miércoles, 6 de noviembre de 2019

El Seductor: Capítulo 69

–Ahora soy Aldana Underwood.

–Es cierto. ¿Dónde está ese hombre tan afortunado?

–En la mesa de billar. Imagino que mis hermanos estarán intentando ganarle nuestros cheques de viaje. No tienen ni idea de a quién se enfrentan. Gabriel juega de maravilla.

Pedro sonrió y supo que no podía marcharse ya, por mucho que lo deseara. Aldana había sido una de sus mejores amigas y no la había visto desde hacía años.

–No sabía que por fin habías venido a hacernos una visita –dijo él tras sentarse con Aldana a una de las mesas–. ¿Qué tal la vida en las islas británicas?

–Me encanta –dijo ella con una sonrisa. A veces echo de menos a mi familia y las montañas, pero Gabriel y yo nos hemos ubicado allí bien.

–¿Y tienes hijos?

–Tres niñas. Tengo fotos y todo.

Sacó el teléfono móvil, pulsó unos botones y se lo enseñó. Pedro pasó un minuto admirando la imagen en la pantalla de tres niñas con rizos rubios y la sonrisa de su madre.

–¿Y qué hay de tí? ¿Hay una señora Alfonso?

–Hay dos. Las dos casadas con mis hermanos –estaba a punto de hacer un comentario frívolo, pero la mirada de Aldana le recordó que no podía ocultarle nada a esa chica. Mariana Cruz y ella habían sido sus mejores amigas en el colegio. Eran las únicas dos personas de la clase que no se metían con él–. No. Todavía no.

–Serías un marido perfecto, Pedro.

–Apuesto a que, de todas las mujeres que hay en este bar ahora mismo, tú eres la única que comparte esa opinión.

–No importa lo que ellas piensen –dijo Aldana–. Si encuentras a la mujer apropiada, su opinión es la única que importa. ¿Acaso él no lo sabía ya?

Debió de emitir algún sonido, porque Aldana le dirigió una mirada de compasión.

–¿Quieres hablar del tema?

No. Quería montarse en su descapotable y alejarse lo más posible del dolor, del miedo a pasar solo el resto de su vida. No, no quería hablar de ello. Pero algo en la compasión de su amiga hizo que se sincerase con ella.

–¿Cuánto tiempo crees que le llevará a tu marido ganar al billar?



Paula conducía por las calles de Pine Gulch con una mezcla de anticipación y ansiedad. ¿Estaría dispuesto Pedro a hablar con ella cuando llegase a Cold Creek después del modo en que lo había tratado? Tenía que intentarlo. Incluso aunque le diera con la puerta en las narices, al menos no tendría que vivir el resto de su vida arrepintiéndose, sabiendo que podría haber tocado las estrellas con los dedos. Antes de salir del pueblo, pasó frente a la taberna. El Bandito, que así era como se llamaba, debía de estar haciendo su agosto esa noche, pensó; entonces miró con más detenimiento y estuvo a punto de salirse de la carretera. Conocía aquel coche rojo del estacionamiento. Era el descapotable de Pedro. Probablemente estuviese en el bar pasándoselo de maravilla mientras ella estaba allí fuera, muriéndose por dentro. Estacionó el coche frente al bar, tratando de decidir qué hacer. Tenía dos opciones. Podía regresar a la fiesta y olvidarse de él, o podía seguir adelante. Le debía una disculpa. Por dejarse llevar por los cotilleos, lo había tratado injustamente y tenía que hacerle saber que lo sentía. Incluso si él decidía no aceptar su disculpa, al menos ella sabría que había intentado ofrecérsela.

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