miércoles, 13 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 12

Veintidós minutos más tarde, salieron Pedro, el abogado y ella con la licencia. Lo sabía con exactitud porque había empezado a cronometrar sus contracciones con el reloj.

–Lo he organizado todo para que nos casemos hoy mismo en mi casa –le dijo Pedro con frialdad mientras le abría la puerta del coche.

No pudo entrar, se lo impidió otra fuerte contracción. Jadeando, agarró el brazo de Pedro.

–No creo que pueda –susurró ella.

–Es demasiado tarde para que te eches atrás.

–Creo que… Creo que estoy de parto…

–¿Estás de parto? –repitió mientras la miraba a los ojos.

Paula asintió con la cabeza. El dolor era insoportable, las piernas no la sostenían… Pero los fuertes brazos de Pedro impidieron que se cayera al suelo. Fue tan agradable sentirse segura contra su pecho que le entraron ganas de echarse a llorar.

–¿Cuánto tiempo llevas así? –le preguntó él.

–Todo el día… Eso creo…

–¡Por el amor de Dios, Paula! –exclamó enfadado–. ¿Por qué tienes que esconderlo todo?

 Le dolía demasiado para contestar.

–¡Sánchez! –gritó Eduardo a su chófer–. ¡Ayúdame!

La metieron entre los dos en el asiento trasero. Pedro tomó sus manos entre las de él.

–¿A qué hospital, Paula? ¿Cómo se llama tu médico? –le preguntó con urgencia.

Se lo dijo y Pedro repitió la información a su conductor, ordenándole que fuera muy deprisa.

–No te preocupes, querida –le dijo él mientras le acariciaba el pelo–. Llegamos enseguida.

Pero Paula no era consciente de nada, solo de su dolor. El chófer voló por las calles de Nueva York, tomando deprisa las curvas y tocando la bocina de vez en cuando. Cuando se detuvo, la puerta del coche se abrió de golpe y Pedro le gritó a alguien que su mujer necesitaba ayuda.

–Aún no soy tu mujer –susurró ella mientras la metían en el hospital.

Una enfermera la llevó a una sala para examinarla y ponerle un camisón del hospital. Pedro esperaba en el pasillo, gritando como un loco a alguien al otro lado del teléfono.

–Ya has dilatado seis centímetros –le dijo sorprendida la enfermera–. Ya viene el bebé. Vamos a llamar a tu médico y llevarte a tu habitación. Es demasiado tarde ya para ponerte anestesia.

–No importa, solo quiero que mi bebé esté bien.

Comenzó otra contracción mientras la llevaban a su habitación, cada una era peor que la anterior. Se levantó de la silla para ir a su cama y sintió de repente náuseas. Pedro se le acercó rápidamente, tomó la papelera y la colocó frente a ella justo a tiempo. Cuando pasó el dolor, se sentó en la cama del hospital y se echó a llorar. Estaba así por el dolor, por miedo y por tener que verse en esa situación tan vulnerable frente a Pedro Alfonso.

–¡Ayúdela! –le gritó él a la enfermera–. Tiene muchos dolores.

–Lo siento –repuso la mujer con una sonrisa comprensiva–. No hay tiempo para anestesia. Pero no se preocupe, el médico ya viene para…

Pedro maldijo entre dientes, fue hasta la puerta y se asomó al pasillo por tercera vez.

–¡Gracias a Dios! –exclamó Pedro poco después–. ¿Por qué has tardado tanto?

Entró entonces en la habitación con un señor de cierta edad y amable sonrisa.

–¡Este no es mi doctor! –exclamó ella.

Pedro se le acercó y se arrodilló junto a la cama.

–Lo sé. Viene para casarnos, Paula –le explicó él.

–¿Ahora? –exclamó con impaciencia.

–¿Acaso es mal momento? –repuso Pedro con media sonrisa mientras le apartaba de la cara su pelo empapado en sudor–. ¿Estás ocupada?

–¿Está autorizado para casar a la gente? –le preguntó con suspicacia al hombre.

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