viernes, 29 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 48

–Pero ahora tú también eres parte de la familia.

Pedro cerró la puerta y se le acercó. Parecía algo tenso.

–Tu familia no es rica.

Cada vez estaba más confusa, no entendía por qué cambiaba de tema.

–No, no lo es. Y ahora están aún peor. La granja de mis padres ha tenido un par de años bastante difíciles, con malas cosechas y…

–Pero, aun así, se quieren –la interrumpió Pedro acercándose un poco más.

–Por supuesto que sí –repuso desconcertada–. Somos familia.

No parecía muy convencido.

–Siempre he creído que el dinero era lo que unía a una familia, que una buena situación económica es lo que hacía que la gente se quisiera lo suficiente como para quedarse.

A Paula se le hizo un nudo en la garganta.

–El dinero no tiene nada que ver con todo eso. ¿Acaso no lo sabías?

Pedro le dedicó una breve sonrisa.

–Me alegra que pudieras pasar tiempo con tu familia hoy, pero ahora tengo que seguir trabajando para preparar la reunión de mañana con Xendzov –le dijo–. Que descanses.

Fue hacia la puerta y ella se quedó mirándolo atónita. Era la primera noche que no se metía con ella en la cama para hacerle el amor y abrazarla después hasta que se quedara dormida. Pedro se detuvo antes de abrir la puerta y se giró hacia ella.

–Tenemos que hablar –le dijo de mala gana–. Hablaremos mañana y luego ya veremos –agregó con un suspiro–. Después de eso, ya veremos si aún…

Su voz se apagó, no terminó la frase. Durante un buen rato, la miró fijamente sin decir nada. Después, se dió la vuelta y cerró la puerta de la habitación. Le costó dormir esa noche sin Pedro a su lado.

Por la mañana, bajó deprisa a desayunar para poder verlo, pero no lo encontró. Le dijeron que había salido de madrugada con su equipo de colaboradores y abogados para preparar la reunión con el misterioso Xendzov Kevin. Le pareció extraño. Pedro le había dejado muy claro que quería hablar con ella, aunque no sabía de qué se trataba. Se quedó pensativa un segundo y se le ocurrió entonces de qué podía querer hablar con ella. A lo mejor, iba a decirle por fin que la amaba. Le emocionó la idea. Estaba segura de que había acertado.

Pasó una mañana muy agradable con su bebé y su familia, desayunaron en el jardín, dieron un paseo por la propiedad y nadaron en la piscina. Después de la comida, mientras sus padres y Olivia dormían la siesta, Delfina y ella decidieron explorar los zocos de Marrakech. Mientras paseaban las dos hermanas por las calles estrechas y caóticas de la medina, Paula sintió que su felicidad era completa. Visitaron varios mercados al aire libre, mirando todos los puestos de lámparas de cobre, vasijas de terracota, túnicas bordadas y collares de coral. Miraba cada poco su nuevo teléfono móvil para ver si Pedro la había llamado. Estaba siendo una tarde muy agradable. Se había cubierto la cabeza con un sombrero rosa de ala ancha, llevaba una blusa ligera y una falda larga. Su hermana lo miraba todo con los ojos muy abiertos, fue como regresar a la infancia. Delfina y ella solían imaginar aventuras como aquella y recorrer todos los rincones de la granja juntas. De repente, se quedó inmóvil en medio del mercado. Había tenido una sensación muy extraña en la nuca, como si alguien la observara. Se dio la vuelta, pero solo vió a Sergio García, su guardaespaldas. Las seguía a cierta distancia. Pedro nunca la dejaba ir a ninguna parte sin guardaespaldas. Siguió con la misma sensación toda la tarde, no sabía por qué.

–Entonces, ¿De verdad me perdonas? –le preguntó de repente Delfina.

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