miércoles, 6 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 70

Apagó el coche y salió a la calle, siendo consciente de que llevaba puesto un vestido de noche y unos zapatos de tacón alto. Iba a parecer ridícula entrando así al bar. Pero tenía que hacerlo. Una vez dentro, escudriñó a la multitud, siendo consciente de que la gente la miraba. Al principio no lo vió, pero, al divisarlo, sus dudas dejaron paso a un sentimiento de ira. Estaba sentado a una mesa hablando con una morena que Paula no reconocía, una mujer alta y hermosa. Sus cabezas estaban muy juntas y la mujer estaba riéndose por algo que él había dicho. Aquello era estúpido. Las lágrimas se acumularon en sus ojos por su propia idiotez, y quiso salir corriendo, pero se quedó helada por las emociones que sentía. Estaba intentando moverse cuando Pedro levantó la cabeza y miró hacia la puerta, donde ella estaba. Todo lo demás en el bar desapareció en ese instante, cuando sus miradas se encontraron. Paula sintió que no podía respirar, asombrada como estaba por la emoción que vio en sus ojos, una mezcla de dolor, alegría y algo que no pudo identificar. ¿Cómo podía apartarse de ese hombre? Lo amaba. Amaba su fuerza, su bondad, amaba la risa que había traído consigo. Y de pronto quiso que todo el mundo lo supiera. Se obligó a caminar hacia ellos con piernas temblorosas hasta colocarse a la altura de su mesa. Una vez allí, no supo cómo empezar. Los dos se quedaron mirándose el uno al otro durante unos segundos, hasta que la otra mujer rompió el silencio.

–Hola. Tú debes de ser Paula. Pedro me ha hablado de tí.

–¿De verdad? –fue lo único que Paula pudo decir.

–Oh, sí. Soy Aldana Underwood, una vieja amiga. Siéntate, ¿Quieres? Puedes ocupar mi sitio. Yo me voy a buscar a mi marido.

Marido. Bien. Eso era bueno.

–Es sexy y británico, y estoy loca por él –añadió la mujer riéndose– . Por si acaso te lo estabas preguntando.

–Aldana –dijo Pedro con una voz reprobadora reservada a los amigos.

–¿Qué he dicho? –preguntó Aldana riéndose otra vez mientras se ponía en pie. No esperó una respuesta, y simplemente le lanzó un beso a Pedro–. Estaremos en el pueblo hasta el tres de enero. Ven a vernos cuando quieras. Quiero saber cómo acaba la historia.

–Sí –murmuró él–. Yo también.

Aldana se alejó, pero Jenny se quedó de pie junto a la mesa, sin saber muy bien qué hacer.

–¿Qué estás haciendo aquí, Paula? –preguntó Pedro tras una pausa.

–Me preguntaba si querrías bailar.

–¿Aquí? –preguntó él sorprendido.

–Aquí. O en la fiesta del colegio. O donde tú quieras.

Pedro se quedó mirándola, sorprendido al oír sus palabras, al escuchar la oferta que, sabía, debía de haberle costado un mundo hacer. Era consciente de que la gente comenzaba a fijarse en ellos. Las lenguas viperinas iban a pasárselo muy bien hablando de la directora del colegio, que se había presentado en el bar del pueblo vestida con ropa de fiesta y un ojo morado y se había acercado directamente a su mesa. Paula se había enfrentado a sus miedos, se había expuesto al escrutinio del que tanto trataba de huir por él. Jamás se había sentido tan abrumado. La alegría y el alivio se mezclaron en su interior, llevándose consigo el dolor y la amargura. Paula estaba allí, a pesar de sus miedos y de sus dudas. No le quedaba otra opción que aceptar el regalo tan preciado que le estaba ofreciendo. Le tendió la mano y estuvo a punto de arrastrarla a sus brazos frente a todo el bar, pero sabía que eso sería acelerar las cosas. En vez de eso, se levantó de su asiento, dejó algo de dinero en la mesa y se dirigió hacia la puerta con ella.

–¿Adónde vamos? –preguntó Paula.

En respuesta, Pedro la sacó del bar y la metió en su coche. Una vez dentro, encendió el motor y la tomó entre sus brazos, besándola como había soñado hacer desde que dejaran el hotel en Jackson.

–Nunca antes lo había hecho en un deportivo –dijo ella tras un largo y acalorado momento–. Es sexy.

–Esa era la idea –dijo él mientras le daba besos en el cuello–. Y he de decir que lo haces genial.

–Siento lo de hoy –murmuró Paula tras unos segundos, rodeándole la cara con las manos–. Lo siento mucho. Te he hecho daño. No era por tí, Pedro. Era yo y mis inseguridades. Me daba miedo confiar en mi criterio, en que el hombre del que me estaba enamorando estuviera dispuesto a seguirme.

–¿Y qué ha cambiado? –preguntó Pedro con voz rasgada.

–¿Te conté la pesadilla que tuve después del ataque de asma de Melina, la noche en que mi coche no funcionaba y nos llevaste a la clínica?

Pedro negó con la cabeza y la mantuvo abrazada.

–Soñé que no podía encontrar a Melina. Estaba enferma y me necesitaba, pero nadie me ayudaba a encontrarla. Era una sensación terrible. Estaba a punto de rendirme cuando alguien comenzaba a apartar a la gente para que yo pudiera llegar a mi destino. No pude verle la cara, pero supe quién era incluso antes de que se diera la vuelta –dijo Paula acariciándole la cara–. Mi subconsciente siempre ha sabido aquello que a mí me daba miedo admitir. Te necesito en mi vida. Necesito tu fuerza, tu amabilidad y tu risa. Te quiero, Pedro. Te quiero con toda mi alma y quiero que todo el mundo lo sepa. Quiero poner anuncios en el periódico y mandar globos de aire caliente, o subir a un edificio y hacer un graffiti diciéndolo.

–Entonces te arrestarían –dijo Pedro riéndose–, y tendría que hacerte visitas conyugales, lo cual sería divertido al principio, pero luego sería aburrido. ¿Qué te parece si te conformas con susurrármelo al oído durante el resto de tu vida?

Paula parpadeó confusa. ¿El resto de su vida? Eso sonaba… permanente. ¿Acaso el bribón de Pine Gulch se estaba declarando?

–Sé que aún es pronto –prosiguió él–, pero quiero que sepas en qué punto estoy. Te quiero y lo deseo todo. La casa, el perro, los niños, dos coches… tres si contamos el deportivo, que tendremos que guardar durante unos años hasta que Nicolás aprenda a conducir mejor.

La quería. No lo comprendía, pero no iba a perder más tiempo dudándolo. Aquel hombre tan maravilloso la quería.

–Te quiero, Paula. Lo deseo todo.

–Me pones unas condiciones muy duras, vaquero –murmuró ella acariciándole la cara–. Pero veré lo que puedo hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario