. Pero, ¿Cómo me regalas algo así? Me va a dar miedo perderlo… –repuso ella.

–El llavero no es el regalo, sino la llave –le dijo él–. Sal a la calle.

Aunque seguía en pijama, hizo lo que le pedía. Se quedó boquiabierta al ver lo que le esperaba en el jardín de la casa, un flamante Rolls-Royce.

–Su color plateado me recordó a tí –murmuró Pedro acercándose a ella por detrás–. Llevabas un vestido del mismo color la noche del Baile de Invierno. Brillabas como una estrella.

Se volvió para mirarlo y le quitó la barba blanca.

–Y cada día me pareces más bella aún, señora Alfonso –agregó él acariciándole la mejilla.

Se puso de puntillas y le dió un beso con todo el amor que sentía por él. No se detuvo hasta que Olivia empezó a retorcerse y a quejarse. Sonriendo, se separó de Pedro. Creía que era mejor que la niña no la viera besando a Santa Claus.

–Gracias –le dijo con lágrimas en los ojos–. Pero ahora mi regalo te parecerá muy poco.

–¿Qué me has comprado?

–Una pastilla de jabón y una corbata muy fea –bromeó ella.

–¿Sí? Qué bien, justo lo que necesitaba –repuso él.

En realidad, se trataba de una taza para el café que Olivia y ella habían hecho juntas. La había decorado con las huellas de las pequeñas manos de su bebé. Sabía que iba a encantarle.

–Tenerte a tí como esposa es el único regalo que necesito, Paula – le dijo Pedro con seriedad.

Estaba feliz, pero su sonrisa desapareció cuando recordó el hueco que tenía en su vida.

–Pensé que hoy por fin me llamaría mi familia –le confesó muy triste–. Es Navidad…

 –No te preocupes, querida, seguro que hablarás pronto con ellos.

Pero llevaban ya demasiados meses ignorándola. Les había enviado una carta cada semana con fotografías de Olivia y de su vida en Europa. En ellas les hablaba de la niña y de todo lo que le pasaba. También les había confesado lo que sentía por Pedro. Habían sido cartas en las que les había dejado su corazón, por no había tenido ninguna respuesta de ellos

Amor y Traición: Capítulo 38

Pero una voz en su interior le recordaba que esa no era la única razón. Aún le dolían las palabras de su padre. Lo había acusado de no ser lo suficientemente hombre como para pedirle la mano de su hija. Creía que nunca iba a ser un buen marido ni un buen padre. Para Miguel, como para muchos otros, Pedro era un tirano egoísta y exigente, el hombre poderoso al que todos obedecían y despreciaban al mismo tiempo. Trató de convencerse de que no necesitaba el respeto de ese hombre, pero no iba a permitir que nadie insultara a su esposa. Abrazó a Paula un poco más fuerte y respiró profundamente. Empezaba a confiar de nuevo en ella, pero en nadie más. Se había llevado demasiadas decepciones en la vida para permitir que alguien volviera a abandonarlo. Se separó de ella y la miró. Paula lo observaba con el ceño fruncido. El camisón se le había abierto un poco y asomaban sus abultados pechos. Fue consciente en ese instante de qué era lo que necesitaba.

–¿Qué fue lo que me dijiste antes? ¿Sabes acaso cómo ayudarme a conciliar el sueño?

Paula se ruborizó al escuchar su sugerencia. Tomó su mano y la llevó de vuelta a la habitación. La empujó contra la cama con cuidado. Pensó que parecía un ángel a la luz de la luna, con su pelo castaño en una trenza y su pálida piel. La besó apasionadamente y ella no tardó en responder con el mismo fuego, como si no hubieran hecho ya el amor unas horas antes. Se dió cuenta de que la deseaba más aún. Paula lo acarició con sus delicadas manos, recorriendo su torso desnudo, los hombros y la espalda. Era una sensación increíble. Y no pudo contener un gemido cuando acarició su entrepierna por encima de los pantalones del pijama. Agarró su muñeca para detenerla.

–Si sigues así, no voy a durar mucho –le susurró él.

–Nadie te está obligando a esperar –repuso ella con una misteriosa sonrisa.

–Querida… –susurró mientras se desataba los pantalones y se los bajaba un poco.

A Paula se le fueron los ojos a su erección y la tomó en sus manos. Era increíble. Se quedó sin aliento y el corazón le latía a mil por hora. Quería estar dentro de ella y sentir que eran uno.

–¿Qué estás…? –gimió él.

Paula lo miró con los ojos llenos de deseo y necesidad mientras tiraba de él.

–Tómame, hazme tuya –susurró.

No podía esperar más. Paula era preciosa y estaba en su cama, esperándolo… No se tomó siquiera el tiempo necesario para desnudarse del todo. No podía. Se deslizó entre sus muslos y ella gimió y se aferró a sus hombros. Su rostro reflejaba la intensidad y la angustia del éxtasis. Pensó durante un segundo que le había hecho daño y trató de retirarse, pero ella lo detuvo.

–No –susurró Paula clavándole las uñas en la carne y comenzando a mover las caderas–. Más.

Hizo lo que le pedía y ella gimió de placer. Aumentó entonces la intensidad y la rapidez de los movimientos hasta que el cabecero de la cama golpeó con fuerza la pared.

–¡Para! –susurró ella con los ojos muy abiertos–. ¡No despiertes al bebé!

No pudo evitar echarse a reír y le dió un tierno beso en la frente. Agarró las caderas de Paula para controlar mejor sus movimientos y hacerlo más lentamente. Sin saber por qué, le dio la impresión de que verse forzado a guardar silencio no hacía sino aumentar el placer. Era como si estuvieran haciendo algo prohibido. Siguieron así, cada vez con más intensidad hasta que ella se aferró a sus brazos y oyó su grito silencioso. No tardó en llegar él también al éxtasis y todo su cuerpo se estremeció. Fue una sensación maravillosa, una explosión de placer. Se dejó caer sobre ella. Algún tiempo después, no habría podido decir cuánto, se dio cuenta de que podía estar haciéndole daño con su peso. Fue un momento precioso y tuvo incluso la sensación de que podría llegar a dormirse… Empezó a alejarse de ella, pero Paula lo agarró del brazo.

–Quédate conmigo –le pidió.

Dudó un segundo, sabía que no sería capaz de dormir a su lado. Pero en ese momento, no podía negarle nada. Se tumbó a su lado y la atrajo hacia su torso. Paula lo miró entonces a los ojos.

–Te quiero –susurró ella.

Sus palabras lo sorprendieron.

–Te quiero, Pedro –repitió abrazándose a su torso–. Nunca dejé de amarte y nunca lo haré.

Le acarició el pelo sin saber qué decir. Esas palabras eran un regalo repentino y precioso. Nunca se las había dicho a nadie ni había querido que se las dijeran, pero en ese momento, le pareció lo más dulce para sus oídos y auténtico veneno para su corazón. Se dió cuenta de que cada vez tenía más que perder y más que proteger. La abrazó con fuerza. Se preguntó si seguiría amándolo si supiera lo que había hecho.

–¿Qué te parece si pasamos la Navidad en el sur de España? –le preguntó de repente con forzada alegría–. Tengo una casa en la costa, cerca del pueblo donde nací. ¿Qué dices?

Lo que más le gustaba de esa idea era estar a miles de kilómetros de Fernando McLinn. Ella le sonrió medio dormida.

–Iría a cualquier sitio contigo –le susurró Paula.

Le emocionó ver que su esposa tenía un espíritu generoso y un corazón confiado. Ella conocía sus defectos mejor que nadie. Y a pesar de todo, lo quería. Pensó que era el mejor regalo que le habían hecho y el que menos se merecía. Se quedó dormida en sus brazos y él se distrajo mirando las luces de la ciudad por la ventana. A pesar del frío de ese diciembre, la confesión de Paula había conseguido derretir su corazón. Era como un cálido sol para un hombre que había pasado su vida medio congelado. Decidió en ese instante que nunca dejaría que se fuera de su lado. No quería perderla. No iba a dejar que sucediera.

Amor y Traición: Capítulo 37

–Escríbeles antes de ir –insistió él–. Es la mejor manera de organizar tus ideas.

–Bueno, puede que tengas razón. Me moriría si me dieran con la puerta en las narices. O si se negaran a ver a Olivia. Aunque eso ni siquiera puedo imaginarlo –le dijo con algo de tristeza–. ¿Crees que debería escribir también a Fernando?

Pedro suspiró y asintió con la cabeza.

–De acuerdo, lo haré –le dijo Paula sonriendo–. Gracias por ayudarme. No sé qué haría sin tí.

