miércoles, 20 de noviembre de 2019

Amor y Traición: Capítulo 30

Pedro se volvió de repente hacia ella con los puños cerrados y el ceño fruncido.

–Te he dado demasiado tiempo –le espetó enfadado–. Quería darte espacio para superar el pasado y aceptar tu nueva vida como señora de Pedro Alfonso, pero me equivoqué. Debería haber reclamado hace tiempo lo que me pertenece.

Paula lo miró con los ojos muy abiertos.

–No puedes…

Pedro la abrazó y la besó con fuerza, apasionadamente. Trató de apartarse de él, pero no pudo. Se abrió la puerta del ascensor y él la tomó en sus brazos.

–Esta noche, esposa, vuelvo a mi cama –le dijo con firmeza.

Antes incluso de que se cerrara el ascensor, Pedro ya la tenía atrapada entre la pared y su cuerpo, besándola como nunca la habían hecho. Ya había decidido que de nada le iba a servir resistirse. De hecho, ni siquiera podía pensar. Rodeó su cuello con los brazos y lo besó con la misma pasión y deseo que él. Podía sentir cuánto la deseaba, era evidente a través de la fina tela de su esmoquin. Todo su cuerpo desprendía un calor sofocante. Cada vez la besaba más apasionadamente, era una sensación increíble. Sonó de repente el timbre del ascensor y se abrieron las puertas. Volvió a tomarla en sus brazos y cruzó con ella el amplio vestíbulo. No dejó de mirarla ni un segundo con sus intensos ojos negros mientras subía la escalera.

–¡Ya están en casa! ¡Qué pronto han…!

La señora McAuliffe se quedó boquiabierta al verlos así y  desapareció tan rápidamente como había aparecido frente a ellos en el pasillo.

Por una vez en su vida, Paula no se sintió avergonzada. No le importaba. Pedro la llevó hasta el dormitorio principal y la dejó a los pies de la cama. Miró entonces el colchón. Había dormido sola durante tres meses, pero supo que esa noche sería distinta. Su marido le acarició el pelo y después la mejilla. No dejaba de estremecerse. Pedro le quitó la chaqueta del esmoquin que había usado para protegerla del frío y la dejó caer al suelo. Acarició entonces la piel desnuda de sus hombros y la besó muy lentamente. Sus labios eran suaves y cálidos, pero también podían ser firmes y duros. Sentía que todo su cuerpo estaba en llamas y se derretía su interior. Llevó las manos a su espalda y sintió que le bajaba la cremallera. De repente, también el vestido cayó a sus pies. Dando un paso atrás, él la miró a la luz de la luna.

–Eres preciosa –susurró–. Llevo tanto tiempo esperándote.

Demasiado tiempo… Se quitó la pajarita y ella comenzó a desabrocharle la camisa, pero le temblaban las manos. Con impaciencia, Pedro se quitó la camisa sin desabrocharla. Se quedó sin aliento ante la belleza de su torso. Los músculos de su pecho eran fuertes y definidos. Igual que sus anchos hombros y sus abdominales. Se le acercó de nuevo y acarició sus caderas, no dejaba de mirarla como si quisiera devorarla. Era muy excitante y se sintió femenina y deseable, olvidando sus complejos.

1 comentario: