viernes, 29 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 49

Estaban las dos de rodillas, mirando unas lámparas. Paula miró con una sonrisa a su hermana.

–Hace mucho tiempo que te perdoné. El día que decidimos cuál iba a ser el nombre de la niña.

Delfina frunció el ceño, como si le costara creerlo.

–Pero si me habías perdonado, ¿Por qué no contestabas mis cartas?

 Paula se enderezó muy confusa.

–¿Me escribiste? ¿Cuándo?

–¡Un montón de veces! ¡Incluso te envié flores! Pero solo supimos de tí el día que nació Olivia, cuando nos llamaste. Y, desde entonces, nada, ni una palabra. Entiendo que estuvieras enfadada con Fernando o conmigo, ¡Pero deberías haber hablado con mamá y papá!

Paula la miró boquiabierta.

–¡Pero si escribí cartas todas las semanas! ¡Y les envié cientos de fotos!

–Nunca nos llegó nada, Pau.

Sintió un escalofrío por la espalda.

–¡Qué extraño! –susurró–. Bueno, ya no importa, ¿Verdad? – añadió con una débil sonrisa.

–Estábamos preocupados por tí. Fue un alivio que al menos nos llamaras desde el hospital cuando nació la niña. Fernando volvió a casa dos días más tarde y estaba muy disgustado. Lo que nos dijo nos hizo pensar que te habían secuestrado o algo así.

–Por cierto, ¿Qué tal con Fernando? ¿Has pasado mucho tiempo con él?

 Delfina se sonrojó.

–Sí.

–Estás enamorada de él –le dijo entonces.

Delfina la miró fijamente y después, se echó a llorar.

–Lo siento –susurró secándose los ojos–. Hace años que lo quiero, siempre lo he querido. Y él, en cambio, estaba enamorado de tí…

Paula negó con la cabeza al oírlo.

–No, Delfina. Parece que tengo que explicárselo a todo el mundo últimamente. ¡Fernando y yo solo somos amigos!

Delfina se echó a reír.

–¡Eres tan tonta como lo era él, Pau!

–¿Como lo era? ¿Las cosas han cambiado entonces? –le preguntó a su hermana pequeña–. ¿Le has dicho a Fernando lo que sientes por él?

–Todavía no – reconoció Delfina bajando la mirada–. Me da miedo. Hemos pasado mucho tiempo juntos últimamente, patinando sobre hielo, mirando las estrellas, haciendo recados… Una vez, casi me pareció que iba a besarme, pero después se dio la vuelta y empezó a hablarme de tí.

–¿En serio? –le preguntó Paula sintiéndose muy culpable–. Supongo que me odiará.

–Odia a Pedro, no a tí.

–Entonces, ¿Por qué no me ha escrito para ver cómo estoy? – susurró Paula sin entender nada.

Delfina la miró como si se hubiera vuelto loca.

–Te escribió un montón de cartas, las he visto, Pau.

Volvió a sentir una extraña sensación, como una nube negra sobre su cabeza. Cada vez estaba más preocupada. Le parecía increíble que su familia no hubiera recibido ninguna de sus cartas y que a ella tampoco le hubieran llegado las de ellos. Trató de no pensar en eso y se volvió hacia Delfina.

–Deberías decirle lo que sientes.

–Pero ¿Y si no siente lo mismo? –le preguntó Delfina muy preocupada–. ¿Y si se ríe de mí?

–No lo hará –la tranquilizó Paula–. La vida es corta, no pierdas ni un día. Llámalo ahora mismo.

–Tienes razón.

Delfina la miró a los ojos y la abrazó con fuerza.

–Gracias, Pau –le dijo–. Voy a volver a la casa para llamarlo y hablar con él. No me puedo creer que por fin vaya a hacerlo…

Paula llamó a Sergio.

–Por favor, acompaña a mi hermana a la casa –le pidió al guardaespaldas.

–Y a usted, señora Alfonso –repuso el hombre.

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