viernes, 1 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 57

Pedro la tumbó sobre el colchón de la cama y se colocó sobre ella antes de besarla de nuevo hasta hacer que se rindiera a la magia. Le cubrió de besos el cuello y ella gimió, retorciéndose mientras él recorría sus puntos más sensibles, y algunos que ni siquiera sabía que estuvieran allí.

–Hueles tan bien… –dijo Pedro con voz rasgada–. Hay un prado en las montañas donde llevamos al ganado. A principios de verano, se llena de flores silvestres de diversos colores. No hay nada que me guste más que montar a caballo por ahí después de una tormenta de lluvia, cuando todo huele a mojado y es maravilloso. Siempre que estoy cerca de tí, me siento como si fuera junio y estuviera en mitad de ese prado con el sol dándome en la cara.

Pasaron varios minutos besándose y tocándose, hasta que Paula se quedó sin aliento y temblando de deseo. Finalmente, cuando pensaba que no podría aguantar más, Pedro se giró sobre su espalda con la respiración entrecortada.

–Vamos a tener que parar aquí, cariño. Tras un mes de juegos preliminares, estoy al límite de mi autocontrol en lo que a tí respecta.

Paula giró la cabeza sobre la almohada y lo observó.

–Para –le ordenó Pedro.

–¿Qué?

–Para de mirarme así. No haces que sea más fácil. A veces es muy difícil intentar que las cosas estén bien.

Tenía razón. Debían dejar de tontear antes de llegar al punto de no retorno. Sabía que hacer el amor sería un error, que tendría que enfrentarse a un millón de arrepentimientos por la mañana. Pero tal vez fuera su única oportunidad de estar con él. A pesar de sus palabras, sabía que no podía aferrarse a él por mucho tiempo. Pronto regresaría a la vida real. Aunque, por el momento, estaban allí solos, protegidos de la tormenta y del mundo real. Quería vivir. Por una vez, quería dejar de preocuparse y aferrarse a sus sueños.

–Entonces, ¿Por qué no dejamos de intentarlo? –preguntó Paula acariciándole la barbilla.

Pedro se quedó mirándola durante largo rato y Paula pensó que iba a levantarse y a irse. Pero entonces emitió un gemido de excitación y la besó con una ferocidad que la dejó sin aliento. El ansia se apoderó de ella y sintió la necesidad de tener más contacto con él. Con dedos temblorosos, le desabrochó los botones de la camisa hasta revelar sus duros músculos. Le pasó una mano por el pecho y se sorprendió al notar el acelerado ritmo de su corazón. Pedro dejó que lo acariciara y explorase su cuerpo durante un rato. Finalmente, la recostó contra las almohadas y le quitó el jersey con un movimiento rápido, dejándola solo con el sujetador y los pantalones. Paula se preguntó si habría sido un deseo inconsciente el que le había hecho elegir para ese día algo que no fuera su ropa interior blanca. En vez de eso, había elegido unas braguitas negras y un sujetador a juego. Se alegró de haber confiado en su instinto al ver el brillo en los ojos de él.

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