miércoles, 20 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 29

–¿Por qué dices eso?

–Me lo dijiste tú en los juzgados, cuando nos dieron la licencia de matrimonio y…

–No, fuiste tú la que lo llamó «un matrimonio de conveniencia». Y lo es, pero nunca dije que no fuera a ser un matrimonio en todos los sentidos. Te prometí ser fiel y lo he hecho, pero no puedo seguir deseándote el resto de mi vida y no hacer nada al respecto.

–No tienes que hacerlo, mañana hace tres meses que nos casamos. Nuestro matrimonio ha terminado, ¿No?

–No –repuso Pedro con firmeza–. No habrá divorcio.

Paula sintió que el tiempo se detenía.

–¡Pero dijiste que solo serían tres meses! –protestó ella.

–He cambiado de opinión. Desde que sostuve a Olivia por primera vez, me dí cuenta de que tenía que cambiar mis planes y que nuestro matrimonio sería para siempre. Es la mejor manera de criar a nuestra hija. Pensé que tú también te darías cuenta.

–Pero dijiste que te divorciarías de mí –susurró ella–. Me prometiste que nuestro matrimonio era solo para que nuestra hija fuera legítima, para darle tu apellido.

–Deberías estar contenta –repuso Pedro con frialdad–. Siendo mi esposa, tienes todo lo que puedas necesitar. Una fortuna a tu disposición, hermosas casas, criados, ropa y joyas.

–Pero ¿Qué pasa con…? ¿Qué pasa con la gente a la que quiero?

–Querrás a tus hijos, no necesitas a nadie más –replicó él de malos modos.

–¿Ni-niños? –tartamudeó ella–. ¿Más de uno?

–No me gustaría que fuera hija única. Olivia necesita hermanos.

Lo miró fijamente, recordando lo dura que había sido la infancia de Pedro en España. Su madre lo había abandonado para irse con su amante y su padre, sintiéndose humillado, se pegó un tiro en la cabeza. A los diez años, él  se fue a vivir con su tía abuela Olimpia, que vivía en Nueva York. Desde su muerte, estaba completamente solo. No tenía a nadie. No podía imaginarse lo que era no tener familia. Por mucho que le molestaran las estrictas normas de sus padres y muy mal que se llevara a veces con su hermana, era mil veces peor verse abandonado por todos a los diez años. Lo compadecía, pero estaba demasiado enfadada para dar su brazo a torcer.

–¿Esperas que acceda sin más? ¿Solo porque quieres que sigamos casados para tener más hijos?

–Quiero que Olivia se sienta querida –le dijo Pedro con firmeza–. Deseo que se sienta segura y protegida en un hogar feliz y con sus dos padres. No vamos a divorciarnos.

Horrorizada, Paula lo miró fijamente. No podía siquiera imaginarse lo que significaba seguir siendo la esposa de Pedro para siempre. Era como una pesadilla. Le fascinaba su certeza y determinación. Por un lado, creía que sería mejor para Olivia, pero no se veía capaz de seguir casada con él amándolo como lo amaba. Estaba condenándola a pasar toda su vida amándolo en secreto sin ser correspondida. No sabía si podía sacrificar de ese modo su corazón, sin esperanza de ser amada.

–Mi familia tiene que estar presente en la vida de Olivia y en la mía. Echo de menos a mis padres, a mi hermana y a…

Se detuvo antes de terminar, pero lo hizo demasiado tarde.

–Y a Fernando McLinn, por supuesto –continuó Pedro con una mueca de desagrado.

–No deberías haberme prohibido que lo llamara o lo viera. Acepté porque pensaba que serían solo tres meses.

–Ya sabía yo que no lo ibas a olvidar.

Se detuvo la limusina y Sánchez les abrió la puerta. No entendía por qué se lo tomaba todo tan mal y seguía mostrándose celoso. Entraron en el vestíbulo y Pedro ni siquiera la miró. La pasión de Central Park parecía haberse evaporado como el humo. Apretó el botón del ascensor y esperaron sin tocarse.

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