Nunca la había visto tan hermosa como en ese preciso instante. Hipnotizado, acarició su mejilla y luego la abrazó. Sintió sus suaves pechos contra su torso y lo envolvió el aroma floral de su cabello.

–Ya te dije que no quiero que me des las gracias –le susurró al oído.

Sobre todo porque no iba a dejar que sus cartas llegaran a nadie de su familia ni a McLinn.

–Eres mi mujer, Paula, y haría cualquier cosa para mantenerte a salvo y feliz.

–¿Con quién hablabas por teléfono? –le preguntó ella de repente.

–¿Cómo?

 –Me prometí que no iba a preguntarlo, que no era asunto mío, pero…

–Querida… –susurró él con una dulce sonrisa.

Paula era completamente transparente. Era algo que le gustaba mucho de ella.

–¿Creías que estaba hablando con otra mujer?

 –Se me pasó por la cabeza. Todas esas mujeres te desean y…

–Pero yo solo deseo a una mujer –le dijo mirándola a los ojos–. Soy tuyo y solo tuyo, querida. Nunca te traicionaría, Paula.

–¿De verdad? –Estaba hablando con un competidor –le dijo él sin mentirle del todo.

Paula suspiró aliviada y lo abrazó, apretando la cara contra su pecho desnudo. Supuso que había oído solo el final de su llamada telefónica. De haber escuchado toda la conversación, no le habría preocupado que estuviera hablando con otra mujer. La realidad le habría dolido más aún.

–Intenta ponerte en contacto con mi esposa una vez más y te arrepentirás de haberlo hecho –le había dicho a McLinn.

–No puedes evitar que la vea. Los dos sabemos que no podrás hacerla feliz –le había contestado el otro hombre fuera de sí.

Pedro llevaba meses evitando que Paula recibiera las cartas y las llamadas de McLinn. Este había llegado incluso a intentar entregarle un nuevo teléfono móvil en un sobre acolchado, pero su guardaespaldas lo había interceptado la noche anterior, mientras Paula se preparaba para el baile. Le había enfadado tanto saberlo que decidió levantarse y llamar a McLinn a altas horas de la madrugada. El joven granjero lo había amenazado con llamar a la policía y denunciarlo por secuestro. No le preocupaba la policía, pero sí que McLinn regresara a Nueva York. No iba a poder evitar que ese hombre se le acercara a Paula cuando estuviera por la calle. Necesitaba hacer algo para evitarlo. Desde la boda, le había encargado a su detective que siguiera la pista de su esposa y de toda su familia. Había quemado las cartas que le habían enviado sus padres e incluso las flores de su hermana. Al principio lo había hecho porque no se fiaba de Paula. Y había seguido después porque trataba de protegerla. Durante esos meses, las cosas habían vuelto a la normalidad y el padre de Paula ya no mostraba su enfado en las cartas, pero no se fiaba. Recordaba que incluso sus propios padres habían tenido sus días buenos. No quería que nadie volviera a hacerle daño.

Amor y Traición: Capítulo 36

–Fernando McLinn está enamorado de tí –le dijo entonces–. Lo ví en sus ojos.

–No, estaría tratando de protegerme –protestó Paula.

–Puede que tú estés ciega y no veas sus verdaderos sentimientos, pero yo no lo estoy –repuso él con firmeza–. No volverás a hablar con él ni con tu familia.

–¿Qué? –exclamó Paula–. ¿Qué tiene que ver mi familia con todo esto?

No podía explicárselo sin descubrir lo que había estado escondiéndole por su propio bien.

–Soy tu marido y tienes que confiar en mí y obedecerme.

–¿Obedecerte? –repuso Paula cruzándose de brazos–. ¿En qué siglo vives? ¡Puede que seas mi marido, pero ya no eres mi jefe!

– Estoy tratando de proteger a nuestra familia. Tengo mis razones, Paula. Créeme –le pidió él mientras acariciaba con suavidad su mejilla.

Ella cerró los ojos y sintió que se estremecía, pero dió un paso atrás.

–No –repuso Paula–. Quiero ser tu esposa. Pero tengo que ver a mi familia y a Fernando.

–Podría llevarte a los tribunales –le amenazó él–. El acuerdo prenupcial…

–Muy bien, hazlo. Denúnciame –repuso ella.

Paula se había dado cuenta de que era un farol, no iba a denunciar a su propia esposa, a la madre de su bebé. Los dos lo sabían.

–No voy a permitir que…

–No te he pedido permiso. Simplemente, te lo estoy diciendo. Necesito tener relación con mi familia y también con Fernando. Y quiero que conozcan a Olivia. Voy a ir a casa a visitar a mi familia y, si quieres, puedes divorciarte de mí o denunciarme.

Se dió cuenta de que le había ganado la partida. Pero seguía sin poder olvidar ni perdonar la manera en la que sus padres habían tratado a Paula cuando los llamó para anunciarles el nacimiento de su nieta. Tras la llamada, se había quedado llorando y rota de dolor. No podía olvidarlo. Siempre había soñado con tener una familia propia, una en la que reinara el amor y no podía permitir que nadie le hiciera sufrir a Paula como lo habían hecho sus propios padres. La miró y se le ocurrió una idea. Sabía que era algo reprobable, pero era por su bien.

–¿No has pensado que tal vez no quieran verte? –le preguntó–. Fernando McLinn no te ha llamado durante los últimos tres meses y tu familia no te devolvió la llamada que le hiciste.

Vio que había conseguido sembrar la duda en su mente.

–No puedo culparlos –le dijo Paula–. Lo que hice fue una gran decepción para mis padres…

–No digas eso. Has tenido un bebé y te has casado. Son buenas noticias y, cuando trataste de compartirlas con ellos, te lo hicieron pasar muy mal.

–Sé que te parecerá que fueron crueles conmigo, pero conseguiré que me perdonen –le dijo Paula con los ojos humedecidos por las lágrimas–. Tengo que intentarlo.

–¿Por qué no les escribes una carta antes de llamarlos? Si te presentas sin avisarlos, ¿cómo puedes saber si van a reaccionar bien? ¿Y si te dan con la puerta en las narices? ¿De verdad quieres correr ese riesgo?

Paula estaba pálida y lo miraba fijamente.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 35

–¿En serio? –susurró ella–. ¿Por qué?

 –¿No lo sabes? –le preguntó mientras la abrazaba y le levantaba la barbilla para mirarla a los ojos–. Te necesito, Paula –añadió con una sonrisa que siempre conseguía derretirla.

Pedro miró a su mujer en la penumbra del pasillo. Sus mejillas sonrosadas, sus ojos del color de las esmeraldas y su cabello largo y ondulado. Era sexy, dulce y muy deseable. Acababa de estar con ella y ya la deseaba otra vez. Quería más. Vió que se le llenaron los ojos de lágrimas.

–¿Me necesitas? –repitió Paula–. Pero pensé que solo queríastenerme aquí por el bebé.

–No es la única razón –repuso él acercándose un poco más a ella.

Paula estaba temblando y abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo. No parecía atreverse.

–Quiero quedarme contigo y ser tu esposa –le dijo entonces en voz muy baja.

El corazón le dió un vuelco al oírlo.

–Querida…

 –Pero no pienso ignorar a mis amigos ni a mi familia para que tú no te sientas inseguro.

–¿Sigues echándome en cara que te prohibiera hablar con Fernando McLinn?

–Sí, no permitiré que lo sigas haciendo.

–Olvídate de él, Paula –le dijo con firmeza y algo decepcionado.

–No. Es mi amigo.

–¿Tu amigo? –repitió enfadado–. Me dijo que habían estado prometidos desde el instituto y que, aunque te hubieras acostado conmigo, yo no era nada para tí e ibas a deshacerte de mí.

Lamentó enseguida habérselo dicho. Paula se le acercó, parecía algo incómoda.

–Tiene una explicación –le aseguró ella–. El día de la fiesta de graduación, Fernando y yo hicimos un pacto. Si no estábamos casados a los treinta, nos casaríamos el uno con el otro.

–Pero si solo tienes veinticinco años.

–Lo sé. Empiezo a pensar que a lo mejor Fernando se sentía algo amenazado por tí.

Vió de repente que todo tenía sentido.

–No estabas enamorada de él, ¿Verdad? –le preguntó entonces–. Fernando quería deshacerse de mí y funcionó –agregó mientras se pasaba la mano por el pelo–. Usó después el embarazo como excusa para conseguir lo que quería.

Paula parecía muy confusa.

–Él me quiere, es verdad, ¡Pero como a una hermana!

–¿Cómo pude ser tan tonto? –se dijo fuera de sí.

