viernes, 22 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 32

–¡El preservativo!

–Es verdad, se me había olvidado… –repuso Pedro mientras abría el cajón de la mesita.

Pero la miró entonces y volvió a cerrarlo.

–Ya no los necesito, querida. Nunca más –le dijo–. Eres mi esposa y me encantaría dejarte embarazada ahora mismo.

–¿Ahora? –repitió ella con los ojos como platos.

Pero era demasiado pronto para pensar en ello.

–No, no estoy lista para…

–Tenemos ocho dormitorios y quiero llenarlos –le dijo.

Pero no sabía si estaba dispuesta a comprometerse aún más con él. Se deslizó de nuevo dentro de ella y Paula cerró los ojos, gimiendo de placer. En esos momentos, no le costaba soñar y pensar que tenía todo lo que siempre había querido. Era demasiado difícil tratar de razonar en esos instantes. Se aferró a sus fuertes hombros, clavándole las uñas en la piel mientras arqueaba la espalda. Todo su cuerpo estaba en tensión, necesitaba más, un poco más. Quería que él la llenara por completo y pasar la eternidad entre sus brazos, unida a él. Fueron intensificando el ritmo de sus movimientos, cada vez lo sentía más dentro de ella y estuvo a punto de gritar de placer. Pero incluso en ese instante, la realidad se entrometió. Ya había cometido ese mismo error una vez y no quería repetirlo.

–Preservativo –susurró sin aliento.

Durante unos segundos, Pedro la miró fijamente, pero hizo lo que le había pedido. Parecía enfadado y trató de calmarlo para disfrutar al máximo de ese momento.

–Gracias –susurró ella.

–No me las des –repuso él colocando un dedo sobre sus labios.

Agarró sus caderas y se deslizó dentro de ella. Paula se quedó sin aliento. Olvidó en ese instante en qué había estado pensando, solo existía el presente y ese hombre. Notó un estremecimiento muy profundo, un temblor en su interior que la dominó por completo. Sentía cómo iba aumentando la tensión hasta hacerse insoportable. Echó hacia atrás la cabeza y dejó de respirar. Cerró los ojos y gritó. Fue una sensación increíble, de absoluto placer. Él no tardó en alcanzar el clímax, embistiéndola con fuerza una última vez antes de dejarse llevar y gritar también. Se dejó caer sobre ella, sudoroso y exhausto y ella lo abrazó contra su pecho.

–Eres mía y no tardarás en rendirte –le susurró Pedro.

Lo miró a los ojos. El corazón le latía con tanta fuerza como si se le fuera a salir del pecho. Se quedaron medio dormidos. Estaba muy feliz entre sus brazos, allí se sentía segura. Sabía que Pedro tenía razón, era de él y su corazón ya se había rendido hacía mucho tiempo.

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