miércoles, 20 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 26

–Gracias –repuso aceptando la copa–. ¿Cómo se llama esta bebida?

–Rudolph.

–¿Rudolph? ¿Como el reno de Santa Claus? ¿Por qué?

–Porque te pondrá la nariz roja y volarás toda la noche –repuso Pedro riendo.

Le sorprendió su respuesta y sonrió. Se bebió la segunda copa de un trago mientras Pedro seguía observándola.

–¿Has sufrido alguna vez resaca? –No –le confesó ella.

–¿Quieres tener resaca mañana?

Le atrajo la idea, así tendría una distracción para no pensar en el divorcio.

–Puede que sí –susurró ella.

Comenzó a sonar entonces la música de la orquesta y Pedro le ofreció su mano.

–Baila conmigo.

–No, ¿Por qué no se lo pides a otra mujer? Todas pareces conocerte.

–Mucha gente me conoce –repuso Pedro.

–¿Por qué no acabamos de una vez con esta farsa? No hace falta que lo niegues, sé que has tenido amantes durante nuestro matrimonio.

–¿Quién te ha dicho eso?

–Nadie, pero como no hemos tenido relaciones sexuales, supuse que…

–Pues te has equivocado –la interrumpió Pedro.

Durante un buen momento, se miraron el uno al otro.

–¿Me estás diciendo la verdad? –susurró ella–. Pero es imposible. ¡Seguro que ha habido alguien!

–Así que eso es lo que piensas de mí –murmuró Pedro–. ¿Crees que te pediría fidelidad a tí y yo no haría lo mismo? ¿Me crees capaz de romper nuestros votos matrimoniales?

–¿Por qué te sorprendes? Te conozco, Pedro. ¡Es imposible que no hayas estado con ninguna mujer durante estos tres meses, sobre todo cuando se abalanzan sobre tí allá donde vas! –repuso ella–. Ya tienes lo que querías. Olivia lleva tu apellido y tus amigos sabrán que hiciste lo mejor para nuestra hija, no les sorprenderá que nuestro matrimonio no dure mucho.

–¿Por qué crees que no les iba a sorprender? –le preguntó Pedro.

–¡Mírame! –replicó enfadada–. ¡Y mírate tú!

Pedro frunció el ceño y la miró de arriba abajo. Se había sentido muy bella en casa con ese vestido, pero se dio cuenta de que enfatizaba su curvilínea figura. Sobre todo cuando se comparaba con las estilizadas mujeres del baile.

–No lo entiendo –repuso Pedro.

–¡Olvídalo! –replicó con impaciencia ella–. De todos modos, ya no importa.

Fue hacia la puerta, pero él atrapó su mano antes de que pudiera irse. Le quitó la copa de la mano y se la entregó a un camarero.

–Nunca te he traicionado, Paula –le dijo Pedro mientras la abrazaba.

–Pero, ¿Qué razones podrías tener para serme fiel?

 –Si tienes que preguntarlo es que no me conoces en absoluto – repuso–. Baila conmigo.

Tenía el corazón en la garganta. Sabía que no era buena idea y se sentía muy vulnerable. Aquella noche era la última, no podía bajar la guardia. Pero no se pudo resistir.

–De acuerdo, pero solo un baile –susurró entonces.

Pedro la miró y la sujetó contra su cuerpo. Comenzaron a bailar, los rodeaban otras parejas en el centro del salón y miles de luces blancas. Él la sostenía muy cerca de su torso y podía sentir su calor. Cerró los ojos y, sin saber por qué, se sintió segura. Era como si hubieran retrocedido en el tiempo hasta aquella mágica noche de un año antes. Pasaron dos horas bailando. Era como un sueño, solo tenía ojos para él mientras se dejaba llevar por la música. Estaban solos en medio de un bosque de cuento de hadas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que lo amaba. De hecho, nunca había dejado de amarlo. Se quedó inmóvil, mirando fijamente a las otras parejas.

–¿Qué te pasa, querida? –le preguntó Pedro con dulzura.

Se sentía mareada y sobrecogida por lo que acababa de descubrir.

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