Esa hermosa noche, cuando hicieron el amor por primera vez, cuando ella le entregó su virginidad, había pensado que su relación podría ser diferente. Pero había desechado esa preciosa conexión haciendo caso a las insinuaciones de su rival.

Amor y Traición: Capítulo 34

Se acercó a la puerta con una mano sobre la boca y la otra sobre su corazón.

–No vuelvas a llamar –gruñó él antes de colgar el teléfono.

Pensó que quizás se tratara de una antigua amante y que por eso se había ido del dormitorio, para que su esposa no pudiera oír la conversación. Sabía que estaba siendo irracional, pero tenía miedo. Pedro le había asegurado que no había habido ninguna otra mujer desde la noche que pasó con ella. Ese hombre no era perfecto, pero sabía que no era mentiroso, todo lo contrario. Podía llegar a ser tan honesto que a veces rozaba la crueldad.

–¿Qué haces despierta?

Se sobresaltó al oírlo y vió que la miraba desde la puerta.

–Me levanté para darle de mamar a Olivia y ví que te habías ido – repuso ella algo nerviosa.

–Me fui para no despertarte, no podía dormir –le aseguró Pedro.

–Vaya, lo siento. ¿Por qué? ¿Estaba roncando o algo así?

–No, no duermo bien acompañado. Nunca he podido hacerlo.

–¿Nunca? –le preguntó sorprendida.

–¿Has oído alguna vez que una mujer se haya quedado a dormir en mi cama?

 –No –repuso tímidamente–. La verdad es que eras conocido por la rapidez con la que te desentendías de tus amantes, la verdad.

Pedro se apoyó en el marco de la puerta y bajó la vista.

–Me cuesta bajar la guardia –le confesó.

–¿Incluso conmigo?

–Sobre todo contigo –susurró Pedro mientras levantaba la vista para mirarla.

La penumbra del pasillo le impedía ver la expresión de su rostro. Pero podía distinguir una incipiente barba y sus ojos parecían más oscuros. Tenía aspecto de pirata, un pirata sexy y peligroso. Sin pensarlo, le puso una mano en su torso desnudo. Solo llevaba puesto los pantalones de un pijama de algodón.

–¿Puedo hacer algo para ayudarte a dormir? –le preguntó.

Se sonrojó al darse cuenta de que su pregunta podía sonar muy descarada.

–Me-me refiero a un vaso de leche tibia o algo así.

–No –repuso él–, pero gracias.

Se quedó callada unos segundos antes de preguntarle lo que quería saber.

–El año pasado, cuando fui a tu casa, ¿Por qué no me echaste para poder dormir? –susurró ella.

–No eras una más, Paula. Eras importante para mí y quería que te quedaras.

Amor y Traición: Capítulo 33

Paula se despertó con un sobresalto. No sabía qué hora era, pero creía haber oído al bebé. Se levantó de la cama medio dormida y sonrió al recordar lo que había pasado, pero vió que Pedro no estaba allí, se había ido. Echó un vistazo al reloj que había sobre la chimenea. Eran las tres de la mañana. No sabía dónde podría estar y no entendía que se hubiera ido después de haber recuperado su cama como lo había hecho esa noche. Se sonrojó al recordarlo. No iba a poder olvidarlo. Oyó de nuevo el llanto del bebé. Corrió por ella y la tomó en sus brazos.

–Ya pasó, ya pasó… Está bien –le susurró para tranquilizarla–. Mamá está aquí. Ya estoy aquí.

La llevó a la mecedora y comenzó a darle el pecho. No podía dejar de mirarla, era preciosa. Recordó entonces lo que Pedro le había dicho. Esa casa tenía ocho habitaciones y quería llenarlas de niños. No podía siquiera imaginar cómo sería vivir en una casa llena de niños como Olivia y con un esposo que la quisiera. Pero sabía que la realidad era muy distinta y no sabía si podría seguir casada con Pedro sabiendo que nunca la amaría como ella a él. Habría sexo, eso no lo dudaba, pero no creía que fuera suficiente para ella. Pedro le había dicho que era suya, de nadie más. Pero le costaba imaginarlo enamorado de alguien y preocupándose por otra persona que no fuera él mismo. Olivia había sido la única que había conseguido ese tipo de atención. No sabía si su hija y la pasión serían suficiente base para un matrimonio cuando ellos dos tenían valores tan diferentes. Cuando la niña se durmió, la dejó con cuidado en la cuna para no despertarla. Supuso que dormiría al menos hasta las siete o las ocho. Cada noche dormía un poco más. Y esperaba que así también ella pudiera descansar. Esa noche había dormido muy bien en los brazos de Eduardo, al menos hasta que se despertó y vió que estaba sola en la cama. No dejaba de pensar en lo que él le había dicho. Quería que fueran una familia, pero no sabía si iba a funcionar. Cabía la posibilidad de que Pedro llegara a amarla como ella lo amaba. Cerró confusa los ojos, no le extrañaba que él la viera como una ingenua y una sentimental. Volvió a su oscuro dormitorio preguntándose dónde estaría a esas horas de la noche. Pensó que quizás hubiera bajado a la cocina para comer algo. Se puso una bata y bajó las escaleras, pero la cocina estaba oscura y vacía. Volvió a la planta superior y escuchó entonces la voz de Pedro en la habitación de invitados.

–Nada ha cambiado –le decía a alguien–. Nada.

Amor y Traición: Capítulo 32

–¡El preservativo!

–Es verdad, se me había olvidado… –repuso Pedro mientras abría el cajón de la mesita.

Pero la miró entonces y volvió a cerrarlo.

–Ya no los necesito, querida. Nunca más –le dijo–. Eres mi esposa y me encantaría dejarte embarazada ahora mismo.

–¿Ahora? –repitió ella con los ojos como platos.

Pero era demasiado pronto para pensar en ello.

–No, no estoy lista para…

–Tenemos ocho dormitorios y quiero llenarlos –le dijo.

Pero no sabía si estaba dispuesta a comprometerse aún más con él. Se deslizó de nuevo dentro de ella y Paula cerró los ojos, gimiendo de placer. En esos momentos, no le costaba soñar y pensar que tenía todo lo que siempre había querido. Era demasiado difícil tratar de razonar en esos instantes. Se aferró a sus fuertes hombros, clavándole las uñas en la piel mientras arqueaba la espalda. Todo su cuerpo estaba en tensión, necesitaba más, un poco más. Quería que él la llenara por completo y pasar la eternidad entre sus brazos, unida a él. Fueron intensificando el ritmo de sus movimientos, cada vez lo sentía más dentro de ella y estuvo a punto de gritar de placer. Pero incluso en ese instante, la realidad se entrometió. Ya había cometido ese mismo error una vez y no quería repetirlo.

–Preservativo –susurró sin aliento.

Durante unos segundos, Pedro la miró fijamente, pero hizo lo que le había pedido. Parecía enfadado y trató de calmarlo para disfrutar al máximo de ese momento.

–Gracias –susurró ella.

–No me las des –repuso él colocando un dedo sobre sus labios.

Agarró sus caderas y se deslizó dentro de ella. Paula se quedó sin aliento. Olvidó en ese instante en qué había estado pensando, solo existía el presente y ese hombre. Notó un estremecimiento muy profundo, un temblor en su interior que la dominó por completo. Sentía cómo iba aumentando la tensión hasta hacerse insoportable. Echó hacia atrás la cabeza y dejó de respirar. Cerró los ojos y gritó. Fue una sensación increíble, de absoluto placer. Él no tardó en alcanzar el clímax, embistiéndola con fuerza una última vez antes de dejarse llevar y gritar también. Se dejó caer sobre ella, sudoroso y exhausto y ella lo abrazó contra su pecho.

–Eres mía y no tardarás en rendirte –le susurró Pedro.

Lo miró a los ojos. El corazón le latía con tanta fuerza como si se le fuera a salir del pecho. Se quedaron medio dormidos. Estaba muy feliz entre sus brazos, allí se sentía segura. Sabía que Pedro tenía razón, era de él y su corazón ya se había rendido hacía mucho tiempo.

Amor y Traición: Capítulo 31

Pedro gruñó algo, agarró sus caderas y la llevó hasta la cama, sentándose y ayudándola a que ella se colocara a horcajadas sobre él. La besó entonces con ferocidad y ella le devolvió el beso con la misma intensidad, jadeando al sentirlo contra su piel. Tomó sus pechos en las manos y ella sintió cómo se tensaban sus pezones. Nunca lo había deseado tanto. Le desabrochó el sujetador y vió que ahogaba un gemido al ver sus pechos llenos, mucho más grandes de lo habitual. Comenzó a acariciar su piel desnuda con los dedos y Paula sintió una corriente de electricidad por todo el cuerpo, desde sus pezones hasta los dedos de los pies.

