viernes, 8 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 5

–¿Lo estás? –insistió Pedro con más dureza en su voz.

Sintió en ese instante otra fuerte contracción. Trató de usar la respiración para controlar el dolor hasta que pasara, pero no le sirvió de nada, le dolía demasiado.

–Muy bien. No respondas –le dijo Pedro con frialdad–. De todos modos, no me creería ni una palabra que saliera de tu boca, pero tu cuerpo… –añadió mientras le acariciaba la mejilla y ella trataba de ignorar la corriente eléctrica que sintió por todo el cuerpo–. Tu cuerpo no miente.

Pedro le quitó el ramo de flores y lo tiró al suelo. Tomó sus manos y tiró de ellas para levantarla. Se quedó de pie frente a él, temblando y sintiéndose más vulnerable que nunca.

–Así que es cierto, estás embarazada. ¿Quién es el padre?

 –¿Qué? –balbuceó confusa.

–¿Es McLinn o lo soy yo?

 –¿Cómo puedes insinuar…? –tartamudeó ella sonrojándose–. Sabes que era virgen cuando…

–Eso me dijiste, pero supongo que también eso era un engaño. A lo mejor, estabas esperando a casarte y, después de hacer el amor conmigo, fuiste a casa de tu novio y lo sedujiste para cubrirte las espaldas y tener una coartada si acababas quedándote embarazada.

–¿Cómo puedes decir eso? ¿Me crees capaz de algo tan repugnante? –le preguntó dolida.

–¿El niño es mío o de McLinn? –insistió con impaciencia–. ¿O es que no lo sabes?

 –¿Por qué estás tratando de hacerme daño? – repuso ella–. Fernando es mi amigo, solo eso.

–Has estado viviendo con él durante un año. ¿Esperas que me crea que ha dormido en el sofá?

–¡No, nos hemos estado turnando!

–No me mientas más, ¡Ha accedido a casarse contigo!

 –Sí, pero solo porque es un hombre muy bueno.

–Claro –repuso Pedro en tono burlón–. Por eso se casan los hombres, por bondad.

Se apartó de él. Le costaba respirar y tenía el corazón en la garganta.

–Mis padres no saben que estoy embarazada. Creen que vuelvo a casa porque no encuentro trabajo aquí –le explicó con los ojos llenos de lágrimas–. No puedo presentarme embarazada y soltera, nunca me lo perdonarían. Y Fernando es el mejor hombre que he conocido, va a…

 –¡No quiero saber nada de él y tampoco me importa tu vida! –la interrumpió Pedro–. ¿Es mío?

 –Por favor, déjame, no me preguntes más –susurró ella–. No quieres saberlo. Deja que le dé un hogar, quiero cuidar de ella y que tenga una familia.

–¿Ella? –repitió Pedro en voz baja.

–Sí, es una niña, ¿Pero qué más te da? No quieres tener nada conmigo, me lo dejaste muy claro. Olvida que me conociste y…

– ¿Te has vuelto loca? –gruñó él agarrándola por los hombros–. ¡No permitiré que otro hombre críe a una niña que podría ser mi hija! ¿Cuándo sales de cuentas?

Sonó de repente un trueno. El cielo estaba cubierto de nubes negras. Se sentía entre la espada y la pared, a punto de hacer algo que podía cambiarlo todo para siempre. Si le decía la verdad, su hija no iba a tener la misma infancia feliz que había tenido ella, viviendo en el campo, jugando en el granero de su padre y sabiendo que todos la conocían y apreciaban en su pequeño pueblo. No quería que la niña tuviera unos padres que no se soportaban. Pedro era tiránico y egoísta, pero no podía mentirle en algo tan importante.

–Salgo de cuentas el diecisiete de septiembre.

Pedro se quedó mirándola fijamente.

–Si existe una mínima posibilidad de que McLinn sea el padre, dímelo ahora, antes de la prueba de paternidad. Si me mientes en algo así, pagarás por ello. ¿Lo entiendes?

Se quedó sin respiración. Sabía que su ex jefe podía llegar a ser muy cruel.

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