–Eres preciosa… –susurró de nuevo.


La cama estaba iluminaba por luz plateada de la luna. Era como si los dos estuvieran en su propio mundo mágico. Pedro la tendió en el colchón sin dejar de mirarla. Después, se levantó y se quitó los pantalones y la ropa interior. Se quedó sin respiración al ver a su esposo completamente desnudo y tan seguro de sí mismo. Parecía un guerrero de leyenda o un rey bárbaro y feroz. Se acercó a ella y comenzó a temblar al verlo así. No pudo evitar sentir cierta preocupación al ver su imponente erección, temió que fuera a dolerle después del parto y que no fuera capaz de hacer el amor con él. Contuvo el aliento mientras le acariciaba la mejilla y besaba lentamente su cuello. Inclinó hacia atrás la cabeza y se dejó llevar por las sensaciones. Pedro besó entonces uno de sus pechos, después el otro. Todo su cuerpo estaba en tensión, no aguantaba más.

–Eres mía, Paula. Solo mía –le dijo mientras la miraba con sus ojososcuros–. Dímelo.

–Soy tuya –susurró ella.

Y sabía que era así. Había pertenecido a Pedro desde que este le dio por primera vez la mano y la convirtió en su secretaria. La besó lentamente, seduciéndola poco a poco hasta separar sus labios y jugar con su lengua. Mientras tanto, él iba acariciando su estómago con una mano, bajándola hasta la cadera, rozando el borde de sus braguitas y consiguiendo que se estremeciera una vez más. Su mano se movía muy lentamente, bajó hasta su muslo y volvió a subir entre sus piernas. Era una agonía casi insoportable, contuvo el aliento… Pero  la hizo esperar un poco más y se distrajo con sus pechos. No lo soportaba. Suspiró y tiró de él, estaba deseando sentir su peso sobre el cuerpo. Cuando notó que volvía a prestar atención a sus braguitas, comenzó a temblar. Era desesperante la lentitud con que la acariciaba. Sabía que estaba jugando con ella. Fue entonces cuando por fin tiró lentamente de su ropa interior para desnudarla y solo escuchó el susurro de la fina seda sobre su propia piel. Pedro se tumbó sobre su cuerpo y volvió a besarla. Podía sentir su miembro contra la pelvis y se estremeció. Cada centímetro de sus cuerpos parecía unido por el deseo, el sudor y la pasión. Solo faltaba la unión final y ya no iba a tardar en llegar. Lo deseaba, pero también temía que le hiciera daño. Pedro debió de darse cuenta porque se deslizó en su interior muy despacio, solo unos centímetros. Se quedó sin aliento. Estaba preparada para recibirlo, pero le costó un poco que su cuerpo volviera a adaptarse a él. Fue muy tierno con ella y desapareció muy pronto cualquier incomodidad. Era increíble sentirlo en su interior. Tan maravilloso como la primera vez… fue entonces cuando recordó lo que habían olvidado y abrió mucho los ojos.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 30

Pedro se volvió de repente hacia ella con los puños cerrados y el ceño fruncido.

–Te he dado demasiado tiempo –le espetó enfadado–. Quería darte espacio para superar el pasado y aceptar tu nueva vida como señora de Pedro Alfonso, pero me equivoqué. Debería haber reclamado hace tiempo lo que me pertenece.

Paula lo miró con los ojos muy abiertos.

–No puedes…

Pedro la abrazó y la besó con fuerza, apasionadamente. Trató de apartarse de él, pero no pudo. Se abrió la puerta del ascensor y él la tomó en sus brazos.

–Esta noche, esposa, vuelvo a mi cama –le dijo con firmeza.

Antes incluso de que se cerrara el ascensor, Pedro ya la tenía atrapada entre la pared y su cuerpo, besándola como nunca la habían hecho. Ya había decidido que de nada le iba a servir resistirse. De hecho, ni siquiera podía pensar. Rodeó su cuello con los brazos y lo besó con la misma pasión y deseo que él. Podía sentir cuánto la deseaba, era evidente a través de la fina tela de su esmoquin. Todo su cuerpo desprendía un calor sofocante. Cada vez la besaba más apasionadamente, era una sensación increíble. Sonó de repente el timbre del ascensor y se abrieron las puertas. Volvió a tomarla en sus brazos y cruzó con ella el amplio vestíbulo. No dejó de mirarla ni un segundo con sus intensos ojos negros mientras subía la escalera.

–¡Ya están en casa! ¡Qué pronto han…!

La señora McAuliffe se quedó boquiabierta al verlos así y  desapareció tan rápidamente como había aparecido frente a ellos en el pasillo.

Por una vez en su vida, Paula no se sintió avergonzada. No le importaba. Pedro la llevó hasta el dormitorio principal y la dejó a los pies de la cama. Miró entonces el colchón. Había dormido sola durante tres meses, pero supo que esa noche sería distinta. Su marido le acarició el pelo y después la mejilla. No dejaba de estremecerse. Pedro le quitó la chaqueta del esmoquin que había usado para protegerla del frío y la dejó caer al suelo. Acarició entonces la piel desnuda de sus hombros y la besó muy lentamente. Sus labios eran suaves y cálidos, pero también podían ser firmes y duros. Sentía que todo su cuerpo estaba en llamas y se derretía su interior. Llevó las manos a su espalda y sintió que le bajaba la cremallera. De repente, también el vestido cayó a sus pies. Dando un paso atrás, él la miró a la luz de la luna.

–Eres preciosa –susurró–. Llevo tanto tiempo esperándote.

Demasiado tiempo… Se quitó la pajarita y ella comenzó a desabrocharle la camisa, pero le temblaban las manos. Con impaciencia, Pedro se quitó la camisa sin desabrocharla. Se quedó sin aliento ante la belleza de su torso. Los músculos de su pecho eran fuertes y definidos. Igual que sus anchos hombros y sus abdominales. Se le acercó de nuevo y acarició sus caderas, no dejaba de mirarla como si quisiera devorarla. Era muy excitante y se sintió femenina y deseable, olvidando sus complejos.

Amor y Traición: Capítulo 29

–¿Por qué dices eso?

–Me lo dijiste tú en los juzgados, cuando nos dieron la licencia de matrimonio y…

–No, fuiste tú la que lo llamó «un matrimonio de conveniencia». Y lo es, pero nunca dije que no fuera a ser un matrimonio en todos los sentidos. Te prometí ser fiel y lo he hecho, pero no puedo seguir deseándote el resto de mi vida y no hacer nada al respecto.

–No tienes que hacerlo, mañana hace tres meses que nos casamos. Nuestro matrimonio ha terminado, ¿No?

–No –repuso Pedro con firmeza–. No habrá divorcio.

Paula sintió que el tiempo se detenía.

–¡Pero dijiste que solo serían tres meses! –protestó ella.

–He cambiado de opinión. Desde que sostuve a Olivia por primera vez, me dí cuenta de que tenía que cambiar mis planes y que nuestro matrimonio sería para siempre. Es la mejor manera de criar a nuestra hija. Pensé que tú también te darías cuenta.

–Pero dijiste que te divorciarías de mí –susurró ella–. Me prometiste que nuestro matrimonio era solo para que nuestra hija fuera legítima, para darle tu apellido.

–Deberías estar contenta –repuso Pedro con frialdad–. Siendo mi esposa, tienes todo lo que puedas necesitar. Una fortuna a tu disposición, hermosas casas, criados, ropa y joyas.

–Pero ¿Qué pasa con…? ¿Qué pasa con la gente a la que quiero?

–Querrás a tus hijos, no necesitas a nadie más –replicó él de malos modos.

–¿Ni-niños? –tartamudeó ella–. ¿Más de uno?

–No me gustaría que fuera hija única. Olivia necesita hermanos.

Lo miró fijamente, recordando lo dura que había sido la infancia de Pedro en España. Su madre lo había abandonado para irse con su amante y su padre, sintiéndose humillado, se pegó un tiro en la cabeza. A los diez años, él  se fue a vivir con su tía abuela Olimpia, que vivía en Nueva York. Desde su muerte, estaba completamente solo. No tenía a nadie. No podía imaginarse lo que era no tener familia. Por mucho que le molestaran las estrictas normas de sus padres y muy mal que se llevara a veces con su hermana, era mil veces peor verse abandonado por todos a los diez años. Lo compadecía, pero estaba demasiado enfadada para dar su brazo a torcer.

–¿Esperas que acceda sin más? ¿Solo porque quieres que sigamos casados para tener más hijos?

–Quiero que Olivia se sienta querida –le dijo Pedro con firmeza–. Deseo que se sienta segura y protegida en un hogar feliz y con sus dos padres. No vamos a divorciarnos.

Horrorizada, Paula lo miró fijamente. No podía siquiera imaginarse lo que significaba seguir siendo la esposa de Pedro para siempre. Era como una pesadilla. Le fascinaba su certeza y determinación. Por un lado, creía que sería mejor para Olivia, pero no se veía capaz de seguir casada con él amándolo como lo amaba. Estaba condenándola a pasar toda su vida amándolo en secreto sin ser correspondida. No sabía si podía sacrificar de ese modo su corazón, sin esperanza de ser amada.

–Mi familia tiene que estar presente en la vida de Olivia y en la mía. Echo de menos a mis padres, a mi hermana y a…

Se detuvo antes de terminar, pero lo hizo demasiado tarde.

–Y a Fernando McLinn, por supuesto –continuó Pedro con una mueca de desagrado.

–No deberías haberme prohibido que lo llamara o lo viera. Acepté porque pensaba que serían solo tres meses.

–Ya sabía yo que no lo ibas a olvidar.

Se detuvo la limusina y Sánchez les abrió la puerta. No entendía por qué se lo tomaba todo tan mal y seguía mostrándose celoso. Entraron en el vestíbulo y Pedro ni siquiera la miró. La pasión de Central Park parecía haberse evaporado como el humo. Apretó el botón del ascensor y esperaron sin tocarse.

Amor y Traición: Capítulo 28

A pesar de la nieve y el frío que los rodeaba en ese oscuro rincón de Central Park, Paula sintió una explosión de calor en su interior. Murmurando palabras en español, Pedro la apretó aún más contra su pecho. El viento gélido de diciembre los rodeaba, pero apenas lo sentía, solo era consciente de sus labios y su deseo. El beso se hizo cada vez más apasionado. Paula echó la cabeza hacia atrás para estar más cerca aún de él. Era increíble sentir su cuerpo fuerte y firme contra el de ella. Con un suave gemido, rodeó el cuello de Pedro con sus brazos. Ya no sentía la nieve fría bajo sus pies ni oía el ruido del tráfico. Era una noche helada y oscura, pero no en su interior. Pedro acarició sus brazos y después su espalda desnuda. La necesidad la dominaba por completo y sentía que iba dejando un rastro de deseo por todo su cuerpo. No dejaron de besarse durante mucho tiempo, no habría podido decir cuánto. De vez en cuando, recordaba lo que había pasado una noche de invierno como aquella. Solo había pasado un año y había sufrido mucho, pero no podía apartarse de él. Enredó los dedos en el pelo de él. Era el hombre más fuerte y masculino que había conocido. Hacía que se sintiera femenina y delicada entre sus brazos. Su boca la devoraba y ella estaba totalmente a su merced. Pedro se apartó de repente. Estaba sin aliento. Sacó el teléfono móvil de su pantalón y marcó un número.

–Sánchez –dijo sin dejar de mirarla–. Frente al hotel, en la esquina.

Colgó el teléfono, lo guardó y la tomó en sus brazos.

–No hace falta que me lleves –le dijo sorprendida–. No tengo frío.

–Déjame hacerlo.

Se relajó entonces contra su torso y dejó que la llevara en brazos. Se sentía muy ligera, como en una nube. Cuando llegaron a la acera, la dejó en el suelo con cuidado.

–Gracias –susurró ella con voz temblorosa.

Aunque no estaba temblando de frío, Pedro se quitó la chaqueta del esmoquin y la colocó sobre sus hombros desnudos.

–No me des las gracias. Esto es lo que quiero hacer, cuidar de tí, Paula.

Tragó saliva al oírlo. Tenía la boca seca y el corazón le latía con fuerza. Comenzó entonces a nevar, podía ver gruesos copos de nieve contra la luz de las farolas. Le parecía increíble que no hubiera estado con nadie durante todo un año y más increíble aún que la deseara a ella.

–Paula, sabes lo que voy a hacer cuando lleguemos a casa, ¿Verdad?

Le costaba respirar y sintió que se mareaba. Pedro la deseaba tanto como ella a él. Ya había pasado por la misma situación un año antes. La alegría y  la angustia de esa noche habían estado a punto de acabar con ella. Y estaba tan cerca de volver a ser libre… Pero se dió cuenta de repente de que no quería estar sin él. Lo abrazó y pegó la cara a su camisa blanca, escuchando el latido de su corazón. Permanecieron así, abrazados y en silencio, mientras caían los copos de nieve sobre sus cabezas.

–Ya ha llegado el coche –le anunció Pedro con la voz cargada de deseo.

Mientras Sánchez se bajaba para abrirles la puerta, Pedro tomó su cara entre las manos para besarla, pero ella se apartó en el último momento.

–No puedo –susurró angustiada.

–¿No puedes? ¿Por qué? ¿Porque amas a otro hombre?

 Se subieron al coche. No podía dejar de mirarlo. Estaba tan guapo que se le encogió el corazón. Deseaba estar con él, pero sabía que no era buena idea.

–Tengo miedo –le confesó–. Esto no era parte del trato. Nuestro matrimonio no es real.

En realidad, temía que le rompiera por completo el corazón, más aún que la primera vez.

Amor y Traición: Capítulo 27

No podía creer que pudiera ser tan tonta como para caer de nuevo en sus redes.

–¿Qué es lo que estás tratando de hacer conmigo? –le preguntó ella–. ¿Qué estás haciendo?

Pedro se detuvo también y la miró a los ojos. Después, acarició su mejilla.

–Te puedo decir lo que estoy a punto de hacer –le dijo entonces–. Voy a besarte.

Se quedó inmóvil y sin respiración mientras veía cómo se acercaba la boca de Pedro. Sintió el calor de sus sedosos labios y de su aliento rodeándola como el más seductor de los abrazos. Letransmitió su deseo en ese beso, que parecía tan fuerte como el de ella y se estremeció al sentir su áspera piel mientras le acariciaba la melena y bajaba después por su espalda. Besaba tan bien como lo recordaba. Había una pasión en sus labios y en sus manos que no le ofrecían solo placer, también le hablaban de eternidad. Y, muy a su pesar, sonaron unas palabras en sucabeza que no podía negar. «Te quiero, Pedro. Nunca dejé de amarte», se dijo entonces sabiendo que era la verdad.

–Te deseo, Paula –murmuró él entonces contra su piel.

Sabía que era cierto, podría verlo en sus ojos oscuros y sintió de pronto ganas de llorar.

–¿Cómo puedes torturarme así cuando todo terminará mañana? ¡Ya me entregué totalmente a tí en el pasado y me echaste de tu lado como si fuera una bolsa de basura!

Se dió media vuelta y salió corriendo del salón de baile. Cruzó el vestíbulo sin detenerse a recoger su abrigo en el guardarropa. Salió a la calle sin mirar y un taxi estuvo a punto de atropellarla mientras cruzaba para meterse en Central Park. Todo estaba nevado, era un paisaje irreal, le recordó a la decoración del hotel, pero ese parque era real, peligroso y frío. No podía dejar de llorar. Siguió corriendo y secándose los ojos con las manos. Poco después, notó que la seguían. Se dió la vuelta y vió a Pedro. Corrió más deprisa aún, pero sus zapatos de tacón no eran el mejor calzado para la nieve. No quería que la alcanzara y que pudiera ver en sus ojos que aún lo amaba. Pero tropezó con la raíz de un árbol y se cayó. Pedro se le acercó deprisa para ayudarla a levantarse.

–Vete, déjame –le dijo llorando–. ¡Déjame en paz!

–¿Crees que eres desechable para mí? –le preguntó Pedro con seriedad–. ¿Eso piensas?

–No solo lo pienso, lo sé.

–Acabas de dar a luz –gruñó Pedro enfadado–. No soy ningún bruto, no iba a forzarte a nada.

–Por supuesto que no, sobre todo cuando tienes a todas las modelos de esta ciudad haciendo cola frente a tu puerta. ¿Cómo voy a competir con eso? ¡Me has dicho tú mismo que estabas deseando divorciarte de mí!

–¡Dios mío, Paula! –replicó Pedro–. ¿Es que no sabes cuánto te deseo, cuánto tiempo llevo así? Llevo un año deseándote y esperándote. Un año…

 –No –susurró ella con incredulidad–. No puede ser cierto.

–¿Cómo puedes no saberlo? ¿No te has dado cuenta?

 –Ni siquiera has tratado de tocarme, ni una sola vez. Y no me mirabas…

–Eras una madre primeriza y preferí darte tiempo –le dijo con ternura–. Lo último que necesitabas era que yo tratara de seducirte cuando apenas dormías por las noches. No necesitabas un amante, sino alguien que te ayudara, un buen padre.

Ella lo miró fijamente.

–Y lo has sido –le dijo emocionada–. El mejor padre que Olivia podría haber tenido.

Pedro la abrazó, parecía muy aliviado.

–Gracias –susurró contra su pelo.

–¿De verdad me deseabas? –susurró ella.

Pedro soltó una carcajada.

–Intenté no hacerlo y convencerme de que lo que pasó no significaba nada. Me ayudó un poco pensar que eras una mentirosa y que estabas con otro hombre, pero no podía olvidarte. No ha habido ninguna otra mujer desde la noche que estuviste en mi cama –le dijo entonces–. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Ninguna otra mujer.

–Pero ha pasado un año y ví en las revistas unas fotos tuyas con esa duquesa española…

 –Es muy bella, pero me dejó completamente frío –le confesó Pedro.

Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas mientras miraba a su marido.

–No puede ser verdad… ¿Todo un año?

 –¿No me crees? –le dijo Pedro abrazándola de nuevo–. Cree entonces esto.

Bajó la cabeza y la besó una vez más.

Amor y Traición: Capítulo 26

–Gracias –repuso aceptando la copa–. ¿Cómo se llama esta bebida?

–Rudolph.

–¿Rudolph? ¿Como el reno de Santa Claus? ¿Por qué?

–Porque te pondrá la nariz roja y volarás toda la noche –repuso Pedro riendo.

Le sorprendió su respuesta y sonrió. Se bebió la segunda copa de un trago mientras Pedro seguía observándola.

–¿Has sufrido alguna vez resaca? –No –le confesó ella.

–¿Quieres tener resaca mañana?

Le atrajo la idea, así tendría una distracción para no pensar en el divorcio.

–Puede que sí –susurró ella.

Comenzó a sonar entonces la música de la orquesta y Pedro le ofreció su mano.

–Baila conmigo.

–No, ¿Por qué no se lo pides a otra mujer? Todas pareces conocerte.

–Mucha gente me conoce –repuso Pedro.

–¿Por qué no acabamos de una vez con esta farsa? No hace falta que lo niegues, sé que has tenido amantes durante nuestro matrimonio.

–¿Quién te ha dicho eso?

–Nadie, pero como no hemos tenido relaciones sexuales, supuse que…

–Pues te has equivocado –la interrumpió Pedro.

Durante un buen momento, se miraron el uno al otro.

–¿Me estás diciendo la verdad? –susurró ella–. Pero es imposible. ¡Seguro que ha habido alguien!

–Así que eso es lo que piensas de mí –murmuró Pedro–. ¿Crees que te pediría fidelidad a tí y yo no haría lo mismo? ¿Me crees capaz de romper nuestros votos matrimoniales?

–¿Por qué te sorprendes? Te conozco, Pedro. ¡Es imposible que no hayas estado con ninguna mujer durante estos tres meses, sobre todo cuando se abalanzan sobre tí allá donde vas! –repuso ella–. Ya tienes lo que querías. Olivia lleva tu apellido y tus amigos sabrán que hiciste lo mejor para nuestra hija, no les sorprenderá que nuestro matrimonio no dure mucho.

–¿Por qué crees que no les iba a sorprender? –le preguntó Pedro.

–¡Mírame! –replicó enfadada–. ¡Y mírate tú!

Pedro frunció el ceño y la miró de arriba abajo. Se había sentido muy bella en casa con ese vestido, pero se dio cuenta de que enfatizaba su curvilínea figura. Sobre todo cuando se comparaba con las estilizadas mujeres del baile.

–No lo entiendo –repuso Pedro.

–¡Olvídalo! –replicó con impaciencia ella–. De todos modos, ya no importa.

Fue hacia la puerta, pero él atrapó su mano antes de que pudiera irse. Le quitó la copa de la mano y se la entregó a un camarero.

–Nunca te he traicionado, Paula –le dijo Pedro mientras la abrazaba.

–Pero, ¿Qué razones podrías tener para serme fiel?

 –Si tienes que preguntarlo es que no me conoces en absoluto – repuso–. Baila conmigo.

Tenía el corazón en la garganta. Sabía que no era buena idea y se sentía muy vulnerable. Aquella noche era la última, no podía bajar la guardia. Pero no se pudo resistir.

–De acuerdo, pero solo un baile –susurró entonces.

Pedro la miró y la sujetó contra su cuerpo. Comenzaron a bailar, los rodeaban otras parejas en el centro del salón y miles de luces blancas. Él la sostenía muy cerca de su torso y podía sentir su calor. Cerró los ojos y, sin saber por qué, se sintió segura. Era como si hubieran retrocedido en el tiempo hasta aquella mágica noche de un año antes. Pasaron dos horas bailando. Era como un sueño, solo tenía ojos para él mientras se dejaba llevar por la música. Estaban solos en medio de un bosque de cuento de hadas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que lo amaba. De hecho, nunca había dejado de amarlo. Se quedó inmóvil, mirando fijamente a las otras parejas.

–¿Qué te pasa, querida? –le preguntó Pedro con dulzura.

Se sentía mareada y sobrecogida por lo que acababa de descubrir.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 25

–Bueno, esta noche termina.

–Sí, así será –repuso Pedro sin dejar de mirarla con intensidad.

Temblando, Paula apartó la vista.

–Estoy lista –le dijo.

–Estupendo –repuso Pedro sonriendo mientras le ofrecía el brazo–. Señora Alfonso…

Tomó su brazo conteniendo el aliento y dejó que la acompañara hasta el vestíbulo. Se despidieron de la señora McAuliffe, que se quedaba al cuidado del bebé. Pedro sacó un abrigo de pieles de color blanco y se lo colocó sobre los hombros. Se estremeció entonces al recordar el sueño que había tenido la noche anterior, cuando había imaginado su cuerpo desnudo sobre el de ella. Temblando, se apartó todo lo que pudo de él mientras bajaban a la calle en el ascensor. En la limusina, no pudo dejar de pensar en lo cerca que estaba de él, el poco espacio que había entre los dos. El Baile de Invierno se celebraba en un maravilloso hotel al lado de Central Park. Entraron del brazo, pero trataba de mantener las distancias. Los techos eran altísimos y había maravillosos frescos pintados en ellos. Pero se quedó más extasiada aún al ver la maravillosa decoración invernal del enorme salón de baile. Había luces blancas colgadas de impresionantes árboles desnudos. El invierno era su estación favorita y aquello le pareció un bosque de hadas. Pero su fantasía se vino abajo cuando vio a los invitados. Todas las mujeres eran hermosas y delgadas y entre los hombres estaban los más poderosos de la ciudad. Se sentía fuera de lugar. Tampoco se sentía a gusto en el ático de Pedro, pero era mucho más duro estar en esos ambientes y compararse con todas esas mujeres esbeltas y bellas que miraban a su esposo.

–¿Las conoces? –le susurró ella.

–¿A quiénes?

–A todas esas mujeres que te están mirando.

–No –repuso él mientras miraba a las preciosas modelos.

Se preguntó si le estaría diciendo la verdad o si trataba de protegerla para no herir sus sentimientos. Supuso que estaría deseando divorciarse para no tener que dar explicaciones a nadie y continuar con sus conquistas. Sabía que tres meses sin sexo era mucho tiempo para un hombre como Pedro, pero no para ella. Solo había tenido una experiencia sexual en toda su vida. Sabía que su matrimonio era una farsa y que no tenía derecho a tener celos, pero no le gustaba imaginarlo con otra mujer. Pero, para su sorpresa, Pedro no miraba a las bellas mujeres que llenaban el salón, solo parecía tener ojos para ella.

–¿Quieres tomar algo?

 Estaba nerviosa y asintió con la cabeza. Cuando Pedro regresó con una copa para ella, se la bebió de un trago.

–¡Cuidado! –le advirtió Pedro con una sonrisa–. Ese ponche es más fuerte de lo que parece.

Pero Paula estaba harta de ser buena.

–Tráeme otra copa, por favor –le pidió ella–. Por esta noche, quiero ser algo imprudente.

–Como quieras –repuso Pedro con una sensual sonrisa.

Cuando volvió con su copa, la miró con tal intensidad que no pudo evitar sonrojarse. Durante semanas, se había mostrado muy distante, como si fuera una empleada de su casa, pero esa noche la estaba mirando de verdad, casi como si deseara arrancarle el vestido, besarla y conseguir que perdiera por completo la cabeza. Pero no lo creía posible. Después de todo, Pedro la había dejado y no era nada para él.

Amor y Traición: Capítulo 24

Pero le había dolido que no la llamaran para disculparse. Ella tampoco lo había hecho. Sabía que también Pedro habría estado pendiente del calendario, deseando recuperar cuanto antes su libertad. Había sido un buen padre, pero suponía que estaría ya cansado de tener que esconder sus aventuras amorosas y no poder trabajar más horas. Lo cierto era que le había sorprendido que aguantara tanto tiempo. No había intentado nada con ella durante esos meses. Solo habían tenido una noche juntos, la noche en la que concibieron a Olivia. Una noche perfecta que ella nunca iba a olvidar. Recordaba el deseo en su mirada cuando la vio al otro lado del salón de baile, el calor de sus labios mientras se besaban en el taxi que los llevó a toda velocidad a casa de Pedro. Nunca iba a poder olvidar cómo se había sentido cuando la desnudó y comenzó a acariciarla, ni lo increíble y mágico que había sido estar entre sus brazos, gritando su nombre, dejándose llevar. Pero había llegado el momento de volver a la casa de su familia y buscar un trabajo. Tenía que olvidarlo. Si no, su vida iba a ser muy triste y…

–Querida.

Se dió la vuelta al oír su voz. Pedro la miraba desde la puerta de la habitación. Llevaba un elegante esmoquin negro y estaba tan guapo que el corazón le dio un vuelco. Sus ojos eran tan negros como su traje y sus rasgos eran perfectos, como los de una escultura griega. Él la miró de arriba abajo como si la estuviera devorando con los ojos.

–Estás preciosa –le dijo Pedro–. Todos los hombres me envidiarán esta noche.

Se sonrojó al oírlo y no supo qué decir. Nunca le había dicho nada parecido. Era la última noche de su matrimonio y se sintió tan torpe y tímida como si fuera su primera cita.

–Gracias. Tú-tú también estás muy elegante.

–Tengo un regalo para tí –le dijo Pedro mientras abría una caja de terciopelo negro que sacó del bolsillo de su esmoquin.

Se quedó con la boca abierta al ver un precioso collar de esmeraldas y diamantes.

–¿Es para mí? Pero, ¿Por qué? –preguntó confusa.

–¿De verdad no lo sabes?

–¿Es un regalo de despedida?

–No – repuso él con media sonrisa–. Supongo que podría ser un regalo deNavidad.

Pedro sacó el collar de la caja y ella levantó su larga melena y dejó que se lo pusiera. No pudo evitar estremecerse al sentir sus manos en la nuca. Cuanto terminó, se miró en el espejo.

–Es precioso –susurró ella con un nudo en la garganta.

Sus ojos se encontraron en el espejo y él dejó de sonreír.

–No tanto como tú –le dijo en voz baja–. Ninguna otra mujer está atu altura.

Pedro estaba de pie detrás de ella, tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban.

–¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? ¿Por qué ahora que termina todo? –le preguntó.

–¿Quién ha dicho que esto es el final? –repuso Pedro colocando las manos en sus hombros.

–El acuerdo prenupcial –contestó ella.

Pedro le dió la vuelta y ella lo miró a los ojos. Había deseo en ellos.

–¿Es que no sabes lo que quiero? –le preguntó Pedro en vozbaja.

Lo sabía muy bien. Quería recuperar su libertad.

–Por supuesto que lo sé. Supongo que habrán sido los meses más largos de tu vida.

–Es verdad –repuso Pedro acariciándole la mejilla.

–Tres meses de espera…

–Tres meses infernales –la interrumpió él.

Se le llenaron de lágrimas los ojos al ver que había estado en lo cierto.

Amor y Traición: Capítulo 23

Tres meses más tarde.


 Habían sido tres meses muy duros durante los que Paula había tenido que ver cómo Pedro se comportaba como un padre perfecto y cariñoso. Olivia había ganado mucho peso y dormía mejor por las noches. Durante tres meses, la había tratado con cortesía pero también con cierta frialdad y ella había tenido que aprender a vivir con sus dolorosos recuerdos, que la llenaban de rabia durante el día y la impedían dormir por la noche.  Pero por fin habían terminado esos tres meses. Se miró en el espejo de la habitación mientras se subía la cremallera de su vestido. Era ceñido y plateado y tenía un escote en forma de corazón que resaltaba su busto. Se puso los pendientes de diamantes que hacían juego con su anillo. Se acercó después un poco más para ponerse rímel en las pestañas y pintarse de rojo los labios. Dió un paso atrás cuando terminó para ver el resultado. No se reconocía. Siempre se había visto como una joven no demasiado agraciada y Siempre se había visto como una joven no demasiado agraciada y algo rellenita, pero el espejo le decía lo contrario. Nunca había tenido tan bien cuidada su melena castaña. Brillaba y tenía un aspecto sano y lustroso gracias a los tratamientos que se hacía dos veces a la semana en la mejor peluquería del Upper West Side de Nueva York.

Después de un largo otoño de paseos con Olivia, Paula tenía los brazos y las piernas tonificados y estaba en buena forma. Iba al parque casi todos los días, aunque estuviera lloviendo o hiciera frío. Su afán era escapar del ático, donde se sentía inútil y atrapada con un marido que no sentía nada por ella. Le daba la impresión de que ya no quedaba apenas nada de la sencilla chica de campo que había sido. Era la señora de Pedro Alfonso, el magnate del petróleo, pero no por mucho tiempo. Al día siguiente, terminaría su sentencia de tres meses. Olivia y ella serían por fin libres.

Había dormido sola cada noche en esa enorme cama mientras Pedro dormía en la habitación de invitados. Este había cambiado su rutina y volvía antes del trabajo para poder pasar más tiempo con la niña. Había visto cómo se iluminaba su cara cuanto tomaba a Olivia en sus brazos. Por la noche, cuando el bebé no podía dormir, le oía caminar con ella por los pasillos mientras le cantaba una nana. Pedro había sido muy educado y nunca había vuelto a hablarle de Fernando, de su familia o de cualquier otro tema que pudiera provocar una discusión. Mientras cenaban, él solía leer el periódico y hablaba muy poco. Ella, en cambio, se distraía contemplando sus sensuales labios y tratando de que no le afectara demasiado su cálido y masculino aroma.

Pedro no la había tocado durante esos tres meses. Solo esperaba de ella que cuidara de su hija y que lo acompañara alguna vez a galas benéficas, como iba a hacer esa noche. En la alta sociedad neoyorquina, la temporada de Navidad empezaba a principios de diciembre con el Baile de Invierno, que recaudaba dinero para hospitales infantiles de la región. Era la última vez que iba a vestirse de manera tan elegante para acompañar a Pedro. Después de esa noche, ya no iba a tener que seguir fingiendo que eran un matrimonio feliz. Le parecía paradójico que su relación terminara tal y como había empezado, con una fiesta de Navidad. Al día siguiente, tal y como indicaba el acuerdo prenupcial, ella se mudaría y él comenzaría el proceso del divorcio. Tenía muy claro que su marido le había sido infiel durante esos tres meses, lo conocía demasiado bien. No era el tipo de hombre que pudiera resistir tanto tiempo sin acostarse con alguien. Por otro lado, no era asunto suyo lo que hiciera o dejara de hacer. Iba a hacer las maletas al día siguiente y volver a su granja en Dakota del Norte. Había echado mucho de menos a Delfina, a su madre, a Fernando e incluso a su padre.

Amor y Traición: Capítulo 22

–¡Fernando es mi mejor amigo!

–Y tú eres mi esposa.

–¿Cómo es posible que te sientas amenazado por él?

 –¿No lo entiendes? –repuso fuera de sí–. Es el hombre al que amas, en el que confías, con el que ibas a casarte hace dos días y el que intentó convertirse en el padre de Olivia.

–Solo quería ayudarme.

–Llevan juntos muchos años, Paula –le espetó Pedro–. Antes incluso de que te conociera yo.

–¿Qué? –preguntó perpleja.

–En Nochebuena, cuando hicimos el amor, no podía dormir contigo en mi cama –le dijo él.

–Entonces, ¿Por qué no me pediste que me fuera?

 –Decidí salir a dar un paseo y fui hasta tu piso para recoger algunas de tus cosas. Iba a pedirte que te quedaras conmigo. Imagina mi sorpresa cuando ví que allí vivía un hombre.

–Que tú ibas a… ¿Cómo? No entiendo…

–Después de tantos años juntos, pensé que podía confiar en tí. Pero, solo unas horas después de que me entregaras tu virginidad, me dí cuenta de que vivías con tu novio.

Lo miró boquiabierta.

–¿Qué pasa? ¿No se te ocurre nada que decirme? Te has quedado sin palabras, ¿No?

–Fernando no era entonces mi prometido.

–¡Ya basta! ¿Es que nunca dejas de mentir? ¡Lo ví con mis propios ojos!

–Pero si solo hace unas semanas que decidimos casarnos.

–Entonces, ¿Cómo explicas lo que me dijo? O mientes tú o me mintió él.

–Fernando nunca mentiría –susurró ella–. A no ser que…

Se cubrió la boca con la mano. Recordó que habían decidido en el instituto que se casarían el uno con el otro si llegaban a los treinta y seguían solteros. Para ella, había sido solo una broma, pero temía que Fernando se lo hubiera tomado en serio. En cuanto le dijo que Pedro le había alquilado un piso mejor para vivir, su amigo de toda la vida había aparecido en Nueva York con su maleta y sin trabajo. Temió que se hubiera dado cuenta de que estaba enamorada de su jefe y hubiera querido proteger su territorio. Pero le parecía imposible. Estaba convencida de que para Fernando, ella era solo su amiga.

–Creo que no lo entendiste bien. Fernando solo pretendía protegerme, te lo aseguro –le dijo ella–. Nunca ha habido nada entre los dos. Deja que lo llame y te lo demuestre.

–Él está enamorado de tí –repuso Pedro con una mirada heladora–. O me estás mintiendo ahora mismo o estás completamente ciega. De un modo u otro, no dejaré que vuelvas a reírte de mí, no vas a hablar con McLinn. Ni por teléfono, ni por ordenador ni a través de tus padres. ¿Lo entiendes?

No podía creer que estuviera siendo tan irracional, se le llenaron de lágrimas los ojos.

–Pero lo dejé plantado en la calle el día de nuestra boda. ¡Se merece una explicación!

–Te vió conmigo, no necesita ninguna explicación más. Y, si te pones en contacto con él, aunque sea una sola vez, habrás violado nuestro acuerdo.

–Me da igual. ¡Quédate con tu generosa pensión alimenticia! ¡No me importa tu dinero!

–¿Tampoco te importa la custodia?

Se quedó sin aliento al oírlo.

–¿Qué?

 –Deberías haber leído nuestro acuerdo prenupcial con mucho cuidado antes de firmarlo.

–¡Estaba de parto! Cualquier juez anularía lo que tuve que firmar en esas circunstancias.

Le costaba creer que pudiera ser tan cruel con ella. Pero recordó entonces de quién se trataba y se sintió estúpida al haber caído en su trampa una vez más.

–Déjame hablar con él una vez, solo una vez. Puedes escuchar desde otro teléfono, pero necesito disculparme con él –le pidió entre lágrimas–. Cuando pienso en lo que le hice…

–Sí, ya imagino lo mal que te sientes. Después de todo, te metiste en la cama conmigo y concebiste a mi hijo en lugar del suyo. ¡Pero creo que Olivia es más importante que los absurdos anhelos románticos de tu corazón!

Su tono hiriente le desgarraba el alma como el sonido de unas uñas en la pizarra.

–¿Por qué te importa tanto? –le preguntó ella–. Nuestro matrimonio solo durará unos meses. Ni siquiera entiendo por qué querías casarte conmigo. Los dos sabemos que esto no es una familia de verdad y que no puede durar. Te conozco bien y sé que este no es el tipo de vida que te gusta –agregó–. Tienes que estar siempre viajando, superando a tus competidores, comprando cosas que no tienes tiempo de disfrutar y cambiando cada noche de mujer.

–Mis prioridades han cambiado –repuso él con frialdad.

–Puede que sí, pero solo durante unos días. Como mucho, una semana. ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que nos abandones?

–¿Abandonarlas? –repitió furioso–. ¿No serás tú la que dejes a Olivia y te vayas corriendo a los brazos de otro hombre?

–¡Estoy harta de tus estúpidos celos!

–Y yo harto de que me acusen de que nunca podría ser un buen marido. ¡Es una lástima para tí que ese agricultor desempleado no sea el padre de Olivia!

–¡Sí, es una verdadera lástima! –exclamó Paula conteniendo las lágrimas.

Tomó su plato de comida, que no tenía muy buen aspecto, y abrió todos los cajones hasta que encontró un tenedor. Fue después hacia la puerta.

–¡Estos van a ser los tres meses más largos de mi vida! –exclamó antes de salir.

Subió llorando las escaleras para poder comer y llorar en paz con la única persona en ese mundo que aún la quería, su bebé.

Amor y Traición: Capítulo 21

Paula volvió al dormitorio y vió que alguien había dejado sobre la cama la maleta con ropa nueva que le habían llevado al hospital. La abrió, tomó un conjunto de cachemira rosa y suspiró. Parecía carísimo y era muy suave. Fue increíble poder darse una larga ducha caliente en el baño de su dormitorio. Se peinó cuando salió y se puso la ropa sobre una camiseta de algodón blanca. Bajó entonces las escaleras. Era el ático más lujoso que había visto nunca, como una mansión en el cielo. Había un gran salón en la primera planta, con chimenea y grandes ventanales.

–¿Qué te parece?

Se sobresaltó al oír la voz de Pedro. Se giró y lo miró.

–Es increíble –reconoció ella–. No he visto nada parecido.

–Me alegra que te guste, porque es tuyo –repuso Pedro.

Pero era imposible, sabía que estaba bromeando. Además, teniéndolo tan cerca, no podía pensar en nada más.

–Toma –le dijo Pedro ofreciéndole una de las copas.

–No puedo beber alcohol, le estoy dando el pecho –repuso ella.

–Lo sé, tu copa tiene zumo de frutas.

–Gracias.

Tomó la copa y se la terminó de un trago. Estaba muerta de sed y también tenía hambre.

–Huele muy bien –comentó ella.

–He hecho quesadillas y arroz. No sé si te gustará –repuso él más serio–. Como me has recordado antes, soy un inútil en la cocina.

Paula frunció el ceño, le extrañó que se mostrara de repente tan taciturno.

–¿Pasa algo? –le preguntó ella–. ¿Estás bien?

–Claro, estoy bien. ¿Cenamos?

Suspiró al ver que no le iba a contar qué le pasaba y miró a su alrededor.

–¿Has visto mi bolso? Tengo que hacer una llamada.

–¿A tu familia?

–No, ya los llamé desde el hospital, quería hablar con Fernando.

–No –repuso Pedro.

–Supongo que habrá vuelto a Fern y estará preocupado por mí. Me gustaría saber cómo…

–Fernando está bien –la interrumpió Pedro con frialdad–. Acabo de hablar con él.

Lo miró fijamente.

–¿En serio?

 –No dejaba de llamar y me cansé. Contesté su llamada de hace diez minutos y le dije que dejara de llamar.

–¿Qué te ha dicho?

 –Me ha llamado de todo –repuso Pedro–. ¿Qué le has contado de mí?

Sintió que sus mejillas se ruborizaban.

–Me enfadé mucho cuando me despediste, supongo que te llamé de todo. Le dije que eras un imbécil, que eras adicto al trabajo, que no tenías corazón, que cada día te acostabas con una mujer distinta… – susurró avergonzada–. Lo siento. No debería haber hablado así de tí.

Pedro le dedicó una fría sonrisa.

–Bueno, te limitaste a decirle la verdad. Soy todas esas cosas. Y tú eres reservada, ingenua y demasiado sentimental.

Paula abrió la boca para protestar, pero no dijo nada.

–Pero supongo que nos tendremos que soportar por el bien de Olivia.

Sintió un profundo dolor en su corazón. Un momento antes, había estado llena de esperanza, pero acababa de ver que estaba sola. No tenía a nadie de su lado.

–Dame mi teléfono –le pidió con firmeza.

–No.

–Muy bien. Lo buscaré yo.

Salió del salón y entró en una gran cocina. Vió su bolso en la encimera de granito, fue por él y rebuscó en su interior.

–No está ahí –le dijo Pedro mientras la miraba.
–¿Dónde está?

 –Lo tiré a la basura.

Dejó entonces de buscarlo y lo miró a los ojos.

–¿Me estás tomando el pelo?

–No voy a dejar que lo llames – replicó Pedro.

–¡No puedes hacer eso! –exclamó indignada–. ¡No tienes derecho!

–Soy tu marido, tengo todo el derecho del mundo.

–Entonces, ¡Me compraré otro teléfono!

–Inténtalo –le provocó Pedro con los ojos brillantes.

–Esto es ridículo. ¡No soy tu prisionera!

–No, pero estamos casados y espero que me seas leal.